jueves, 30 de noviembre de 2017

¿Hijos de quién? (Juan 8:39-47)



“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios”.
Juan 8:39-47

INTRODUCCIÓN


                La discusión de Jesús con los líderes religiosos de los judíos continúa y hasta el momento la temática ha girado alrededor de la esclavitud espiritual y quiénes verdaderamente son hijos de Abraham, no obstante, estos hombres una vez más afirman no solo ser hijos de Abraham, sino también hijos de Dios, y por tanto herederos de la vida eterna; pero nuestro Señor Jesucristo les hará entender que no son hijos de Dios los que nacen en alguna religión o tribu, mucho menos son salvos los que descendientes de un gran hombre de Dios, porque la salvación es por la fe personal de cada uno, y no porque algún antepasado haya realizado y conquistado por la fe grandes cosas para Dios. Al final, Jesús les hará ver la cruda realidad mostrándoles que no son hijos de Dios, sino hijos del diablo, porque las mismas obras que el diablo hacen.

Hijos-de-quien
¿Hijos de quién?


LAS FE QUE SALVÓ A ABRAHAM


“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham”.
Juan 8:38-40

                 Ya en los versículos anteriores vimos que realmente la descendencia de Abraham no solo son los que nacen en la carne de su línea directa, sino también aquellos que por la fe conquistan las promesas que a este hombre se le hizo: “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente”, (Génesis 26:4). De esta forma, es a través de su simiente, de Jesucristo, un verdadero descendiente de Abraham en la carne, que todos los que creen son salvos, sea este judío o gentil: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham”, (Gálatas 3:6-7). Sin embargo, vienen estos hombres renuentes y le reprochan a Jesús afirmando que Abraham es su padre lo cual los volvía hombres libres y herederos del reino de Dios: Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Por generaciones los judíos habían creído que solo bastaba nacer judío para ser salvo y heredero de la vida eterna, aun cuando estos fuesen pecadores ya que en las Escrituras del Antiguo Testamento habían pasajes que afirmaban que eran la descendencia de Dios: “Oh vosotros, descendencia de Abraham su siervo, hijos de Jacob, sus escogidos”, (Salmo 105:6). En otras palabras estos hombres creían que los “créditos pasados” de su antepasado Abraham eran más que suficiente para escapar de la condenación eterna. Sin embargo, el Señor les dice que no parecían hijos de Abraham porque no hacían las obras que él hizo, obras que expresaban su gran fe: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Si recordamos un poco la vida de Abraham nos recordaremos de aquella ocasión cuando Dios lo visito con dos ángeles y Abraham estaba sentado en su tienda y cuando los vio corrió a ellos, se postro ante ellos y los convido a su tienda: “Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo. Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos debajo de un árbol, y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y después pasaréis; pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz así como has dicho”, (Génesis 18:1-5). Aquí vemos un contraste entre lo que hizo Abraham y lo que hicieron estos hombres. Por un lado, Abraham corrió a atender a Dios y sus mensajeros para ofrecerles su hospitalidad; mientras que estos hombres querían matar al mensajero de Dios, a Jesús el Cristo. Por otro lado Abraham creyó a las promesas de Dios y estos hombres rechazaron la enseñanza de Jesús, por tanto eran completamente diferentes a Abraham. Al final uno puede entender que Abraham no se salvó por las obras, sino por la fe, ya que estas obras que hizo las cuales agradaron a Dios eran resultado que le había creído a tal punto que estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo primogénito creyendo que el Señor lo levantaría de entre los muertos y por ello el Señor juró por sí mismo que lo bendeciría: “Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único… Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”, (Génesis 22:10-12, 15-18).  Fue la fe la que salvo a Abraham y no sus obras, y por su fe alcanzo grandes promesas que bendecirían no solo a su descendencia, sino también a todas las naciones y esto se haría a través de su simiente que es Jesucristo. Ahora bien, esto no significa que solo bastaba ser descendiente de Abraham para ser salvo, como aquellos judíos creían, sino sigue siendo a través de la fe, porque si fuese por ser descendiente de alguien la fe fuera innecesaria, pero como es por fe aun los propios descendientes de Abraham pueden quedar excluidos de la vida eterna, tal y como le pasaron a otros descendientes de Abraham que no abrazaron esta promesa como lo fueron Ismael y Esaú. Cuantas personas hoy en día creen que la salvación viene por pertenecer a una etnia en especial, o por nacer en la religión de una familia, pero lo cierto es que solamente la fe en Jesús nos salvará.

