“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su
grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la
resurrección de Jesucristo de los muertos”.
1 Pedro 1:3
INTRODUCCIÓN
Después de su saludo, el apóstol
Pedro se introduce inmediatamente a desarrollar los temas que toca en esta
carta y en apenas 3 versículos encontraremos una riqueza teológica de primer
nivel y en esta oportunidad estudiaremos lo referente al versículo número 3.
Como veremos, en esta sección nos habla de la esperanza viva a la cual los
cristianos somos llamados, una esperanza muy diferente a la que en el mundo se
puede encontrar ya que está fundamentada en la resurrección de Jesucristo de
entre los muertos y a la esperanza de una herencia celestial que el Señor a
reservado para aquellos que por la fe la puedan alcanzar.
Renacidos a una esperanza viva
NUESTRO DIOS Y PADRE Y SEÑOR JESUCRISTO
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo…”
1 Pedro 1:3
Aquí encontramos la manera de cómo
Pedro se dirigía a Dios: Bendito el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo. Algunos
ven aquí una especie de doxología, es una expresión de adoración o cantico de
alabanza que expresa la gloria y grandeza de Dios, de hecho, y Padre de nuestro Señor Jesucristo…”, (2
Corintios 1:3). Qué manera más hermosa de dirigirse a Dios y la verdad es que
más que una formalidad, es un cántico de alabanza que sale de nuestros labios
al declarar: ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! La
palabra griega que se traduce como, “bendito”, es eulogetós (εὐλογητός), la cual proviene de una raíz
griega que se usa para elogiar o exaltar a una persona, luego, tanto Pedro como
Pablo exaltan a Dios bendiciendo su nombre como una muestra de su
profunda adoración que sale de su corazón agradecido, porque verdaderamente Él
merece toda nuestra alabanza. A Dios lo llaman, Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Una vez más, encontramos una gran riqueza en estas palabras, ya que
al llamarlo Padre lo identifican como una de las tres personas que
conforman la trinidad divina, no en el sentido de que Dios creo o engendro a
Jesús, sino su relación con las otras dos personas de la trinidad divina al ser
todos eternos, iguales en poder, atributos y gloria, pero con personalidades
diferentes. Él es padre de nuestro Señor Jesucristo y una vez más en
estas palabras encontramos mucha enseñanza, ya que en primer lugar se le llama
a Jesús Señor que a su vez se traduce del griego kúrios (κύριος), una palabra que indicaba poderío y señorío
divino. Los romanos acostumbraban usar esta palabra para referirse a sus
césares como kúrios o señores divinos, pero para los cristianos de este tiempo
solo existía uno solo al cual se le podía decir kúrios, este es Jesucristo. Si nos
fijamos se le llama a nuestro Señor con el nombre de Jesucristo, que es un
nombre compuesto de Jesús, es decir, Iesous (Ιησους),
que es una transliteración del nombre hebreo Josué que significando “Jehová es
salvación” y, por otro lado, Cristo se traduce del griego Cristos (Χριστός)
que a su vez se toma de la palabra de la Septuaginta que lo tradujo de la
palabra Mesías que en hebreo es Mashiaj (מָשִׁיחַ),
que significa, “Ungido”. Por tanto, Jesucristo es nuestro Señor, el Dios soberano
de nuestra vida, es nuestro Salvador, el Ungido de Dios.
RENACIDOS A UNA ESPERANZA VIVA
“… que según su grande misericordia nos hizo renacer para una
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”.
1 Pedro 1:3
Luego, en la siguiente parte de este
mismo versículo, el apóstol Pedro toca uno de los temas doctrinales básicos de
nuestra fe, el nuevo nacimiento: que según su grande misericordia nos
hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los
muertos. La
palabra griega que Pedro usa en esta carta para “renacer” es anagennáo (ἀναγεννάω), la cual literalmente significa “volver
a nacer”, pero no habla de un nacimiento humano, sino uno espiritual. Jesús le
explico este misterio a Nicodemo: “Respondió Jesús y
le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo
viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió
Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne,
carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”, (Juan
3:3-6). En su primer capítulo, Juan nos dice que este nuevo nacimiento no es
por voluntad humana, sino una obra del Espíritu Santo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino
de Dios”, (Juan 1:12-13). Y el apóstol Pablo considera este nuevo
nacimiento una verdadera nueva creación que hace que la vida del regenerado
vuelva a comenzar y todo su pasado quede atrás: “De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas”, (2 Corintios 5:17). Así que la
iglesia del primer siglo estaba consciente del nuevo nacimiento, ese milagro
maravilloso que Dios obra en la vida de aquellos que se arrepienten de sus
pecados, la creación de una nueva naturaleza que los convierte en hijos de Dios
y los vuelve sensibles a su Espíritu y bendiciones espirituales. Ahora,
hemos sido renacido o nacido de nuevo, no por méritos o esfuerzos personales,
no porque lo merecemos, sino por su misericordia, por su abundante gracia e
inmensa compasión hemos sido renacido a una esperanza viva. Existen personas
que se quejan de su vida, que afirman que nacieron para sufrir, porque ciertamente
su vida no ha sido fácil y algunos desean nunca haber nacido, pero en el
evangelio, este nuevo nacimiento es un llamamiento a una vida totalmente
diferente, a una vida con esperanza, una esperanza basada en la resurrección de
Jesucristo, lo cual determina el punto final de nuestra victoria, porque todas
nuestras promesas no están basadas en solo palabras bonitas, sino en un hecho
real, la resurrección de entre los muertos de Jesús que le da la victoria total,
no solo a Él, sino a nosotros que creemos en Él.
Que hermoso mensaje del reino teocrático de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, ciertamente tenemos muchas cosas por las cuáles ser felices en este mundo y eso es que somos parte de la familia de Dios. Le pedimos a El que siempre nos acompañe con su Santo Espíritu. Amén 🙏🙏🙏
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