Sinopsis de Éxodo (Parte III)


 

“En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí”.

Éxodo 19:1

INTRODUCCIÓN

                      Con esta tercera parte continuamos con la sinopsis de este maravilloso libro del Antiguo Testamento, el libro de Éxodo. En nuestro resumen de este libro hemos considerado dos partes. La primera, los eventos relacionados con la esclavitud de Israel en Egipto y la vida de Moisés, sus 40 años como hijo de la hija de faraón, sus 40 años en Madián y sus 40 años como libertador de Israel (esto incluye los detalles del éxodo y sus 40 años en el desierto). La segunda parte de este estudio se enfocó en considerar las 10 plagas y la celebración de la pascua. Ahora, en esta tercera parte, estudiaremos su llegada al monte Sinaí, específicamente, la entrega de los diez mandamientos y su legislación a través de ellos. Fue en el mes tercero de la salida de Egipto que los israelitas llegaron al monte Sinaí: En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí. Fue durante casi dos años que estos permanecieron en el Sinaí, considerando que llegaron al Sinaí en el mes tercero de su salida de Egipto (Éxodo 19:1): “En el año segundo, en el mes segundo, a los veinte días del mes, la nube se alzó del tabernáculo del testimonio. Y partieron los hijos de Israel del desierto de Sinaí según el orden de marcha; y se detuvo la nube en el desierto de Parán”, (Números 10:11-12). Durante este periodo de casi dos años, Dios aisló a Israel para establecer un pacto con ellos, el pasto mosaico, en el cual establecería sus promesas a los descendientes de Abraham, promesas que cumplirían si ellos se sujetaban a sus leyes y mandamientos, y en este sentido, este pacto era condicional. La palabra pacto es importante en la teología del Antiguo Testamento, esta palabra pacto se traduce del hebreo berit (רִית), la cual hace referencia a un acuerdo o trato entre dos partes, trato que Dios establece con los hombres y no al revés. Es importante recordar que los pactos en la Biblia son establecidos por Dios con los hombres y nunca al revés, algunos son pactos incondicionales como el pacto abrahámico (Génesis 12:2-3) o el davídico (2 Samuel 7), mientras que otros como el mosaico son condicionales. En este sentido, Dios estableció su pacto con los israelitas bajo la condición que ellos guardaran sus mandamientos, para ello, el Señor les daría sus leyes bajo las cuales regirían su vida tanto social, familiar como religiosa, creando así un verdadero gobierno teocrático.

 

decálogo
El decálogo

EL DECÁLOGO

“Y habló Dios todas estas palabras, diciendo…”

Éxodo 20:1

                 Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud y ahora iniciaría el proceso de convertirlos en una gran nación, cumpliendo así su pacto con Abraham, sin embargo, toda nación necesita un rey o gobernador, así como leyes que los legislen, por tanto, Dios entregaría a Moisés sus diez mandamiento, así como otras leyes más que llegarían a suma aproximadamente 613 y el Señor gobernaría sobre ellos bajo la sombra de un gobierno teocrático. Esto se dio en el monte Sinaí, llamado también monte Horeb (Éxodo 3:1; 19:11: Deuteronomio 4:10). En hebreo son conocidos con el nombre de éser dabár (עֶשֶׂר דָּבָר) y literalmente se traducen como las Diez Palabras, por ello, en la Septuaginta se traduce como el Decálogo, que significa lo mismo, las Diez Palabras, sin embargo, son mejor conocidos como los Diez Mandamientos. Estos diez mandamientos se vuelven a repetir con algunas leves variaciones en Deuteronomio 5:6-12, y junto con el tema de la pascua, quizás constituye una de las partes más relevantes de este libro. En este sentido, los primeros cuatro mandamientos enseñan como el hombre tiene que relacionarse con Dios y adorarlo como Él es digno, mientras que los restantes seis enseñan como el hombre debe relacionarse con su prójimo para mantener las buenas relaciones. El primer versículo de este capítulo 20 del libreo de Éxodo, el texto recalca el hecho que estas palabras que Dios está entregando son inspiración divina de Él, por tanto, estos diez mandamientos son palabras expresadas directamente por Dios a Israel, y no la recopilación de ideas religiosas de un hombre mortal de esta tierra, tal y como lo son las leyes o el contenido de otros libros de las religiones mundiales. En cuanto a la forma de cómo dividir los diez mandamientos, a lo largo del tiempo se han hecho algunas de estas. Cuando los judíos realizaron la versión de la Septuaginta, estos hicieron una división que hoy en día se usa en nuestras iglesias evangélicas, donde el primer mandamiento inicia desde el versículo número 3:

 1.       No tener dioses ajenos.

2.       No hacer imágenes para adorarlos.

3.       No tomaras el nombre de Dios en vano.

4.       Guardar el día de reposo.

5.       Horrar a padre y madre.

6.       No matar.

7.       No adulterar.

8.       No robar.

9.       No hablar falso testimonio contra el prójimo.

10.    No codiciar.

Esta división que la Septuaginta presenta fue avalada por Filón de Alejandría, un filósofo judío que vivió entre el 20 a.C. y 45 a.C.; sin embargo, el Talmud tomó como primer mandamiento el versículo número 2 y unió el mandamiento 1 y 2 de la división de la Septuaginta como un solo mandamiento, obteniendo el siguiente orden:

 1.       Yo soy Jehová tu Dios.

2.       No tener dioses ajenos y no hacer imágenes para adorarlos.

3.       No tomaras el nombre de Dios en vano.

4.       Guardar el día de reposo.

5.       Horrar a padre y madre.

6.       No matar.

7.       No adulterar.

8.       No robar.

9.       No hablar falso testimonio contra el prójimo.

10.    No codiciar.

Luego, Agustín de Hipona, clasifico los mandamientos de no tener dioses ajenos y no hacer imágenes para adorarlos como un solo y dividió en dos mandamientos el de codiciar:

 1.       No tener dioses ajenos y no hacer imágenes para adorarlos.

2.       No tomaras el nombre de Dios en vano.

3.       Guardar el día de reposo.

4.       Horrar a padre y madre.

5.       No matar.

6.       No adulterar.

7.       No robar.

8.       No hablar falso testimonio contra el prójimo.

9.       No codiciar a la mujer de tu prójimo.

10.    No codiciar los bienes de tu prójimo.

Esta división de Agustín fue tomada por la iglesia católica y posteriormente por los luteranos, y en el caso de la iglesia católica estos se presentan con ciertas variaciones, pero siempre basados en la división que Agustín realizó:

 1.       Amaras a Dios sobre todas las cosas.

2.       No tomaras el nombre de Dios en vano.

3.       Santificaras las fiestas.

4.       Horrar a padre y madre.

5.       No matar.

6.       No adulterar.

7.       No robar.

8.       No hablar falso testimonio contra el prójimo ni mentir.

9.       No consentirás pensamientos impuros.

10.    No codiciar los bienes de tu prójimo.

Luego, la iglesia reformada siguiendo la clasificación que Juan Calvino realizó, divide los diez mandamientos tal y como Filón de Alejandría realizó, y que hoy por hoy, es la que las iglesias evangélicas reconocen. 

 1.       No tener dioses ajenos.

2.       No hacer imágenes para adorarlos.

3.       No tomaras el nombre de Dios en vano.

4.       Guardar el día de reposo.

5.       Horrar a padre y madre.

6.       No matar.

7.       No adulterar.

8.       No robar.

9.       No hablar falso testimonio contra el prójimo.

10.    No codiciar.

Consideremos cada uno de los diez mandamientos:

 

Primer mandamiento: No tener dioses ajemos.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí”.

Éxodo 20:3 

El primer mandamiento es: No tener dioses ajenos. En este sentido, lo primero que Israel debía entender es que no debía tener otros dioses que no fuese el Señor y esto nos enseña que en todo el universo no hay otro dios que nuestro Señor Todopoderoso. Para este momento la idea de un solo Dios era prácticamente inexistente e Israel estaba rodeados de naciones politeístas. Por ejemplo, los egipcios tenían un culto dirigido a muchos dioses, así como las naciones de los cananeos a donde se dirigían, por ello Josué los exhortaba a ser fieles y servir a un único Dios: “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová”, (Josué 24:15). Debido a esto, más adelante los israelitas son exhortados a amar a un solo Dios: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”, (Deuteronomio 6:4-5). El fundamento más importante de la teología cristiana es entender este mandamiento, Dios es uno y no hay otro después de Él.

