Jesús ora por su glorificación (Juan 17:1-5)


 

“Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.

Juan 17:1-5

INTRODUCCIÓN

               El capítulo 16 ha finalizado y con ello el discurso más largo dado por nuestro Señor Jesús que este registrado en los evangelios y ahora iniciamos el estudio del capítulo 17 el cual posee la oración más larga de Jesús registrada en los evangelios y que es exclusiva de este como muchas otras cosas más. Después de esta oración el Señor será capturado por sus enemigos e iniciará su martirio que terminará en la crucifixión. No olvidemos que todo esto inicio en el aposento alto donde tomó Jesús la cena pascual con sus discípulos y allá en el capítulo 13 inicio con un discurso hacia ellos con una serie de indicaciones que les ayudaría a enfrentar su muerte. Ahora después de este discurso que acaba de terminar en el capítulo 16 el Señor comienza a orar teniendo en mente tres peticiones importantes que veremos a lo largo del estudio de este capítulo.


Jesús-ora-glorificación
Jesús ora por su glorificación


JESÚS ORA

 “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo…”

Juan 17:1

                 Justo después de haber terminado su gran discurso de despedida que abarca 4 capítulos de este evangelio, nuestro Señor se dispone a elevar una oración a su Padre la cual es considerada como la oración más larga que tenemos registrada en los evangelios: Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo. La vida de nuestro Señor se caracterizo por la oración, y así lo vemos orando en montes: “Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”, (Mateo 14:23); durante la madrugada: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”, (Marcos 1:35); y en general, en lugares desiertos: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”, (Lucas 5:16). Ahora lo vemos aquí, en este evangelio orando, y esta oración que vemos aquí forma parte de la oración del Getsemaní, es decir, la última oración que Jesús hizo justo antes de ser capturado por sus enemigos y ser entregado al martirio y muerte en la cruz. En los evangelios sinópticos aparece este evento donde Jesús llega a un lugar llamado Getsemaní y ora: “Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro. Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que, si fuese posible, pasase de él aquella hora”, (Marcos 14:32-35). Este lugar llamado Getsemaní estaba ubicado en el monte de los Olivos y en Lucas se nos da mayores detalles en cuanto a la angustia de nuestro Señor: “Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”, (Lucas 22:39-44). De acuerdo a los sinópticos la petición que Jesús tenia a su Padre era que si era posible pasase esa copa sin que la bebiese, pero que no se hiciese como Él decía, sino como su Padre quería. La copa a la que se refiere Jesús en esta oración era el hecho de sufrir el martirio en la cruz por nuestros pecados. Sin embargo, aquí en Juan tenemos otra parte de lo que Jesús oró en aquel momento de angustia y durante todo el capítulo 17 lo podemos estudiar.

 

                A esta oración que encontramos en el capítulo 17 de Juan se le ha llamado la oración sacerdotal de Jesús o la oración del Sumo Sacerdote o la oración de consagración, aunque esta última no contempla toda la amplitud de su contenido. Podríamos dividir el contenido de esta oración del capítulo 17 del evangelio según Juan en tres partes, la primera división seria la oración de Jesús por su propia glorificación, (Juan 17:1-5), en segundo lugar, tenemos la oración de Jesús por sus discípulos, (Juan 17:6-19) y finalmente, tenemos la oración de Jesús por las personas que habrían de convertirse en el futuro, (Juan 17:20-26). En esta oportunidad estudiaremos la primera parte de esta oración, la oración de Jesús por su glorificación.

 

JESÚS ORA POR SU PROPIA GLORIFICACIÓN

“... Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti…”

Juan 17:1

            Aquí vemos que lo primero por lo que Jesús ora es porque su Padre lo glorifique a Él, para que así Él mismo glorifique a su Padre al mismo tiempo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti. ¿A qué se refiere Jesús cuando habla de su propia glorificación? La glorificación de Cristo se refiere a su victoria en sobre el pecado, pero esta seria manifiesta a través de su muerte en la cruz del Calvario. Prácticamente lo que Jesús le esta pidiendo a su Padre es que le ayude a ir a morir a la cruz del Calvario, lo cual no era fácil ya que no solo enfrentaría torturas, dolor y burlas, sino también, los pecados caerían sobre Él por causa de nuestras rebeliones: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”, (1 Pedro 2:24). Aunque durante el momento de su crucifixión lo más que ganaría seria el desprecio y burla de sus enemigos, así como el lamento de sus amigos; pero lo cierto es que cuando Cristo resucitara de la muerte, el Padre lo glorificaría haciéndolo Señor de todo lo que existe en el universo y dándole potestad para perdonar los pecados y dar vida eterna a los que creyeran en Él: “Y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”, (Efesios 1:19-22).

 

JESÚS ORA PARA QUE MUCHOS CONOZCAN LO QUE SIGNIFICA LA VIDA ETERNA

“… como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.

