sábado, 27 de mayo de 2017

El peor error de todos (1 Reyes 16:1-4)


“Y vino palabra de Jehová a Jehú hijo de Hanani contra Baasa, diciendo: Por cuanto yo te levanté del polvo y te puse por príncipe sobre mi pueblo Israel, y has andado en el camino de Jeroboam, y has hecho pecar a mi pueblo Israel, provocándome a ira con tus pecados; he aquí yo barreré la posteridad de Baasa, y la posteridad de su casa; y pondré su casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat. El que de Baasa fuere muerto en la ciudad, lo comerán los perros; y el que de él fuere muerto en el campo, lo comerán las aves del cielo”.
1 Reyes 16:1-4

INTRODUCCIÓN


            El peor error de todos es cometer los mismos errores que otros ya cometieron y por los cuales perecieron. Se ha dicho que los errores son importantes en nuestra vida en la medida que aprendemos de ellos. Sin embargo, hoy veremos a un hombre llamado Baasa que no solo no aprendió de sus errores, sino que no aprendió de los errores de otros. Baasa conoció la historia de Jeroboam y de cómo sus pecados lo destruyeron con toda su familia lo cual le dio una oportunidad de aprender de estos errores y tomar el reino que una vez fue de Jeroboam, no obstante, perseveró en los mismo errores y tuvo el mismo fin.

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El error de Baasa

                               I.            BAASA TUVO LA OPORTUNIDAD DE APRENDER DEL ERROR DE JEROBOAM.


Baasa llego al reinado de Israel gracias a los errores que Jeroboam, el primer rey que la nación dividida del norte de Israel tuvo. Dios le había prometido a Jeroboam que si andaba perfecto en sus caminos iba a ser bendecido y su reino sería afirmado, pero lamentablemente persistió en el pecado y eso trajo el juicio de Dios sobre su vida y descendientes: “por tanto, he aquí que yo traigo mal sobre la casa de Jeroboam, y destruiré de Jeroboam todo varón, así el siervo como el libre en Israel; y barreré la posteridad de la casa de Jeroboam como se barre el estiércol, hasta que sea acabada. El que muera de los de Jeroboam en la ciudad, lo comerán los perros, y el que muera en el campo, lo comerán las aves del cielo; porque Jehová lo ha dicho”, (1 Reyes 14:10-11). Esta sentencia fue ejecutada por el mismo Baasa: “Y Baasa hijo de Ahías, el cual era de la casa de Isacar, conspiró contra él, y lo hirió Baasa en Gibetón, que era de los filisteos; porque Nadab y todo Israel tenían sitiado a Gibetón. Lo mató, pues, Baasa en el tercer año de Asa rey de Judá, y reinó en lugar suyo. Y cuando él vino al reino, mató a toda la casa de Jeroboam, sin dejar alma viviente de los de Jeroboam, hasta raerla, conforme a la palabra que Jehová habló por su siervo Ahías silonita; por los pecados que Jeroboam había cometido, y con los cuales hizo pecar a Israel; y por su provocación con que provocó a enojo a Jehová Dios de Israel”, (1 Reyes 15:27-30). Con esto Baasa se convirtió en el rey de Israel y tuvo la oportunidad de ser bendecido de parte de Dios, pero lamentablemente no aprendió del error que Jeroboam cometió.

                            II.            BAASA DECIDIÓ COMETER EL MISMO ERROR JEROBOAM CREYENDO QUE SALDRÍA LIBRADO DE LAS CONSECUENCIAS DEL PECADO.


“En el tercer año de Asa rey de Judá, comenzó a reinar Baasa hijo de Ahías sobre todo Israel en Tirsa; y reinó veinticuatro años. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, y anduvo en el camino de Jeroboam, y en su pecado con que hizo pecar a Israel”.
1 Reyes 15:33-34

