“Y
Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo
el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los
fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,
le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de
adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues,
¿qué dices? Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús,
inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en
preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el
primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el
suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su
conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los
postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose
Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los
que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús
le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
Juan 8:1-11
INTRODUCCIÓN
En
esta ocasión iniciamos un nuevo capítulo con una de las historias más
conmovedoras y a la vez más controversiales a nivel teológico. Por un lado, la
historia de la mujer que había sido sorprendida en adulterio y fue llevada a
Jesús para ser apedreada nos enseña una bella faceta de la persona de nuestro
Señor, su increíble compasión hacia la miseria humana, muy contraria al
legalismo despectivo de los fariseos y escribas. Por otro lado, esta hermosa
historia presenta ciertas controversias de carácter teológico ya que no aparece
en los manuscritos más antiguos. Los textos más antiguos del Nuevo Testamento
datan de los siglos IV al VI y están escritos en letras griegas mayúsculas y
esta historia solo se encuentra escrita en uno de ellos, y este único
manuscrito no es de los más confiables. Por otro lado, no encontramos ningún
comentario acerca de estos versículos que haya sido realizado por algunos de
los padres de la iglesia primitiva, ni Orígenes, Crisóstomo, Teodoro de
Mopsuestia y Cirilo de Alejandría, entre otros, no la mencionan. El primer
comentarista griego que hace referencia a ella es Eutimio Zigabeno, en 1118 d
C., y hasta él dice que no se encuentra en los mejores manuscritos. Además de
todo esto, esta historia no aparece en las traducciones más antiguas que
existen de la Biblia como lo son la versión siriaca ni en la versión copta o
egipcia, ni en algunas de las traducciones latinas primitivas. Entonces, ¿de
dónde proviene esta historia? Pues, lo cierto es que fue Jerónimo que la
introdujo en el siglo IV en su versión latina conocida como la Vulgata, y tanto
Agustín como Ambrosio comentaron acerca de la historia de esta mujer
sorprendida en adulterio. Si se sigue buscando encontramos que esta historia
comienza a aparecer en los textos más tardíos y posteriores medievales, sin
embargo, aun en estos su inclusión es ampliamente discutida y varia de un
ejemplar a otro, ya que unos aparecen en medio del Evangelio según Juan, como
lo tenemos hoy en día, en el capítulo 8, otras ocasiones aparece al final, y a
veces también aparece incluida en el Evangelio según Lucas, ya que algunos
expertos concuerdan que el estilo literario en el que está escrito esta
historia es muy diferente al estilo que Juan escribe todo su evangelio. No
obstante, pese a lo ampliamente que es discutida la veracidad de esta historia,
lo cierto es que por voluntad del Espíritu Santo quedo incluida en el canon de
las Sagradas Escrituras y hoy podemos edificarnos con esta sorprendente
historia, tal y como lo han hechos miles y miles de creyente a lo largo de la
historia del cristianismo.
La mujer sorprendida en adulterio |
JESÚS EN EL TEMPLO JUDÍO
“Cada
uno se fue a su casa. Y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana
volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba”.
Juan 7:53; 8:1-2
De
alguna forma el último versículo del capítulo 7 parece enlazar el primer
versículo del capítulo 8: Cada uno se fue a su casa. Y Jesús se fue al monte de los
Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado
él, les enseñaba. Después del último incidente del capítulo 7, todos
se retiraron a su casa y Jesús se fue al monte de los Olivos, posiblemente no
solo para pasar la noche, sino para orar. Si leemos Marcos nos daremos cuenta
de que Jesús no solía pasar la noche en la ciudad de Jerusalén, sino que al
anochecer salía de allí, generalmente, partía a Betania, para pasar la noche: “Y entró Jesús en
Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya
anochecía, se fue a Betania con los doce”, (Marcos 11:11).
