miércoles, 29 de diciembre de 2021

Pedro niega al Señor Jesús (Mateo 26:69-75)

 

“Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aún tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente”.

Mateo 26:69-75 

INTRODUCCIÓN

                Hemos llegado al final del capítulo 26 del evangelio según Mateo el cual describe el momento cuando Pedro negó tres veces a Jesús. Este relato aparece en los 4 evangelios lo cual nos muestra la sinceridad de las Escrituras al mostrarnos no solo las virtudes de los grandes hombres de Dios, sino también sus flaquezas. Aquí encontramos un evento que, sin duda alguna la mente humana hubiese querido pasar de largo y no presentarlo, porque se trataba de un pecado muy vergonzoso, sin embargo, no cabe duda que Pedro sabía que única gloria tiene que ser para nuestro Señor Jesús y solamente Él es un ser perfecto y sin pecado por medio del cual, nosotros, seres imperfectos, podemos poner nuestra fe. Se sabe que Marcos fue escrito tomando en cuenta el testimonio de Pedro y, Marcos es el evangelio que nos da muchos detalles en cuanto a este acontecimiento y en función de eso Mateo y Lucas, quienes usaron a Marcos de referencia, lo incluyen en sus evangelios y, Juan, que es el último evangelio en ser escrito, también lo considera. Veamos que podemos aprender de este relato.

 

Pedro-niega-Jesús
Pedro niega a Jesús

SIGUIENDO A JESÚS DE LEJOS

 “Pedro estaba sentado fuera en el patio…”

Mateo 26:69

                 Mientras el juicio de Jesús se realizaba en la casa de Caifás, Pedro los seguía de forma encubierta para ver qué era lo que pasaba: “Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin”, (Mateo 26:58). Pareciera que la curiosidad de Pedro resaltaba aquí ya que se había sentado con los mismos alguaciles que habían capturado a Jesús todo con el fin de ver como todo terminaría, sin embargo, sabemos que su corazón lo amaba y no quería estar lejos de su Señor, pero lamentablemente no se encontraba espiritualmente preparado para enfrentar la prueba que venía. De alguna manera, las palabras que la RV60 traduce: Mas Pedro le seguía de lejos, nos hace reflexionar en la manera de cómo los cristianos estamos siguiendo a Jesús. Debemos tener cuidado de afirmar que seguimos a Jesús, pero nuestros pasos están lejos de voluntad, de andar en la carne y no en el Espíritu. Por ello Pablo nos decía: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”, (Gálatas 5:16). Debemos cuidar nuestros pasos y asegurarnos de que no estamos siguiendo a Jesús de lejos, sino que estamos totalmente comprometidos con Él y de que no nos avergonzarnos de ser testigos de su gracia, plenamente conscientes de que nuestras armas no son carnales, sino espirituales. De alguna forma, estas palabras describían la condición espiritual de Pedro, ya que creía que la mejor forma de defender el reino de Dios era por medio de la espada y por eso trato de defenderlo en el huerto de Getsemaní: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”, (Juan 18:10-11). Pedro aún era incapaz de comprender que la clase de reino que su Maestro iba a establecer era espiritual y no se levantaría a través de la fuerza humana. Además, Jesús le había advertido el momento duro de la prueba que venía y que sería tan difícil que todos lo abandonarían, pero Pedro no escuchaba y le contradecía a su Señor: “Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; más me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”, (Juan 13:36-38). Pedro creía que tenía la suficiente fuerza de voluntad para hacerle frente a lo que venia y descuido la oración: “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”, (Mateo 26:40-41). Pedro aun no había comprendido la importancia de pelear nuestras batallas en oración y con el respaldo del Espíritu Santo, de igual manera nosotros, necesitamos estar cerca de Jesús y no alejarnos de su presencia, desechando toda maldad y buscando su ayuda en oración, porque como Pedro, vendrán momentos de prueba difíciles y necesitamos estar preparados para ello.

 

LA FALLA DEL CARÁCTER ANTE LA PRESIÓN DE LA PRUEBA

 “Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aún tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo”.