            Lamentablemente Baasa no aprovecho la oportunidad que Dios le había dado y en lugar de eso persistió en los mismos pecados de Jeroboam. Baasa vio el triste fin que Jeroboam tuvo al no obedecer a Dios y lo más lógico sería pensar que al ver tal ejemplo se hubiera apartado de sus caminos, pero lamentablemente no lo hizo, sino que los siguió. Cuantas veces hemos oído el trágico final de muchas personas que endurecieron sus corazones con Dios y sus pecados los llevaron a un triste final; pero lo más ilógico de todo esto es ver como algunas personas que ven el trágico final de otros y aún no se apartan de ellos. Cuantas personas han escuchado como el adulterio destruye las familias y aun así se involucran en estos pecados, o cuántas personas han visto como los vicios y drogas destruyen a los que los consumen y aun así se hunden en este mundo, o cuantos han visto cómo las personas que se involucran en la violencia y delincuencia terminan muertos o presos en la cárcel y aun así se involucran en estos delitos, y en general cualquier pecado que el hombre cometa lo destruirá y el hombre generalmente es consciente de ello pero aun así decide involucrarse creyendo que no lo afectará. Posiblemente Baasa pensó que podía manejar el pecado de manera más astuta que Jeroboam, pero se equivocó porque al final sus pecados lo alcanzaron de la misma forma que al otro: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”, (Gálatas 6:7-8).

                         III.            EL PEOR ERROR DE BAASA: COMETER LOS MISMOS PECADOS DONDE OTROS PERECIERON.


Aunque Baasa quizás creyó que su fin sería diferente al de Jeroboam, no lo logro porque al final el mismo juicio que cayó sobre Jeroboam y que él mismo ejecutó, lo alcanzo: Y vino palabra de Jehová a Jehú hijo de Hanani contra Baasa, diciendo: Por cuanto yo te levanté del polvo y te puse por príncipe sobre mi pueblo Israel, y has andado en el camino de Jeroboam, y has hecho pecar a mi pueblo Israel, provocándome a ira con tus pecados; he aquí yo barreré la posteridad de Baasa, y la posteridad de su casa; y pondré su casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat. El que de Baasa fuere muerto en la ciudad, lo comerán los perros; y el que de él fuere muerto en el campo, lo comerán las aves del cielo. Y así fue porque Baasa murió en sus pecados y posteriormente toda su descendencia es muerta de la misma forma que fue muerta la descendencia de Jeroboam: “En el año veintiséis de Asa rey de Judá comenzó a reinar Ela hijo de Baasa sobre Israel en Tirsa; y reinó dos años. Y conspiró contra él su siervo Zimri, comandante de la mitad de los carros. Y estando él en Tirsa, bebiendo y embriagado en casa de Arsa su mayordomo en Tirsa, vino Zimri y lo hirió y lo mató, en el año veintisiete de Asa rey de Judá; y reinó en lugar suyo”, (1 Reyes 16:8-10).

Hoy en día todos aquellos que hemos escuchado el evangelio ser predicado no podemos decir que ignoramos el destino de los malos: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella”, (Deuteronomio 30:15-16). Dios nos ha declarado el peligro que corremos al escoger el camino malo y la gran bendición que nos espera si seguimos el camino que Cristo nos ofrece, por lo que todos debemos ser sabios y aprender de los errores de aquellos que ignoraron estas palabras para ser salvos de la condenación eterna.

CONCLUSIÓN.


El peor error que le puede pasar a una persona es perecer en el mismo error de otra. Tristemente Baasa pudo haber aprovechado la oportunidad que tuvo de ser próspero y bendecido de parte de Dios, pero al final se desvió en los mismos pecados que Jeroboam cometió. Quiera Dios que veamos el mal y nos apartemos de él porque el deseo del Señor es la salvación de nuestra alma.


Pecados no confesados (1 Juan 1:8-10)



“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.
1 Juan 1:8-10

INTRODUCCIÓN


            Posiblemente hemos escuchado hablar acerca de la confesión de pecados, pero cuántos de nosotros realmente conocemos la importancia de esta. Hoy en día muchos creen que no necesitan tal cosa como confesar sus pecados ya que se consideran buenas personas, otros por el contario saben que son malos pero se niegan a confesar su maldad, otros practican mal la confesión declarando sus errores a hombres en lugar de hacerlo con Cristo. En estos versículos Juan nos habla de la importancia de confesar para salvación de nuestra alma nuestros pecados, pero, veamos qué es lo que la Biblia enseña respecto a este tema.

