domingo, 29 de julio de 2018

Lo que deja este mundo (Génesis 27:38-40)



“Y Esaú respondió a su padre: ¿No tienes más que una sola bendición, padre mío? Bendíceme también a mí, padre mío. Y alzó Esaú su voz, y lloró.  Entonces Isaac su padre habló y le dijo: He aquí, será tu habitación en grosuras de la tierra, y del rocío de los cielos de arriba; y por tu espada vivirás, y a tu hermano servirás;  y sucederá cuando te fortalezcas, que descargarás su yugo de tu cerviz”.
Génesis 27:38-40

INTRODUCCIÓN


Hoy en día vemos como muchas personas viven disfrutando de los placeres temporales y vanaglorias que este mundo les ofrece, sin considerar las promesas y dones de Dios, al contrario, muchos los desprecian, sin saber que al final de sus días este mundo no les va a dejar nada bueno. Estos versículos expresan el lloro y lamento de un hombre que menosprecio los dones de Dios y que al final de su vida no le quedo nada sino la desgracia y desolación que el mundo deja después de haber vivido para él.

Esaú-profano
Esaú menosprecio la primogenitura


I.                   UN HOMBRE QUE NO VALORO LAS PROMESAS DE DIOS.


Esaú fue el hermano mayor y mellizo de Jacob, ambos hijos de Isaac los cuales nacieron en un familia a la cual se le había dado una promesa gloriosa, promesa que venía desde su abuelo Abraham: “Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre. Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú. Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob. Y era Isaac de edad de sesenta años cuando ella los dio a luz”, (Génesis 25:24-26). Esaú siempre fue el tipo de hombre que amo más al mundo que las promesas de Dios. La Biblia nos enseña que era un hombre que vivía solo fuera de su casa, que amaba cazar y comer de sus presas: “Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas. Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob”, (Génesis 25:27-28).  Esaú era un hombre que solo vivía el momento, impulsivo y no valoraba las promesas de Dios, ya que como primogénito le tocaba una doble herencia y la promesa de ser una grande nación dada a su abuelo Abraham; pero la desprecio cuando la vendió por un plato de  guiso de lentejas: “Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado,  dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura”, (Génesis 25:29-34). Cuantas personas son como Esaú que no valoran el llamado que Dios hace a sus vidas y desprecian la herencia espiritual que les tiene preparado, aman más el mundo y las cosas que hay en él, viven como si esta vida lo fuera todo sin considerar ni un solo momento su eternidad. Esaú desprecio las promesas de Dios y esto le costó caro, así como le costara a todos aquellos que vivan para su carne y el mundo.

II.                LO QUE NOS DEJA EL MUNDO DESPUÉS QUE HEMOS DESPRECIADO LAS COSAS ESPIRITUALES.


Aunque Dios ya había decidido bendecir al menor, Jacob su hermano decidió disfrazarse como Esaú un día que Isaac su padre le pidió que fuera y cazara algo, que le diera de comer de su caza y después lo bendeciría. Así Jacob se disfrazó como su hermano Esaú y les engaño de tal forma que Isaac oro por él dándole toda la bendición del primogénito. Cuando Esaú llego a donde estaba su padre era demasiado tarde porque ya no tenía más bendición que darle, y por ello lloró: Y Esaú respondió a su padre: ¿No tienes más que una sola bendición, padre mío? Bendíceme también a mí, padre mío. Y alzó Esaú su voz, y lloró. Esto es lo que pasa cuando amamos más las cosas de este mundo, perdemos la bendición de Dios, y lo triste es que el mundo solo nos ofrece cosas malas. Isaac le dijo que ya no había mas bendición, a cambio le esperaba lo siguiente: Entonces Isaac su padre habló y le dijo: He aquí, será tu habitación en grosuras de la tierra, y del rocío de los cielos de arriba; y por tu espada vivirás, y a tu hermano servirás;  y sucederá cuando te fortalezcas, que descargarás su yugo de tu cerviz. La Nueva Versión Internacional de la Biblia traducen estos versículos de una forma más comprensible: “Entonces su padre le dijo: «Vivirás lejos de las riquezas de la tierra, lejos del rocío que cae del cielo. Gracias a tu espada, vivirás y servirás a tu hermano. Pero cuando te impacientes, te librarás de su opresión»”, (Génesis 27:39-40). Así de triste fue la vida de Esaú, porque desprecio las cosas que Dios ofrecía y amo más al mundo, y aunque reconoció su error fue demasiado tarde para arrepentirse: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas”, (Hebreos 12:15-17).