Mateo 26:69-74

               Aquí encontramos la falla en el carácter de Pedro ante la presión de la prueba. Aunque Pedro amaba realmente a su Señor, él no se encontraba espiritualmente preparado para enfrentar tal prueba. Allí en el patio del sumo sacerdote se encontraba Pedro, posiblemente temeroso de todo lo que estaba pasando y lo menos que quería es que lo reconocieran, especialmente porque él había sido el que le había cortado la oreje al siervo del sumo sacerdote (Juan 18:10-11). Lo menos que espera Pedro era negar a Jesús, sin embargo, cuando le preguntaron si él era uno de sus discípulos lo negó. La primera en preguntarle fue una criada: y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. A esto Pedro simple y sencillamente le evadió la pregunta: Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices. Cuando esto ocurrió debió sentir mucho temor al considerar el hecho de que lo podía identificar por lo que debió ir directamente a la puerta, para salir de allí lo mas pronto posible, pero otra criada lo identifico con uno de los discípulos de Jesús y esta vez en frente de otras personas: Saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. Sin embargo, en esta ocasión Pedro trata de ser más creíble y has usa juramentos para asegurarles que no conocía a Jesús: Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. Después de esto, Pedro debió buscar otro lugar del patio ya que no le era tan fácil salir porque otra criada lo había identificado en la entrada, no obstante, la prueba no termino allí, sino lo llevo al límite cuando por tercera vez lo identificaron con un discípulo del Señor por su manera peculiar de hablar: Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aún tu manera de hablar te descubre. Algunos han llegado a decir que la manera de hablar de los galileos era muy mala y su acento muy característico de su zona, tanto era así que no se les permitía pronunciar la bendición en la sinagoga y posiblemente a esto se refieren cuando le dijeron a Pedro que su manera de hablar le descubría, por lo que la presión que experimento Pedro fue tan dura que decidió reafirmar su negación, pero esta vez con maldiciones: Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Podemos ver como la mentira de Pedro se fue agravando con el fin de mantenerla, ya que al principio simplemente dijo que ignoraba lo que le decían, pero luego, cuando lo volvieron a identificar con un discípulo de Jesús lo negó con juramento, pero al volverlo a identificar por su manera de hablar, no solo juró que no conocía a Jesús, sino que cambio su manera de hablar, con maldiciones, todo con el fin de hacer mas creíble su negación, y en esto estaba cuando de repente canto el gallo: Y en seguida cantó el gallo. Muchas han criticado el hecho de que la Biblia dice que fue un gallo el que canto en aquella madrugada, ya que, por tratarse el patio del sumo sacerdote y estar en los alrededores de la ciudad santa, no se permitían tener animales de corral en aquellos lugares, sin embargo, otros han dicho que el cato del gallo se trataba del toque de una trompeta que anunciaba el cambio de guardia romana. Curiosamente este toque de trompeta se le llamaba en latín gallicinium y eso significa literalmente, canto de gallo. Independientemente que allá sido lo que cantó aquella noche, lo cierto es que este canto le recordó a Pedro las palabras de su Maestro de que lo negaría tres veces.

 

EL QUEBRANTAMIENTO DEL ALMA DE UN HOMBRE SINCERO

 “Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente”.

Mateo 26:75

              El canto del gallo debió haber sorprendido a Pedro y de repente debió reconocer lo que estaba haciendo, negando a Aquel que tanto amaba y por el cual estaba dispuesto morir, de allí que recordó las palabras de Jesús: Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Nuestro Señor ya le había advertido a Pedro que la hora de la prueba venia y que Satanás le había pedido para zarandearlo, sin embargo, Pedro fue descuidado al no prepararse espiritualmente para enfrentar esta prueba y al final flaqueo: “Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. Él le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces”, (Lucas 22:31-34). Aunque la prueba hizo que Pedro fallare negando a su Maestro, ya el Señor había orado por él para que su fe no le faltare y pudiese restaurarse totalmente, por ello, Mateo nos dice que después que el gallo canto y recordó las palabras de Jesús, Pedro salió apresurado de aquel lugar y lloró amargamente: Y saliendo fuera, lloró amargamente. Las palabras griegas que se traducen aquí como “lloró amargamente” son klaío pikrós (κλαίω πικρῶς), las cuales describen un llorar no solo con lágrimas, sino con gemidos y extremo dolor, lo cual a su vez nos muestra el profundo arrepentimiento que Pedro experimento aquel día al haber cometido este pecado. Este día, Pedro debió haber aprendido una lección muy importante que es la de mantenernos espiritualmente preparados para enfrentar las diferentes pruebas que vienen a nuestras vidas. En la vida cristiana tendremos pruebas, de hecho, el mismo apóstol Pedro nos exhorta a mantenernos sobrios, siempre alertas, porque nuestro adversario Satanás como león rugiente anda viendo a quien devora: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”, (1 Pedro 5:8-10). Después de todo esto, Pedro sabia que la mejor manera de resistir al maligno era siendo sobrio, no embriagándose con los placeres de este mundo, manteniéndose firme en la fe, cerca de Jesús, no descuidando nuestra vida espiritual, para que cuando vengan los padecimientos por causa de la justicia podamos resistir.

 

 

lunes, 27 de diciembre de 2021

El juicio de Jesús (Mateo 26:57-68)

 

“Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos.  Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin. Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte! Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó”.

Mateo 26:57-68 

INTRODUCCIÓN

            Después que Jesús fue capturado por sus enemigos, los principales sacerdotes y fariseos, fue llevado delante de Caifás, el sumo sacerdote, con el fin de juzgarlo, y a partir de aquí sufrirá un gran escarnio y martirio por parte de estos perversos impíos. Estos momentos fueron muy difíciles para nuestro Señor, no solo por la tortura física que iba a sufrir, sino por el escarnio que sus enemigos harían de Él y el ser tratado como si se tratara de un criminal. A parte de todo esto, había sufrido la traición de uno de sus 12 apóstoles, los otros once habían huido dejándolo solo y uno de estos lo negaría.

