“Entonces se le acercó Pedro y le dijo:
Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete,
sino aun hasta setenta veces siete”.
Mateo 18:21-22
INTRODUCCIÓN
Hasta el momento hemos estado considerando
una serie de lecciones que están dirigidas a moldear el carácter de los
ciudadanos del reino de Dios, lecciones que han sido enseñadas por el mismo
Señor Jesucristo. Hemos visto la importancia de ser como un niño, la
importancia de permitir que los niños se acerque a Jesús, la forma de como la
iglesia tiene que manejar los problemas que se dan entre los creyentes, las
bendiciones y promesas que trae cuando los hermanos se reúnen en comunión, y
ahora, después de tales majestuosas instrucciones, Pedro entra en escenario
queriendo declarar algo que pareciera tan sublime como las enseñanzas del gran
Maestro; pero Jesús toma ventaja de ello para presentarnos en que consiste el
verdadero perdón.
¿Hasta cuánta veces tengo que perdonar? |
EL ALCANCE DEL PERDÓN HUMANO
“Entonces
se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que
peque contra mí? ¿Hasta siete?”.
Mateo
18:21
A lo
mejor Pedro quería sobresalir con el comentario que hacía, recordemos que tenía
un carácter impulsivo, y aunque en ocasiones hacia comentarios acertados, como
cuando se adelantó a responder antes que los demás apóstoles afirmando que
Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente: “Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de
Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los
cielos”, (Mateo 16:16-17); también a veces tenía
sus desaciertos y por ello el Señor lo reprendía, tal y como lo hizo cuando
quería impedir que fuera a la muerte: “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a
reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te
acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí,
Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino
en las de los hombres”,
(Mateo 16:22-23). Muchos creen que Pedro quiso agregar un comentario que
abonara a la serie de instrucciones que nuestro Señor había estado enseñado, y
con estas palabras quiso parecer muy bondadoso: Entonces se le acercó Pedro y le dijo:
Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Perdonar hasta siete veces a una persona
que ofendía parecía muy generoso de su parte, especialmente porque en su tiempo
lo rabinos enseñaban que el máximo de veces que uno podía perdonar una ofensa
era hasta siete. La afirmación de que hasta 3 veces se tenía que perdonar al
ofensor estaba fundamentada en los textos del profeta Amos donde Dios dice que
hasta la tercera vez les perdonara a las naciones sus pecados: “Así
ha dicho Jehová: Por tres pecados de Damasco, y por el cuarto, no revocaré su
castigo; porque trillaron a Galaad con trillos de hierro… Así ha dicho Jehová:
Por tres pecados de Gaza, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque llevó
cautivo a todo un pueblo para entregarlo a Edom… Así ha dicho Jehová: Por tres
pecados de Tiro, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque entregaron a
todo un pueblo cautivo a Edom…”, (Amos 1:3, 9), y así continua el profeta. Por tanto, si los rabinos
decían que hasta tres veces se le podía perdonar al ofensor, a lo mejor Pedro
creyó que su propuesta de perdonarlo hasta 7 se oiría mucho más generosa,
considerando que Jesús había estado tratando temas relacionados con las
relaciones que existen entre los ciudadanos del reino de los cielos. Pero no
fue así, ya que la respuesta de Jesús fue inesperada: No te
digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Esto nos enseña dos cosas. La primera es
que el perdón de Dios es ilimitado, y si alguien se arrepiente siempre lo
recibe. En segundo lugar, el perdón del hombre es limitado. Perdonar a los
demás no es fácil, requiere la ayuda de Dios, especialmente si nos han hecho
mucho daño y en el corazón se guardan raíces de amargura. La palabra perdón que
aparece en este texto se traduce de la palabra griega afíemi (ἀφίημι), y
literalmente significa pasar por alto las ofensas. No debemos olvidar que
vivimos en un mundo de maldad y que estamos expuestos a sufrir injustamente,
por ello debemos cuidar nuestro corazón para que no se contamine con
resentimientos y odio, y esto a su vez nos impida perdonar a los demás. En la
Biblia podemos encontrar algunas historias tristes de personas que sufrieron y
terminaron mal por el hecho de haber dejado que su corazón se contaminara con
odio y resentimientos. Así encontramos en el libro de Jueces la historia de Jefté
el cual sufrió el desprecio de sus medios hermanos los cuales lo echaron de la
casa: “Jefté galaadita era esforzado y valeroso; era hijo de
una mujer ramera, y el padre de Jefté era Galaad. Pero la mujer de Galaad le
dio hijos, los cuales, cuando crecieron, echaron fuera a Jefté, diciéndole: No
heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer. Huyó,
pues, Jefté de sus hermanos, y habitó en tierra de Tob; y se juntaron con él
hombres ociosos, los cuales salían con él”, (Jueces 11:1-3). Esto debió haber provocado fuertes
resentimientos hacia sus medios hermanos, por ello, cuando los ancianos de
