“Vino,
pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro.
Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los
judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano.
Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se
quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano
no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo
dará. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará
en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y
la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y
cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios,
que has venido al mundo”.
Juan 11:17-27
INTRODUCCIÓN
Continuamos
nuestro recorrido a lo largo del capitulo 11 de este evangelio y hemos llegado
al momento donde Jesús finalmente llega a Betania, el lugar donde Lázaro vivía.
Si recordamos un poco, Jesús se encontraba lejos de Betania cuando llegaron
unos mensajeros de Marta y Maria diciéndole que Lázaro su hermano estaba muy
enfermo y necesitaban que viviera de inmediato, pero el Señor no partió al
momento de recibir la noticia, sino se quedó allí dos días más. Luego, en vez
de ir a Betania decide ir a Judea, y allí declara que Lázaro ya estaba muerto.
Por la afirmación de Marta en el versículo 39, para este momento que Jesús
llega su hermano llevaba ya 4 días de muerto, por lo que podemos suponer
nuestro Señor se tardo al menos 4 días en llegar a ellas. Ahora que Jesus llega
a Betania Marta le sale al encuentro con el fin de reclamar su tardanza, pero
realmente nuestro Señor jamás estuvo tarde en todo lo que hizo, sino había un
propósito supremo en todo lo que estaba pasando. En estos versículos
encontraremos el quinto gran “Yo Soy” de este evangelio, y esta poderosa
declaración también encierra la gloriosa esperanza de todo el evangelio, la
resurrección.
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Jesús, la resurrección y la vida |
LAS
CEREMONIAS FÚNEBRES DE LOS JUDÍOS
“Vino,
pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro.
Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los
judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano”.
Juan 11:17-19
Las
ceremonias fúnebres en Judea llegaron a ser una verdadera tradición que por un
tiempo representa una carga para las familias de Palestina. Debido al clima de
la región los muertos tenían que sepultarse lo más pronto posible, los cuerpos
de los difuntos sus cuerpos eran aromatizado con ungüentos, perfumes y
especies, y durante mucho tiempo el muerto era sepultado con toda clase de
objetos de valor, a tal punto que estas ceremonias eran un verdadero gasto para
los judíos ya que cada familia se preocupaba por gastar lo más que pudieran, y
fue así como a mediados del siglo I d.C. esto llego a convertirse en una carga
insoportable. Fue así que el ilustre rabino Gamaliel II hizo algunas reformas a
esta tradición y dejó dispuesto que
bastaba con que al difunto se le enterrara envuelto en un sudario de la tela
más sencilla, de hecho, cuando murió pidió que se le sepultara con las
vestiduras más humildes y sin grandes pampas, poniendo así fin al despilfarro
de los funerales. Hasta hoy en día se bebe una copa en los entierros judíos a
la memoria de rabí Gamaliel II, que rescató a los judíos. Mientras se estaba en
el duelo, se hacían grandes lamentaciones, de hecho existían los famosos
endechadores los cuales se dedicaban a llorar y poner un aspecto fúnebre y
triste, también no se podía comer nada en presencia del cadáver ni discutir
ninguna clase de tema referente al estudio de la Torá, tampoco se tenía que
importunar a la familia del fallecido con temas triviales o imprudentes. Las
primeras horas del duelo, la familia del difunto expresaban verdadero dolor y
no conversaban mucho, luego realizaban una procesión llevando al muerto al
lugar de su sepultura y generalmente las mujeres solían ir adelante ya que los judíos
consideraban que fue por causa de Eva que el pecado y la muerte había entrado
al mundo. Después que el muerto era sepultado, los amigos y personas que
acompañaban a la familia doliente formaban dos filas por donde ellos pasaban.
Al llegar a la casa, los amigos de la familia doliente repartían la comida que
habían preparado que consistía en pan, lentejas y huevos duros, que por su
forma, simbolizaban la vida que va rodando hacia la muerte. A esto le seguía la
semana de duelo donde los primeros tres días pasaban llorando y durante esta
estaba prohibido ungirse, lavarse la cara y dedicarse a cualquier labor de
estudio o negocio. Luego de esa semana se completaba con otros que sumaban un
total de 30 días (incluyendo los 7 anteriores) donde pasara recordando al
difunto y reincorporándose poco a poca a su vida normal. Fue en la etapa de los
primeros siete días que Jesús llego: Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que
Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince
estadios; y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para
consolarlas por su hermano.