 

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El juicio de Jesús

JESÚS ANTE CAIFÁS

“Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos.  Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin”.

Mateo 26:57-58

                  Después de haber sido capturado en el huerto de Getsemaní y haber sido traicionado por Judas, uno de sus 12 de confianza, Mateo nos relata que Jesús es llevando delante de Caifás, el sumo sacerdote: Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos. Lo más seguro es que fue llevado delante del sanedrín, el consejo principal de Jerusalén conformado por los principales sacerdotes, ancianos y fariseos que según se cree, estaba conformado por 70. Si tratamos de armonizar la secuencia de eventos narrados en los 4 evangelios, por Juan sabemos que antes de ser presentado a Caifás, Jesús fue presentado a Anás: “Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año”, (Juan 18:12-13). Si nos damos cuenta, Jesús fue atado, como si se tratara de un criminal peligroso, y fue llevado por soldados para presentarlo delante de Anás, quien era el suegro de Caifás y por ello, aun influía en los asuntos del Sanedrín detrás de su yerno. Anás fue sumo sacerdote desde el 6 d.C. hasta el 15 d.C., luego fue depuesto por los romanos, sin embargo, logro que su hijo Eleazar continuara en el puesto durante el año 16 d.C. y del 17 d.C. al 36 d.C., su yerno Caifás llego a ser el sumo sacerdote en la nación, pero lo cierto es que detrás de estos hombres Anás ejercía su influencia y tenía un gran poder en medio del sanedrín, el consejo superior de los judíos. Por ello, cuando Jesús fue capturado, la primera persona en la cual pensaron para llevar a Jesús fue Anás y por ello se dice en ocasiones que los sumos sacerdotes eran Anás y Caifás, porque si bien era cierto, sumo sacerdote solo podía ser uno de acuerdo a la ley de Moisés, pero este hombre continuaba ejerciendo su influencia en el sacerdocio a través de su yerno: “Y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”, (Lucas 3:2). Además, Anás era muy conocido en todo el pueblo judío, pero su fama no era buena. Anás y toda su familia se habían enriquecido a costa de sus negocios en el Templo. A la entrada del templo solían colocarse los famosos cambistas y vendedores de animales para el sacrificio los cuales eran negocios propios de la familia de Anás. La ley exigía a cada judío adulto presentar su ofrenda al Templo, fuera un buey, oveja o paloma, según sus finanzas. Sin embargo, la mayoría de ellos estaban dispersos por todo el mundo, por lo que hacían grandes peregrinaciones hacia Israel. Para esta época existían muchas monedas, la griega, romana, etíope y la judía, sin embargo, la única que se aceptaba en el Templo era la judía ya que las demás eran consideradas paganas. Todo judío que se presentara en el Templo tenía que cambiar sus monedas extrajeras por judías, pero lo hacían pagando más del valor real ya que los cambistas sacaban gran ganancia de esto. Esto era necesario porque adentro del Templo estaban a la venta los animales que se ofrecían para el sacrificio los cuales eran vendidos a mayor precio del que se vendía fuera del Templo. Ahora bien, si alguien compraba un animal afuera del Templo y lo llevaba al Templo, antes de entrar existía un grupo de inspectores que examinaban a los animales y eran demasiados rigurosos a tal punto que generalmente rechazaban a todos los animales declarándolos como no aptos para el sacrificio, por lo que el judío no tenía muchas posibilidades de que le aceptaran su animal para el sacrificio y no le quedaba otra que ser estafado dentro del Templo. Esto era un verdadero robo y todos sabían que las ganancias de estos negocios iban directamente a la familia de Anás la cual se había enriquecido de ello. Si recordamos, Jesús había echado afuera del Templo a todos estos comerciantes ya que se indignó de esta acción mezquina: “Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”, (Juan 2:13-16). Por todo esto, Anás debió estar muy molesto con Jesús y por la influencia que este ejercía en el Sanedrín, debieron habérselo llevado a él primero, pero luego de verlo debió haberlo despedido para que se lo llevaran a la casa de Caifás, a todo esto, Pedro lo seguía de lejos, pendiente de lo que iba a pasar: Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin.

 

EL JUICIO INJUSTO

“Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas Jesús callaba…”

