La carta de las certezas (1 Juan 5:13-15,18-20)


 

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. Y esta es la confianza que tenemos en él, que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho… Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca. Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.”.

1 Juan 5:13-15,18-20

INTRODUCCIÓN

               Algunos han llamado a la primera carta del apóstol Juan como la carta de las certezas, especialmente por esta última sección en donde podemos encontrar en repetidas veces la palabra “sabemos”, o “esta es la confianza”, o para que sepáis”. En esta sección el apóstol Juan hace un resumen del propósito de su carta, que tengamos la confianza de la vida eterna y el entendimiento de la verdadera doctrina acerca de Cristo y su santo evangelio. Con estos versículos nos estamos acercando al final de esta maravillosa carta.

 

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La carta de las certezas

SABEMOS QUE TENEMOS VIDA ETERNA

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios”.

1 Juan 5:13

                En este versículo Juan nos escribe el propósito del por qué esta escribiendo este evangelio: Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. Aquí aparecen algunas palabras que nos sugieren la seguridad que el creyente tiene en cuanto a la vida eterna. En primer lugar, Juan dice que estas cosas las escribió a aquellos que creéis en el nombre del Hijo de Dios, y esta palabra, creéis se traduce de la palabra griega posteúo (πιστεύω), la cual sugiere una convicción que lleva a la fe salvadora en Cristo Jesús. También Juan dice que escribe para que sepáis que tenemos vida eterna, y esta palabra, sepáis, se traduce del griego eido (εἴδω), la cual se traduce aparecerá repetidas veces en estos versículos y hace referencia a un conocimiento que se adquiere de algo que se ve y entiende por completo. En este sentido, eido (εἴδω) es diferente a ginosko (γινώσκω), que también se traduce como conocimiento, pero este no es un conocimiento completo, sino uno que se adquiere y esta en constante crecimiento hasta llegar a su plenitud, pero eido (εἴδω) es un conocimiento pleno y por esto Juan dice que él escribe para que sepáis que tenemos la vida eterna. Por tanto, el conocimiento de la vida eterna no es algo abrigue alguna duda en la vida del creyente, sino en una certeza total de que ciertamente ya la tenemos.

 

SABEMOS QUE DIOS NOS OYE Y RESPONDE A NUESTRA ORACIONES

“Y esta es la confianza que tenemos en él, que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

1 Juan 5:14-15

                También Juan dice que como cristianos sabemos que Dios nos oye y responde a nuestras oraciones: Y esta es la confianza que tenemos en él, que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho. Aquí encontramos algunas ideas importantes en cuanto a la oración. Sabemos que la oración es una práctica piadosa básica e indispensable en la vida de todo cristiano, porque orar es hablar con Dios y mantenemos una fuerte relación con nuestro Señor en la medida que oramos con Él. Juan dice que esta es la confianza que tenemos, que, si pedimos en oración alguna cosa conforme a su voluntad, Dios nos oye. Aquí hay algo importante de resaltar, y es la confianza de saber que nuestras oraciones no están dirigidas a un ídolo muerto, no son palabras o pensamientos que no van a pasar más allá del techo de nuestra casa, sino trascenderán más allá del sol y llegaran al trono de justicia de nuestro Dios, porque nuestro Dios es real y Todopoderoso. La palabra confianza que aparece en este texto se traduce del griego: parresía (παῤῥησία) y nos habla de algo que se ha dado a conocer y en lo que podemos confiar, y esto es la certeza de que nuestras oraciones no son en vano. Ahora bien, estas oraciones deben estar conforme a su voluntad, porque si es así, podemos saber que Dios nos oye en cualquier petición que hagamos y que sabremos que recibiremos de Él la respuesta que necesitamos recibir. Una vez más podemos ver en el versículo 15 la palabra “sabemos”, que es eido (εἴδω), porque como hijos de Dios tenemos comunión con Él y estamos seguros que hablamos con Él.