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Pecados no confesados

                               I.            LAS CONSECUENCIAS DE NO CONFESAR NUESTROS PECADOS.


La Biblia habla de la importancia que el hombre confiese sus pecados ya que es de suma importancia para la vida del ser humano. Pero, ¿por qué las Escrituras nos exhortan a la confesión de nuestros pecados? Veamos al menos tres razones de ello.

1.      Al no confesar nuestros pecados nuestro corazón se endurece.


Cuando el hombre decide confesar sus pecados a Dios está realmente reconociendo su maldad como resultado de un corazón arrepentido, pero cuando decido no confesarlos lo que está haciendo es no reconocer su pecado y como consecuencia su corazón se endurece para su propio fin. En la Biblia vemos el ejemplo de faraón el cual viendo los prodigios de Dios no se arrepintió y su corazón se endureció para su propio fin: “Pero viendo Faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón y no los escuchó, como Jehová lo había dicho”, (Éxodo 8:15). Muchos como faraón han endurecido sus corazones y con el tiempo se han vuelto insensibles al evangelio de Cristo, todo esto consecuencia de nunca haber reconocido y confesado en sincero arrepentimiento su pecado.

2.      Al no confesar nuestros pecados nuestra vida va directo al fracaso.


La Biblia nos enseña que todo aquel que no confiesa sus pecados no prospera, sino va rumbo al fracaso: “El que encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”, (Proverbios 28:13).  Todo aquel que confiesa sus pecados reconoce sus faltas y decide apartarse del mal, pero aquellos que no lo hacen persisten en su mismo error y este camino lleva por sendas de pecado que lo único que hacen es destruir la vida del ser humano: “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte”, (Proverbios 16:25).

3.      Al no confesar nuestros pecados vamos directo al infierno.


Finalmente, el que no confiesa sus pecados a Jesucristo, jamás alcanzara el perdón de sus pecados. En la Biblia encontramos la parábola del publicano y el fariseo donde vemos claramente este principio espiritual donde solo aquel que reconoce su maldad y los confiesa será justificado.
“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Lucas 18:9-14
            
               Esta parábola nos muestra en la persona del fariseo a todos aquellos que creen en sus propias justicias y piensan que no tienen necesidad de confesar sus pecados, porque no los tienen. Sin embargo, vemos a un publicano, un hombre pecador que reconoce sus pecados y los confiesa delante de Dios con un corazón contrito esperando recibir el perdón: Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Por tanto, solamente el confesar nuestros pecados puede salvarnos de la horrenda condenación eterna, pero, ¿en qué consiste confesar nuestros pecados?

                            II.            CONFESAR SIGNIFICA RECONOCER NUESTROS PECADOS Y PEDIR PERDÓN A JESÚS POR ELLOS.


Confesar significa reconocer nuestros pecados y pedirle perdón a Cristo por ellos para que seamos perdonados. Por eso el apóstol Juan decía que nadie podía decir que no tiene pecado porque se hace a sí mismo mentiroso, pero todos aquellos que los confesemos, Cristo Jesús tiene el poder para perdonarlos: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Cuando el hombre se sincera delante de Dios a través de la confesión de sus pecados allá el descanso para su alma: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado”, (Salmo 32:1-5).

CONCLUSIÓN.


Por lo tanto terminamos diciendo esto:

1.      El pecado no confesado endurece el corazón.
2.      El pecado no confesado nos conduce a caminos de muerte.
3.      El pecado no confesado nos condena eternamente.


Confesar nuestros pecados significa reconocer nuestra maldad con un corazón arrepentido y pedirle a Jesús que nos perdone para llegar a heredar la vida eterna.


La Separación de los Justos e Injustos (Mateo 13:47-50)



“Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes”.
Mateo 13:47-50

Introducción


             Terminamos las siete parábolas de esta sección con la parábola de la red la cual trata la misma enseñanza que la parábola del trigo y la cizaña. No olvidemos que las siete parábolas que Jesús narra en esta sección tratan del Reino de los cielos el cual asemeja a escenarios de la vida cotidiana como el sembrar en un campo, la ciega de trigo, el enterrar un tesoro en un campo, el hacer pan con harina y un poco de levadura, el comerciar con perlas, el crecimiento de una semilla de mostaza y ahora lo compara a una red de pescador que recoge peces buenos y peces malos. Esta parábola finaliza las enseñanzas del reino de los cielos y termina recordando el juicio final que le espera a este mundo donde se separaran lo justos de los injustos.

