Una herencia celestial (1 Pedro 1:4-5)


 


“Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”.

1 Pedro 1:4-5

 

INTRODUCCIÓN


                  Continuamos estudiando esta maravillosa carta que el apóstol Pedro les dirigió a los expatriados dispersos en Asia Menor y en estos dos versículos les recuerda la gran herencia celestial que les espera a aquellos que hoy en día son guardados por la fe para recibir una gran salvación en el día postrero. Definitivamente 1 Pedro es una carta que posee una gran enseñanza para los cristianos de todos los tiempos, apenas hemos considerado solo 3 versículos y hemos considerados grandes temas que conciernen a nuestra fe y ahora no será la excepción.

 

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Una herencia celestial


RENACIDOS A UNA ESPERANZA VIVA

 

“… para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros…”.

1 Pedro 1:4

 

                 En este versículo Pedro nos afirma que los creyentes tenemos reservada una herencia en el reino de los cielos: … para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros. La palabra griega que se traduce como herencia en este versículo es kleronomía (κληρονομία), la cual nos habla de un patrimonio o posesión que algún heredero recibirá en el futuro. Nosotros los cristianos somos herederos de un reino que habremos de heredar en la vida eterna, como tales tenemos esa gloriosa promesa ya que como hijos de Dios somos herederos de su reino: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”, (Romanos 8:17). Tal vez en esta tierra algunos creyentes no tengamos muchas propiedades, pero como hijos de Dios tenemos la promesa de la vida eterna y con eso un reino glorioso que habremos de heredar, una herencia celestial que se encuentra reservada en los cielos. Esta herencia no es como las que se reciben en esta tierra ya que en primer lugar es incorruptible, palabra que se traduce del griego áfzartos (ἄφθαρτος), que sugiere algo cuya esencia no decae, sino continua tan integra sin descomponerse o volverse vieja. Luego, esta herencia también es incontaminada, palabra que se traduce del griego amíantos (ἀμίαντος), que expresa la calidad de algo que no se corrompe por las impurezas que lo rodeen, se mantiene totalmente puro e integro. Finalmente, esta herencia es inmarcesible, palabra que se traduce del griego amárantos (ἀμάραντος), que nos habla de algo perpetuo, que jamás deja de ser y preserva su propia calidad y belleza a lo largo del tiempo, jamás se marchita. Este es el tipo de herencia celestial que el Señor nos ofrece, cualquier otra herencia que recibamos en esta tierra se deteriora y a veces tiende a perder su valor con el tiempo e incluso puede ser robado por los ladrones, pero lo que Dios nos ofrece es totalmente diferente, por ello, Jesús exhorto a sus discípulos a hacer tesoros en los cielos, donde estos no pierden su valor o donde ningún ladrón puede entrar a robar: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”, (Mateo 6:19-21).


Ahora, ¿de qué herencia o tesoros hablamos? Definitivamente es una herencia que se encuentra reservada en los cielos y que recibiremos cuando estemos allí. En el Nuevo Testamento encontramos versículos que nos hablan de las recompensas que recibiremos cuando lleguemos a la patria celestial: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”, (2 Timoteo 4:7-8). El apóstol Pablo dice que cosas que la mente humana es incapaz de imaginar y que no se le permitió decir son las que vio en los cielos cuando fue transpuesto allá: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”, (2 Corintios 12:2-4). Luego, en Apocalipsis tenemos un panorama que nos revela cómo será la Nueva Jerusalén, la ciudad celestial en la cual moraremos con nuestro Señor: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido… Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel… El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio”, (Apocalipsis 21:1-2, 10-12, 18-21). Por tanto, los creyentes debemos animarnos y poner toda nuestra esperanza en estas promesas gloriosas, promesas que se cumplirán en la eternidad.

 

GUARDADOS POR EL PODER DE SU FE

 

“… que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”.

1 Pedro 1:5

 

                 Ahora, los cristianos nos gozamos por la promesa de heredar en la eternidad semejante herencia celestial, sin embargo, esto no significa que en esta tierra no tengamos nada, al contrario, hemos sido bendecidos por esta salvación tan grande que el Señor ha obrado en nosotros por medio de nuestra fe y somos guardados por el poder de Dios mediante esta misma fe: que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe… Los creyentes somos guardados por medio de nuestra fe y esto es otro motivo de gran gozo para nuestras vidas porque esto nos lleva a la seguridad de nuestra salvación. Juan en su evangelio nos habla de la seguridad de nuestra salvación: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”, (Juan 10:27-28). Es importante entender que todo esto se logra solamente por la fe y esa es nuestra parte, solo creer y el poder del Señor nos guarda hasta el día en el que se habrá de manifestar lo que habremos de ser: … para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. Esta manifestación del tiempo postrero al cual Pedro se refiere es la santificación final que operara cuando finalmente lleguemos a la presencia de Dios, cuando todo lo terrenal muera en nosotros y seamos vivificados en el espíritu, siendo hallados no en nuestra propia justicia, sino en la justicia del Hijo de Dios. aunque ahora en esta tiempo luchamos con un cuerpo dañado por el pecado, abatido por muchos dolores y limitaciones, así como luchamos por mantener sometida nuestra naturaleza pecaminosa, en aquel tiempo, la salvación que hemos recibido por la fe en nuestro Señor Jesús llegara a su obra completa al transformar nuestro cuerpo de humillación en uno totalmente glorificado, preparado para la eternidad: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”, (Filipenses 3:20-21). Mientras ese día llego, por la fe somos guardados por su poder, aunque Satanás y el mundo, y aun, nuestra propia naturaleza pecaminosa quiera arrastrarnos al pecado y la condenación eterna, el poder salvador de nuestro Dios nos guarda y nos da la fortaleza que necesitamos para mantenernos firmes y avanzar a la culminación de la obra regeneradora que el mismo Espíritu Santo perfecciona en nosotros.

 


1 comentario:

  1. Excelente exposición de éstos versículos, Dios Padre le siga llenando de su sabiduría en las sagradas escrituras por medio de Nuestro señor Jesucristo con la ayuda de su Santo Espíritu. Amén 🙏

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