 

SABEMOS QUE LOS NACIDOS DE NUEVO NO PRACTICAN EL PECADO Y EL MALIGNO NO NOS TOCA

“Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca. Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno”.

1 Juan 5:18-19

                  Una vez más Juan menciona la palabra “sabemos”, es decir, eido (εἴδω), en dos ocasiones diferentes en estos versículos. En primer lugar, se nos dice: Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado. Como nacidos de Dios podemos tener la convicción de que somos hijos de Dios y como tales no debemos practicar el pecado. El Nievo Testamento nos enseña que esta gran salvación que hemos recibido por gracia no debe abusarse, porque, aunque es gratuita en el sentido de que solo debemos creer para ser justificados, ésta a la vez tiene un precio infinito, la sangre del Hijo de Dios, por ello Pablo decía: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”, (Romanos 6:1-4). Por tanto, los cristianos como hijos de Dios no pecamos y Juan agrega: pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca. He aquí otra gran certeza en el evangelio, el diablo no puede tocar a los que son hijos de Dios, pues son guardados por su poder. Si Dios protege a una persona, no hay mal, ni brujería o hechizo que lo alcance: “Porque contra Jacob no hay agüero, ni adivinación contra Israel. Como ahora, será dicho de Jacob y de Israel: ¡Lo que ha hecho Dios!”, (Números 23:23). Cualquier mal que nos pueda tocar puede venir solo si Dios lo permite y esto si hay algún propósito en esto o si es parte de alguna disciplina del Señor, así lo vemos en el libro de Job donde Dios le permitió a Satanás dañar al justo Job con el fin de que su fe fuese probada: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová”, (Job 1:8-12).

            En segundo lugar, nos presenta otra certeza que como cristianos tenemos: Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. Definitivamente podemos tener la certeza de que le pertenecemos a Dios, pues Él es nuestro Padre celestial y tenemos al Espíritu Santo que le da a nuestro corazón de que somos hijos de Dios: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”, (Romanos 8:12-16). Ahora bien, nosotros somos hijos de Dios, pero también debemos saber que el mundo entero está bajo el control del diablo, esto es, todo el sistema mundial, sus creencias, modas, música, ideales, filosofías y demás elementos que se interrelacionan entre sí para influir en el comportamiento humano, están controlados por el diablo para crear un sistema anticristiano que no permite acercarse en santidad y verdad delante del Señor, por ello, como cristianos debemos discernir estos sistemas la luz de la palabra de Dios y no participar de las obras de la tinieblas: “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas”, (Efesios 5:11).

 

SABEMOS QUE TENEMOS VIDA ETERNA

“Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”.

1 Juan 5:20

                   He aquí la ultima certeza que Juan nos enseña en su carta: Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna. Ciertamente podemos estar seguros que nuestra fe, porque no esta fundamentada en fabulas o cuentos, no son supersticiones o algo que hemos decidido creer porque nos contaron que funcionaba, sino es una convicción que proviene del mismo entendimiento que el Espíritu Santo nos ha dado para comprender y reconocer que verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios, y este es el verdadero. Como cristianos hemos podido experimentar su poder, su gracia, su comunión con nosotros y todo esto es una evidencia contundente de que lo nuestros no es solo una religión que hemos heredado de nuestros padres, sino, como dicen, una autentica relación con Dios. Todo aquel que conoce a Cristo, conoce la verdad, porque esta lo transforma e impacta su vida, así le paso a Natanael, el cual no creía que Jesús pudiese ser el Cristo, pero cuando lo conoció entendió que verdaderamente era el Hijo de Dios: “Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve. Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”, (Juan 1:45-51). Definitivamente, a través de su evangelio conocemos a Cristo y cuando lo invitamos a nuestro corazón, no solo perdona nuestros pecados, sino establecemos una verdadera comunión con Dios de tal forma que nos da el entendimiento para saber que nos encontramos en el verdadero y que le conocemos.

 

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