Mateo 26:59-63

                El propósito principal de estos perversos hombres religiosos era matar a Jesús, sin embargo, necesitaban tener de qué acusarlo y por eso montaron este falso juicio que no tenía como propósito ser un medio legal para hacer justicia, porque en sus corazones ya habían consentido su muerte desde hace un tiempo atrás: “Dos días después era la pascua, y la fiesta de los panes sin levadura; y buscaban los principales sacerdotes y los escribas cómo prenderle por engaño y matarle”, (Marcos 14:1). Mateo es claro al mostrarnos la intensión perversa de estos lideres religiosos al querer levantar un falso testimonio para inculpar a Jesús y condenarlo a muerte: Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte. En este texto hay dos palabras que aparecen en el original griego que queremos resaltar. En primer lugar, se nos dice que todo el concilio buscaba falso testimonio en contra del Señor, y esta palabra, concilio, se traduce del griego sunédrion (συνέδριον), que literalmente significa “sentarse juntos”, y a su vez hace referencia al Sanedrín, el cual, como ya lo mencionamos anteriormente, era el consejo superior de los lideres religiosos de los judíos que tenia su cede en Jerusalén y estaba constituido por 71 personas. Este concilio fue establecido alrededor del siglo II a.C. y estuvo activo hasta el año 70 d.C. Entre estos 71 se encontraban los lideres religiosos más influyentes de las principales sectas judías, como por ejemplo los saduceos, quienes eran la minoría, pero uno de ellos, Caifás, era el sumo sacerdote, y a parte de estos estaba constituido por los principales de los ancianos, fariseos y escribas. Los rabinos le atribuían a Moisés el establecimiento de este concilio: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales; y tráelos a la puerta del tabernáculo de reunión, y esperen allí contigo”, (Levítico 11:16). De esta forma eran 70 de los principales lideres religiosos más el que fungía como sumo sacerdote. Fue este concilio al cual fue llevado Jesús con el propósito de juzgarlo. Las otras palabras que resaltan en medio de estos versículos son “falso testimonio”, las cuales se traduce de una sola palabra griega, que es pseudomarturía (ψευδομαρτυρία), la cual hace referencia a un juicio injusto basado en falsos testimonios que incriminan al inocente. Aquellos hombres perversos buscaban una razón para acusar y condenar a Jesús y por ello convocaron a falsos testigos, pero ninguno lograba su cometido: … buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Sin embargo, se presentaron dos testigos falsos que lograron su objetivo: Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. Aquí vemos lo que los testigos falsos hacen, tergiversar las palabras y la verdad para inculpar a un inocente, ya que Jesús nunca había hablado de destruir el templo, sino se refería a su cuerpo, el cual sería destruido, pero Él lo reconstruiría en 3 días al resucitar de los muertos: “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho”, (Juan 2:19-22). En la ley de Moisés Dios había establecido su desacuerdo en contra del falso testimonio en contra del prójimo: “No admitirás falso rumor. No te concertarás con el impío para ser testigo falso. No seguirás a los muchos para hacer mal, ni responderás en litigio inclinándote a los más para hacer agravios”, (Éxodo 23:1-2). Exactamente esto era lo que estaban haciendo estas personas en contra de Hijo de Dios, estaban dando un falso testimonio y uniéndose con perversos para acusar injustamente a un inocente, todo con el fin de matarlo, sin embargo, ante todas estas acusaciones Jesús no pronunciaba palabra, por eso el sumo sacerdote se enojó preguntándole si no tenia nada que decir en su defensa: Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas Jesús callaba. Jesús callaba, no porque fuera culpable o no tuviese cómo defenderse, sino porque sabia que era necesario pasar por esta situación para cumplir las escrituras: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”, (Isaías 53:7). Jesús estaba claro en esto y por ello encomendó su causa al Juez justo el cual sabía que haría justicia pagándole a cada quien según su obra: “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”, (1 Pedro 2:22-23).

 

LA DECLARACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE

“… Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”.

Mateo 26:63-64

                 Ante la insistencia de Jesús de permanecer en silencio, el sumo sacerdote le exigió que respondiera si acaso Él era el Cristo, es decir, el Mesías, el Hijo de Dios, a lo que el Señor respondió: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. En estas palabras Jesús les afirmo que efectivamente Él era el Hijo de Dios y que se sentaría a la diestra del poder de Dios, tal y como lo afirmaba uno de los Salmos: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”, (Salmo 110:1). Además, les dice que verían al Hijo del Hombre viniendo en las nubes, lo cual también hace una referencia a una profecía de Daniel: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”, (Daniel 7:13-14). Aquí Daniel utiliza otro de los títulos mesiánicos, el Hijo del Hombre, el cual también es utilizado por nuestro Señor. En este momento Jesús estaba sufriendo a manos de estos perversos hombres, ahora era su prisionero, pero Jesús les decía que llegaría el momento donde regresaría y su Padre le daría todo el poder sobre esta tierra. Caídas fue directo al preguntarle a Jesús si Él era el Mesías esperado por todos lo judíos, sin embargo, su pregunta no era hecha con el fin de buscar una respuesta que lo guiara a la verdad, sino que había cerrado su corazón para no creer ya que había rechazado al Hijo de Dios.

 

EL DESPRECIO DE LOS LIDERES RELIGIOSOS HACIA JESÚS

 

“Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte! Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó”.