Posiblemente pasaba la noche en la casa de María, Marta y Lázaro: “Estaba entonces
enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su
hermana”, (Juan 11:1). Lo cierto es que siempre que anochecía se
retiraba de Jerusalén y pasaba la noche en Betania y al siguiente día regresaba
en la mañana, y en este caso volvió al templo donde sentado les enseñaba al
pueblo: Y por la
mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.
LA TRAMPA DE LOS FARISEOS Y ESCRIBAS
“Entonces
los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y
poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el
acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres.
Tú, pues, ¿qué dices? Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero
Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo”.
Juan 8:3-6
Mientras
Jesús enseñaba a la gente, los escribas y fariseos le trajeron a una mujer
sorprendida en adulterio y poniéndola en medio le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el
acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres.
Tú, pues, ¿qué dices? Si uno considera la ley mosaica nos damos
cuenta que algunos pecados se pagaban con la muerte, como es la idolatría, el
homicidio y la fornicación. En Levítico se le ordena a los judíos que todo
fornicario debía morir: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo,
el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”,
(Levítico 20:10). Y en Deuteronomio se nos dice que los fornicadores morirán
apedreados: “Si
hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la
ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la
ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la
ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el
mal de en medio de ti”, (Deuteronomio 22:23-24). En la Mishná se
establecía que el adultero debía morir ahorcado, mientras que la mujer tenía
que ser apedreada. Así que los fariseos y escribas se presentaron con una
pregunta que hacía referencia a la ley de Moisés. Ahora bien, no olvidemos que
la intención de estos hombres era encontrar en Jesús una falta con el objetivo
de desacreditar su ministerio, y el texto que leemos nos lo aclara: Más esto decían
tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía
en tierra con el dedo. Por un lado, si Jesús aprobaba que la apedrearan
ya que la ley verdaderamente lo decía, estos judíos lo podían acusar delante de
las autoridades romanas quienes para este tiempo regían como conquistadores en
la tierra de palestina y según sus leyes no se permitía que nadie fuese muerto
sin un juicio justo. Pero por el otro lado, si decía que no, los fariseos y
escribas podía acusar a Jesús delante de todo el pueblo de un falso Maestro ya
que contradecía las leyes de Moisés. Así que, ya sea que dijera sí o no, estos
hombres habían tramado una trampa verdaderamente diabólica. Sin embargo, Jesús
ante la pregunta simplemente los ignoro inclinándose hacia el suelo y
escribiendo en él.
TAN PECADORES COMO LA MUJER ADULTERA
“Y
como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros
esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose
de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto,
acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos
hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio”.
Juan 8:7-9
Allí
estaban estos hombres gritando y pidiéndole a Jesús una respuesta de lo que
tenían que hacer con aquella mujer. Podemos imaginarnos la escena. En primer
lugar allí estaba aquella mujer arrojada en tierra, su corazón debió haber
estado conmocionada, su cuerpo todo posiblemente temblaba pensando en que tarde
o temprano le caería la primera piedra, a lo mejor pensaba que todo estaba
perdido y que su vida de pecado la había llevado a su propia condenación de la
cual quería escapar, pero no sabía cómo. Qué triste y terrible debe ser
enfrentar este momento donde sabemos que nuestra vida de maldad nos ha llevado
a un punto donde la muerte se avecina y fuertes presencias diabólicas reclaman
nuestra alma, el saber que tuvimos la oportunidad de cambiar, pero nuestro
necio corazón nos llevó al filo de la muerte. También podemos imaginar las
fuertes voces de sus captores, que la rodeaban discriminándola con todo
desprecio, posiblemente gritaban: ¡Adultera! ¡Adultera! ¡Adultera!,
¡Apedréenla! Parecía que su destino estaba decidido y solo le esperaba la
condenación eterna. Sin embargo, ante la insistencia de estos hombres, Jesús