 

Segundo mandamiento: No adorar imágenes de dioses falsos.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos”.

Éxodo 20:4-6

El segundo mandamiento se refiere a: No adorar imágenes de dioses falsos. La prohibición de este mandamiento no es en contra de hacer imágenes con fines artísticos o educativos, sino más bien, a hacer alguna imagen de cualquier cosa creada con el fin de adorarla como si se tratase de Dios. Aquí se muestra el celo de Dios a su divinidad, nadie más merece ser adorado que nuestro Dios. Sin embargo, esto ha sido un problema para el ser humano ya que en su ignorancia ha tendido a adorar las fuerzas de la naturaleza, los astros o falsos dioses a los cuales les ha edificado imágenes. Israel cayó muchas veces en este problema, edificando imágenes de ídolos que violaban el segundo mandamiento, así vemos como algunos reyes en Judá lucharon por erradicar este pecado, tal y como lo hizo Ezequías: “Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre. El quitó los lugares altos, y quebró las imágenes, y cortó los símbolos de Asera, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel; y la llamó Nehustán”, (2 Reyes 18:3-4). La Biblia nos dice lo torpe que es el crear ídolos y adorarlos: “¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que para nada es de provecho? He aquí que todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son hombres. Todos ellos se juntarán, se presentarán, se asombrarán, y serán avergonzados a una. El herrero toma la tenaza, trabaja en las ascuas, le da forma con los martillos, y trabaja en ello con la fuerza de su brazo; luego tiene hambre, y le faltan las fuerzas; no bebe agua, y se desmaya. El carpintero tiende la regla, lo señala con almagre, lo labra con los cepillos, le da figura con el compás, lo hace en forma de varón, a semejanza de hombre hermoso, para tenerlo en casa. Corta cedros, y toma ciprés y encina, que crecen entre los árboles del bosque; planta pino, que se críe con la lluvia. De él se sirve luego el hombre para quemar, y toma de ellos para calentarse; enciende también el horno, y cuece panes; hace además un dios, y lo adora; fabrica un ídolo, y se arrodilla delante de él. Parte del leño quema en el fuego; con parte de él come carne, prepara un asado, y se sacia; después se calienta, y dice: ¡Oh! me he calentado, he visto el fuego; y hace del sobrante un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi Dios eres tú. No saben ni entienden; porque cerrados están sus ojos para no ver, y su corazón para no entender”, (Isaías 44:10-18). Por tanto, Dios condena la fabricación de imágenes para hacer ídolos con el propósito de adorarlos y, de hecho, aun fabricar imágenes de Él sería imposible, porque, si su gloria y majestad es tan incomparable e inmensurable que ningún templo puede contenerla, cómo entonces elaborar una imagen que lo represente: “Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?”, (1 Reyes 8:27).

 

      Tercer mandamiento: No tomar el nombre de Dios en vano.

“No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano”.

Éxodo 20:7

                El tercer mandamiento es: No tomar el nombre de Dios en vano. Algunos opinan que este mandamiento se refiere a no usar el nombre del Señor combinado con lenguaje grosero, pero la verdad es que va más allá de esto. El nombre de Dios es santo y, por tanto, no puede ser usado a la ligera, y en los tiempos en los que se dio este mandamiento, los israelitas solían jurar en el nombre de Dios para dar a sus palabras un mayor peso de credibilidad, sin embargo, el Señor les advierte que aquellos que usen su nombre como garantía de que están diciendo la verdad, aun cuando esto es falso, serán culpables de gran pecado delante de su presencia. Aquí hay que comprender que cada uno de los nombres que Dios recibe en el Antiguo Testamento están relacionados con sus atributos divinos y hablan de su dignidad y magnificencia, por tanto, alguien que jurara por su nombre y dicho juramento era una mentira, pecaba de tomar a la ligera el nombre santo del Señor. Este mandamiento llevo a los israelitas a temer usar el nombre del Señor y por ello, ni siquiera se atrevían a pronunciarlo, de tal forma que, por no tener vocales el hebreo, la pronunciación exacta del nombre que Dios le revelo a Moisés se olvidó. Hoy por hoy, nosotros lo pronunciamos como Jehová. La palabra hebrea de donde se traduce Jehová es una combinación de 4 consonantes conocidas como el tetragrámaton que al transliterarlas a nuestro idioma serían las consonantes YHVH: (יְהויָה). Al no tener vocales el nombre de Dios se hacía imposible pronunciarlo y por consiguiente los israelitas no podían usarlo, evitando que así alguien pudiese utilizarlo en vano y cometiese este terrible pecado. El problema con todo esto fue que con el paso de los siglos la pronunciación de su nombre se perdió, pero fueron los masoretas, unos judíos tradicionalistas que preservaban las Escrituras del Antiguo Testamento que decidieron utilizar las vocales de uno de los nombres de Dios, Adonai, y estas introducirlas en medio del tetragrámaton, para producir la pronunciación del mismo, y de esta forma surgió el nombre YaHoVaH, de donde se translitera el nombre Yahvé y en nuestro idioma, Jehová.