Galaad lo buscaron para que liderara su ejército contra una nación que los oprimía
prometió a Dios que, si le daba la victoria, al primero de sus familiares que
viera al regresar victorioso lo ofrecería en sacrificio: “Y
Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: Si entregares a los amonitas en mis manos,
cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese
victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto”, (Jueces 11:30-31). Obviamente estaba
pensando en sus medios hermanos cuando dijo: cualquiera que saliere de las puertas de mi
casa a recibirme; pero
lamentablemente no salió ninguno de ellos sino su hija: “Entonces
volvió Jefté a Mizpa, a su casa; y he aquí su hija que salía a recibirle con
panderos y danzas, y ella era sola, su hija única; no tenía fuera de ella hijo
ni hija. Y cuando él la vio, rompió sus vestidos, diciendo: ¡Ay, hija mía! en
verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le
he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme”, (Jueces 11:34-35). ¡Qué triste historia! Al final, Jefté
ya no pudo retractarse, sino cumplió su voto a Dios, y aunque no quería matar a
su hija, su odio por sus hermanos lo llevo a hacer botos a la ligera y esto
trajo consecuencias trágicas. Todo fue consecuencias del terrible resentimiento
que tenía hacia aquellos que lo habían lastimado. Otra triste historia de
alguien que no pudo perdonar y acumulo en su corazón raíces de amargura fue
Ahitofel. En la Biblia se nos enseña que Ahitofel era padre de Eliam: “Elifelet
hijo de Ahasbai, hijo de Maaca, Eliam hijo de Ahitofel, gilonita”, (2 Samuel 23:34). Y a su vez abuelo de
Betsabé: “Envió David a preguntar por aquella mujer, y le
dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo”, (2 Samuel 11:3). Muchos opinan que el
pecado que David cometió al adulterar con Betsabé y mandar a matar a Urías
heteo, el marido de su nieta, fue algo que Ahitofel no logro perdonar, y por
consiguiente acumuló fuertes resentimientos hacia la persona de David, y por
ello cuando Absalón se revelo, él lo acompaño para destronar a David de su
reino: “Y mientras Absalón ofrecía los sacrificios, llamó a Ahitofel
gilonita, consejero de David, de su ciudad de Gilo. Y la conspiración se hizo
poderosa, y aumentaba el pueblo que seguía a Absalón”, (2 Samuel 15:12). Ahitofel era un hombre
muy sabio, pero lamentablemente uso el talento que tenía para el mal: “el
consejo que daba Ahitofel en aquellos días, era como si se consultase la
palabra de Dios. Así era todo consejo de Ahitofel, tanto con David como con
Absalón”, (2 Samuel 16:23). Pero si uno continua
el relato de su historia a lo largo de 2 Samuel, veremos como el consejo de
Ahitofel fue frustrado por Dios y al final, cargado de todos sus
resentimientos, se suicidó: “Pero Ahitofel, viendo que no se había
seguido su consejo, enalbardó su asno, y se levantó y se fue a su casa a su
ciudad; y después de poner su casa en orden, se ahorcó, y así murió, y fue
sepultado en el sepulcro de su padre”, (2 Samuel 17:23). Como vemos, tanto Jefté como
Ahitofel sufrieron por sus resentimientos.
Estas
historias bíblicas tienen que hacernos reflexionar en la importancia de no
guardar resentimientos en contra de aquellas personas que nos dañan, esto
obviamente no es fácil en muchos casos, porque en nuestro corazón lastimado
existe un deseo de que se nos haga justicia, pero debemos confiar en Dios para
no contaminarnos con estos sentimientos. El sufrimiento y las injusticias son
algo que no podemos evitar en este mundo lleno de maldad y para evitar llenar
nuestro corazón de resentimientos, en la Biblia podemos encontrar algunos
consejos que nos pueden ayudar. En primer lugar, debemos aprender a desarrollar la
paciencia al momento de sufrir. La paciencia es la capacidad de
soportar las pruebas manteniendo firme nuestra convicción, por ello Pedro nos
dice: “Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de
la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues
¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Más si haciendo lo
bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios”, (1 Pedro 2:19-20). En segundo lugar, no
debemos buscar venganza, sino confiar que Dios pagara a cada uno según lo que
merecen sus obras: “No os venguéis vosotros mismos, amados
míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la
venganza, yo pagaré, dice el Señor”, (Romanos 12:19). Finalmente, busquemos la consolación en Dios,
ya que Él es Padre de misericordias y Dios de toda consolación: “Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios
de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para
que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación,
por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”, (2 Corintios 1:3-4). Debemos buscar el
refugio en Dios y Él sanara todas nuestras heridas.
EL ALCANCE DEL PERDÓN DE DIOS
“Jesús
le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”.
Mateo
18:22
Mientras que el hombre solo estaba
dispuesto a perdonar hasta 7 veces, Jesús nos enseña que el perdón de Dios es
ilimitado: Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta
setenta veces siete.