III.             LO QUE DIOS OTORGA A AQUELLOS QUE LE BUSCAN.


Aunque Jacob cometió muchos errores, y Dios trato con él, al final este que amo las cosas espirituales fue bendecido en gran manera y se le dio grandes promesas: “Y Jacob se acercó, y le besó; y olió Isaac el olor de sus vestidos, y le bendijo, diciendo: Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que Jehová ha bendecido; Dios, pues, te dé del rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos, y naciones se inclinen a ti; sé señor de tus hermanos, y se inclinen ante ti los hijos de tu madre. Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren”, (Génesis 27:27-29). Aquí tenemos un gran contraste entre lo que Dios nos ofrece y lo que deja el mundo a aquellos que desprecian dos dones, por ello Juan nos amonesta a no amar este mundo: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”, (1 Juan 2:15-17).

CONCLUSIÓN.


La viva de Jacob y Esaú nos ofrece un buen contraste entre lo que Dios otorga a aquellos que le aman y le busca; y aquellos que menosprecian sus dones y aman más las cosas de este mundo. Esaú fue una persona que menosprecio las bendiciones de Dios y que vendió su primogenitura por un plato de guiso de lentejas, por ello cuando fue y busco a su padre para que orara por él, ya no habían más bendiciones y lo único que le quedaba era el ser el siervo de su hermano, la tierra no le daría todo su fruto y tendría que luchar con su espada para vivir. Esto es lo que deja el mundo a aquellos que desprecian a Dios y sus promesas.

miércoles, 25 de julio de 2018

Si Dios no salva, nadie puede (2 Reyes 6:24-27)



“Después de esto aconteció que Ben-adad rey de Siria reunió todo su ejército, y subió y sitió a Samaria. Y hubo gran hambre en Samaria, a consecuencia de aquel sitio; tanto que la cabeza de un asno se vendía por ochenta piezas de plata, y la cuarta parte de un cab de estiércol de palomas por cinco piezas de plata. Y pasando el rey de Israel por el muro, una mujer le gritó, y dijo: Salva, rey señor mío. Y él dijo: Si no te salva Jehová, ¿de dónde te puedo salvar yo? ¿Del granero, o del lagar?”.
2 Reyes 6:24-27

INTRODUCCIÓN


En este pasaje vemos como Ben-adad, rey de los sirios había sitiado Samaria y esto había provocado una terrible hambre en la ciudad: Después de esto aconteció que Ben-adad rey de Siria reunió todo su ejército, y subió y sitió a Samaria. Y hubo gran hambre en Samaria, a consecuencia de aquel sitio; tanto que la cabeza de un asno se vendía por ochenta piezas de plata, y la cuarta parte de un cab de estiércol de palomas por cinco piezas de plata. Un día de estos mientras el rey de Israel pasaba por las calles de la ciudad del muro el grito y le dijo: Salva, rey señor mío, y este rey le responde una gran verdad: Si no te salva Jehová, ¿de dónde te puedo salvar yo? Esto es una gran verdad, porque la salvación de nuestra alma no depende de nuestro esfuerzo o de alguien más, sino proviene de Dios. Si no es Dios nadie puede salvarnos.