SALVOS POR CONVERSIÓN NO POR NACER EN UN ENTORNO RELIGIOSO


“Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra”.
Juan 8:41-43

                    Aquí Jesús les dice que ellos no son hijos de Abraham ni mucho menos de Dios: Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Sin embargo, estos hombres se jactan delante de Jesús diciendo que ellos son hombres libres no nacidos de fornicación: Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. En cuanto a la interpretación de las palabras de estos judíos hay dos sugerencias. La primera afirma que la razón por la cual le dijeron que no eran hijos de fornicación fue porque realizaban una calumnia despectiva en cuanto al origen de Jesús ya que con el tiempo algunos enemigos de la cruz difundieron un rumor que negaba su nacimiento por obra del Espíritu Santo de la virgen María, y algunos habían llegado a la calumnia diabólica que María le había sido infiel a su esposo José y se había llegado a un funcionario romano llamado Pantera, y por tanto, Jesús era hijo de fornicación. La segunda opinión hace referencia al conocimiento que los judíos tenían en cuanto a la ilustración que Dios hace en el libro de Oseas al comparar a Israel con una esposa y espera que esta no se adulteré yéndose tras dioses extraños: “Ni tendré misericordia de sus hijos, porque son hijos de prostitución”, (Oseas 2:4). Lo más seguro es que los judíos quisieran decirle a Jesús que ellos no eran idolatras y que tenían a Dios como Padre por el hecho de haber nacido bajo la nacionalidad israelita y por ello le dicen que no eran hijos de fornicación. Los israelitas llegaron a creer que bastaba ser descendientes de Abraham para ser aptos para el reino venidero ya que las mismas Escrituras llamaban a Dios como su Padre: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros”, (Isaías 64:8). Sin embargo, Jesús les aclara que no son hijos de Dios los que nacen de una descendencia de Abraham sino aquellos que realmente creen en Jesús y se convierten de sus pecados: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”, (Hechos 3:19). Solo aquel que cree y se convierte puede llegar a ser un verdadero hijo de Dios, porque su nacimiento no es obra humana, sino una obra del Espíritu Santo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, (Juan 1:12-13). Por eso Jesús le dijo a Nicodemo que si no nacía de nuevo no podría ver el reino de Dios ya que este está reservado para los verdaderos hijos del reino: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”, (Juan 3:3). Solamente los verdaderos hijos de Dios creen en Jesucristo y sus obras están en armonía con su fe a diferencia de estos hombres que decían serlo pero sus obras eran malas: Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra.

SI NO SON HIJOS DE DIOS ENTONCES DE QUIÉN


“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios”.
Juan 8:44-47

                     Aunque sus palabras son duras es una realidad ya que si no son hijos de Dios son hijos del diablo. Lo cierto es que no es la primera vez que en la Biblia se le llama a una persona hijo del diablo ya anteriormente Dios lo había hecho al menos una vez y lo vemos cuando se dirige a los hijos del sacerdote Elí los cuales eran hombres impíos sin temor de Dios que a pesar de que eran sacerdotes profanaban las ofrendas y se acostaban con las doncellas: “Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová”, (1 Samuel 2:12). Si uno le en hebreo la parte donde dice hombres impíos se dará cuenta que literalmente dice ben belial (בְּלִיַּעַל בֵּן), que significa hijos del diablo. Ahora bien, aquí Jesús les dice a estos hombres que ni eran hijos de la promesa de Abraham, ni mucho menos hijos de Dios, porque en ellos había mentira y deseos asesinos, como en el diablo y por ello eran hijos del diablo porque sus obras hacían: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Solamente los que son hijos de Dios viven en la verdad y creen en las palabras de Jesucristo: Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios. Esta era la triste realidad de estos hombres ya que creían que por el hecho de ser descendientes de Abraham eran salvos y decían que su padre era Dios, pero no era así porque vivían en mentiras y homicidios, rechazando las palabras de Jesús. cuantas personas como estos religiosos viven equivocados pensando que por el hecho de haber nacido en una cuna religiosa esta los salva, cuando realmente necesitan convertirse a Dios creyendo en las palabras de Cristo que nos da la potestad de nacer de nuevo como verdaderos hijos de Dios.