Mateo 26:65-68

 

A

nte la respuesta de Jesús que Él era el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, aquel Hijo del Hombre que vendría en las nubes; los principales lideres religiosos lo rechazaron con un terrible odio diabólico. En primer lugar, vemos la reacción del sumo sacerdote: Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Aquí vemos a un hombre hipócrita, supuestamente indignado con el celo del Señor ya que hasta sus vestiduras rasgo, pero era un hombre ciego, que en lugar de ser el primero en reconocer quien era aquel hombre al cual estaban juzgando, lo acusa de blasfemo.  Ya anteriormente este hombre llamado Caifás había convenido con sus colegas que era mejor que un solo hombre muriese por toda la nación: “Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”, (Juan 11:49-50). Fue Caifás quien recomendó a todos los sacerdotes y lideres religiosos que lo mejor era dar muerte a Jesús ya que su fama crecía, así como el número de sus discípulos y esto podía poner nerviosos a los romanos y promover una futura rebelión que terminara en una gran matanza, por ello, era mejor que muriera un solo hombre que todo un pueblo. Sin saberlo, este hombre impío que para este momento fungía como sumo sacerdote estaba profetizando lo que iba ocurrir, la muerte de Cristo para salvar a muchos de sus pecados. Además, los demás miembros del Sanedrín convinieron en que Jesús tenía que morir: Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte! Ahora bien, no podríamos decir que todos los miembros del concilio participaron de este terrible pecado, ya que podemos ver como había otros principales entre los judíos que seguían a Jesús, como por ejemplo Nicodemo quien fue de noche a buscar al Señor: “Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”, (Juan 3:1-2). También tenemos a José de Arimatea: “José de Arimatea, miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús”, (Marcos 15:43). Por tanto, no es difícil creer que no todos los miembros del Sanedrín consintieron en este juicio injusto.

 

                El odio y desprecio por parte de los lideres religiosos de los judíos queda muy evidente en estos versículos, no cabe duda que el diablo descargo toda su ira por medio de estos hombres impíos: Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó. La forma de cómo estos hombres se comportaron fue extrema en maldad, ya que le escupieron su rostro, le dieron de puñetazos lo abofetearon burlándose de Él diciéndole que les profetizara quien era el que le golpeaba. Lucas nos dice que para golpearlo le vendaron los ojos: “Y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?”, (Lucas 22:64). Aquel día, a penas comenzaba el martirio de Jesús, ya para este momento, sus discípulos lo habían abandonado, uno de ellos lo había traicionado, había sufrido un juicio injusto donde lo habían condenado bajo el testimonio de falsos testigos, lo habían golpeado y escupido en la cara, recibiendo todo el escarnio posible de parte de sus enemigos, pero todo esto era necesario y Jesús lo sabía, porque no obtendría la victoria final sobre la muerte si no pasaba por la cruz. Aquel día nuestro Señor fue juzgado injustamente, pero nuestro Señor se mantuvo firme para enfrentar su sacrificio para la redención de muchos pecadores.


viernes, 24 de diciembre de 2021

La confesión de pecados (1 Juan 1:8-10 )

 

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.

1 Juan 1:8-10 

INTRODUCCIÓN

                Ya el apóstol Juan toco el tema de que Dios es luz y por tanto en Él no hay tinieblas, lo cual a su vez implica que los cristianos deben vivir en luz, abandonando todos sus pecados, pero antes de continuar al siguiente capítulo, el apóstol nos habla acerca de la confesión de pecados ya que en este tiempo existían muchas personas que pudiesen creer que ellos no tenían oportunidad de conocerlo por causa de sus muchas maldades debido a la enseñanza hedonista que los exhortaba a satisfacer sus deseos pecaminosos ya que al final la carne es mala y no hay nada más que hacer, o por el contrario, alguien que confiando en sus obras pudiese considerarse justo por practicar el ascetismo y pensar que no tenía pecado, pero la verdad es que todos hemos pecado y necesitamos confesarlos delante de Dios para que estos sean perdonados.

 

confesión-pecados
La confesión de pecados

UNA REALIDAD BÍBLICA: TODOS HEMOS PECADO

 “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros… Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.

1 Juan 1:8, 10

              En este versículo el apóstol Juan nos declara una realidad bíblica que no podemos negar: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Como seres humanos, descendientes de Adán, todos nacemos con la naturaleza pecaminosa la cual nos seduce e impulsa a pecar y nuestros pensamientos son tendientes a lo malo, incapaces de elegir lo bueno sin la ayuda divina, sin embargo, todo aquel que es nacido de Dios puede con la ayuda del Espíritu Santo abandonar sus pecados y buscar lo bueno: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”, (Romanos 8:5-7). Ahora bien, el apóstol Juan desea que sus lectores comprendan la realidad del pecado en sus vidas y como este nos aleja de Dios, por ello, el primer paso para la reconciliación con Dios es aceptar la realidad de nuestros pecados, si no lo hacemos, nos engañamos y nos hacemos mentirosos delante de Dios ya que su verdad no está en nosotros, o si decimos que en nosotros no hay pecado por considerarnos justos, cometemos el pecado de llamarle a Él mentiroso y no creemos en su palabra.