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Si Dios no salva, nadie puede



                        I.         EL HOMBRE ES INCAPAZ DE SALVARSE A SÍ MISMO.


Lo cierto es que el hombre debe reconocer la necesidad que tiene de salvarse de la condenación eterna y lo incapaz que es de salvarse a si mismo. La misma Biblia nos enseña que desde que el hombre nace, aun desde el mismo vientre de su madre se revela en contra de Dios: “Se apartaron los impíos desde la matriz; se descarriaron hablando mentira desde que nacieron”, (Salmo 58:3). Y su naturaleza es contraria a la voluntad de Dios a tal punto que el hombre es visto espiritualmente como una podrida llaga: “¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”, (Isaías 1:5-6). Con estas duras palabras se describe la condición pecadora del hombre y esto lo destituye de la gloria de Dios: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, (Romanos 3:23). Por ello, el hombre en su estado de pecador es incapaz de salvarse a si mismo, aun cuando se esfuerce por hacerlo.

                      II.         NINGÚN MÉTODO HUMANO PUEDE SALVAR AL HOMBRE.


El hombre en su desesperación a tratado de salvarse a sí mismo a través de realizar buenas obras o pertenecer a una religión, pero ninguno de estos métodos puede ayudarle. Por un lado, la religión no puede salvar a nadie, ni el cumplir mandamientos o tradiciones. De hecho, Israel es un buen ejemplo de como ellos trataron de vivir por la ley, pero fracasaron: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios”, (Deuteronomio 32:1-2). La condición que Israel tenia para ser bendecidos de parte de Dios y ser así su pueblo era guardar su ley, pero estos fracasaron y no pudieron lograrlo. La ley en si era buena y perfecta, el problema fue la incapacidad del hombre para sujetarse a ella, ya que cualquiera que incumpliera cualquiera de los mandamientos, quebranta toda la ley: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”, (Santiago 2:10). Por nuestra naturaleza pecaminosa e imperfecta es imposible que guardemos todos los mandamientos, y en este sentido nadie puede salvarse por medio de guardar una religión.

Muchas personas creen que pueden salvarse haciendo buenas obras, pero lo cierto es que nadie es lo suficientemente bueno como para salvarse. La siguiente historia nos ilustra esto: “Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre. El entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”, (Marcos 10:17-22). Si nos damos cuenta este hombre creía que era muy bueno ya que desde niño había obedecido los mandamientos, pero Jesús le mostro que no era así, había uno que no cumplía, el no codiciar el dinero y amar más las Riquezas que ha Dios. No estaba dispuesto a renunciar a sus riquezas para seguir a Cristo. Así, aunque hagamos mil obras buenas, un pecado es mas que suficiente para condenarnos, de allí que Isaías dice: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”, (Isaías 64:6). Por tanto, queda demostrado que el hombre no puede salvarse, ni a través de guardar una religión, ni haciendo buenas obras ni mucho menos a través de otro hombre, sea este obispo, cardenal, papa, apóstol, gurú, monje o iluminado, como bien lo dijo el rey de Israel en los versículos que leímos al principio: Si no te salva Jehová, ¿de dónde te puedo salvar yo?

                    III.         SOLAMENTE CRISTO PUEDE SALVARNOS.


“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
Hechos 4:12

La Biblia enseña que solamente en Cristo Jesús se encuentra la salvación: Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Solamente Cristo tiene la autoridad para perdonar pecados y es a través de la fe que el hombre que se arrepiente de sus pecados puede llegar a ser salvo: “sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”, (Gálatas 2:16).

CONCLUSIÓN.