Con estas palabras nuestro Señor no quiso decir que hasta solo 490 veces se tenía
que perdonar (70x7), sino que esta tenía que ser ilimitado. Tantas veces tenía
que contar Pedro, de después de 100 veces de haber perdonado perdería la cuenta
y no le quedaría otra que seguir perdonando, y de esta forma el perdón tendría
que otorgarlo tantas veces como se lo pidieran. Ahora bien, es importante cómo
debe otorgarse el perdón y lo que el concepto de perdonar realmente significa. De
acuerdo con los diccionarios, perdonar es cuando una persona olvida una falta
que otra ha cometido contra ella y no le guarda ningún rencor ni desea vengarse.
Si nos basamos en esta definición, perdonar es olvidar las ofensas cometidas,
no tomar venganza y no guardar rencores en el corazón. Ahora bien, Jesús nos
enseña cuándo es que tenemos que otorgar el perdón: “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano
pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces
al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me
arrepiento; perdónale”,
(Lucas 17:3-4). Aquí vemos que si alguien ofende a una persona y esta al ser
reprendida se arrepiente, se debe perdonar. Luego si esta persona vuelve varias
veces arrepentida, esta se debe perdonar. Si nos damos cuenta, siempre y cuando
la persona se arrepienta se debe perdonar. Entonces, ¿si alguien no se
arrepiente de su conducta no se debe perdonar? Pareciera que no. El
perdón en la Biblia es un concepto que significa no solo pasar por alto las
ofensas cometidas, sino también implica restaurar la relación entre el ofendido
y el ofensor sin guardar ningún rencor o sentimiento de venganza. Este
es el perdón perfecto, cuando la persona a través de su sincero arrepentimiento
hace que la relación rota se vuelva a establecer, por ello Jesús decía: Y si
siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti,
diciendo: Me arrepiento; perdónale. Todos los cristianos debemos perdonar a aquellos que vuelven
arrepentidos a nosotros, no debemos guardar ningún rencor ni deseo de venganza
y la relación debe restaurarse. En las cartas Paulinas encontramos un ejemplo
de perdón, de pasar por alto las ofensas pasadas y recibir nuevamente al ofensor
que se ha arrepentido, y este ejemplo está en la carta a Filemón. Onésimo había
sido un esclavo de Filemón el cual huyo de él y no fue en buenos términos. Sin
embargo, Onésimo se convirtió al evangelio gracias al testimonio de Pablo, y
tiempo después el apóstol le pide a Filemón que pase por alto todas las ofensas
cometidas por Onésimo y que lo vuelva a recibir ya que ahora había cambiado: “Te
ruego por mi hijo Onésimo a quien engendré en mis prisiones, el cual en otro
tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil, el cual vuelvo a
enviarte; tú, pues, recíbele como a mí mismo. Yo quisiera retenerle conmigo,
para que en lugar tuyo me sirviese en mis prisiones por el evangelio; pero nada
quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuese como de
necesidad, sino voluntario. Porque quizás para esto se apartó de ti por algún
tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como esclavo, sino como más
que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti,
tanto en la carne como en el Señor. Así que, si me tienes por compañero,
recíbele como a mí mismo. Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta.
Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré; por no decirte que aun tú mismo
te me debes también”,
(Filemón 10-19). Aquí tenemos un buen ejemplo de saber perdonar, ya que Onésimo
había huido de su amo Filemón, pero ahora que se había convertido al evangelio,
Pablo le pide a Filemón que lo vuelva a recibir. Es por ello por lo que si
alguien se arrepiente y vuelve a nosotros debemos perdonarle.
Ahora
bien, todo esto no significa que alguien que constantemente daña la integridad
física, mental o espiritual de un cristiano, este esta obligado a perdonarlo y
continuar la relación con él. Oímos como maridos violentos maltratan a sus
mujeres y estos les dicen que deben perdonarlos y seguir con ellos porque la
Biblia dice que el cristiano tiene que perdonar. Es cierto, la Biblia dice que
hay que perdonar, pero si estos se arrepienten, y el arrepentimiento trae un
cambio de mente y comportamiento. Por tanto, si el tal no se arrepiente, no
tiene el cristiano porque estar soportándolo, puede alejarse de él, pero sin
guardar ningún resentimiento ya que la Biblia si nos pide que debemos orar por
los que nos ofenden: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y
diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a
cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al
que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera
que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida,
dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue
dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”, (Mateo 5:38-43). Aquí Jesús no está
diciendo que debemos soportar el maltrato, sino más bien usa hipérboles, es
decir, exageraciones de situaciones que podrían presentarse, para recalcar que
el principio bíblico aquí es no vengarse ni guardar rencor, sino al contrario
orar y hacer el bien a los que mal nos hacen, no debemos pagar el mal con el
mal, el mal se combate con el bien: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo
bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de
vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos,
amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la
venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale
de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego
amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien
el mal”, (Romanos 12:17-21). Aquí Pablo nos enseña
el mismo principio, debemos pagar mal por bien y haciendo esto ascuas
de fuego amontonarás sobre su cabeza, lo cual es un hebraísmo que significa que nuestro
adversario será avergonzado.
me gusto HSHAJHEDEWUARREHTEAIRP
ResponderBorrarRealmente una gratificante enseñanza, Sea la Gloria y Honor a Dios Padre.
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