                Si consideramos el verdadero significado de este mandamiento, el nombre de Dios es santo y, por tanto, no puede ser usado a la ligera, sin embargo, el mandamiento también iba orientado para que Israel no hicieran juramentos falsos o que prometieran cosas que no cumplirían. Por ello Jesús dijo: “Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede”, (Mateo 5:33-37). Jesús enseña que lejos de jurar el espíritu de este mandamiento descansa en hablar con verdad y no prometer cosas que jamás cumplirán.

 

            Cuarto mandamiento: Guarda el día de reposo.

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó”.

Éxodo 20:8-11

                El cuarto mandamiento era exclusivo para los israelitas y era guardar el día de reposo. El mandamiento dice: Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Israel tenía que acordarse del día de reposo para consagrarlo, es decir, ponerlo aparte de entre todos los días de la semana. ¿Cuál era el objetivo de santificar este día? ¿Qué tenían que hacer los israelitas este día? La respuesta es, nada, porque era un día de descanso: Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó. Por tanto, a partir de aquí, Israel aprendió a contar los días de la semana ya que, al llegar al día séptimo, tenía que aprender a dejar todos sus trabajos. Cuando Israel estuvo en Egipto estaba acostumbrado a trabajar de día y de noche, sin parar, pero ahora Dios introducía el concepto de descansar un día a la semana lo cual el un concepto que hoy en día se practica con el fin de renovar las fuerzas que se gastan en la semana. La violación de este mandamiento se pagaba con la muerte: “Estando los hijos de Israel en el desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en día de reposo. Y los que le hallaron recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba declarado qué se le había de hacer. Y Jehová dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento. Entonces lo sacó la congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Jehová mandó a Moisés”, (Números 15:32-36). De esta forma el día de reposo se convirtió en un día festivo que los israelitas tenían que guardar perpetuamente: “Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó”, (Éxodo 31:16-17). Lamentablemente Israel no pudo cumplir este mandamiento, y entre otros pecados, trajeron a sí mismos el juicio de Dios que termino con la conquista de su tierra y su deportación a tierras extrañas, es más, aun después de 70 años de cautiverio los judíos fueron incapaces de obedecer este mandamiento: “En aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban en lagares en el día de reposo, y que acarreaban haces, y cargaban asnos con vino, y también de uvas, de higos y toda suerte de carga, y que traían a Jerusalén en día de reposo; y los amonesté acerca del día en que vendían las provisiones. También había en la ciudad tirios que traían pescado y toda mercadería, y vendían en día de reposo a los hijos de Judá en Jerusalén. Y reprendí a los señores de Judá y les dije: ¿Qué mala cosa es esta que vosotros hacéis, profanando así el día de reposo?”, (Nehemías 13:15-17). En los tiempos de Jesús, los fariseos intentaban guardar el día de reposo, sin embargo, a este le añadieron una serie de reglamentos humanos que convirtieron en este mandamiento en una verdadera carga que nadie podía llevar: “Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios. Pero el principal de la sinagoga, enojado de que Jesús hubiese sanado en el día de reposo, dijo a la gente: Seis días hay en que se debe trabajar; en éstos, pues, venid y sed sanados, y no en día de reposo. Entonces el Señor le respondió y dijo: Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber?  Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?”, (Lucas 13:10-16). Parte de las prohibiciones en el día de reposo era no sanar en este día, aun cuando se tratare de liberar de su azote a una persona, y así como esto, los fariseos habían establecido muchos reglamentos más que convertían el guardar el día de reposo en una carga insoportable. Ahora en la actualidad, la iglesia ya no está obligada a guardar el día sábado, ya que Cristo ha venido a darnos descanso de todas nuestras obras y hoy Él es nuestro reposo: “Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia”, (Hebreos 4:8-11).