Aquel rey de Israel de esta historia dijo una gran verdad: Si no te salva Jehová, ¿de dónde te puedo salvar yo? Lo cierto es que el hombre no puede salvarse ni guardando una religión, ni haciendo buenas obras, ni mucho menos a través de un hombre, solamente Cristo por medio de la fe puede salvar a aquellos que se arrepienten de sus pecados.










martes, 24 de julio de 2018

La gloria de arriba y la confusión de abajo (Mateo 17:14-21)




“Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora. Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno”.
Mateo 17:14-21

Introducción


                Después de aquella glorioso visión, donde Jesús es transfigurado, y al momento de descender del monte con sus tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan, nuestro Señor se encuentra con una situación muy diferente a la experiencia que había vivido, ve confusión, angustia y desesperación de un padre por su hijo que era atormentado por un demonio y al cual sus discípulos no habían podido expulsar al demonio de él. Esta historia está narrada en los tres sinópticos, en la misma secuencia de eventos que se vienen narrando, con la Excepción que Mateo ofrece una versión muy resumida, Marcos es el narra con más detalles la historia, y Lucas ofrece otros detalles al respecto. Veamos lo que podemos aprender de esta lección.

Jesús-sana-muchacho-endemoniado
Jesús sana a un muchacho endemoniado



El Contraste entre la gloria de arriba y la confusión de abajo


“Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo: Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua”.
Mateo 17:14-15

               De alguna manera esta historia nos muestra el contraste que hay entre la gloria de arriba y la confusión de abajo. Por un lado, vimos en los versículos anteriores la gloria que estaba ocurriendo arriba, en el monte, la transfiguración de Jesús, pero mientras eso pasaba, abajo un hombre afligido por su hijo lunático había llegado para buscar ayuda y sus discípulos habían intentado expulsar al demonio y no habían podido por lo que se inició una disputa entre ellos y los escribas: “Cuando llegó a donde estaban los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos. Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a él, le saludaron. Él les preguntó: ¿Qué disputáis con ellos? Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron”, (Marcos 9:14-18). Rafael, el famoso pintor y artista italiano, elaboro una pintura donde podemos ver este contraste del que estamos hablando, en ella se ve en la parte superior a Jesús siendo transfigurado, a Elías y Moisés a su lado, y los tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan postrados, adorando y deleitándose en aquellas gloriosa visión; mientras que en la parte inferior de la pintura se muestra la confusión y alboroto provocada por el padre angustiado y la incapacidad de los discípulos de echar fuera el demonio. Así es el contraste entre el cielo y este mundo, mientras que en el cielo reina la gloria excelsa de Dios, este mundo está confundido y turbado por el pecado. De acuerdo con Marcos aquella multitud acudió a él y les pregunto qué es lo que pasaba, pero en medio de ellos salió el padre del hijo endemoniado el cual arrodillándose le rogó: Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. La palabra lunático se traduce del griego seleniádsomai (σεληνιάζομαι), que literalmente significa “alguien afectado por la luna”. Los antiguos griegos creían que si alguien dormía bajo la luz de la luna podía ser gravemente afectada. Al parecer el hijo de este hombre estaba gravemente afectado por el demonio y requería un gran cuidado ya que de lo contrario este lo podía matar: porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Marcos nos detalla muy bien los efectos de una persona endemoniada: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando. Y Lucas nos agrega: “y sucede que un espíritu le toma, y de repente da voces, y le sacude con violencia, y le hace echar espuma, y estropeándole, a duras penas se aparta de él”, (Lucas 9:39). Podemos ver aquí la terrible condición de este hombre y la agonía de su padre ante semejante situación desesperadora.

Los discípulos fallaron, pero el padre del joven no dejo de creer que Jesús podía hacer el milagro


“Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar”.
Mateo 17:14

                 De este versículo podemos aprender mucho en cuanto a la verdadera fe. Aquel hombre tenía fe en que Jesús podía hacer el milagro, pero cuando lo busco no lo hallo, sino a sus discípulos, y pudo haber pensado que a lo mejor estos por ser sus seguidores podían ayudarle ya que nuestro Señor les había dado autoridad para sanar enfermedades y echar fuera demonios, pero lamentablemente no pudieron, y al fallar se despertó una gran discusión entre ellos y los escribas: “Cuando llegó a donde estaban los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos”, (Marcos 9:14). Aquí vemos el cuadro típico que a veces ocurre en la iglesia, donde nosotros los cristianos nos vemos imposibilitados de manifestar el poder de Dios a través de nuestra vida. Muchas personas que acuden poniendo su esperanza en la religión de unos cuantos hombres se decepcionan al no recibir nada, pero este hombre no se desanimó, sino que su fe continuó y pensó que, si sus discípulos fueron incapaces de ayudarme, pero el verdadero Maestro podría ayudarle. Cuando la iglesia nos falle, no nos alejemos de Dios, porque al final todos somos hombres imperfectos que hemos sido redimidos y estamos en la lucha por completar la carrera que tenemos por delante, antes debemos perseverar buscando a Jesús el cual nos puede ayudar y dar la respuesta que necesitamos.

La esperanza en Cristo jamás defrauda


“Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora”.
Mateo 17:17-18

               Cuando le hubieron explicado a Jesús lo que había pasado y de que como sus discípulos habían intentado liberar al hijo de este hombre y habían fracasado, les dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Jesús reprende a todos sus discípulos, y en general a todas las personas que estaban allí porque lo cierto es que el fracaso de los discípulos radicaba en su falta de fe y corazón duro. Obviamente el Señor no iba a poder estar con ellos para siempre, y por ello necesitaba que ellos aprendieran la lección en cuanto a la verdadera fe. Marcos nos da mayores detalles en cuanto a lo que paso: “Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo. Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó”, (Marcos 9:19-27). Podemos ver la reacción que el demonio presento al estar enfrente de Jesús: y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Esta condición era tan terrible que cuando se apoderaba de él amenazaba su vida echándolo al fuego o al agua, para matarlo, de allí que este pobre hombre tenía que estar pendiente de su hijo, y era desde niño que sufría este azote. Este hombre no había perdido su esperanza y aunque le costaba por momentos creer que su hijo pudiera quedar libre, le pide ayuda a Jesús, incluso a creer y que su fe no le faltara: Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. Como cristianos debemos luchar por creer, a lo mejor al principio no sea fácil y la mente puede hacernos dudar, pero no abandonemos nuestra esperanza en Cristo, debemos creer con todo el corazón que al que cree todo le es posible. Aquel día Jesús libero a aquel pobre hombre: Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó. De esta forma cada uno de nosotros no debe olvidar que nuestra fe esta puesta en Jesucristo y que esta jamás será defraudada.

Una fe que tiene que crecer


“Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno”.
Mateo 17:19-21

              Aquel día aquel hombre fue recompensado por su fe en Cristo, pero después de este milagro Jesús se apartó con sus discípulos y estando aparte estos le preguntaron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?. La respuesta de Jesús la resume en palabras sencillas: Por vuestra poca fe. Lo cierto es que en la vida cristiana necesitamos fe. Fe para ser salvos, fe para caminar con Dios, fe para vivir día a día, fe para sanar, fe para recibir, fe para realizar su obra y servirle, fe para perseverar, en general, toda nuestra vida debe ser de fe, debemos poner nuestra esperanza en Cristo y creer que su presencia es mas que suficiente para triunfar en esta vida. Debemos aprender a crecer en nuestra fe ya que aun la más pequeña es capaz de hacer grandes obras: porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero como podemos crecer en nuestra fe. Bueno, cultivando nuestra relación con Dios, ya que en la medida que estemos mas consagrados, en completa comunión y santidad nuestra confianza será mas firme, por ello les dijo: Pero este género no sale sino con oración y ayuno. La vida de Jesús nos ofrece un perfecto ejemplo de como debemos vivir delante de Dios, ya que El pasaba en ayuno y oración, en comunión y obediencia a la palabra, cuando esto es así podemos estar seguros de que nuestra fe crecerá y nos ayudará a vivir en este mundo de confusión.