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La parábola de la red

La Red Ha Sido Echada


“Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera”.
Mateo 13:47-48

             La pesca era un oficio muy practicado en los tiempos de Jesús, especialmente en la región de Galilea, y de hecho, algunos de los apóstoles se dedicaban a este oficio: “Andando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron. Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes. Y luego los llamó; y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron”, (Mateo 1:16-20). Existían dos métodos usados en palestina para pescar, el primero consistía en llegar a aguas profundar con una barca y luego echar con fuerza una gran red que tenía en sus extremos pesas de plomo las cuales hacían que la red descendiese profundamente de manera rápida y así atrapar muchos peces. Luego que la red atrapaba a los peces, se arrastraba a la orilla donde se clasificaban los peces. El segundo método, que es del que Jesús habla en esta parábola, es aquel donde se amarraba una gran red cuadrada al bote y conforme este avanzaba la red tomaba una forma cónica atrapando toda clase de peces conforme esta avanzaba. El problema con este método es que atrapaba tanto peces buenos como malos por lo que se esperaba llegar a la orilla para inicia la separación. Los peces comestible eran arrojados en una cubeta con agua para mantenerlos fresco, los malos eran desechados. Jesús termina su narración de parábolas diciendo que el reino de los cielos consiste en esperar el fin del mundo donde Dios separará lo justos de los injustos para darle a cada quien la paga según sus obras; mientras tanto, convivirán los hijos del reino junto con los hijos de las tinieblas, tal y como lo vimos en la parábola del trigo y la cizaña. Es importante no olvidar este principio porque podría darse el caso de que el hijo del reino dude de mantenerse integro en este mundo de corrupción, donde muchos se han contaminado con el pecado. Como hijos de Dios debemos saber esperar la manifestación del reino de Dios y en la Biblia podemos ver como aun en tiempos difíciles, siempre hubo personas que se mantuvieron firmes en su fe. Por ejemplo, en tiempos antes del diluvio solamente Noé halló gracia a los ojos de Dios en medio de un mundo de corrupción moral: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho. Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová”, (Génesis 6:5-8). También en tiempos de Elías habían siete mil hombres que no se habían entregado a la idolatría de Israel: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron”, (1 Reyes 19:18). En tiempo de la deportación Daniel y sus tres amigo propusieron no olvidar a su Dios y contaminarse con los manjares del palacio: “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse”, (Daniel 1:8). En los tiempos que Jesús nació, en medio de tanto pecado y corrupción religiosa, Simeón se mantuvo integro esperando que sus ojos vieran la consolación de Israel: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él”, (Lucas 2:25). Y así sucesivamente, uno podría encontrar en cada época de la tierra un remanente fiel al Señor que ha estado esperando su consolación y no se ha contaminado con los placeres de este mundo de pecado. Hoy en día la maldad ha crecido tanto que incluso ha penetrado a algunos miembros de la iglesia, pero cada uno de los hijos del reino debemos mantener siempre nuestra integridad, esperando la venida de nuestro Señor, porque llegará el día en el que se separarán los justo de los injusto, y cada uno recibirá su castigo por lo cual Apocalipsis exhorta a los cristianos a santificarse cada día más y no contaminarse con el pecado de este mundo: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”, (Apocalipsis 22:11-12).

