¿Cristianos que odian? (1 Juan 2:9-11)


 

“El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”.

1 Juan 2:9-11

 

INTRODUCCIÓN

               El apóstol Juan continua con el desarrollo de su primera carta y quiere extenderse aun un poco más en el tema del amor hacia el prójimo. Definitivamente si hay algo que debería caracterizar al cristianismo es el amor y este debe reflejarse en la vida de todos aquellos que se hacen llamar cristianos, por tanto, para el apóstol es inconcebible la idea de alguien que profesando ser seguidor de Cristo odie o aborrezca a alguien, porque de ser así, el tal aun anda en tinieblas y vive una mentira, confiado que su religión es más que suficiente para salvarlo aun con su corazón lleno de rencor o resentimientos. Pero aquellos que andan en la luz aman a su prójimo y no hay tropiezo en ellos, por ellos nosotros debemos entender perfectamente este tema ya que muchos podrían estar engañados creyendo que son cristianos, pero no han decidido desarraigar algunas raíces de amargura que no les permiten amar a su prójimo como Dios lo desea.

 

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¿Cristianos que odian?

UNA PRUEBA QUE DETERMINA SI REALMENTE ANDAMOS EN LA LUZ

“El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”.

Juan 2:9-10

                  Para Juan era fácil determinar si alguien andaba en la luz, es decir, si realmente era cristiano, y la prueba indiscutible era el amor; pero si este, haciéndose llamar cristiano, odiaba a alguien o demostraba su desprecio por alguna persona, el tal permanencia en tinieblas. Vemos como el apóstol Juan continúa utilizando el símil entre la luz y las tinieblas para referirse a aquellas personas que habiendo estado en sus pecados han renunciado a ellos y se han convertido a Cristo. Para Juan el hecho de ser cristiano estaba más allá de ser un simple religioso que cumplía con ciertos ritos religiosos o pertenecer a la membresía de una secta. Realmente el cristianismo se caracterizaba por amar a su prójimo. En su palabra, el Señor ya les había declarado que tenían que amar a su prójimo: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová”, (Levítico 19:18). Aparte de esto, también les había ordenado amar al extranjero que habitare en sus territorios: “Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”, (Deuteronomio 10:19-21). El problema con esto es que Israel entendió que su prójimo era solamente su compatriota israelita y no las naciones que estaban alrededor de ellos y esto los llevo a aborrecer a todos los demás que no fuesen de nacionalidad israelita o extranjeros que viviesen en sus fronteras. Esto lo podemos ver, por ejemplo, en el libro de los Hechos donde Pedro explica lo aborrecible que era para un judío acercarse a un gentil: “Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo”, (Hechos 10:28). También vemos como los judíos con samaritanos no se llevaban: “La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí”, (Juan 4:9). Así que definitivamente, Israel amaba a los de su propia nacionalidad, pero acostumbraban a odiar a los gentiles y samaritanos. Sin embargo, cuando Cristo vino enseño lo contrario y extendió el alcance de este mandamiento, siendo así que aun pedía amar a los enemigos: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”, (Mateo 4:55). Por tanto, ahora Jesús les enseñaba que el verdadero amor es más que un sentimiento, sino más bien una decisión que posee un gran alcance y no se limita a nuestra familia, raza o personas de nuestra misma nacionalidad. Durante su ministerio el Señor enseñó acerca de la importancia del amor, a tal punto que resumió toda la ley en tan solamente dos mandamientos relacionados a amar a Dios y al prójimo: “Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás”, (Lucas 10:25-28). Sin embargo, como ya lo dijimos, para los judíos su prójimo no se extendía más allá de sus compatriotas o tal vez los extranjeros que vivían en sus fronteras y por eso este interprete de la ley le preguntó a Jesús quién era su prójimo y es aquí donde el Señor relata la parábola del buen samaritano: “Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo, un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”, (Lucas 10:29-37). Como vemos en esta parábola cuando hablan del levita y el sacerdote, de nada sirve ser un religioso si no hay amor en nuestras vidas, si somos incapaces de sentir misericordia por aquellos que se encuentran en situaciones difíciles, por ello Santiago decía que la verdadera religión es aquella que se guarda en santidad para Dios, pero que se preocupa por el bienestar de su prójimo: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”, (Santiago 1:27). Definitivamente, la verdadera fe se debe caracterizar por el amor y solamente aquel que ha sido transformado por el amor de Dios es capaz de amar a su prójimo, nadie que se llame cristiano debería odiar a su prójimo, nadie que diga ser creyente debería sentir resentimientos hacia sus semejantes, ya que el que está en la luz, ama a sus hermanos y en él no hay tropiezo: El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Nos gusta el hecho de que Juan dice que aquel que ama, en él no hay tropiezo, y esto es verdadero, porque aquel que ama es incapaz de serle infiel a Dios y dañar a sus prójimos ya que vive de acuerdo con la palabra de Dios y aquel que vive cumpliendo sus mandamientos morales no daña a nadie, por ello Pablo decía: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”, (Romanos 13:8-10). Considerando todo esto entendemos mejor las palabras de Agustín de Hipona: “Ama y has lo que quieras”, y esto es verdadero, porque el que realmente ama, jamás violaría los mandamientos del Señor para serle infiel o dañar a su prójimo porque ha sido perfeccionado en el amor.

 

EL QUE AUN ODIA A SU HERMANO AÚN PERMANECE EN TINIEBLAS

“Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”.

1 Juan 2:11

                 Al final, Juan declara: Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. Por tanto, no podemos llamarnos cristianos y aborrecer a nuestro hermano, porque así hacen los religiosos, ellos cumplen con sus rituales y días en los que les corresponde visitar sus congregaciones, pero en su corazón hay odio, celos, disensiones, pleitos y otros pecados, por eso Juan dice que los tales están cegados, es decir, están ciego espiritualmente, porque están engañados que su religión es suficiente para salvarlos ignorando que su pecado están cargados de pecados y por tanto toda su vida religiosa es una mentira. Pero nosotros, los que hemos nacido de nuevo, debemos perfeccionarnos en el amor de Cristo y amar a nuestro prójimo, tal y como Él lo ha hecho.

 

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