La confesión que perdona pecados (Salmo 32:5)



“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado”.
Salmo 32:5

INTRODUCCIÓN


            Hoy en día la palabra confesión es mal utilizada debido a malas interpretaciones bíblicas. Por ejemplo, la iglesia católica la considera un sacramento donde el hombre tiene que confesarse delante de otro hombre para que este reciba la penitencia por sus pecados. Otras corrientes teológicas contemporáneas enseñan acerca de la confesión positiva, donde el creyente de confesar o declarar de forma afirmativa todo aquello que su alma desea, como por ejemplo, confesar que “esa casa es mía”, “ese automóvil es mío”, “ese trabajo es mío”, etc. Si bien es cierto Dios nos pide fe, pero debemos tener cuidado que esta enseñanza de la confesión positiva no nos lleve al materialismo y la codicia. Ahora bien, la palabra confesión es utilizada en la Biblia especialmente para declarar en arrepentimiento los pecados cometidos en contra de Dios, y rogar misericordia, tal y como lo leemos en el Salmo anterior: Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Veamos en esta oportunidad como debe realizarse esta confesión.

confesion
La confesión de pecados


                        I.         LA NECESIDAD QUE TENEMOS DE CONFESAR NUESTROS PECADOS.


“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
Proverbios 28:13

Lo primero que uno puede entender en la Biblia respecto a este tema es la necesidad que tenemos de confesar nuestros pecados para que estos sean perdonados. En proverbios se nos enseña que aquellos que no confiesan sus pecados, sino que los encubren, jamás prosperaran ni alcanzaran la misericordia de Dios, de allí la importancia de confesar nuestras transgresiones, pero ¿cómo debemos hacerlo?

                      II.         LA FORMA CORRECTA DE CONFESARSE DELANTE DE DIOS.


Puesto que la confesión de pecados es determinante para el perdón de nuestros pecados, es de gran importancia que nosotros comprendamos la forma correcta de cómo hacerlo. Veamos lo que las Escrituras nos dicen en cuanto a cómo hacerlo.

1.     La confesión debe reconocer nuestra culpa por nuestros pecados.


“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”.
1 Juan 1:8

En primer lugar, la confesión de nuestros pecados debe ser resultado de un verdadero arrepentimiento que reconoce su culpa por las faltas cometidas. Juan nos dice que aquellos que no consideran la culpa por sus pecados se engañan a sí mismo: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. De nada sirve la confesión de nuestros pecados si este no proviene de un corazón contrito y humillado, Dios jamás lo considerara; pero aquel que reconoces sus pecados y los confiesa en verdadero arrepentimiento Dios lo atiende: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”, (Salmo 51:17).

2.     La confesión de nuestros pecados debe ir dirigida a Jesús.


“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.
1 Juan 1:9-10

En segundo lugar, la confesión por nuestros pecados debe ir dirigida a Jesús. Nuestras confesiones no deben realizarse delante de hombres con el fin de que estos nos absuelvan, a menos que sea delante de un creyente maduro que nos dará un consejo para superarlos, pero antes de confesarse delante de un hombre es clave que la declaración de nuestras transgresiones sean dirigidas a Jesús con el fin de que él nos perdone: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Solamente Jesús tiene la potestad de perdonar pecados y por ello debemos creer en su fidelidad y justicia que son la garantía que se nos da para que al confesarlos seamos perdonados: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, (Hechos 4:12).

3.     Debemos confesar a Jesús como Señor y Salvador.


“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”.
Romanos 10:9-10

Finalmente, después de haber confesado nuestros pecados en completo arrepentimiento, debemos confesar a Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida. Pablo nos enseña esto, primero confesarlo como nuestro Señor: Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor. Esto significa afirmar y permitir que Jesús sea el dueño absoluto de nuestra vida, renunciar a nuestra vida de pecado y sometiéndonos a su palabra. Y segundo, creer en Jesús como nuestro Salvador: y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Creer que su sacrificio es suficiente para que yo sea salvo, cuando esto es así Pablo afirma que seremos perdonados de nuestras iniquidades: Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

CONCLUSIÓN.