MARTA
Y MARÍA
“Entonces
Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en
casa”.
Juan 11:20
Aquí
volvemos a encontrar a las hermanas de Lázaro, Marta y María. Por un lado
tenemos a Marta, que pareciera que es la hermana mayor y por su forma de
comportarse muchos consideran que era la más extrovertida e impulsiva ya que al
enterarse que Jesús venía salió de inmediato a buscarle con el fin de
reclamarle. También tenemos a María, que parecía que tenía un carácter más
introvertido, era más tranquila, menos impulsiva que su hermana, ya que al oír
que Jesús venia decidió quedarse quieta. Uno puede ver estos caracteres
reflejados en un pasaje de Lucas: “Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una
mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se
llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero
Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te
da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas
cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la
cual no le será quitada”, (Lucas 10:38-42). Si nos damos cuenta,
mientras Marta se afanaba con su espíritu dinámico, María yacía sentada a los
pies de Jesús escuchando de forma tranquila la palabra de Dios, por ello muchos
consideran a Marte como la del carácter extrovertido, impulsiva y dinámica;
mientras que María era introvertida y de carácter más pacífica.
MARTA
LE RECLAMA A JESÚS SU RETRASO, PERO SE CONSUELA EN LA ESPERANZA DE LA
RESURRECCIÓN
“Y
Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría
muerto. Más también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.
Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la
resurrección, en el día postrero”.
Juan 11:21-24
Cuando
Marta vio al Señor no perdió tiempo para reclamar su supuesto atraso ya que según
ella, si Él hubiese estado allí su hermano no hubiera muerto: Y Marta dijo a
Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.
A pesar de su reclamo Marta seguía aún creyendo que Jesús: Más también sé ahora que todo lo que pidas a
Dios, Dios te lo dará. Muchas veces podemos pasar por situaciones en
las cuales pensemos que Jesús se atrasa en venir en nuestra ayuda, como Marta
podemos expresar con todo respeto y reverencia nuestra frustración, pero nuca
debemos olvidar que Él es omnipotente, y que no hay nada imposible que no pueda
hacer. Ante la declaración de fe de Marta, Jesús le afirma: Tu hermano
resucitará. Marta ignoraba que Jesús estaba allí para resucitar a su
hermano, ella creía que nuestro Señor quería consolarla con una creencia
popular de sus tiempos: Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el
día postrero. La resurrección de los muertos fue parte de las
creencias que los judíos mantenían ya que por generaciones la muerte era una
experiencia que había traído gran incertidumbre a sus vidas. Bastaba ver las
declaraciones que se encontraban en algunas partes de la Escritura del Antiguo
Testamento para darnos cuenta de esto: “Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién
te alabará?”, (Salmo 6:5). El salmista creía que en la muerte ya no
había más memoria del muerto. Y no solo allí vemos expresada esta creencia: “¿Qué provecho hay
en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará
tu verdad?”, (Salmo 30:9). El mismo Salomón, el hombre más sabio que
ha existido en este mundo, expresaba su incertidumbre en cuanto a lo que hay
después de la muerte: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus
fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni
sabiduría”, (Eclesiastés 9:10). El mismo profeta Isaías expresa su
duda en cuanto al destino de aquellos que descienden a la muerte: “Porque el Seol no
te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro
esperarán tu verdad”, (Isaías 38:18). No obstante, también
encontramos unos versículos que expresaban su esperanza en que la muerte de los
justos no sería desestimada por Dios: “Estimada es a los ojos de Jehová La muerte de sus santos”,
(Salmo 116:15), y por ello Balaam anhelaba morir la muerte de los justos: “…Muera yo la muerte
de los rectos, y mi postrimería sea como la suya”, (Números 23:10). Un Salmo mesiánico expresaba la
esperanza de que Dios no dejaría a sus santos en el olvido de la muerte: “Se alegró por tanto
mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque
no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me
mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a
tu diestra para siempre”, (Salmo 16:9-11). Y no fue hasta que el
profeta Daniel revelo que después de la muerte vendría la resurrección de los
muertos, los impíos resucitarían para condenación eterna, y los justo para vida
eterna: “Y muchos
de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida
eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”, (Daniel 12:2).