 

LA CONFESIÓN DE PECADOS

 “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

1 Juan 1:9

               Juan nos enseña la necesidad que como seres imperfectos tenemos de la confesión de pecados. Lo primero que uno puede entender en la Biblia respecto a este tema es la necesidad que tenemos de confesar nuestros pecados para que estos sean perdonados. En proverbios se nos enseña que aquellos que no confiesan sus pecados, sino que los encubren, jamás prosperaran ni alcanzaran la misericordia de Dios: “El que encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”, (Proverbios 28:13), de allí la importancia de confesar nuestras transgresiones. Para este tiempo, muchos enseñaban que la carne era mala y por tanto no había mucho que hacer, por lo que lo mejor era entregarse a los deseos temporales de la carne y a esto se le llamaba hedonismo. Estos necesitaban reconocer sus pecados y arrepentirse de ellos. Por otro lado, también estaban aquellos que bajo este mismo pensamiento, la carne es mala, pero el espíritu es bueno, buscaban la forma de negar sus instintos pecaminoso, entrando a un estilo de vida de austeridad y total pobreza, llegando muchas veces a martirizar el cuerpo para aplacar los instintos de la naturaleza pecaminosa, a esto se le conocía como ascetismo y los tales se consideraban justos por el estilo de vida que llevaban y por ende creían que no tenían necesidad de confesarse, pero Juan les dice aquí que ellos también deben hacerlo porque solo Jesús puede perdonar sus pecados. Ahora bien, ante todo esto puede surgir la pregunta: ¿Cómo debemos hacerlo? Veamos que podemos aprender.

 

1.         La confesión debe reconocer nuestra culpa por nuestros pecados.

En primer lugar, la confesión de nuestros pecados debe ser resultado de un verdadero arrepentimiento que reconoce su culpa por las faltas cometidas: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado”, (Salmo 32:5). Como el salmista debemos estar dispuestos a reconocer nuestra maldad y confesarle todo al Señor. De nada sirve la confesión de nuestros pecados si este no proviene de un corazón contrito y humillado, Dios jamás lo considerara; pero aquel que reconoce sus pecados y los confiesa en verdadero arrepentimiento Dios lo atiende: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”, (Salmo 51:17).

 

2.         La confesión de nuestros pecados debe ir dirigida a Jesús.

En segundo lugar, la confesión por nuestros pecados debe ir dirigida a Jesús. Nuestras confesiones no deben realizarse delante de hombres con el fin de que estos nos absuelvan, antes debemos confesar nuestras transgresiones delante de Jesús con el fin de que Él nos perdone: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”, (1 Juan 1:9). Solamente Jesús tiene la potestad de perdonar pecados y por ello debemos creer en su fidelidad y justicia que son la garantía que se nos da para que al confesarlos seamos perdonados: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, (Hechos 4:12).

 

3.         Debemos confesar a Jesús como Señor y Salvador.

Finalmente, después de haber confesado nuestros pecados en completo arrepentimiento, debemos confesar a Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida. Pablo nos enseña esto: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”, (Romanos 10:9-10), de acuerdo a estos versículos, primero debemos confesarlo como nuestro Señor y esto significa afirmar y permitir que Jesús sea el dueño absoluto de nuestra vida, renunciar a nuestra vida de pecado sometiéndonos a su palabra. Y, en segundo lugar, debemos creer que su sacrificio es suficiente para que seamos salvo, cuando esto es así Pablo afirma que seremos perdonados de nuestras iniquidades.


Dios es Luz y Debemos Andar en Luz (1 Juan 1:5-7)

 

“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.

1 Juan 1:5-7

 

INTRODUCCIÓN

              El apóstol Juan continua con el mensaje del cual había sido testigo y aprovecha para dejar claro a sus lectores en esta primera carta de la naturaleza santa y justa de Dios y de cómo sus hijos deben vivir de acuerdo con esa justicia y santidad. En este sentido, el apóstol utiliza la metáfora de la luz para enseñar que Dios es justo y santo, y que en Él no hay maldad. El propósito del apóstol Juan es que cada creyente se asegure que tiene verdadera comunión con Dios y para eso debe asegurarse andar conforme su voluntad, totalmente alejado del pecado, especialmente, porque muchas doctrinas falsas y herejías pretendían engañar a las personas a través de ofrecerles un concepto errado de Dios y del pecado.

 

Dios-es-luz
Dios es Luz y Debemos Andar en Luz

DIOS ES LUZ

 “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”.