miércoles, 29 de noviembre de 2017

Tengo suficiente (Génesis 33:9-11)


“Y dijo Esaú: Suficiente tengo yo, hermano mío; sea para ti lo que es tuyo. Y dijo Jacob: No, yo te ruego; si he hallado ahora gracia en tus ojos, acepta mi presente, porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido. Acepta, te ruego, mi presente que te he traído, porque Dios me ha hecho merced, y todo lo que hay aquí es mío. E insistió con él, y Esaú lo tomó”.
Génesis 33:9-11

INTRODUCCIÓN


            Muchos en la vida buscamos sentirnos orgullosos y complacidos de nuestra existencia y creemos que la felicidad se encuentra en conquistar grandes triunfos académicos o laborales, en tener abundancia de bienes y riquezas. En estos versículos encontramos a dos hombres que decían tener suficiente, un impío y un hombre de Dios, ¿cuál de ellos tenía verdaderamente suficiente?

Esau-Jacob
Esaú y Jacob se vuelven a encontrar

                                I.            DOS HOMBRES QUE DECÍAN TENER SUFICIENTE EN LA VIDA.


Aquí encontramos a dos hombres que decían tener suficiente en la vida. El primero es Esaú hijo de Isaac el cual se negaba a recibir los presentes de su hermano porque afírmava tener suficiente: Y dijo Esaú: Suficiente tengo yo, hermano mío; sea para ti lo que es tuyo. A lo mejor era cierto que materialmente se encontraba bien Esaú ya que había heredado todos los bienes de su padre y ahora tenía esclavos, ganado y muchas riquezas por lo que veía que no era necesario que su hermano le regalase algo más. Por el otro lado vemos a Jacob, su hermano que también afirma tener abundancia con la única diferencia que esta era producto no de una herencia terrenal sino de la bendición de Dios: Acepta, te ruego, mi presente que te he traído, porque Dios me ha hecho merced, y todo lo que hay aquí es mío. Hoy en día muchas personas desean una vida donde puedan decir como estos hombres “tengo suficiente”, pero en que consiste la verdadera abundancia en la vida. Veamos.

                             II.            SIN DIOS JAMÁS PODREMOS TENER UNA VIDA DE VERDADERA SATISFACCIÓN.


Cuantas personas hoy en día viven pensando en lo desafortunadas que son porque no han logrado adquirir ciertas cosas materiales y triunfos en la vida, y otras por el contrario viven sin Dios y creen no necesitar nada más porque han logrado triunfar bajo los parámetros humanos y han acumulado ciertas riquezas; pero será esto suficiente para la vida del hombre. Esaú decía tener suficiente pero realmente estaba vacío porque su vida carecía de lo más importante que es Dios. En la Biblia podemos ver como este hombre desprecio los dones de Dios y su fin fue amargo: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas”, (Hebreos 12:15-17). En la Biblia también Jesús hablo de lo insensato que es ser rico materialmente pero pobre para con Dios y las consecuencias que hay:

“Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”.
Lucas 12:13-21

Por tanto, la verdadera satisfacción en la vida no se encuentra en tener abundancia de bienes o riquezas, sino en tener a Dios porque, aunque se logre lo primero, nuestra alma un día pasara a la eternidad y allá contara únicamente nuestra fe. Esaú llego a tener abundancia de bienes y riqueza materiales y creía que esto era más que suficiente para ser feliz, pero se equivoco.

                          III.            LA CLAVE PARA VERDADERAMENTE TENER UNA VIDA DE SATISFACCIÓN.


La verdadera felicidad y autocomplacencia se encuentra en conocer a Dios y heredar todas sus gloriosas promesas. Jacob llego a ser un hombre que cometió muchos pecados que llegaron a ofender incluso a su familia lo cual lo obligo a huir de su hogar sin nada; pero si hay algo que lo caracterizo fue que busco la misericordia y riquezas divinas ya que desde joven procuro ganar la primogenitura ya que grandes bendiciones venían sobre el que la tuviera y al final lo logro. Nosotros también debemos anhelar buscar el reino de Dios y su justicia porque solo así podremos tener todo lo que realmente necesitamos, mas no así aquellos que crean que la felicidad se encuentra lejos de Dios: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará. No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento”, (Salmo 1:1-4).

CONCLUSIÓN.