El Tiempo del Fin


“Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes”.
Mateo 13:49-50

                Jesús nos dice que para el tiempo del fin saldrán los ángeles a apartar a los malos de entre los justo con el fin de echar al castigo eterno a los malos. La Biblia es clara al enseñarnos que antes que venga el día de castigo para este mundo su iglesia será apartada: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra”, (Apocalipsis 3:10). En Daniel se nos habla del día donde unos resucitaran para vida eterna y otros para condenación eterna: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”, (Daniel 12:2), y el apóstol Pablo nos dice que antes que el juicio venga sobre esta tierra los muertos en Cristo resucitaran y los demás seremos arrebatados al cielo, escapando así de la gran tribulación que viene para este mundo: “Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”, (1 Tesalonicenses 4:15-17). Con el arrebatamiento de la iglesia se estaría cumpliendo la primera parte de esta parábola donde los peces buenos son puestos aparte, porque luego vendrá la gran tribulación a este mundo donde la ira de Dios se desatara sobre los hombres inicuos de esta tierra y será un momento tan terrible que la Biblia lo llama día de gran angustia: “Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres. Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol. Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra”, (Sofonías 1:14-18). Basta leer en Apocalipsis los juicios de los siete sellos, las siete trompetas y las siete copa de la ira de Dios para entender que aquel día será terrible para los impíos: “Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios. Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen. El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar. El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos. El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria. El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras”, (Apocalipsis 16:1-11). Lo mejor que el hombre puede hacer ahora es convertirse de corazón a Dios, creer en Cristo para escapar de este terrible juicio que viene porque todos los que hemos creído en Cristo tenemos la esperanza de que cuando el día del Señor venga, nos apartara de estos terribles castigo, pero aquellos que nunca se santificaron será arrojados al fuego del castigo. Por tanto, creamos en sus promesas porque solamente Jesús puede otorgarnos el don de la vida eterna y ayudarnos a escapar del infierno: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”, (Juan 5:24).




viernes, 26 de mayo de 2017

La promesa del Espíritu Santo (Juan 7:37-44)



“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado. Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: Verdaderamente éste es el profeta. Otros decían: Este es el Cristo. Pero algunos decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo? ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo? Hubo entonces disensión entre la gente a causa de él. Y algunos de ellos querían prenderle; pero ninguno le echó mano”.
Juan 7:37-44

INTRODUCCIÓN


                  Llegamos al último día de una de las principales festividades que los judíos celebraban en Jerusalén, el día octavo de la fiesta de los tabernáculos: “Pero a los quince días del mes séptimo, cuando hayáis recogido el fruto de la tierra, haréis fiesta a Jehová por siete días; el primer día será de reposo, y el octavo día será también día de reposo”, (Levíticos 23:39). Ya hemos explicado la importancia que esta fiesta tenía en la vida de los judíos, ya que por un lado recordaban la peregrinación de Israel por el desierto, y por otro agradecían la cosecha que Dios les concedía. Al octavo día el pueblo entero reposaba en las cabañas provisionales que hacían y recordaban cómo Dios había proveído durante 40 años el preciado maná, y al mismo tiempo hacían memoria de cómo Dios había hecho brotar agua de la peña en dos ocasiones diferentes, especialmente porque al octavo día no se les permitía hacer ningún trabajo y el agua escaseaba en medio del gran sol y les era prohibido ir a un pozo o cisterna, sacarla y cargarla hasta la cabaña provisional, lo cual hacía que los judíos comprendieran lo valioso que es el precioso líquido para la sobrevivencia del ser humano en el desierto. Es justo en este momento clave de la celebración en el cual Jesucristo se levanta y dice otras de sus declaraciones más impactantes que la Biblia registra y que hace referencia a la venida del Espíritu Santo en la vida del creyente: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.

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La promesa del Espíritu Santo

LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO


“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
Juan 7:37-39

                Justo en el último de la fiesta, en el momento más importante y solemne de la festividad, Jesús se para y alzando su voz declara una poderosa promesa para todos los sedientos de Dios: En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Este día era grande, porque era la culminación de una de las tres fiestas más solemnes de los judíos las cuales ellos esperaban año tras año con el fin de buscar a Dios y saciar la necesidad espiritual que cada uno tenía. Año tras año los judíos de la dispersión realizaban peregrinaciones hasta Jerusalén con el fin de estar en estas tres celebraciones porque dentro de ellos existía esa sed de justicia que solamente Dios podía saciar, sin embargo, aquel día Jesús se levantó y en voz alta dijo que esa sed de Dios que sentían podía ser saciada para siempre si tan solo creyesen en Él. Lo cierto es que ninguna religión o ceremonia puede saciar el corazón del hombre, y como le prometió a la mujer samaritana también a todos nosotros se nos promete que podemos beber del agua que corre de un rio de agua vida: El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Los judíos acostumbraban beber agua de pozos o cisternas, pero el agua que Jesús ofrecía no era como esas aguas estancadas, sino proviene un rio que siempre corre y está fresca. Esta es la diferencia entre lo que la religión humana ofrece y lo que Cristo tiene para cada uno de nosotros. Ahora bien, esta poderosa declaración no es más que una gran profecía de lo que iba a venir más adelante, la venida del Espíritu Santo: Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado. El apóstol Juan asocia esta declaración de los ríos de agua viva que satisfacen la sed de justicia del hombre con la venida del Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento existen algunas profecías que anunciaban el agua de vida que Dios traería sobre la vida de los seres humanos, por ejemplo, Isaías lo declara de la siguiente forma: “Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan”, (Isaías 58:11). Y en Zacarías lo leemos de la siguiente manera: “Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno”, (Zacarías 14:8). Posiblemente Jesús inspiro sus palabras en alguna de estas profecías, y esas aguas vivas que los profetas anunciaban no era más que el Espíritu Santo que Joel anuncio que vendría en los postreros tiempos: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días”, (Joel 2:28-29). Esta profecía de Joel se cumplió después de la muerte y resurrección de Jesús, en el día de Pentecostés: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”, (Hechos 2:1-4). Es el Espíritu Santo que trae el poder que el creyente necesita para vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, es su presencia la que siempre lo acompaña y le instruye en toda justicia a través de iluminar su mente y corazón en cuanto al verdadero significado de la palabra de Dios, además de calmar el hambre y la sed espiritual que tanto agobiaba su alma. Esta definitivamente es una de las grandes promesas de Dios, el convertirnos en templo y morada del Espíritu Santo, de Dios mismo, tal y como lo declara la Escritura: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”, (Efesios 2:22).

LA CONFUSIÓN DE LOS JUDÍOS EN CUANTO A LA PERSONA DE JESÚS


“Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: Verdaderamente éste es el profeta. Otros decían: Este es el Cristo. Pero algunos decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo? ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo? Hubo entonces disensión entre la gente a causa de él. Y algunos de ellos querían prenderle; pero ninguno le echó mano”.
Juan 7:40-44

                  Una vez más vemos como Jesús causo confusión y controversias en medio de la gente. Por un lado estaban las personas que se admiran de Él y lo consideraban un profeta: Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: Verdaderamente éste es el profeta. Otros se preguntaban si a lo mejor era el Mesías que estaban esperando: Otros decían: Este es el Cristo. Pero algunos contradecían estas palabras diciendo que jamás el Cristo vendría de Galilea, porque Jesús se había criado en Nazaret, pero ignoraban que había nacido en Belén: Pero algunos decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo? ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo? Al final las palabras de Cristo no lograron penetrar en la mayoría de las personas porque una vez más sus prejuicios religiosos lo desviaron de la verdad: Hubo entonces disensión entre la gente a causa de él. Y algunos de ellos querían prenderle; pero ninguno le echó mano. De esta forma aquella fiesta estaba terminando y muchos judíos volvieron de ella con la necesidad de su alma insatisfecha porque solamente Jesús puede darnos la verdadera agua de vida que es el Espíritu Santo, quiera Dios que todos nosotros no busquemos saciar nuestras necesidades espirituales en ningún rito religiosos porque solamente Jesús puede darnos el descanso de nuestra alma y hacer que nuestro interior corran ríos de agua viva.




Aún es tiempo de buscar a Jesús (Juan 7:32-36)

“Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas; y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendiesen. Entonces Jesús dijo: Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que me envió. Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir. Entonces los judíos dijeron entre sí: ¿Adónde se irá éste, que no le hallemos? ¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos? ¿Qué significa esto que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir?”.
Juan 7:32-36

INTRODUCCIÓN


            Continuamos el recorrido de estos versículos del capítulo 7 que nos narran una de las ocasiones en las cuales nuestro Señor Jesucristo subió a Jerusalén. No olvidemos que uno de los detalles de este evangelio en que nos presenta una faceta del ministerio de nuestro Señor en Jerusalén, relatos que no aparecen en los evangelios sinópticos los cuales se enfocan en el ministerio de Cristo en Galilea y cuando sube a Jerusalén es solo para morir crucificado. Posiblemente para este momento la fiesta de los tabernáculos ya había iniciado y Jesús se movían con cautela entre la gente la cual murmuraba de Él, sin embargo, los líderes religiosos se enteraron de ello y decidieron enviar alguaciles para prenderle.