1 Juan 1:5

              Para este momento existían muchas doctrinas heréticas que minimizaban la gravedad de vivir en pecado. El hedonismo enseñaba que no importaban desenfrenarse en toda clase de pecado para satisfacer los deseos de la carne, porque al final, la carne era mala y el espíritu bueno, y ambos no se mezclaban, así que, que importaba darles rienda suelta a los deseos de la carne. Sin embargo, Juan quería dejar bien en claro que la naturaleza de Dios es santa y justa, por tanto, sus seguidores también deben serlo y por ello usa la metáfora de la luz para dejar clara la naturaleza de Dios. La luz puede ser una característica que encierra muchas virtudes que perfectamente encajan en la persona de nuestro Señor. En primer lugar, la luz ilumina y resplandece en todo momento y releva la realidad de las cosas que tiene alrededor, contrario a las tinieblas que todo lo encubre. En este sentido, Dios es luz, su naturaleza es resplandeciente, gloriosa, pura, santa, justa y llena de virtudes, mientras que las tinieblas son un sinónimo de todo lo injusto y pecaminoso: Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Mientras que las tinieblas encubren la realidad de las cosas, porque son vergonzosas, la luz lo descubre todo y el que anda en luz sus prácticas piadosas quedan al descubierto y no se avergüenza porque anda en la verdad: “Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”, (Juan 3:21). En segundo lugar, la luz da vida, y así lo vemos en la naturaleza ya que si no existiera luz solar no se pudiese dar la fotosíntesis en las plantas y prácticamente la vida no sería posible en este planeta. De igual forma, aquellos que viven en las tinieblas viven en sus delitos y pecados, espiritualmente muertos y rumbo a la muerte eterna; pero aquellos que se acercan a la luz que es Cristo, tienen vida eterna: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”, (Juan 1:4-5). En tercer lugar, la luz descubre todo, mientras que los que viven en las tinieblas, Satanás los tiene engañados, sin darse cuenta de que sus pasos los conducen a la condenación eterna: “En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”, (2 Corintios 4:4); pero aquellos que vienen a la luz, la verdad de Cristo alumbra sus rostros: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”, (2 Corintios 4:6). Por todo esto, Juan decía que Dios es luz y en Él no hay tinieblas.

 

ANDANDO EN LA LUZ

 “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.

1 Juan 1:6-7

                   Como Dios es luz, se espera que sus hijos anden en la luz, porque nadie que se llame a si mismo cristiano puede seguir viviendo en el pecado, porque entonces aun estará en tinieblas y el tal será un mentiroso: Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad. Aquellos que entienden que Dios es santo y justo, no pueden vivir en sus pecados, y esto era importante que los creyentes del tiempo de Juan lo entendieran para que no cayeran en el error del hedonismo, que alentaba a las personas a satisfacer sus deseos de su naturaleza pecaminosa, por ello, se espera que los cristianos seamos santos, porque nuestro Dios es santo: “Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”, (1 Pedro 1:16). Todos sabemos que el pecado causa una ruptura en la relación de Dios con el hombre, por ello, es necesario que el creyente viva en la luz, caminando rectamente conforme a su palabra, cuando esto es así, su comunión con el hombre y sus hermanos es perfecta y esto se logra ya que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado: pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Jesucristo es el único que puede perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad de tal forma que nos permite reconciliarnos con el Padre y tener una verdadera comunión con Él, siendo transformados para ser luz y que nuestra luz alumbre a los hombres de este mundo y vean la obra salvífica que nuestro Señor a operado en nosotros: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”, (Mateo 4:14-16). Cuan importante es que comprendamos esta enseñanza que Juan no da acerca de que Dios es luz y por ende, nosotros debemos andar en luz, porque muchos pueden creer que por cumplir unos requisitos religiosos, o practicar una liturgia, o ir a la iglesia el fin de semana, es suficiente, pero aun viven en sus pecados, siendo mentirosos, calumniadores, lujuriosos, injustos, avaros o practicando cualquier otra obra de la carne, pero debemos entender que solo los de limpio corazón entraran en el reino de Dios: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño”, (Salmo 24:3-4).



domingo, 19 de diciembre de 2021

El mensaje del cual hemos sido testigos (1 Juan 1:1-4)

 

“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido”.

1 Juan 1:1-4

INTRODUCCIÓN

                Si revisamos las cartas de Pablo, Pedro, Judas y Santiago, estos inician identificándose como los autores de dichas cartas, saludando a los destinatarios y deseándoles gracia, gozo y paz, sin embargo, 1 Juan no posee esta estructura, sino se introduce inmediatamente con lo que tiene en mente, dar testimonio de lo que es verdadero. Juan quiere confirmar a sus lectores que este mensaje que les transmite no es un mensaje que recibió de alguna persona de esta tierra o algo que alguien más le contó, sino que es un mensaje basado en su experiencia personal, es decir, fue un testigo de todas las cosas que ocurrieron, siendo de esta forma su testimonio verdadero y de eso quiere compartirles.