 

            Quinto mandamiento: Honra a tu padre y tu madre.

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”.

Éxodo 20:12         

                El quinto mandamiento es honrar a tu padre y madre: Honra a tu padre y a tu madre. En el antiguo tiempo el gobierno era patriarcal y, por tanto, la mujer no tenía un protagonismo importante, ni siquiera era reconocida en la sociedad como un ser importante en comparación al hombre, sin embargo, aquí Dios muestra el valor que la mujer tiene delante de Él incluyéndola en este mandamiento. La palabra hebrea que se traduce honrar es kabád (כָּבַד), y tiene diversos significados que van desde glorificar a alguien hasta hacer referencia a una persona ilustre y venerable. Honrar significa sentir y mostrar respeto por una persona, respeto que lleva a la obediencia y reverencia. En el Antiguo Testamento parte de la honra consistía en que los hijos tenían que obedecer a sus padres, no obstante, la violación de este mandamiento era pagado con la muerte: “Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá”, (Deuteronomio 21:18-21). Por tanto, este mandamiento ordena a los hijos a respetar la autoridad de sus padres, a valorarlos y tratarlos con respeto, cuidando de ellos en su vejez: “Pero si alguna viuda tiene hijos, o nietos, aprendan éstos primero a ser piadosos para con su propia familia, y a recompensar a sus padres; porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios”, (1 Timoteo 5:4). El obedecer este mandamiento trae una gran promesa de bendición para aquellos que lo obedecen: para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da. Hoy en día, en algunos países se vive mucho la desintegración familiar, donde los padres abandonan sus hogares y por ende los hijos se crían lejos de la figura paterna y en ocasiones abandonan sus responsabilidades como hombres del hogar, lo que obliga a la mujer a tomar el rol de responsable de la familiar. Aun así, el mandamiento es claro y no es bueno que los hijos odien a sus padres por abandonarlos, antes deben honrarlos y Dios recompensara sus vidas con la promesa de larga vida. También, deben tener claro los padres irresponsables que obtendrán la paga por su conducta irresponsable ya que, al no sembrar amor y cuidado a su familia, difícilmente cosecharán lo mismo.

 

            Sexto mandamiento: No mataras.

“No matarás”.

Éxodo 20:13 

                El sexto mandamiento es no matarás. La palabra hebrea de donde se traduce matar es ratsákj (רָצַח), y hace referencia a quitarle intencionalmente la vida a otro ser humano, lo que nosotros conocemos como asesinar. En el Antiguo Testamento Dios permitía la muerte de las personas como castigo a desobedecer algunas leyes o mandamientos, tal y como no guardar el día de reposo (Números 15:32-36), el no obedecer a sus padres (Deuteronomio 21:18-21), el practicar la hechicería o adivinación (Levítico 20:6), entre otros. En este caso, era el gobierno de ancianos de Israel que juzgaban a la persona y de declararse culpable en base a evidencia, la persona era ejecutada. En otras ocasiones Dios permitía que se quitara la vida a otros seres humanos en tiempos de guerra: “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”,  (1 Samuel 15:3) y cuando entraron a la tierra prometida el Señor ordeno que tenían que matar a sus moradores: “Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado; para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios”, (Deuteronomio 20:16-18). Ahora bien, es clara la diferencia que Dios hace entre quitarle la vida a un ser humano y quitarle la vida a otro ser viviente, pero, ¿por qué? ¿Por qué no es lo mismo quitarle la vida a un animal que quitarle la vida a un ser humano? Pues, la respuesta es porque el hombre, a diferencia a los demás seres vivientes, es creado a imagen y semejanza de Dios, por lo que, aquel que atenta en contra de la vida de un ser humano, está atentando en contra de la imagen de Dios. Así, el mandamiento de no matar está dirigido a cometer homicidio en contra de otro ser humano, el cual es imagen y semejanza de Dios.

 

            Séptimo mandamiento: No cometerá adulterio.

“No cometerás adulterio”.