Por ello, los judíos tenían la esperanza de que los justos resucitaran en el
día postrero, y esa fue la confianza que Marta expreso; pero ella no sabía que
Jesús estaba allí para resucitar a su hermano en ese mismo día.
JESÚS
ES LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
“Le
dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”.
Juan 11:25
Este
versículo nos enseña mucho en cuanto a nuestra gloriosa esperanza. Aquí
encontramos el quinto gran “Yo Soy” y en él nuestro Señor se presenta a sí
mismo como la esperanza del cristianismo: La resurrección y la vida, y eso es
lo que realmente representa Jesús, Él es la resurrección y la vida para todos
aquellos que creemos en su persona. Muchos repiten este refrán: “para todo hay solución menos para la
muerte”, pero eso en el cristianismo no es así aun para la muerte hay
esperanza. El pecado destruye la vida del ser humano y lo conduce a la
condenación eterna, este vive esclavizado sin posibilidades de liberarse de las
garras del diablo, pero para eso mismo vino Jesús, para destruir las obras del
diablo y dar vida eterna a todos los que creen el Él: “El que practica el pecado es del diablo;
porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios,
para deshacer las obras del diablo”, (1 Juan 3:8). Jesús ha
prometido darnos vida eterna y resucitarnos en el día postrero: “No os maravilléis
de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán
su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los
que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”, (Juan 5:28-29).
Esta es la promesa que Jesús nos hace, lo único que tenemos que hacer es creer
en ella: Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y
todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. Jesús
promete que el que Cree en Él no morirá jamás, y esta muerte se refiere a la
muerte espiritual, es decir, a la condenación eterna, por tanto, el que cree en
su persona tiene vida eterna y jamás vera condenación.
LA
CONFESIÓN DE FE DE MARTA
“¿Crees
esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios,
que has venido al mundo”.
Juan 11:26-27
Ante
tal declaración, el Señor le pregunta a Marta: “¿Crees esto? Y ella respondió de
tal forma que expresa la forma de cómo debemos creer en Jesús: Le dijo: Sí, Señor;
yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.
Hay tres cosas que debemos creer en cuanto a la persona de Jesús. La primera es
que Él
es el Cristo. La palabra Cristo se traduce del griego Jristós (Χριστός), y
significa el Ungido. En hebreo la palabra Ungido es Mesías, y esta es Mashiakj (מָשִׁיחַ) y con ella se
designaba a aquel que sería enviado por el mismo Dios para traer el descanso y
libertad al pueblo de Israel, y sobre Él reposaría el Espíritu Santo: “El Espíritu de
Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar
buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar
libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el
año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a
consolar a todos los enlutados”, (Isaías 61:1-2). La segunda cosa
que debemos creer en cuanto a la persona de Jesús es que Él es Dios. El Señor no
solo es un gran profeta, ni un ser más creado por Dios, sino es el mismo Dios,
y esta verdad ha formado parte de la teología fundamental que el creyente debe
creer: “de
quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el
cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”,
(Romanos 9:5). La tercera cosa que debemos creer en cuanto a la persona de
Jesús es que Él ha sido enviado a este mundo para redimir nuestros pecados.
Marta decía creer que Él había venido al mundo, y vino con un propósito
definido, y este era redimirnos de nuestros pecados y darnos la vida eterna. El
apóstol Pablo sabia resumir muy bien el mensaje del evangelio: “Porque primeramente
os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
conforme a las Escrituras”, (1 Corintios 15:3-4). Jesús murió por
nuestros pecados, pero resucitó para que a través de la fe nuestros pecados nos
sean perdonado y en el día postrero podamos resucitar, así lo expresa con gran
jubilo el apóstol Pablo: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se
vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto
corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la
muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado,
la ley. Mas gracias sean dadas a Dios,
que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”, (1
Corintios 15:51-57). De esta forma todos debemos creer en Jesús, ya que Él es
el Cristo, el Hijo de Dios y aquel a quien Dios Padre envió para remisión de
nuestros pecados, Él es la resurrección y la vida y el que crea en Él no morirá
jamás.
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