“Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros
para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque
no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y
estará en vosotros”.
Juan
14:15-17
INTRODUCCIÓN
Entre
sus últimas instrucciones a sus discípulos, nuestro Señor Jesucristo les esta
compartiendo grandes promesas. Ya les prometió al principio de este capitulo
que ira al Padre a prepararles una morada celestial, también acabamos de ver
que les prometió que las obras que Él hacía, ellos también las harían, y aún
mayores, además que todo lo que pidieran en su nombre, el Padre lo haría. Hoy
nuevamente les hace otra gran promesa: La promesa de que les enviaría otro
Consolador, el cual es el Espíritu Santo que el mundo no puede recibir y este
les ayudaría a cumplir con la misión que nuestro Señor les encomendaría.
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La Promesa del otro Consolador |
LA EVIDENCIA DEL AMOR
“Si
me amáis, guardad mis mandamientos”.
Juan
14:15
Aquí
nuestro Señor Jesús les dice a sus discípulos que, si ellos dicen amarlo, este
amor se evidencia a través de la obediencia a su palabra. La verdadera
evidencia de un corazón que ama a Dios es que este guarde sus mandamientos, guardarlos
no por temor, sino porque le amamos, apartarnos del pecado, no por miedo al infierno,
sino porque le amamos: “Pues este es el amor a Dios,
que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”,
(1 Juan 5:3). El verdadero amor es aquel que cumple la ley de Dios y aquel que
vive en este amor no hace ningún daño a nadie, al contrario, agrada a Dios y
respeta a sus semejantes en todo lo que hace, por ello Jesús dijo en cierta
ocasión que los mandamientos mas importante eran aquellos que enseñan a amar a
Dios y a su semejante: “Y uno de ellos, intérprete
de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran
mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande
mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De
estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”, (Mateo
22:35-40). Y así como la ley se resume en el amor, así el amor se demuestra a
través de la obediencia de la ley, por eso los cristianos obedecemos la ley
porque amamos a Jesús y esto al mismo tiempo es una evidencia de que hemos sido
transformados por Él. Muchas religiones obligan a sus seguidores a obedecer los
mandamientos como un medio de salvación, pero nosotros sus discípulos, lo
hacemos porque le amamos.
LA PROMESA DEL OTRO CONSOLADOR
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al
cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le
conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”.
Juan
14:16-17
Si
amamos a Jesús, seremos sus verdaderos discípulos, y si somos sus discípulos
podemos estar seguros de que no estaremos solos en este mundo ya que prometió rogarle
al Padre para que nos enviara el otro Consolador: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador. Es obvio que el otro Consolador
es el Espíritu Santo el cual esta con nosotros desde el momento que nos
convertimos a Dios. En este texto la palabra Consolador se traduce del griego parákletos
(παράκλητος), la
cual es una palabra difícil de traducir a nuestro idioma. Si uno revisa las
diferentes versiones que existen de la Biblia se dará cuenta que esta palabra
se ha traducido de diferentes formas. Por ejemplo, la RV60 y NVI lo traducen
como Consolador, la versión “La Biblia de Nuestro Pueblo”, lo traduce como
Defensor, la traducción Kadosh Israelita Mesiánica de Diego Ascunce lo traduce
como Consejero, la Nueva Traducción Viviente lo traduce como Abogado Defensor,
la Biblia Latinoamericana lo traduce como Protector, y otras mas hacen
referencia a un ayudante. Lo cierto es que todas estas traducciones son buenas
ya que el Parákletos es esto y más. La palabra parákleto era un término que se
le daba a una persona que había sido asignada para estar al lado de alguien con
el propósito de cuidarlo, defenderlo, instruirlo, aconsejarlo y en general, a
ayudarlo en todo lo que necesita, y por ello, los parákletos eran una especie
de abogados que ayudaban a sus clientes a defenderse delante de un jurado
cuando eran acusados de algún delito. Aquí vemos la primera mención en este
evangelio de recibir al Espíritu Santo, y según vemos una de sus finalidades
era estar con nosotros para siempre: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre.
Que bueno es saber que los cristianos no estamos solos, Dios habita en nosotros
a través de la tercera persona de la trinidad divina y las mismas Escrituras
testifican que hemos venido a ser templo y morada del Espíritu Santo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”,
(1 Corintios 6:19). Como un Parákleto, el Espíritu Santo ha sido llamado a
estar a nuestro lado, a ser nuestro compañero y ayudador en todo lo que
necesitamos. Jesús estaba a punto de partir, y esto entristecía mucho a sus discípulos
porque ellos estaban acostumbrados a vivir con su Maestro, pero el Señor les
dice, que no se preocupen, porque vendría el otro Consolador, que así como Él había
estado con ellos, así el Espíritu Santo estaría con ellos y no los dejaría solos.
De igual forma, hoy nosotros tenemos la constante presencia del Espíritu Santo
el cual mora con nosotros y nos ayuda en todo lo que necesitamos. A este
Consolador Jesús lo llama: el Espíritu de verdad,
lo cual describe otra de las ayudas que el Espíritu Santo da al creyente: la
iluminación para comprender su palabra. La comprensión de la palabra de Dios es
a través de la ayuda del Espíritu Santo, por eso el hombre común no puede
comprender las verdades espirituales de la Biblia: “Pero
el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente”, (1 Corintios 2:14). Nosotros los cristianos somos
privilegiados de conocer al Espíritu Santo porque el mundo es incapaz de
sentirlo, porque no mora en ellos: el Espíritu de verdad, al cual el mundo
no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis,
porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
Nuestro espíritu da testimonio a nuestro corazón que el Espíritu Santo mora en
nosotros y que somos hijos de Dios, ya que Él es la arras, es decir, la
garantía de nuestra salvación: “Y el que nos
confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también
nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”,
(2 Corintios 1:22). La verdad es que los cristianos somos bienaventurados ya
que el Señor no solo nos ha salvado, sino que ha enviado al Espíritu Santo para
que esté con nosotros, habita en nuestro corazón y nos ayuda en nuestra vida
cristiana, nos fortalece y guía a toda verdad, así como nos respalda con su
poder en la realización de su obra. Su presencia en nosotros es un fuerte
testimonio de nuestra salvación y por eso el mundo no le conoce, porque no lo
tiene, pero gracias a Dios que Jesús ha enviado al otro Consolador para que
este con nosotros en este peregrinar cristiano.
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