Éxodo 20:14 

                El séptimo mandamiento es no cometer adulterio. Cuando Dios le dio a Israel este mandamiento, ellos venían de experimentar un mundo promiscuo y de gran libertinaje sexual en Egipto, por tanto, estaban acostumbrados a ver una serie se prácticas sexuales que son abominación a los ojos del Señor. Por ello en Levítico 18, el Señor les prohíbe practicar actos sexuales a los cuales las naciones paganas estaban acostumbradas a practicar: “No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis; ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos… Ningún varón se llegue a parienta próxima alguna, para descubrir su desnudez. Yo Jehová… Además, no tendrás acto carnal con la mujer de tu prójimo, contaminándote con ella… No te echarás con varón como con mujer; es abominación. Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con él; es perversión”, (Levítico 18:3, 6, 20, 22-23). Ante todas estas prácticas sexuales, Dios pretende preservar la pureza de Israel a través del séptimo mandamiento. El séptimo mandamiento tenía como objetivo preservar la pureza sexual de Israel. En esta época la práctica de la poligamia (que un hombre pudiese contraer matrimonio con más de una mujer) era muy común en todas las naciones. El hecho de que un hombre pudiese tener varias esposas demandaba que este se hacía cargo de ellas económicamente y que todos los hijos que tuviera con ellas le heredarían. Un ejemplo de esto lo vemos en la vida de Jacob que tuvo 12 hijos varones que engendro de 4 mujeres diferentes. En esta época, si una mujer era soltera y un hombre podía hacerse responsable de ella, podía hacerla su esposa, aun cuando este ya tuviese otras esposas, pero si un hombre se unía sexualmente a una mujer casada, eso era considerado adulterio y Dios no lo aprobaba. Así lo vemos cuando David fue desaprobado por Dios, no por tener varias esposas, sino por haberse acostado con una mujer casada: “Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón”, (2 Samuel 12:7-9). Ahora bien, todo esto no significa que Dios aprueba la poligamia, de hecho, el modelo perfecto de Dios es uno solo hombre unido con una sola mujer: “El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”, (Mateo 19:4-6). Dios permitió la poligamia ya que sabía que Israel no iba a poder dejar esta práctica de inmediato, por eso vemos después de la ley, hombres como David y Salomón que tuvieron varias esposas y aun concubinas, pero el adulterio, es decir, unirse sexualmente a una mujer casada era prohibido. No obstante, con el surgimiento del cristianismo, el concepto de un matrimonio de un solo hombre con una sola mujer se introdujo fuertemente, aboliendo así la poligamia, a tal punto que, entre los requisitos de los servidores de la iglesia, un requisito indispensable era que tuviesen un solo cónyuge, así lo vemos con los obispos: “Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer…”, (1 Timoteo 3:2). También los diáconos debían cumplir con este mandamiento: “El diácono debe ser esposo de una sola mujer y gobernar bien a sus hijos y su propia casa”, (1 Timoteo 3:12). De esta forma, se espera que cada cristiano sepa apartarse de la inmundicia sexual a través del matrimonio: “Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido”, (1 Corintios 7:2). Así, el séptimo mandamiento tiene el objetivo de preservar la pureza sexual del ser humano, y si algún no puede soportar las presiones sexuales del mundo, le exhorta a casarse y tener su propio cónyuge.

 

            Octavo mandamiento: No robar.

“No hurtarás”.

Éxodo 20:15

                El octavo mandamiento es: No robar. Hoy en día, se hace diferencia entre robar y hurtar. La palabra robo se refiere a quitarle la propiedad a otro ser humano, haciendo violencia y con amenazas; mientras que, hurtar, se refiere a quitarle la propiedad a otra persona, sin que este se dé cuenta al principio de la sustracción. En ambos casos, la acción viola el octavo mandamiento. Como lo hacían otras naciones paganas, el castigo para aquellos que fuesen descubiertos en el acto de robar era la restitución. Por ejemplo, cuando se trataba de casos de robo de animales, el ladrón tenía que restituir entre el cuádruple o lo quíntuple de los hurtado: “Cuando alguno hurtare buey u oveja, y lo degollare o vendiere, por aquel buey pagará cinco bueyes, y por aquella oveja cuatro ovejas”, (Éxodo 22:1). Para aquellos que robaban dinero, tenían que pagar el doble de lo robado: “Cuando alguno diere a su prójimo plata o alhajas a guardar, y fuere hurtado de la casa de aquel hombre, si el ladrón fuere hallado, pagará el doble”, (Éxodo 22:7). Para aquellos que no podían pagar la deuda por su robo, lo tenían que pagar haciéndose esclavos: “… El ladrón hará completa restitución; si no tuviere con qué, será vendido por su hurto”, (Éxodo 22:3). De esta forma, aquel que era descubierto en este pecado tenía que restituir al menos al doble lo que robaba, lo cual implicaba que el costo de restitución era tan caro, que pensaría dos veces antes de volver a intentarlo, de esta forma el castigo impuesto por desobedecer el octavo mandamiento estaba orientado a hacer reflexionar al culpable de lo que cuesta obtener los bienes personales y la importancia de respetar la propiedad privada. Hoy en día, nosotros los cristianos debemos aprender la importancia de este mandamiento, ya que cuando privamos a aquellos de las cosas que por derecho son de ellos o tomamos aquellas cosas que no nos pertenecen, estamos robando.