La Biblia nos enseña la necesidad que tenemos de practicar la verdadera confesión por nuestros pecados, ya que si no lo hacemos jamás prosperaremos y no alcanzaremos la misericordia de Dios (Proverbios 28:13). Para realizar una verdadera confesión debemos:

1.     Confesar nuestros pecados en verdadero arrepentimiento reconociendo nuestra culpa (1 Juan 1:8).
2.     Confesar nuestros pecados únicamente a Jesús para que sean perdonados (1 Juan 1:9-10).
3.     Confesar a Jesús como Señor y creer en Él como Salvador (Romanos 10:9-10).




viernes, 20 de julio de 2018

¿Es necesario que Elías venga primero? (Mateo 17:10-13)





“Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista”.
Mateo 17:10-13

Introducción


              El apóstol Mateo continua con el relato posterior a la transfiguración de nuestro Señor Jesucristo. Ya vimos como esta maravillosa experiencia que Pedro, Jacobo y Juan tuvieron era una confirmación contundente que se le daba a Jesús de que el camino que había decidido seguir rumbo a la cruz en Jerusalén era respaldado por su Padre. Por un lado, Moisés y Elías que representaban la ley y los profetas hablaron con Él acerca del éxodo que había iniciado, y por otro, se oyó la misma voz del Padre que confirmaba la aprobación que le daba a su Hijo en todo lo que hacía. Mateo deja muy claro que esta experiencia que los tres discípulos vivieron no fue un sueño, sino una visión de la cual ellos tendrían que testificar en el futuro: “Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos”, (Mateo 17:9). Después de todo esto todo vuelve a la normalidad Jesús y sus discípulos descienden de aquel monte donde estaban y todo esto les hace recordar que antes de la venida del Mesías, Elías aparecería para preparar su camino y restablecer el reino; pero será acaso que está ya había venido, aunque ya anteriormente nuestro Señor les había explicado que el Elías profetizado por Isaías y Malaquías era Juan el bautista. Lo cierto es que mucho no lo reconocieron, así como no reconocieron a Jesús por sus interpretaciones erradas de la profecía.

transfiguracion
¿Es necesario que Elías venga primero?

¿El Elías profetizado ya vino?


“Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?”.
Mateo 17:10

               Mientras los discípulos descendían de aquel lugar comenzaron a preguntarse el significado de las palabras de Jesús en cuanto a su muerte y resurrección: “Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos”, (Mateo 17:9). Esta observación del Señor en cuanto a que el Hijo del Hombre iba a resucitar de los muertos posiblemente les provoco seria dudas ya que ellos no creían que el Mesías debía morir ya que de acuerdo a las enseñanzas rabínicas de aquel entonces se pensaba en un Mesías que vendría con poder militar a liberar a los judíos del yugo de la esclavitud y a proclamarse como rey, y de manera similar pensaban en cuanto a la profecía de Malaquías tocante a Elías y por eso le preguntaron: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?. Ahora ellos estaban confundidos por las enseñanzas que habían recibido de los escribas ya que según ellos antes del Mesías tenia que venir Elías a preparar el camino del Mesías y volver el corazón de los padres hacia los hijos y viceversa, esto de acuerdo con la profecía de Malaquías: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”, (Malaquías 4:5-6). Ellos creían que Elías el tisbita vendría personalmente, y que su ministerio seria muy parecido a que se nos narra en el Antiguo Testamento, aquel Elías que se enfrento con 850 falsos profetas y a todos mato. Sin embargo, la profecía se cumplió, pero no en la forma que se imaginaban, porque no fue Elías tisbita que regreso, sino más bien el carácter de su espíritu habito en Juan el bautista y efectivamente preparo el camino del Mesías, pero no a través de las armas o violencia, sino a través de la predicación del arrepentimiento, este hombre era el cumplimiento de esa profecía importante; pero muchos prejuiciados por sus conceptos errados no se dieron cuenta de ello.