Aquí tenemos dos hombres que dicen tener suficiente en la vida. Esaú decía tener suficiente porque había heredado los bienes materiales de su padre y su esfuerzo lo había recompensado; pero no tenía a Dios en su vida. En contraste, Jacob decía tener suficiente porque tenía a Dios en su vida y este lo había bendecido con toda clase de bondad. La verdadera satisfacción en la vida consiste en tener a Cristo en el corazón, buscarlo en los bienes materiales o triunfos humanos es un error que muchos como Esaú buscan, por ellos Jesús dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, (Mateo 6:33).



martes, 28 de noviembre de 2017

¡Sed Salvos de esta Generación Perversa! (Hechos 2:37-40)



“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación”.
Hechos 2:37-40

INTRODUCCIÓN


            Estas son las últimas palabras del primer sermón predicado por la iglesia cristiana en boca del apóstol Pedro y en el podemos encontrar plasmado uno de los propósitos principales del mensaje del evangelio: ser salvo de la condenación eterna. Veamos pues como podemos ser salvos de esta generación perversa.

primer-sermón-Pedro
El primer sermón de Pedro


                                I.            EL PRIMER SERMÓN PREDICADO.


“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”.

Aquí encontramos el primer sermón predicado por la iglesia en boca del apóstol Pedro, la audiencia, cientos de judíos que se habían reunido en Israel para celebrar la fiesta de Pentecostés. Prácticamente, el apóstol les ha anunciado la realidad de su pecado y el destino de condenación eterna que les espera a todos aquellos que mueran en ello, y es por eso por lo que angustiados le preguntan: Varones hermanos, ¿qué haremos? Esta misma pregunta es la que cada uno de nosotros debemos hacernos porque la Biblia nos enseña que por causa de nuestras maldades estamos condenados al infierno: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, (Romanos 3:23). Que bueno es saber que también la Biblia nos dice cómo hacer para ser salvos, y en estos versículos Pedro lo dice.

                             II.            COMO SER SALVOS DE ESTA GENERACIÓN PERVERSA.


“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

En estas pocas palabras podemos encontrar al menos 4 cosas que debemos hacer diligentemente para ser salvos. Veámoslas una por una.

1.       Proceder al arrepentimiento.

“Arrepentíos…”

Una vez más encontramos esta palabra tan decisiva que marca el principio de la salvación, arrepentimiento. Realmente el arrepentimiento es más que un remordimiento pasajero, es el reconocimiento de todas las faltas cometidas expresado por un profundo dolor en nuestro corazón. Si nos damos cuenta estos judíos lo experimentaron ya que la Escritura nos dice: Al oír esto, se compungieron de corazón. Esto es lo primero que el pecador debe hacer al oír la palabra de Dios, debe reconocer su maldad y dolerse de todo corazón por lo que ha hecho a tal punto que esté dispuesto a renunciar a su vida de maldad. De hecho, la palabra griega de donde proviene arrepentimiento es metanoia que literalmente significa dar la media vuelta. Esto es lo que hace el arrepentimiento, hace que una persona cambie completamente después de haber reconocido su maldad. Un buen ejemplo de esto que estamos hablando la encontramos en la parábola del hijo prodigo el cual después de haberse ido de su casa con la parte de la herencia que le correspondía y habérselo gastado todo viviendo perdidamente, se vio apacentando cerdos y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que les daban a los cerdos, allí experimento un verdadero arrepentimiento y dijo: “Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre”, (Lucas 15:17-20). Si nos damos cuenta este hombre experimento los siguientes cambios:

1.       Volvió en si, es decir, cambio su manera de pensar reconociendo su estado de calamidad y que se había equivocado.
2.       Cambio su actitud, ya que estuvo dispuesto a levantarse y pedir perdón a su padre.
3.       Se humillo totalmente.

Esto es lo que hace el arrepentimiento, provoca un reconocimiento por la calamidad de nuestro pecado, nos hace reconocer lo perdido que estamos y nos humilla delante de Dios para que corramos a Él buscando su misericordia.