 

            Noveno mandamiento: No dar falso testimonio en contra de tu prójimo.

“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”.

Éxodo 20:16

                El noveno mandamiento es: No dar falso testimonio en contra de tu prójimo. Para esta época los juicios se realizaban acompañados de al menos dos testigos, el testimonio de una solo persona no era suficiente para condenar a alguien: “No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación”, (Deuteronomio 19:15). De esta forma se esperaba que el testimonio de los testigos fuese verdadero ya que de ello dependía el juzgar con justicia a la persona acusada, por ello el noveno mandamiento ordena que no seamos falsos testigos porque es algo que Dios desaprueba: “No admitirás falso rumor. No te concertarás con el impío para ser testigo falso”, (Éxodo 23:1). El castigo por ser falso testigo era la muerte: “Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti”, (Deuteronomio 19:16-20). El pecado del falso testimonio en contra del prójimo nos conduce a los siguientes pecados:

 

1.       La mentira: “El testigo verdadero no mentirá; más el testigo falso hablará mentiras”, (Proverbios 14:5).

2.       El daño en contra de la integridad de las personas: “Se levantan testigos malvados; de lo que no sé me preguntan; Me devuelven mal por bien, para afligir a mi alma”, (Salmos 35:11-12).

3.       La murmuración: “No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová”, (Levítico 19:16).

4.       Practican la injusticia: “El testigo perverso se burlará del juicio, y la boca de los impíos encubrirá la iniquidad”, (Proverbios 19:28).

5.       Siembra a través de la mentira, discordia entre sus hermanos: “El testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos”, (Proverbios 6:19).

                De esta forma, podemos ver como el violar el noveno mandamiento conlleva a cometer muchos pecados que ofenden a Dios y dañar la integridad de la persona. En la Biblia tenemos algunos ejemplos de cómo el falso testimonio destruye la vida de las personas. Así vemos como Nabot fue ejecutado injustamente por el testimonio de falsos testigos: “Vinieron entonces dos hombres perversos, y se sentaron delante de él; y aquellos hombres perversos atestiguaron contra Nabot delante del pueblo, diciendo: Nabot ha blasfemado a Dios y al rey. Y lo llevaron fuera de la ciudad y lo apedrearon, y murió”, (1 Reyes 21:13). También fue por la causa de falsos testigos que Esteban fue apedreado injustamente: “Y pusieron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley”, (Hechos 6:13). Y el rey David sufrió debido a las difamaciones de falsos testigos: “No me entregues a la voluntad de mis enemigos; porque se han levantado contra mí testigos falsos, y los que respiran crueldad”, (Salmos 27:12). De esta forma podemos ver como el falso testimonio daña la integridad de las personas y es una violación directa al noveno mandamiento.

 

            Décimo mandamiento: No codiciar.

“No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”.