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El mensaje del cual hemos sido testigos 


LO QUE HA SIDO DESDE EL PRINCIPIO 

“Lo que ha sido desde el principio…”

1 Juan 1:1

                 Cuando leemos esta primera parte del versículo 1 del capítulo 1 de 1 Juan no podemos dejar de pensar que a lo mejor el apóstol tenía en mente la introducción que uso allá cuando escribió el evangelio según Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”, (Juan 1:1). Al mismo tiempo estas palabras nos recuerdan la introducción del libro de Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, (Génesis 1:1). Todo comenzó en el principio, con Dios, y todo fue perfecto, su creación y el hombre, pero por causa del pecado el mundo entro en un caos de total maldad que lo destruye y lo conduce a la condenación eterna, pero el mensaje del cual Juan daba testimonio traía esperanza de vida eterna que principia con nuestro Señor Jesucristo, quien es desde el principio de los tiempos, porque es Dios eterno. Por eso, el mensaje del evangelio trae un nuevo principio para el hombre que se encuentra perdido en sus delitos y pecados, y este principio se encuentra en conocer a Jesús quien, a través de su sacrificio vicario, lo convierte en nueva criatura haciendo nuevas todas las cosas: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”, (2 Corintios 5:17).

 

UN TESTIMONIO BASADO EN LO QUE HEMOS OÍDO, VISTO Y PALPADO

“… lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)”.

1 Juan 1:1-2

                  Este mensaje que Juan anunciaba no estaba basado en algo que había leído por allí, o en algo que le habían contado o escuchado en algún lugar, tal y como era el caso de los falsos maestros que estaban introduciendo doctrinas heréticas en la iglesia, no era así en el caso del apóstol, sino que el mensaje que les traía era uno del cual él personalmente había sido testigo. Es interesante ver cómo el apóstol describe la forma en la que fue testigo de este mensaje: lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida. Dice que aquello que ellos oyeron con sus oído, lo que vieron con sus ojos y palparon con sus manos tocante al Verbo de vida era lo que les testificaban y esto de oír, ver y tocar hace referencia al hecho de que fue algo que percibieron con todos sus sentidos, es decir, no fue algo que solo oyeron por allí, o una visión extraña que experimentaron, sino que lo percibieron con todos sus sentidos y es más, el día que Jesús resucito les invito a palpar con manos sus heridas para que se convencieran que había resucitado y no estaban hablando con un fantasma: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”, (Lucas 24:39). Y esta experiencia de conocer con todos sus sentidos al Verbo de vida fua lago que tuvieron la oportunidad de contemplar, no por un momento, sino por 3 años y medio. Las palabras “lo que hemos contemplado”, se traduce del griego zeáomai (θεάομαι), el cual describe la acción no solo de mirar por mirar, sino que es mirar con detenimiento para entender y conocer. De esta forma, Juan tuvo la oportunidad de contemplar al Verbo de vida, que es Jesús, y este era su testimonio: porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó. Aquí Juan le llama a Jesús el Verbo de vida y estas palabras se traducen del griego lógos dsoé (λόγος ζωή), lo cual literalmente significa, Palabra de Vida, y realmente lo es, Jesús es la palabra que da vida al que está muerto en sus delitos y pecados, contrario a aquellos falsos maestros que enseñaban doctrinas heréticas que conducían al infierno, por ello el mismo Señor dijo: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”, (Juan 6:63).


EL PROPÓSITO DEL MENSAJE QUE ANUNCIAMOS 

“Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido”.

1 Juan 1:3-4

                  En estos versículos encontramos el propósito del mensaje que anunciamos. En primer lugar, el mensaje es anunciado para traer comunión entre los creyentes: Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros. El mensaje del evangelio tiene como propósito crear una verdadera comunión entre los mismos hombres, de hecho, esta característica era fomentada en las iglesias juaninas a tal punto que no tenían obispos o personas que pudiesen llamar entre ellos principales, ya que todos se consideraban iguales y reinaba la hermandad entre ellos. Si existe un rasgo característico de la iglesia del primer siglo fue la gran unidad y hermandad que los cristianos tuvieron: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”, (Hechos 4:32). Hoy en día este mismo mensaje se nos ha compartido a través del evangelio de Jesucristo, todo con el propósito que tengamos comunión con nuestros hermanos en la iglesia. En segundo lugar, este mensaje ha sido anunciado para que tengamos comunión con el Padre y el Hijo: y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Por causa del pecado la comunión del hombre con Dios está rota, pero cuando viene a Cristo por medio del mensaje del evangelio, este se reconcilia con Él para tener una comunión perfecta: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”, (Romanos 5:10-11). Contrario a las enseñanzas herética de los falsos maestros del tiempo de Juan que los conducía a una mala comprensión de Cristo, el mensaje del verdadero evangelio traía comunión con Dios y el hombre, y esta palabra comunión que aparece aquí se traduce del griego koinonía (κοινωνία), y esta nos habla de expresar un compañerismo basado en el amor donde todos participan y se apoyan mutuamente. Este es la verdadera comunión que debe existir en la iglesia y se obtiene a través del verdadero mensaje del evangelio, ningún otro mensaje lo conseguirá, y ahora nosotros podemos estar seguros que nos encontramos en la verdad porque el Espíritu Santo da testimonio de ello y podemos disfrutar de una comunión plena con Dios, sabiendo que gracias a Cristo hemos heredado la vida eterna: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”, (Romanos 8:15-17). Es el Espíritu Santo que da testimonio a nuestro corazón de que somos hijos de Dios y que tenemos plena comunión con Él.