Un mandamiento antiguo, pero nuevo al mismo tiempo (1 Juan 2:7-8)


 

“Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra”.

1 Juan 2:7-8

INTRODUCCIÓN

                Juan continúa con el tema del amor y en esta ocasión habla de un mandamiento que era antiguo, pero al mismo tiempo traía algo nuevo para los cristianos. El tema del amor estará presente a lo largo de toda esta carta ya que el apóstol Juan había aprendido que el amor debe ser una característica propia de los hijos de la luz ya que su Padre eterno y el Señor Jesucristo es amor en su propia naturaleza. Ahora Juan quiere explicarles este mandamiento antiguo elevándolo a una nueva manera de entenderlo y extender su alcance, tal y como nuestro Señor Jesús lo explico cuando estuvo en esta tierra durante su ministerio en esta tierra.


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Un mandamiento antiguo, pero nuevo al mismo tiempo 

UN MANDAMIENTO VIEJO CON UN NUEVO ALCANCE

 “Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio”.

1 Juan 2:7

                   Un tema predominante en esta carta y que de alguna manera nos habla del carácter del apóstol Juan es el amor, por algo es conocido como el apóstol del amor. Es interesante ver como el apóstol se dirige a los cristianos de su tiempo, les llama “hermanos”, considerándose un co-igual a ellos y no resaltándose con algún tipo de titulo como apóstol, obispo o pastor, y esto era así, porque para estas iglesias de carácter juanino tal cosa de jerarquía eclesiástica no existía, todos eran hermanos y el amor debía unirlos en un verdadero vinculo, siendo Cristo el único superior a todos y su palabra la norma de autoridad en medio de ellos. Luego, Juan viene y se dirige a sus hermanos para decirles: Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Este mandamiento que les enseñaba era muy antiguo ya que había sido dado primeramente a Israel, y este era el de amarse los unos a los otros: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová”, (Levítico 19:18). Al leer este mandamiento Israel entendía que Dios los llamaba a amar a su prójimo como ellos se amaban a sí mismos y no guardar ningún tipo de resentimiento en su corazón que los llevase a practicar la venganza o hacerles mal a sus prójimos. Ahora bien, es interesante ver que este mandamiento estaba dado para que Israel se asegurara de desarrollar es amor fraternal hacia sus semejantes y asegurarse que ninguna raíz de amargura o de odio creciese en su corazón. Jesús llevo a otro nivel el mandamiento de no matar al decir que el enojo en contra de su hermano era un pecado tan terrible como el homicidio: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”, (Mateo 5:21-22). Hoy en día vivimos en un mundo donde las personas cargan con grandes resentimientos en sus corazones por alguna ofensa cometida en contra de ellos, hay personas con terribles raíces de amargura, pero el deseo del Señor es deshacerse de esos resentimientos y permitir que el amor de Dios nos transforme y libere de cualquier odio o dolor. Se espera que como cristianos no permitamos que el odio y resentimiento se apodere de nuestros corazones, sin embargo, muchos llegan al evangelio con sus corazones lastimados, y la pregunta seria: ¿cómo podemos dejar deshacer estas raíces de amargura o resentimientos por el daño provocado? Bueno, podemos dar los siguientes consejos:

 

1.      Entregue su dolor y vida a Cristo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”, (Mateo 11:28).

2.      Buscar en la presencia de Dios el consuelo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”, (2 Corintios 1:3-4).

3.      Aceptar la realidad del daño que hemos sufrido, creyendo que Dios tiene control de todas las cosas: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aún los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos”, (Lucas 12:6-7).

4.      Entender que si estamos en Cristo todo tiene un propósito que nos ayudara a bien en nuestras vidas: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, (Romanos 8:28).

5.      Orar para perdonar a los que nos han lastimado: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas”, (Marcos 11:25).

6.      Si esta en sus posibilidades, pongas de acuerdo con la persona con la cual ha tenido algún problema para procurar estar en paz con todos: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”, (Mateo 5:23-24).

7.      No permita que el enojo dure más de un día para que no se creen resentimientos: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”, (Efesios 4:26).

8.      No responda mal por mal, no busque dañar a los demás que lo han dañado, sino busque a Dios para vencer el mal con el bien: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”, (Romanos 12:21).

9.      Ponga en manos de Dios aquellas personas que le causan daño: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos”, (2 Timoteo 4:14).

                    Como vemos, el espíritu de esta ley era amar al prójimo, sin guardar rencor u odio en su corazón para no buscar la venganza o vivir con raíces de amargura que destruyen a la persona y le impiden ser felices. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en la vida de José, quien a pesar de que fue vendido como esclavo por sus hermanos, cuando Dios lo exalto y tuvo poder, no buscó la forma de vengarse en contra de sus hermanos, antes, los amó y entendió que todas esas cosas habían pasado para que se cumpliese los propósitos de Dios y preservar la vida de su familia en Egipto cuando tuvieron que atravesar por los 7 años de sequía: “Vinieron también sus hermanos y se postraron delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos tuyos. Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, más Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón”, (Génesis 50:18-21).

 

¿UN MANDAMIENTO NUEVO?

“Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra”.

1 Juan 2:8

                 Ahora bien, este mandamiento era antiguo, como ya vimos, pero al mismo tiempo era nuevo: Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él… ¿En que sentido este mandamiento antiguo era nuevo? Es muy posible que cuando Juan enseñaba esto recordaba las palabras de su Maestro: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”, (Juan 13:31-35). El mandamiento en cuanto a su momento de revelación no es nuevo ya que en Levítico 19:18 se había declarado, tal y como ya lo vimos, sin embargo, es nuevo en cuanto a la forma de cómo aplicarlo, ya que este mandamiento decía que tenían que amar a su prójimo como a ellos mismos, pero Jesús les dijo que se amaran como Él los había amado, y esto constituye algo totalmente diferente ya que debemos amar en la misma dimensión que Cristo no ha amado. Los judíos pensaban que su prójimo era otro judío, por lo que los gentiles quedaban excluido de esto, por otro lado, en el tiempo de Jesús algunos judíos religiosos expresaban menosprecio por algunas personas que ellos consideraban pecadores, como los publicanos, y por tanto, el tema de amar al prójimo se limitaba a muy pocas personas; pero nuestro Señor nos mostró una dimensión totalmente diferente de amar, un amor totalmente sacrificial que ayuda a su prójimo: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”, (1 Juan 4:10). Este es el gran amor de Cristo y con ese mismo amor Él espera que amemos a los demás, en este sentido el mandamiento era nuevo porque nadie había llegado a manifestar tan sublime y noble sentimiento a favor de los demás. Por otro lado, es importante amar a los demás como Jesús lo hizo porque si hay algo en que se diferencian los seguidores de Cristo es en que se aman los unos a los otros. Por tanto, ahora tenían que amar en una nueva dimensión, es decir, este amor tenia que ser sacrificial, una decisión propia, totalmente benevolente, misericordioso y con un alcance tal que aun se aman a los mismos enemigos, tal y como nuestro Señor lo hizo. Una vida expresando el amor de Cristo se refleja únicamente en los hijos de la luz, es decir, en aquellos que viven de acuerdo a la voluntad de su Padre y lejos de una vida de pecado: y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. Como vemos, el cristianismo no es una religión hueca, sino es amor, amor hacia Dios y el prójimo y que se caracteriza porque sus seguidores viven en la luz y no en las tinieblas del pecado.

 

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