Juan 17:2-3

              En su oración Jesús afirma la potestad que ha recibido de su Padre sobre toda carne para dar vida eterna: como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. La palabra griega que la versión RV60 traduce como potestad es exousía (ἐξουσία), la cual se refiere al poder y autoridad que se le da a una persona para ejercer una actividad que por derecho le corresponde, y en este sentido, a Jesús se le ha dado toda autoridad y poder para perdonar pecados y dar vida eterna, fuera de Él no hay otro que pueda hacerlo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, (Hechos 4:12). Solamente Jesús puede otorgar perdón de pecados y por ende la vida eterna, pero, ¿qué es la vida eterna? Bueno, aquí en Juan se nos da una buena definición de lo que es la vida eterna: Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. La vida eterna es esto, llegar a conocer a Dios como el único y verdadero Dios, y a Jesucristo como Señor y Salvador. La eternidad es algo difícil de traducir, no es cuestión de tiempo, no podríamos decir que es por los siglos de los siglos porque allí estamos involucrando el factor tiempo. La eternidad no tiene principio ni fin y es una característica de Dios, ya que Él es un ser eterno. En el libro de Apocalipsis se nos da una idea de cómo será la eternidad: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron …  La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera…  No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.”, (Apocalipsis 21:1-4, 23, 27). De acuerdo a estos versículos podemos entender que la eternidad se caracterizara por: (1) una nueva creación, los cielos y la tierra pasarán. (2) Dios habitaran con los salvos. (3) No habrá dolor ni penas, solo gozo y paz (4) No habrá sol ni luna y, por ende, el concepto de tiempo, Dios iluminará todo con su gloria. (5) No habrá pecado. Ahora, para poder lograr tener vida eterna, Jesús dice que el principio es llegar a conocer a Dios, sin eso, el hombre jamás logrará alcanzar la vida eterna y esto se hace posible a través de conocer a Jesús como el Señor y Salvador de sus vidas.

 

HE ACABADO LA OBRA QUE ME DISTE QUE HICIERA

“Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.

Juan 17:4-5

              Jesús ha terminado su obra en esta tierra, obra que inicio desde el momento que se reencarno en el vientre de María y que dio a conocer públicamente cuando tenía aproximadamente 30 años: “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, según se creía, de José, hijo de Elí”, (Lucas 3:23). Luego, gracias a este evangelio, podemos ver que su ministerio atravesó cuatro pascuas, contando así los años de ministerio que Jesús tuvo en esta tierra. Así vemos que su ministerio recién comenzaba cuando se da la de la purificación del templo (Juan 2:13); la otra se sugiere que fue la del capítulo 5, donde Jesús sana al paralítico de Betesda y allí se dice que se estaba celebrando una fiesta en Jerusalén, y se cree que era una pascua (Juan 5:1), aquí se nos hace ya un año. Luego vemos que otra pascua estaba cerca en Juan 6 y se refiere a la ocasión de la multiplicación de los panes y los peces (Juan 6:4), aquí con esta contaríamos dos años. Luego en Juan 12:1, cuando María la hermana de Lázaro ungió los pies de Jesús con una libra de perfume de nardo puro, se nos dice que estaba a seis días de ocurrir la pasca, haciendo así un año más que transcurrió. Por tanto, podría calcularse que el ministerio de Cristo fue de aproximadamente 3 años y medio. Durante este tiempo, el Señor cumplió su ministerio fielmente, predicando el evangelio, enseñando en las sinagogas y sanando a los enfermos: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”, (Mateo 4:23). Ahora, después de haberle dado las ultimas instrucciones a sus discípulos, ya no habría más predicaciones o enseñanzas que compartir, ni más enfermos que sanar, esta tarea había terminado exitosamente y por ello se dispone a orar a su Padre para que le ayude a dar los pasos finales que lo llevarían a enfrentar la muerte en la cruz, muerte con la cual consumaría su obra expiatoria: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu”, (Juan 19:30). Por ello, Jesús decía: Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. Jesús cumplió su misión en esta tierra y con ello glorificó a su Padre, obedeciéndolo en todo lo que le había mandado, por ello, ahora el Padre lo glorificaría a Él para que aquella gloria que el Hijo había abandonado al momento de encarnarse en esta tierra, le seria devuelta y volvería a esta al lado de su Padre celestial.

 

                De igual forma, Dios hace lo mismo con sus hijos, aquellos que renuncian al pecado y se entregan a una vida de servicio, soportando las pruebas y perseverando fielmente sin retroceder, estos son recompensados por su Señor. Las demandas del reino pueden parecer difíciles de cumplir: “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”, (Lucas 9:23); sin embargo, el Señor promete recompensar a sus siervos y que estos estarán a su lado en la eternidad: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará”, (Juan 12:26). Dios honrará a aquellos que le honran, y así como Jesús fue glorificado por su Padre, también el Hijo glorificará a aquellos que por la fe alcancen sus promesas: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”, (Romanos 8:29-30). De esta forma, el Señor nos promete la glorificación y esta se logrará renunciando a nuestros pecados hoy y creyendo que el sacrificio de Cristo es suficiente para perdonarnos y darnos vida eterna.


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