Éxodo 20:17

                El ultimo mandamiento, el décimo, es: No codiciar. El pecado de la codicia consiste en desear desmedidamente algo que no tenemos. Con este mandamiento el Señor vas más allá de condenar una práctica, condena las intenciones del corazón. Por eso el Señor le ordenaba a Israel a no tener un deseo desmedido por poseer las posesiones de su prójimo: No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. En la Biblia vemos cómo tener un deseo desmedido por poseer las cosas puede conducir a la destrucción. Por ejemplo, tenemos el ejemplo de Acán, el cual codiciando tesoros anatemas los tomó y los escondió en su tienda: “Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello”, (Josué 7:20-21). Fue por la causa de este pecado que Acán fue apedreado: “Y le dijo Josué: ¿Por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos”, (Josué 7:25). El pecado de la codicia llevó a Acán a tomar y esconder en su tienda los tesoros encontrados en Jericó, desobedeciendo la orden de Dios. Así, el pecado de la codicia que nace en el corazón, al consentirlo da paso a la materialización de pecado, así vemos que la codicia por bienes ajenos lleva al robo y opresión de los pobres: “Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad”, (Miqueas 2:2). La codicia por las riquezas lleva al deseo de hacerse rico por medios equivocados: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”, (1 Timoteo 6:9-10). La codicia puede llevar también al homicidio con tal de obtener lo que se desee: “Pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, y a sus almas tienden lazo. Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores”, (Proverbios 1:18-19). También, la codicia de mujeres casadas puede llevar al adulterio, tal y como le paso a David con Betsabé: “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa”, (1 Samuel 11:2-4). Por la codicia Ananías fue deshonesto al entregar sus ofrendas mintiéndole así a Dios: “Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios”, (Hechos 5:3-4). De esta forma podemos ver que Dios nos ordena no codiciar nada: “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”, (Deuteronomio 5:21). Ahora bien, lo que Dios prohíbe en el décimo mandamiento es la codicia, sin embargo, una persona puede tener deseos y sueños de progreso personal o de tener sus propios bienes, si estos se logran a través de su propio esfuerzo y trabajo, esto no es pecado, el pecado es tener un deseo desmedido y enfermizo por las cosas que no nos pertenecen y nos conduzcan a la envidia, avaricia y a otros pecados como los antes mencionados.

                Con este mandamiento el Señor le estaba enseñando a Israel a controlar su naturaleza interna, porque este pecado, a diferencia de los otros mencionados en los primeros nueve mandamientos, no es algo que se pueda visualizar a través de una acción. Por ejemplo, alguien quien posee un ídolo viola los primeros dos mandamientos. Una persona que con su boca juró por el nombre de Señor y no cumplió sus promesas transgrede el tercer mandamiento. Una persona que era sorprendido trabajando el sábado no cumplía el cuarto mandamiento. Un hijo que desobedecía a sus padres era culpable de no cumplir el quinto mandamiento. Un hombre que cometía un homicidio, o era sorprendió en adulterio o en un robo, era transgresor del sexto, séptimo u octavo mandamiento. Una persona a la que se le demostraba que había sido un falso testigo se la culpaba de no cumplir el noveno mandamiento. Así, en general, la violación de los primero nueve mandamientos está asociado a una acción visible y comprobable, pero el décimo mandamiento esta relacionado con un pecado que solo la persona que le experimenta lo siente, porque nace en su corazón y alguien podría vivir codiciando cosas y nunca dar los pasos para robar u obtenerlos de forma inapropiada, y así seguir transgrediendo este mandamiento sin que nadie se de cuenta. Por ello, el Señor se dirige al Israel prohibiéndole que guarde en su corazón estos deseos pecaminosos y da el primer paso para enseñarle que las maldades nacen de un corazón malo y con solo considerarlas, aun cuando no las lleven a la práctica, ya pecaron. Jesús explica muy bien este principio: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”, (Mateo 5:27-28). Jesús dice que el séptimo mandamiento se violenta no solo con cometer el acto sexual, sino que con solo pensarlo. Jesús dice que tan grave como matar a una persona y quebrantar así el sexto mandamiento lo es enojarse con su prójimo a tal punto que arraigue odio en contra de él en su corazón: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”, (Mateo 5:21-22). Por todo esto, Jesús dijo que todo nace de una mala intención que proviene de un corazón malo, la cual con el tiempo se lleva a la acción y esta consume el pecado: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias”, (Mateo 15:19). Y Santiago nos presenta el mismo pensamiento al hacernos ver que el problema de todo son nuestras propias concupiscencias que nos llevan a la práctica del pecado: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”, (Santiago 1:13-15). Así el décimo mandamiento apunta a que el hombre guarde su corazón de todo deseo impuro que lo impulso no solo a cometer un acto impuro, sino a pensarlo.


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