Nuestro abogado y la propiciación por nuestros pecados (1 Juan 2:1-2)


 

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.

1 Juan 2:1-2

 

INTRODUCCIÓN

              Hoy iniciamos el estudio del capitulo dos de la primera carta del apóstol Juan, y en el capítulo anterior, el apóstol dejo muy claro que Dios es luz y por tanto en Él no hay tinieblas, lo cual a su vez significa que los cristianos deben andar en luz y no el pecado. También Juan enseño que todos hemos pecado y que nadie puede negarlo ya que el que lo hace se hace así mismo mentiroso, por tanto, todos necesitamos confesar nuestros pecados a Jesús para que estos sean perdonados. Ahora, inicia su nuevo capítulo exhortando a los cristianos a no pecar, pero si alguien peca, Juan quiere que comprendan que en Jesús pueden encontrar la limpieza de su alma. Aquí el apóstol nos presentara dos palabras griegas que nos enseñan mucho acerca del ministerio de Señor Jesús y su relación con nosotros.

 

Jesús-Abogado
Jesús, nuestro abogado y la propiciación

ESTAS COSAS OS ESCRIBO PARA QUE NO PEQUÉIS

 “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis…”

                Juan es claro al decirle a sus lectores la razón por la cual les escribe todas estas cosas: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Es interesante ver el tono de ternura que Juan utiliza en esta carta, aquí les llama a los creyentes, hijitos, y en el original griego así es, es teknion (τεκνίον), y es una palabra en diminutivo que expresa el cariño y ternura del autor hacia sus destinatarios. Juan prefiere utilizar el vinculo del amor para hacerles entender a los creyentes la responsabilidad que tenían al llegar a conocer el evangelio de Jesucristo, ya que el conocimiento les había quitado la venda de los ojos y por tanto estaban obligados a vivir a la altura del mensaje al cual habían creído y la obra que Cristo había efectuado en ellos. Por tanto, podemos encontrar en estas palabras una responsabilidad que cada uno de nosotros como cristianos tenemos de vivir como verdaderos hijos de la luz, como hijos amados de Dios, santos y fieles a su palabra, o como Pablo dice, a la altura de la vocación a la cual hemos sido llamados: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”, (Efesios 4:1).

 

JESÚS, NUESTRO ABOGADO

 “… y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.

1 Juan 2:1

                  Aquí el apóstol Juan utiliza un titulo para nuestro Señor que no es utilizado por otro autor del Nuevo Testamento, y es el titulo de abogado. La palabra abogado se traduce del griego parakletos (παράκλητος), la cual, el mismo Juan la utiliza allá en su evangelio, pero en referencia al Espíritu Santo: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré”, (Juan 16:7). Al respecto de esta palabra, parakletos (παράκλητος), el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento en griego, VINE, dice: “literalmente., llamado al lado de uno, en ayuda de uno, es principalmente un adjetivo verbal, y sugiere la capacidad o adaptabilidad para prestar ayuda. Se usaba en las cortes de justicia para denotar a un asistente legal, un defensor, un abogado; de ahí, generalmente, el que aboga por la causa de otro, un intercesor, abogado”. Por causa de nuestros pecados estamos condenados y somos culpables delante de Dios, pero por la obra expiatoria de Cristo somos salvos, de tal manera que, aunque Satanás quiera acusarnos, Jesucristo es nuestro abogado defensor que intercede por nosotros delante del Padre: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo”, (1 Timoteo 2:5-6). Como hijos de Dios debemos apartarnos del pecado y vivir de acuerdo a su palabra, pero si pecamos, no significa que debemos quedarnos allí, sino reconocer nuestro error, confesarle a Jesús nuestra maldad en verdadero arrepentimiento, y nuestro Abogado, intercederá por nosotros como un verdadero y único intermedio delante de su Padre y seremos limpios y perdonados de toda obra mala. Por ello Juan dice, que no debemos pecar, pero si alguien lo hace y se arrepiente, que recuerde, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesús.

 

JESÚS, LA PROPICIACIÓN POR NUESTROS PECADOS

 “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.

1 Juan 2:2

              Ahora bien, Jesús nos salva, por medio de nuestra fe, limpiándonos de toda maldad porque Él mismo es el sacrificio que se ofreció para este fin. Aquí Juan utiliza otra palabra griega para atribuírsela al oficio de Cristo, propiciación, y esta se traduce del griego jilasmos (ἱλασμός), y es un termino que sugiere la idea de un sacrificio y buscar la misericordia de Dios. La palabra propiciatorio en el Antiguo Testamento se refería a la tapadera de oro que tenia dos querubines e iba sobre el arca del pacto: “Harás también dos querubines de oro; labrados a martillo los harás en los dos extremos del propiciatorio… Y pondrás el propiciatorio encima del arca”, (Éxodo 25:18, 21). Este propiciatorio le recordaba a Dios el hecho de que fuera propicio o misericordioso con su pueblo y el sumo sacerdote rociaba la sangre del sacrificio sobre él: “Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre”, (Levítico 16:14). Ahora bien, en el Nuevo Testamento, Jesús fue el sacrificio perfecto que fue ofrecido por nuestros pecados y por eso Juan dice: Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. En el Antiguo Testamento, ningún sacrificio fue suficiente para perdonar los pecados del ser humano, sin embargo, Cristo es el Cordero de Dios, cuyo sacrificio hizo expiación por todas nuestras maldades: “Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados… En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”, (Hebreos 10:4, 10). De esta forma, Jesucristo nos salva y perdona de todos nuestros pecados, porque no solo defiende nuestra causa delante de su Padre como nuestro Abogado, sino que también, Él mismo, es la propiciación por nuestros pecados, y en ese sentido nuestra fe en su sacrificio expiatorio es suficiente para darnos vida eterna.

 

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