2.       Convertirse de Corazón.


“… y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados…”

El siguiente paso después del arrepentimiento es buscar una autentica conversión. Aquí Pedro les dice que se bauticen no porque el bautismo quite pecados, sino más bien él quería decir que después del arrepentimiento es necesario acudir a Cristo para que perdón de pecados, pero después de ello es necesario comenzar a vivir santa y piadosamente, como verdaderos hijos de Dios que son guiados por su palabra y están alejados de los placeres de este mundo, y el bautismo es el inicio de ello porque es una ordenanza que el cristiano realiza en obediencia a Cristo y que testifica a todo el mundo que hemos muerto al pecado y hemos nacido a una nueva vida: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”, (Romanos 6:1-4). Como nacidos de nuevo no podemos volver a la vieja vida, tenemos que abandonar todo pecado y comenzar a llenar nuestra vida de Dios, para no volver a las antiguas costumbres, por ello Pedro volvió a decir en otro de sus sermones: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”, (Hechos 3:19). Si nos damos cuenta ese es el orden, arrepentirse y convertirse, porque si no solo sería un remordimiento temporal y nuestra vida seguiría igual.

3.       Buscar la llenura del Espíritu Santo.


“… y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

            Finalmente, para perseverar en el nuevo camino que se ha escogido es importante recibir el poder del Espíritu Santo: y recibiréis el don del Espíritu Santo. Debido a nuestra condición de pecado es completamente imposible que el Espíritu Santo more en nosotros, pero desde el momento en que nos arrepentimos de nuestros pecados y pedimos perdón convirtiéndonos a Dios pasamos a ser templo y morada de su presencia: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”, (2 Corintios 6:14-18). La presencia del Espíritu Santo morando en nosotros nos ayuda a perseverar en la vida cristiana, especialmente si recibimos también el bautismo con el Espíritu el cual nos da una capacitación sobrenatural para ser mejores testigos de su gracia: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”, (Hechos 1:8). Por tanto, después del arrepentimiento y la conversión es clave ser llenos del Espíritu Santo con el fin de permanecer firmes en la fe y ser salvos del destino que le espera a esta generación perversa.

                          III.            LA INVITACIÓN A SER SALVOS.


“Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación”.

            Al final, Pedro nos hace a todos nosotros una invitación a atender el llamado de Dios porque solamente así seremos salvos de la condenación eterna.

CONCLUSIÓN.


El primer sermón predicado por el apóstol Pedro nos hace reconocer la necesidad que tenemos de ser salvos de la condenación eterna y en cortas palabras nos muestra los pasos que tenemos que dar:

1.       Arrepentirnos de todos nuestros pecados.
2.       Convertirnos a Dios dejando nuestra vida de pecado y siguiendo el camino que su palabra nos enseña.
3.       Siendo llenos de su Espíritu Santo para tener poder para permanecer firmes en la fe.

Al final, el apóstol hace la invitación no solo a los judíos, sino a todos aquellos que quieran ser salvos del destino de condenación eterna que le espera a esta generación perversa.



Los Testigos de su Resurrección (1 Corintios 15:3-10)



“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo, y después a todos los apóstoles. Y al postrero de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció a mí. Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la a gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes bien, he trabajado más que todos ellos; aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”.
1 Corintios 15:3-10

INTRODUCCIÓN


            Alrededor del mundo se han levantado grades líderes que de alguna forma han influido en esta humanidad, ya sea para bien o para mal. Hombres como Mahatma Gandhi, Buda, Mahoma, Confucio, Carlos Marx, Adolfo Hitler, el Sai Baba, entre otros. Pero lo cierto es que ninguno de estos hombres puede compararse a Cristo Jesús porque nadie ha podido resucitar de entre los muertos. la resurrección de Cristo es uno de los temas centrales en la Biblia ya que con ello se sella el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento y afirma la victoria sobre el pecado y la muerte. Ahora bien, para muchos parecería imposible creer que Cristo ha resucitado, pero en estos versículos el apóstol nos da al menos tres testigos de este maravilloso hecho.



resurrección-testigos
Los testigos de la resurrección de Cristo


                                I.            EL PRIMER TESTIGO: LAS SAGRADAS ESCRITURAS.


“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras…”

El primer testigo de la resurrección de Cristo que el apóstol Pablo presenta son las mismas Escrituras, la palabra de Dios, tal y como lo afirma Pablo: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras. Desde el libro de Génesis se dio la primera referencia al nacimiento de Cristo: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”, (Génesis 3:15). Y en el libro de Isaías se profetizaba sus padecimientos: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, más con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”, (Isaías 53:1-10). Y en los Salmos aseguraba que después de muerto Dios no permitiría que su Cristo viera corrupción de carne así que por ello resucito al tercer día: “Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción”, (Salmo 16:9-10). Por ello cuando Jesús resucito les dijo a sus discípulos que todo lo que había acontecido fue anunciado por toda la Escritura: “Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos… y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén”, (Lucas 24:44, 46-47). Por tanto, si nos damos cuenta, desde Génesis hasta Apocalipsis las Escrituras testifican que Cristo vino a esta tierra, murió por nuestros pecados, pero resucito al tercer día.

