¿Es posible ver a Dios? (Juan 14:7-11)




“Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú, Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras”.
Juan 14:7-11

INTRODUCCIÓN


             Continuamos con las ultimas instrucciones que nuestro Señor Jesús les dirigió a sus 11 discípulos, esto antes de ser crucificado. Hasta el momento Jesús a estado respondiendo las preguntas de sus discípulos y esto ha dado paso a grandes enseñanzas. La primera pregunta la realiza Pedro preguntándole a donde iba porque él quería seguirlo: “Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; más me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti”, (Juan 13:36-37). Y esta pregunta, no solo recibió una respuesta dirigida a Pedro, ya que aquí se le dice que él lo negaría antes del canto del gallo, sino también sirvió de base para que el Señor les explicara que el partía para prepararles una morada celestial en la casa de su Padre, y que un día Él vendría y nos tomaría a sí mismo, lo cual es una referencia directa del rapto de la iglesia (Juan 14:1-4). Luego tenemos la pregunta de Tomás: “Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”, (Juan 14:5). Esta pregunta dio paso a la declaración del sexto gran “Yo Soy”, el cual estudiamos la última oportunidad: Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”, (Juan 14:6). Ahora aquí en este texto Felipe le pide a Jesús les conceda una petición y esta dará paso a otra gran enseñanza acerca de su naturaleza divina.


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 ¿Es posible ver a Dios?

 MUÉSTRANOS AL PADRE


“Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”.
Juan 14:7-8

                 La teología judía estaba clara en un punto: A Dios nadie lo puede ver y, de hecho, así se le dijo a Moisés: “Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá”, (Éxodo 33:20). Ciertamente ver a Dios era imposible, pero Él se dio a conocer a su pueblo por medio de sus portentos: “y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: El día que escogí a Israel, y que alcé mi mano para jurar a la descendencia de la casa de Jacob, cuando me di a conocer a ellos en la tierra de Egipto, cuando alcé mi mano y les juré diciendo: Yo soy Jehová vuestro Dios”; (Ezequiel 20:5). Fue a través de sus portentos que Israel llego a conocer a Dios como Todopoderoso y libertador. También a través de su creación Dios se dio a conocer a los hombres: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”, (Salmos 19:1-4). Por ello Pablo dijo: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”, (Romanos 1:20). Y fue por medio de la instrucción en su palabra que Israel tenia que conocerlo mejor: “Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley”, (Deuteronomio 31:12). Por ello, el anhelo del Señor es que todo hombre llegue a conocerlo: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”, (Jeremías 9:23-24). Era a través de estos medios que el hombre podía llegar a conocer a Dios, y por eso Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta, pero este discípulo ignoraba que aquel que estaba allí era la misma imagen de Dios hecho hombre, por eso en el Nuevo Testamento se nos enseña que también podemos llegar a conocerlo a través de nuestro Señor Jesucristo, y no solo eso, a sus discípulos les dijo que aquel que lo veía a Él, veía al Padre: Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Jesús es la imagen visible de Dios, aquel que lo vea, ve al mismo Dios: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”, (Juan 1:18). Es por medio de su Hijo Jesucristo que el Padre se ha dado a conocer, y las Escrituras lo declaran claramente, ya que en el pasado Dios hablo por medio de sus profetas, pero en estos tiempos se ha revelado por medio de su Hijo: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”, (Hebreos 1:1-2).

REALMENTE CONOCEMOS A JESÚS


“Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú, Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras”.
Juan 14:9-11

                    Jesús estaba explicándoles a sus discípulos que aquel que lo conoce a Él, conoce a su Padre, pero aun hace uno de ellos, Felipe, le dice: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Uno puede ver la gran paciencia de Jesús ante la capacidad de sus discípulos de entender las palabras de su Maestro, y la verdad es que no lo podemos culpar, ya que para ellos era difícil asimilar todas estas nuevas verdades espirituales y que realmente la segunda persona de la trinidad divina se había encarnado en la persona de Jesús. Para aclararles un poco mejor la cosas, Jesús les dice: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? Ciertamente ellos habían pasado alrededor de tres años y medio con Él, pero todavía no lo conocían completamente, y nosotros también podríamos preguntarnos lo mismo: ¿conocemos realmente a Jesús? Muchas personas en el mundo ignoran quién realmente es Jesús, pero increíblemente, muchos cristianos pueden estar en la misma situación. Jesús dijo de sí mismo: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú, Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Jesús es la imagen de Dios, aquel que lo conoce a Él, conoce al Padre, porque el Padre lo h enviado para que a través de su Hijo lleguemos a Él, y estas palabras son verdaderas: Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Podemos llegar a estar seguros que sus palabras son verdaderas, y que todo lo que nuestro Señor Jesús dijo y enseño eran palabras inspiradas por el mismo Dios, ya que, no solo sus palabras eran veraces y con autoridad, sino sus obras eran otro testimonio de esto: Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. Hoy creemos en Jesús, como Dios, y este evangelio tiene como propósito demostrarlo, si creemos en Jesús, podemos estar seguros que un día veremos a Dios, porque le conoceremos a través de nuestro Señor, y veremos en la eternidad su rostro: “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes”, (Apocalipsis 22:3-4). Por tanto, hoy en día podemos llegar a conocer a Dios por medio de nuestro Señor Jesús, y un día, allá en la eternidad, veremos el rostro de nuestro Dios, el rostro de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo.


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