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Aún es tiempo de buscar a Jesús

LOS ALGUACILES BUSCAN A JESÚS


“Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas; y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendiesen”.
Juan 7:32

               Jesús no pudo mantener su estancia en Jerusalén en secreto por mucho tiempo, especialmente porque la gente murmuraba mucho respecto a Él a tal punto que estas llegaron a oídos de los líderes religiosos de los judíos. Juan nos aclara que estos líderes religiosos eran de los principales sacerdotes y de los fariseos  los cuales enviaron alguaciles a capturarlo. Estos posiblemente eran miembros del Sanedrín el cual estaba compuesto por los fariseos, escribas y saduceos más destacados, los cuales ejercían cierta autoridad y poseían su propia guardia personal que podía capturar a aquellos a quienes ellos consideraban una amenaza para la nación, todo esto lo ejercían bajo la jurisdicción romana. Por eso cuando se enteraron de que Jesús se encontraba en Jerusalén, el lugar donde ejercían el mayor poder, decidieron enviar alguaciles a capturarlo: Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas; y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendiesen.

EL TIEMPO DE JESÚS PARA VOLVER A SU PADRE


“Entonces Jesús dijo: Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que me envió”.
Juan 7:33

                    Aunque los líderes religiosos de Jerusalén enviaron alguaciles a prenderlos no lograron su fin porque aún su tiempo de ser crucificado no había llegado, sin embargo, este tiempo se acercaba y llegaría el momento que los dejaría para regresar a su Padre: Entonces Jesús dijo: Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que me envió. Jesús vino a este mundo a realizar la voluntad de su Padre, y cuando murió en la cruz del Calvario exclamando: “Consumado es”, (Juan 19:30),  porque había cumplido su misión, pero después de tres días resucitó y se sentó a la diestra de su Padre y se le dio la potestad sobre todo señorío y reino, aun sobre la muerte y el pecado de tal forma que ahora puede otorgarnos el perdón de pecados: “Y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”, (Efesios 1:19-22).

AÚN ES TIEMPO DE BUSCAR A JESÚS


“Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir. Entonces los judíos dijeron entre sí: ¿Adónde se irá éste, que no le hallemos? ¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos? ¿Qué significa esto que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir?”.
Juan 7:34-36

                      En estos versículos Jesús realiza una especie de anuncio profético en cuanto a lo que le puede pasar a las personas que rechazan su mensaje: Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir. Hay un momento en la vida de todo ser humano que Cristo se les revela; pero cuando estos deciden rechazarlo por diferentes razones no piensan en que un día podría ser demasiado tarde, y aunque lo busquen no lo encontraran y solo les quedara la condenación eterna. En Amós encontramos una profecía parecida donde se nos dice que habrá un tiempo donde las personas tendrán hambre de escuchar palabra de Dios, pero no la encontrarán: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán”, (Amós 8:11-12). Tal vez ahora desprecian la oportunidad de escuchar la palabra de Dios, y aun a nuestro Señor Jesús, pero vendrán días en que lo buscaran desesperadamente y que triste será saber que es demasiado tarde, que el tiempo de las oportunidades acabo y no hay más esperanza. Por eso el profeta dice: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”, (Isaías 55:6-7). Ante estas palabras de Jesús los judíos que lo escuchaban se llenan de dudas y comienzan a decir: ¿Adónde se irá éste, que no le hallemos? ¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos? ¿Qué significa esto que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir? Las palabras de Jesús tenían un trasfondo espiritual y significaban que iría a su Padre celestial después de terminar su misión redentora en esta tierra, pero la gente no entendía y creían que a lo mejor se iría a predicar a los dispersos entre los griegos, es decir, los judíos de la diáspora (los dispersados por todo el mundo), o que se iría a enseñarles a los griegos y que allí se perdería de la vista de todos. De alguna manera estaban en lo cierto, porque el mensaje de Cristo llegaría a todos los griegos y el mundo antiguo a través de su iglesia, pero por el momento Jesús estaba enfocado en terminar su ministerio entre los judíos. Lo cierto es que ahora nosotros podemos recibir su mensaje y creer en Él para vida eterna, no vaya a ser que después de tanto tiempo nuestro corazón se endurezca y nos aleje de Él hasta que sea demasiado tarde.



viernes, 19 de mayo de 2017

¿Quién es el hombre? (Salmo 8:4)



“Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”.
Salmo 8:4
INTRODUCCIÓN

             La pregunta del salmista: ¿qué es el hombre? Nos hace reflexionar en el hecho de quienes somos realmente. El ser humano jamás lograra alcanzar el verdadero éxito en su vida si no responde a esta pregunta, especialmente porque hoy en día existen muchas opiniones en cuanto al valor y origen del mismo hombre, pero en la Biblia podemos encontrar las respuestas a todas estas preguntas.