                             II.            SEGUNDO TESTIGO: LOS PRIMEROS DISCÍPULOS.


“… y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo, y después a todos los apóstoles. Y al postrero de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció a mí”.

En segundo lugar, Pablo nos presenta a los primeros discípulos como testigos oculares de su resurrección. Entre los primeros testigos oculares que el apóstol presenta tenemos a Cefas que es Pedro y los otros 10 apóstoles. Ya desde los primeros días de su resurrección se corría la voz que Cristo se le había aparecido a Pedro: “Que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón”, (Lucas 24:34), y luego dice que después se les apareció a los doce: “Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies”, (Lucas 24:36-40). Aquí el apóstol habla de los doce, aunque sabemos que realmente eran solo once ya que Judas fue traidor y para este momento que Jesús se les aparece solo eran once y no doce aunque después eligieron al sucesor de Judas que fue Matías (Hechos 1:12-26), y posteriormente se les conoció con el nombre de los doce, haciendo referencia a los primeros apóstoles que estuvieron con Jesús: “Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas”, (Hechos 24:34). Posteriormente Pablo dice que el Cristo resucitado se le apareció a más de quinientos hermanos a la vez de los cuales la mayoría de ellos vivían para aquel tiempo: Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún. Luego menciona a otro personaje muy conocido entre los cristianos por su labor como testigo y predicador de Cristo, a Santiago, el hermano de Jesús: Después apareció a Jacobo. Santiago es considerado el más prominente de los Santiagos (Jacobos) que se mencionan en el Nuevo Testamento, medio hermano de Jesús, autor de la carta de Santiago y líder del Concilio de Jerusalén. En cuanto a su nombre en sí, nuestra forma Santiago es un derivado medieval del latín Sant Iacobs, que literalmente significa San Jacobo, por lo que su nombre identifica la misma persona. Como la Biblia lo testifica Jacobo llamado también Santiago era hermano de Jesús e hijo de María: “Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas?”, (Mateo 13:54-55), incluso hasta Pablo lo reconoce como hermano de Jesús: “Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor”, (Gálatas 1:18-19). Este hombre llego a ser una columna principal entre los líderes de la iglesia en Jerusalén: “y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión”, (Gálatas 2:9). Sin embargo, Santiago no fue siempre un creyente, sino que durante el ministerio de Jesús fue un incrédulo como todos sus hermanos: “Porque ni aun sus hermanos creían en él”, (Juan 7:5), e incluso creían que estaba loco: “Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí… Vienen después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle. Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan”, (Marcos 3:21, 31-32). Aunque la Biblia no relata cómo fue su conversión hay un evangelio apócrifo que no está incluido entre los evangelios inspirados por Dios que relata cómo esta se dio, este es el Evangelio según los Hebreos. Sólo se conservan de él algunos fragmentos, uno de ellos, preservado por Jerónimo, dice: “Ahora bien: el Señor, después de darle el paño de lino al siervo del sacerdote, se dirigió a Santiago y se le apareció (porque Santiago había jurado no probar bocado desde que bebió el cáliz del Señor hasta que le viera resucitado de entre los que duermen)”. Así que, sigue diciéndonos la historia, Jesús se dirigió a Santiago y dijo: “Poned la mesa, y poned pan. Y tomó el pan, y lo bendijo, y lo partió, y le dio a Santiago el Justo diciéndole: Hermano mío: Come tu pan, porque el Hijo del Hombre se ha levantado de entre los durmientes”. Lo cierto es que después de la resurrección de Cristo Santiago se convirtió y llego a ser reconocido entre los apóstoles de la iglesia de Jerusalén y por ello Pablo lo menciona aquí como otro testigo ocular de la resurrección de Cristo.