respondió de una manera que volvió la atención que estaba sobre la mujer
adúltera y la re-direccionó a ellos: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar
la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió
escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia,
salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó
solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Es interesante ver como
Jesús cambio en pocos segundos la atmosfera, ya que anteriormente todos pedía
la pena de muerte para aquella pobre pecadora, pero lo cierto es que todos
ellos eran tan pecadores como ella. Allí estaba esa mujer adúltera, rodeada de
mentirosos, personas llenas de odio e intenciones homicidas, sin misericordia,
desleales y murmuradores, tan pecadores como ella que merecían la condenación
eterna. Las palabras de Jesús hizo que dejaran de estar pensando en el pecado
de la mujer, y vieran sus propios pecados que los hacia tan pecadores como
ella: El que de
vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
Esto de poner la mirada en los pecados de los demás y emitir juicio no es único
de este tiempo, de hecho es un problema de la humanidad. Por ejemplo, podemos
citar la historia de Tamar, la cual fue discriminada injustamente por su suegro
Judá quien llego concluir que la mujer
era la culpable de la muerte de sus hijos, cuando realmente estos habían sido
matados por Dios debido a sus pecados: “Después Judá tomó mujer para su primogénito Er, la cual se
llamaba Tamar. Y Er, el primogénito de Judá, fue malo ante los ojos de Jehová,
y le quitó Jehová la vida. Entonces Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu
hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. Y sabiendo
Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a
la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano.
Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida. Y
Judá dijo a Tamar su nuera: Quédate viuda en casa de tu padre, hasta que crezca
Sela mi hijo; porque dijo: No sea que muera él también como sus hermanos. Y se
fue Tamar, y estuvo en casa de su padre.
Pasaron muchos días, y murió la hija de Súa, mujer de Judá. Después Judá
se consoló, y subía a los trasquiladores de sus ovejas a Timnat, él y su amigo
Hira el adulamita”, (Génesis 38:6-12). Después de esto Tamar se
vistió como una prostituta y se acostó encubiertamente con Judá quedando
embarazada de él: “Y fue dado aviso a Tamar, diciendo: He aquí tu suegro sube a Timnat a
trasquilar sus ovejas. Entonces se quitó ella los vestidos de su viudez, y se
cubrió con un velo, y se arrebozó, y se puso a la entrada de Enaim junto al
camino de Timnat; porque veía que había crecido Sela, y ella no era dada a él
por mujer. Y la vio Judá, y la tuvo por ramera, porque ella había cubierto su
rostro. Y se apartó del camino hacia ella, y le dijo: Déjame ahora llegarme a
ti: pues no sabía que era su nuera; y ella dijo: ¿Qué me darás por llegarte a
mí? El respondió: Yo te enviaré del ganado un cabrito de las cabras. Y ella
dijo: Dame una prenda hasta que lo envíes. Entonces Judá dijo: ¿Qué prenda te
daré? Ella respondió: Tu sello, tu cordón, y tu báculo que tienes en tu mano. Y
él se los dio, y se llegó a ella, y ella concibió de él. Luego se levantó y se
fue, y se quitó el velo de sobre sí, y se vistió las ropas de su viudez. Y Judá
envió el cabrito de las cabras por medio de su amigo el adulamita, para que
éste recibiese la prenda de la mujer; pero no la halló. Y preguntó a los
hombres de aquel lugar, diciendo: ¿Dónde está la ramera de Enaim junto al
camino? Y ellos le dijeron: No ha estado aquí ramera alguna”,
(Génesis 38:13-21). Lo increíble de esta historia es que cuando Judá se enteró
que Tamar estaba embarazada ordeno que la quemaran por su fornicación,
olvidando que hace uno meses atrás él había fornicado con una prostituta: “Sucedió que al cabo
de unos tres meses fue dado aviso a Judá, diciendo: Tamar tu nuera ha fornicado,
y ciertamente está encinta a causa de las fornicaciones. Y Judá dijo: Sacadla,
y sea quemada. Pero ella, cuando la sacaban, envió a decir a su suegro: Del
varón cuyas son estas cosas, estoy encinta. También dijo: Mira ahora de quién
son estas cosas, el sello, el cordón y el báculo. Entonces Judá los reconoció,
y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo. Y
nunca más la conoció”, (Génesis 38:24-26). Al final, Judá condenaba
a muerte a Tamar por un pecado que también él había cometido. El segundo