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¿Quién es el hombre?


                                I.            EL HOMBRE ES IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS.

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
Génesis 1:27

Lo primero que el hombre tiene que entender para responderse a la pregunta de ¿quién es él?, es que es creado a imagen y semejanza de Dios. El hombre no es producto de la casualidad como la teoría del big bang dice, ni es el resultado de un largo proceso de evolución como Charles Darwin lo dice, ni mucho menos es consecuencia de un implante extraterrestre como los ufólogos afirman. El hombre es creación de Dios, hecho a su imagen y semejanza. Solamente el hombre es imagen y semejanza de Dios y ningún animal, planta o incluso ángel tiene ese privilegio lo cual nos indica lo valiosos de la vida humana. El hombre debe saber tener un concepto acertado de lo que él es, y en ese sentido, debe evitar la baja autoestima porque es único entre todos los seres creados por Dios, pero tampoco debe creerse superior a otros semejantes a tal punto que los menosprecie porque es Dios quien lo ha creado y su vida depende de Él. Todos los seres y lo que existe fue creado por el poder de su palabra, pero solamente el hombre recibió el soplo de vida: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”, (Génesis 2:7).

                             II.            EL HOMBRE ES LA CORONA DE LA CREACIÓN DE DIOS.

“Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra? Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: Ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, Las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar”.
Salmo 8:4-8

Lo segundo que el ser humano tiene que comprender acerca de ¿quién es él?, es que es corona de toda la creación de Dios, tal y como el Salmo 8 lo expresa. Por un lado, es inferior a un ángel en cuanto a poder, pero al Señor le ha placido colocarlo como la corona de toda la creación, pero por el otro, es superior a la mayoría de criaturas al darle Dios raciocinio y la capacidad de elegir entre el bien y el mal.

                          III.            EL HOMBRE ESTÁ NECESITADO DE UN REDENTOR.

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
Romanos 5:12

La tercera cosa que el hombre tiene que saber en cuanto a quién es él es que es un pecado necesitado que Dios lo redima para huir de la condenación eterna. Debido a la desobediencia de Adán y Eva en el huerto del Edén al comer del árbol de la ciencia del bien y el mal, el pecado entro a la humanidad por lo que todos los seres humanos nacemos contaminados por el pecado: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”, (Génesis 3:6-7). El hombre tiene que comprender que no hay nada que pueda hacer para salvarse a sí mismo, ninguna religión o buenas obras serán suficientes para salvarlo del infierno, solamente la fe en Cristo: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”, (Romanos 10:9). El ser humano debe reconocer esta verdad espiritual que es muy importante porque solo así reconocerá la necesidad que tiene que Jesús lo redima por la fe de todos sus pecados.

                          IV.            EL HOMBRE HA SIDO CREADO PARA SER INMORTAL.

“No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”.
Juan 5:28-29

Finalmente, debemos entender que somos seres creados por Dios para ser eternos. Eso significa que esta vida no lo es todo, y que nuestra alma es eterna y trascenderá más allá de la eternidad y un día dará cuentas por todo lo que hizo, sea bueno, o sea malo. Jesús dijo que un día resucitaran todos los muertos y los que hicieron lo malo vendrán a condenación eterna, pero los que hicieron lo bueno, es decir, creyeron en el Hijo de Dios que es Jesús, serán salvos y pasaran a heredar la vida eterna.

CONCLUSIÓN.

Por años el hombre se ha preguntado ¿quién es él? ¿de dónde proviene? Y ¿hacia dónde va? La Biblia nos responde todas esas preguntas, y de acuerdo a ella podemos decir:

1.       El hombre es imagen y creación de Dios.
2.       El hombre es la corona de la creación.
3.       El hombre está muerto en sus pecados y necesita la redención de Cristo.
4.       El hombre tiene un alma eterna y la única manera de escapar del infierno es a través de la fe en Jesús.