    Finalmente, se presenta a él mismo como un testigo ocular de su resurrección: y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. La historia de este hombre se encuentra en su totalidad relatada en el libro de los Hechos de los Apóstoles donde lo vemos como un fariseo estricto que perseguía a la iglesia pero camino a Damasco se le apareció el Señor Jesucristo convirtiéndose en cristiano: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?   Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón”, (Hechos 9:1-5). Este fue constituido en apóstol de los gentiles por el mismo Señor Jesús: “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”, (Hechos 9:15-16). Por haber sido un perseguidor de la iglesia Pablo siempre se consideró en el más pequeño de los apóstoles, aunque realmente su ministerio fue grande.

                          III.            TERCER TESTIGO: NUESTRA VIDA CAMBIADA.


“Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la a gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes bien, he trabajado más que todos ellos; aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”.

Finalmente, Pablo nos da el tercer testigo de la resurrección de Cristo, su propia vida cambiada. Pablo antes de su conversión se había dedicado a perseguir a la iglesia, pero ahora se había convertido en el apóstol de los gentiles testificando la fe en Jesucristo. De igual forma nosotros somos un fiel testimonio de su resurrección ya que lo único que es capaz de cambiar al hombre es el poder de Dios, mismo poder que actuó para resucitar a Cristo de entre los muertos, y por ello Pablo oraba porque todos los creyentes comprendiéramos la inminente grandeza de este poder: “… y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales”, (Efesios 1:19-20). Por tanto, el hecho de que hayamos sido perdonados de nuestros pecados es consecuencia de la victoria de Cristo al resucitar de los muertos, y este hecho se refleja en nuestra vida cambiada por lo que también nosotros podemos testificar que Cristo verdaderamente ha resucitado.

CONCLUSIÓN.


De acuerdo con estos versículos podemos ver como el apóstol Pablo presentaba tres testigos de la resurrección de Cristo:

1.       Las Escrituras: Desde Génesis hasta Apocalipsis se nos da testimonio de la primera venida, padecimientos, muerte por nuestros pecados y resurrección de Cristo.
2.       Los primeros discípulos como los apóstoles del Cordero, Santiago y Pablo: Hombres reconocidos entre la iglesia primitiva fueron los testigos oculares de la resurrección de Cristo.
3.       Nuestra vida cambiada. Gracias a la victoria de Cristo al resucitar se nos da a nosotros la oportunidad de nacer a una nueva vida a través de la fe, de tal forma que nuestra vida cambiada es un fiel testimonio que realmente Cristo nos ha salvado y ha resucitado de entre los muertos.



miércoles, 22 de noviembre de 2017

¿Y si Cristo no hubiese resucitado? (1 Corintios 15:12-19)



“Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”.
1 Corintios 15:12-19

INTRODUCCIÓN


               El apóstol Pablo ha iniciado un nuevo tema en esta interesante carta referente a la resurrección de los muertos y ha presentado el tema central de todo el evangelio: Que Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, pero resucitó al tercer día. Ahora continúa con este tema ya que al parecer los cristianos en Corintio tenían problemas en cuanto a la interpretación de dicha doctrina. El tema de la resurrección era un problema para los griegos ya que ellos no creían que tal cosa fuera posible, sin embargo, ya el apóstol Pablo les ha demostrado que toda la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento testifican este hecho, y de igual forma en este tiempo existían testigos presenciales de que tal maravilla había ocurrido con Cristo. Ahora de una forma hipotética, el apóstol reflexiona en lo triste que sería si Cristo no hubiese resucitado de entre los muertos, pero de igual forma las evidencias hacen más creíble el hecho de la resurrección del Hijo de Dios.

Cristo-resucitó
¿Y si Cristo no hubiese resucitado?


SI CRISTO NO HUBIESE RESUCITADO NO SE NEGARA SU RESURRECCIÓN


“Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?”.
1 Corintios 15:12

              En primer lugar, Pablo reflexiona diciendo que si Cristo no hubiese resucitado no se negará el hecho de su resurrección: Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos. Ciertamente la resurrección de Cristo es predicada y por eso había algunos que lo negaban. Para los griegos era bien difícil creer este hecho especialmente porque entre las enseñanzas de los gnósticos se negaba afirmando que el alma y la parte espiritual era buena y que el cuerpo era malo, un cuerpo hecho para los deseos de la carne, por lo cual era imposible que este cuerpo malo pudiese resucitar, de allí que para algunos filósofos la predicación de la resurrección era difícil de aceptar, tal y como paso cuando Pablo predico a los filósofos de Atenas: “Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez”, (Hechos 17:32). Aun entre los judíos existía una secta llamada de los saduceos que no creían en la resurrección (aunque la mayoría de judíos si creían en la resurrección como lo hacían la secta de los fariseos); algo que Pablo uso a su favor en cierta ocasión para dividir a una asamblea de judíos que lo acusaba: “Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo,  hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió”, (Hechos 23:6-7). Ahora bien, el hecho aquí es que Cristo ha resucitado y por ello algunos niegan tal hecho, porque si Cristo no lo hubiera hecho ningún enemigo del evangelio lo negaría.