ejemplo lo tenemos con David, quien después de asesinar a Urías heteo y
quedarse con su mujer Betsabé con la cual cometió adulterio juzgo fuertemente
un caso de injusticia donde él mismo era el protagonista: “Jehová envió a Natán a David; y viniendo a
él, le dijo: Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El
rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola
corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus
hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en
su seno; y la tenía como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y
éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante
que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la
preparó para aquel que había venido a él. Entonces se encendió el furor de
David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el
que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos,
porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia. Entonces dijo Natán a David: Tú
eres aquel hombre”, (2 Samuel 12:1-7). Al final, todos sabemos el
final de esta historia donde David se arrepintió de sus pecados, pero esto
trajo serias consecuencias a su vida, no obstante, nos muestra la reacción de
David a juzgar el pecado de otro sin considerar su propia maldad. Jesús en su
sermón del Monte amonesto a sus discípulos a no juzgar los pecados de los demás
sin considerar los suyos propios: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el
juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será
medido ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de
ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar
la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero
la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de
tu hermano.
(Mateo 7:1-5). Jesús desea
que antes de señalar el pecado del otro nos aseguremos de haber considerado
nuestros propios pecados para que luego podamos corregir con espíritu de
restauración los errores de los demás. Lo cierto es que para heredar la vida
eterna debemos dirigir la atención a nuestros propios pecado y dejar de estar
concentrados en las maldades de los demás. Aquellos hombres, acusados por su
conciencia, desde el más viejo hasta el más joven se dieron cuenta que eran tan
pecadores como aquella mujer y por tanto no eran quienes para acusarla: Pero ellos, al oír
esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más
viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
UNA MIRADA DE MISERICORDIA
“Enderezándose
Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los
que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús
le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
Juan 8:1-10-11
Después
de sus palabras, todos aquellos que acusaban a la mujer se retiraron dejándola
sola con Jesús, y enderezándose le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
Ella dijo: Ninguno, Señor. Lo cierto es que aquella mujer acababa de
pasar una experiencia muy amarga donde creyó que la misma muerte le esperaba,
todos sus acusadores habían soltado sus piedras y la habían dejado sola con
Jesús, aunque esto no significa que todo había pasado, porque allí estaba el
que sí podía acusarla y condenarla, pero en lugar de eso mostro misericordia: Entonces Jesús le
dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Cualquiera pudiera
pensar que Jesús le ofreció un perdón a la ligera a esta mujer, sin embargo,
esto no es así. No olvidemos la experiencia agonizante que esta mujer acababa
de pasar, posiblemente durante su momento de angustia, mientras esperaba una
lluvia de piedras que terminara su vida violentamente, debió haber considerado
su vida y el destino de condenación que le esperaba, pero parecía que todo
estaba perdido hasta que Cristo intervino. Que parecida es esta historia a la
nuestra, ya que muchos de nosotros estábamos perdidos y un día cuando todo
estaba perdido y solo nos esperaba la muerte Cristo intervino y nos mostró
misericordia en lugar de castigo eterno, y así tuvimos una nueva oportunidad.
Obviamente, como a la mujer, el vete y no peques más es aplicable para nosotros
también. La verdad es que aquellos que hemos sido rescatados de las garras de
la misma condenación eterna expresamos un nivel de gratitud tan grande que nos
es imposible volver atrás, el hecho de haber recibido de parte de Jesús esa
mirada de compasión cuando más la necesitábamos es razón suficiente para
permanecer con Cristo.
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