“Jesús
clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el
que me ve, ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo
aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no
las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a
salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le
juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque
yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio
mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su
mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre
me lo ha dicho”.
Juan 12:44:50
INTRODUCCIÓN
Estos
versículos constituyen el último discurso que Jesús dio a la gente, a partir de
aquí sus enseñanzas y palabras se limitaran solo a sus doce discípulos hasta el
momento que sea capturado y llevado a Poncio Pilato. Recordemos que nos
encontramos en Jerusalén en la última semana de ministerio y vida de Jesús, su
última pascua se acerca así como el momento de su glorificación. Recordemos que
cuando el apóstol Juan habla del momento de su glorificación se refiere al
momento de su muerte, sepultura, resurrección y ascensión al cielo. Con estas palabras
Jesús recalca la importancia de creer en su persona, ya que si queremos llegar
al cielo donde el Padre está, debemos hacerlo a través de su Hijo amado.
Sin el Hijo es imposible llegar al Padre |
JESÚS ES EL MEDIO PARA ACERCARNOS AL PADRE
“Jesús
clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el
que me ve, ve al que me envió”.
Juan 12:44
El
tiempo de Jesús en esta tierra llegaba a su fin y durante todo este tiempo
había predicado y realizado portentos para que la gente creyera en Él, pero
aquí nos confirma que todo aquel que cree en Él, cree en el Padre quien le
envió: El que cree
en mí, no cree en mí. De igual forma, el que ve a Jesús, ve al
Padre: sino en el
que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Por tanto, para
conocer al Padre es necesario conocer a su Hijo Jesús. Cuando nosotros
establecemos una relación personal con Jesús estamos realmente teniendo
comunión con el Padre, con el Dios verdadero, si el hombre no lo hace de esta
forma jamás lograra tener una verdadera comunión con Dios. Hoy en día existen
religiones que han hecho a Jesús menos importante de lo que la Biblia enseña,
lo rebajan a un gran ser creado o un gran profeta o algo menos que eso, pero
menos Dios, y estos se atreven a exaltar más a sus líderes y fundadores de su
religión; pero están totalmente equivocados, porque si no es por medio de
conocer a Jesús, jamás lograremos establecer una verdadera relación con Dios.
EL QUE NO CREA EN JESÚS NO SE SALVARA
“Yo,
la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en
tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no
he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no
recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le
juzgará en el día postrero”.
Juan 12:45-48
Hoy
en día muchas personas viven en tinieblas, es decir, en la maldad de sus
pecados, y esto los arrastra a la condenación eterna; pero la luz del mundo
vino a este mundo para alumbrar a los hombres y que estos puedan ser salvos de
esas tinieblas que los rodea: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree
en mí no permanezca en tinieblas. Cuando el apóstol Juan inicio este
evangelio dijo que en Jesús se encontraba la luz que los hombres necesitaban
para vivir: “En
él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas
resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”, (Juan
1:4-5). También en otra ocasión Jesús afirmo ser la luz del mundo: “Otra vez Jesús les
habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”, (Juan 8:12). Si somos
observadores, hay una tendencia a relacionar la luz con la vida, y ciertamente
así es. Sin la luz del sol la vida en este planeta fuera imposible ya que sus
rayos traen vida a este planeta, y así es con Cristo, la luz de los hombres.
Jesús vino a esta tierra y predico la palabra de Dios y lo único que tenían que
hacer los hombres era creer en esa palabra que predicaba; pero lamentablemente,
muchos no lo hicieron permaneciendo en sus tinieblas y estas palabras un día
los juzgará y serán condenados por ellas: Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo;
porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me
rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he
hablado, ella le juzgará en el día postrero. Ciertamente Jesús vino
a esta tierra para salvar al mundo, su objetivo nunca ha sido condenar a nadie,
lamentablemente los hombres malvados que deciden no creer en sus palabras son
los que se condenan a sí mismos porque aman más las tinieblas que la luz, es
decir, aman más su vida de pecado y por ello deciden permanecer en maldad sin
saber que un día, en la eternidad serán juzgados por la palabra de Dios la cual
pudo salvarlos sin tan solo hubiesen creído en ella: “Y esta es la condenación: que la luz vino al
mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran
malas”, (Juan 3:19).
JESÚS HA CUMPLIDO SU MISIÓN
“Porque
yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio
mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su
mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre
me lo ha dicho”.
Juan 12:49:50
Con
estas últimas palabras Jesús le dice a su audiencia que ha cumplido la misión
que su Padre le encomendó: Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me
envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y
sé que su mandamiento es vida eterna. Ciertamente Jesús lo hizo, su
conciencia estaba limpia ya que había predicado la palabra de Dios, su Padre,
había compartido sus mandamientos y mostrado el camino de vida eterna a través
de su persona, ahora todo era cuestión de cada persona el creer o no. El tiempo
de su muerte estaba cerca, pero Jesús había cumplido su misión de predicar la
palabra que su Padre le había dado. En la Biblia podemos encontrar a otros
hombres cuya consciencia se encontraba libre de culpa porque habían cumplido
fielmente el ministerio que Dios les había dado. Por ejemplo, podemos recordar
a Samuel: “Dijo
Samuel a todo Israel: He aquí, yo he oído vuestra voz en todo cuanto me habéis
dicho, y os he puesto rey. Ahora, pues, he aquí vuestro rey va delante de
vosotros. Yo soy ya viejo y lleno de canas; pero mis hijos están con vosotros,
y yo he andado delante de vosotros desde mi juventud hasta este día. Aquí
estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he
tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a
alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar
mis ojos con él; y os lo restituiré. Entonces dijeron: Nunca nos has calumniado
ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre”, (1
Samuel 12:1-4). Samuel ya estaba viejo y sus días como sacerdote y juez de
Israel estaba llegando a su fin pero su consciencia estaba limpia porque había
cumplido fielmente el ministerio que el Señor le había dado. También podemos
recordar las palabras de Pablo en Mileto, cuando se despidió de los ancianos
diciéndoles que él se despedía con una consciencia limpia porque había cumplido
delante de ellos fielmente su ministerio: “Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los
ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me
he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en
Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas
que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil
he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas,
testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y
de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu,
voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el
Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan
prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa
mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio
que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de
Dios. Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he
pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os
protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he
rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y
por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para
apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo
sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que
no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen
cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad,
acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con
lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de
su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los
santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros
sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo,
estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe
ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo:
Más bienaventurado es dar que recibir”, (Hechos 20:17). Y porque no
recordar las últimas palabras de Pablo, como un cántico de victoria porque
había terminado su carrera y lo había hecho cumpliendo fielmente su ministerio:
“Porque yo ya
estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado
la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me
está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en
aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”,
(2 Timoteo 4:6-8). Aquel día Jesús pronuncio esta palabras, sus últimas
palabras a la audiencia de judíos recalcando que nunca había rehuido el
hablarles la palabras de su Padre, su doctrina no era de Él, sino todo lo que el
Padre le había dicho que dijera, eso había dicho: Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el
Padre me lo ha dicho. Quiera Dios que nosotros también prediquemos y
enseñemos su palabra a otros tal y como la Biblia lo dice y seamos fieles a
nuestra comisión hasta el último día de nuestra vida.
Amén Que podamos hablar siempre la verdad de la palabra de Dios que no miente y es viva y eficaz Amen
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