La Profecía se Cumplió y Muchos no Reconocieron el Tiempo


“Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos”.
Mateo 17:11-12

              Aunque Jesús ya había explicado anteriormente que esta profecía de Malaquías y otra de Isaías se cumplieron en la vida de Juan el bautista, les vuelve a recalcar que este ya vino, pero que muchos no le reconocieron sino hicieron con el todo lo que quisieron: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron. Aunque Juan el bautista tuvo un ministerio sorprendente algunos de los mas religiosos no lo reconocieron, aun hablando con el: “Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”, (Juan 1:19-23). Es increíble la gran humildad de este hombre ya que a pesar de que, si era un profeta y el cumplimiento de la profecía, solo dijo de si mismo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Él no quería que las miradas de todo los judíos se posaran sobre él, sino más bien quería dirigir la atención de ellos hacia el Cristo: pero al decirle que es la voz de uno que clama en el desierto, les estaba revelando su verdadera identidad, lamentablemente estos hombres se negaron en creer porque no encajaban con sus creencias y tradiciones religiosas, y de esta forma lo rechazaron y no reconocieron la necesidad de arrepentimiento que tenían y al final, termino siendo decapitado por Herodes Antipas. De igual forma, así como estos hombres no reconocieron que Juan el bautista era el profeta que se anuncio en el Antiguo Testamento, así no reconocieron a Jesús como Mesías, jamás entendieron que muchas cosas que pasaban eran el cumplimiento de la ley, los profetas y los Salmos, todo porque estaban prejuiciados con sus conceptos errados, y al final terminaron crucificando a su Mesías: así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Cuantas personas hoy en día no reconocen a Jesús como el Señor y Salvador de sus vidas porque no quieren renunciar a sus creencias religiosas, o por malas interpretaciones bíblicas, cuantas personas se quedaran a la gran tribulación porque no comprenden las palabras de la profecía tocante al inminente regreso de Cristo por su iglesia, creen que falta mucho y que el tiempo no es ahora para arrepentirse de sus pecados, cuantos se irán al infierno porque no creen en él, cuantos morirán en sus pecados porque les enseñaron a obedecer a su religión, cuantos realmente están equivocados en su manera de pensar por malas interpretaciones bíblicas, tal y como Pedro lo enseña: “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza”, (2 Pedro 3:15-17). Debemos tener cuidado para no caer en el error de estos hombres que no reconocieron que las profecías tocantes a la primera venida del Mesías se estaban cumpliendo en sus narices, así nosotros hoy esperemos con ansia su segunda venida viviendo por fe y en plena santidad delante de su presencia.

La Verdad es Revelada a Aquellos que Creen en Jesucristo


“Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista”.
Mateo 17:13

          A pesar de que al principio sus discípulos no entendían, pero como creían en su Maestro el entendimiento les fue abierto para que comprendiese bien las profecías, ya que al final entendieron que se refería a Juan el bautista. Si bien es cierto que la Biblia tiene algunas cosas que son difíciles de interpretar, no debemos olvidar que nosotros tenemos un Maestro que nos guía a toda verdad, y ese es el Espíritu Santo: “Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”, (Juan 14:25-26). De igual forma, el Señor a constituido cinco ministerios dentro de la iglesia con el fin de enseñar su palabra y perfeccionar a los santos en toda buena obra y madurez espiritual: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”, (Efesios 4:11-15). Por tanto, nosotros debemos poner de nuestra parte para permitir que el Espíritu Santo a través de sus siervos enseñen la palabra y podamos crecer, ya que todo lo que esta escrito en ella se debe discernir espiritualmente: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”, (1 Corintios 2:14). Al final, si nos sometemos a Dios y abandonamos todas nuestras creencias erradas abriendo nuestro corazón al conocimiento a su palabra, podremos llegar a entender las maravillas de la Biblia: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”, (Salmo 119:18).