SI CRISTO NO HUBIESE RESUCITADO VANA SERÍA NUESTRA FE


“Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.
1 Corintios 15:13-14

              En segundo lugar, si Cristo no hubiese resucitado nuestra fe fuese en vano: Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. La esperanza que nos envuelve es la promesa de la resurrección de los muertos porque aún después de la muerte nuestra esperanza es que Cristo nos salvara aun de la misma condenación eterna: “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”, (Juan 11:25). Antes de Cristo nadie había podido vencer a la muerte, pero después de su resurrección fue coronado como vencedor y por tanto, como el único que nos puede ayudar a vencerla y por ello Jesús afirma en el libro de Apocalipsis: “No temas; yo soy el primero y el último;  y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”, (Apocalipsis 1:18). Nuestra fe está cimentada en la victoria de Cristo sobre la muerte y esa victoria se selló el día de su resurrección, y por ello decía Pablo que si no hubiese resurrección Cristo no se hubiese levantado de entre los muertos y si esto fuese verdad nuestra fe fuera en vano; pero que bueno es saber que nuestra fe es verdadera y que nuestro Cristo y Dios ha vencido la muerte.

SI CRISTO NO HUBIESE RESUCITADO SERIAMOS TESTIGOS FALSOS


“Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan”.
1 Corintios 15:15

                En tercer lugar, si Cristo no hubiese resucitado seriamos testigos falsos: Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Lo que nos diferencia a los cristianos de los demás seguidores de sectas y herejías de este mundo es que nuestro mensaje es verdadero, ya que no predicamos fabulas o imaginación de hombre, sino nuestro mensaje es el testimonio verdadero del Hijo de Dios el cual resucito de entre los muertos y es un mensaje con poder para salvar y transformar al hombre, a diferencia de las religiones y filosofías de este mundo: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”, (Hechos 4:33).

SI CRISTO NO HUBIESE RESUCITADO ESTARÍAMOS MUERTOS EN NUESTROS PECADOS


“Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”.
1 Corintios 15:16-17

                  En cuarto lugar, si Cristo no hubiese resucitado estuviéramos aun muertos en nuestros delitos y pecados. La victoria de Cristo sobre la muerte le da la potestad de perdonar nuestros pecados por medio de la fe en su persona: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”, (Romanos 5:9-11). Que hermoso es pensar que gracias al sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario y su victoria sobre la muerte a través de su resurrección ahora nosotros podemos recibir ahora por la fe perdón de pecados y ser libres de la condenación eterna.

SI CRISTO NO HUBIESE RESUCITADO NOSOTROS TAMPOCO PODRÍAMOS RESUCITAR


“Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”.
1 Corintios 15:18-19

              Finalmente, si Cristo no hubiese resucitado nosotros no solo moriríamos en nuestros pecados, sino que también no resucitaríamos para vida eterna: Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Cristo resucito como las primicias de los que han de resucitar en el futuro: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”, (Romanos 15:20). En el futuro la Biblia aclara que todos los que han muertos resucitarán, unos para vida eterna, y otros para condenación: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”, (Daniel 12:2); y el mismo Jesús confirmo esta verdad: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”, (Juan 5:28-29). De tal forma que podemos estar seguros de que todos resucitaremos, unos para vida eterna y otras para condenación, y solo la fe en Jesús puede ayudarnos a ser parte de esta resurrección de vida, de allí que Apocalipsis dice: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años”, (Apocalipsis 20:6). Por tanto, aquí tenemos otra gloriosa promesa que nos alienta a todos nosotros y es el hecho de que un día resucitaremos para vida eterna, porque nuestros pecados han sido perdonados por la fe en el Hijo de Dios y su resurrección es la prueba irrefutable de que esto realmente ocurrirá.