Ganando a los esposos para Cristo (1 Pedro 3:1-2)


 

“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa”.

1 Pedro 3:1-2

 

INTRODUCCIÓN

 

El capítulo 3 de 1 Pedro continua con las responsabilidades que los cristianos deben cumplir y en esta ocasión, en los versículos que van del número 1 al 7 se dirige a las responsabilidades de los cónyuges. No olvidemos que estos 7 versículos están conectados con los últimos versículos del capítulo 2 donde se habla de cómo debe ser la conducta de los esclavos domésticos con sus amos. Si recordamos un poco, hablamos de que el núcleo familiar estaba compuesto por el esposo, la esposas, los hijos y los esclavos domésticos y por ello Pedro introduce estas recomendaciones que norman la conducta de todos estos miembros que norman la conducta en el seno familiar de este entonces y que algunos han llamado códigos domésticos. De manera específica, iniciara con las responsabilidades y manera de vivir de las esposas a las que les dedicará los primeros seis versículos, mientras que al esposo le dedicara un versículo, el número 7.

 

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Ganando a los esposos para Cristo


LA MUJER EN LOS TIEMPOS BÍBLICOS

 

“Asimismo vosotras, mujeres…”

1 Pedro 3:1

 

Para poder comprender mejor las responsabilidades y conducta que se esperaba de las esposas en el ceno de una familia cristiana es importante entender la situación social de una mujer en esta época. Sinceramente la mujer no tenía muchos privilegios y aun derechos, de hecho, la mujer era vista casi como un objeto o una posesión. Antes del matrimonio, vivía sujeta a sus padres, dedicada a las labores hogareñas, luego, a través de una dote, esta era dada a un hombre con el cual contraía matrimonio, pero se esperaba que la mujer viviese sujeta a su marido, esta no tenía derecho de salir o hablar en la calle con otras personas sin la presencia de su marido, su vida consistía en cuidar del hogar, de los niños, atender a su marido y su voz no tenia voto en la sociedad. De igual manera, la mujer se sujetaba a las costumbres religiosas del hombre, así cuando el hombre se convertía a Cristo, este, su mujer e hijos lo seguían en su nueva creencia; pero, para la mujer, no era tan fácil, porque el convertirse a Cristo podía ir en contra de las ideologías de su esposo y esto podría traerle problemas y hasta el divorcio. Para esta época el evangelio estaba creciendo, ganando a muchas personas para Cristo y como generalmente pasa, la población que cree es en su mayoría mujeres, siendo muchas de estas mujeres casadas. Ahora, el consejo de los apóstoles no era que la mujer creyente deje a su marido incrédulo si este se niega a recibir el evangelio, sino, seguir con él, si este consiente en continuar viviendo con ella: “Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer… Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?”, (1 Corintios 7:10-11, 16). Pero la pregunta entonces seria: ¿Cómo ganar para Cristo a su esposo? Bueno, definitivamente abran momentos donde la mujer podrá compartirle el mensaje del evangelio de manera oportuna, pero no olvidemos que en este tiempo nos encontramos en una cultura que era primordialmente patriarcal y socialmente la mujer se veía limitada en compartir sus ideas a menos que su marido se lo permitiera, por ello, el apóstol nos comparte en su carta la manera efectiva en el que una mujer le puede testificar el evangelio a su esposo.

 

TESTIFICANDO EL EVANGELIO SIN PALABRAS

 

“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa”.

1 Pedro 3:1-2

 

Generalmente cuando pensamos en dar testimonio del mensaje del evangelio lo primero que se nos viene a la mente es predicarlo a través de palabras, lo cual es cierto en alguna medida, pero definitivamente la mejor manera de testificar el cambio que Cristo ha hecho en nuestras vidas es a través de nuestra conducta y por ello Pedro les recomienda a las mujeres cristianas cuyos esposos no han creído la forma de cómo debe ser su testimonio. Veamos en qué consiste esta conducta.


Las mujeres deben estar sujetas.


“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos…”

1 Pedro 3:1

 

Esta instrucción ha causado incomodidad en algunos movimientos que consideran a la Biblia machista o piensan que se relega a la mujer a un simple objeto o persona sin derechos e igualdades, pero como veremos no es así. El primer consejo que Pedro recomienda es que la esposa este sujeta a su marido, pero a qué se refiere con estar sujeta, bueno, esta palabra, “sujeta”, se traduce del griego jupotassómenai (ποτασσόμεναι), la cual, efectivamente implica una sujeción, pero es una subordinación reflexiva, basada en el conocimiento de ciertas leyes y principios que lo rigen. En este sentido, la subordinación de la que la Biblia habla no es una sujeción injusta, o que busca suprimir los derechos y privilegios de una persona; sino, más bien, entiende que en el universo hay un orden y una jerarquía benevolente que nos llama a estar sujetos en completa humildad y respeto a ciertos principios de vida que son de grandes beneficios para todos nosotros. En este sentido, todos estamos sujetos a una autoridad, así el hombre está sujeto a Cristo y la mujer está sujeta a su marido y en general, toda la iglesia está sujeta a Cristo quien es su cabeza: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”, (1 Corintios 11:3). Bajo este principio, se espera que la cabeza del hogar sea el hombre y la mujer este sujeta a su esposo, obviamente, esta sujeción no tiene que ser una subordinación que menoscabe su dignidad humana y limite su derechos o inclusos anhelos personales, antes, el hombre como su cabeza debe saber amarla para que, en todo, ella sea su gloria: “… pero la mujer es gloria del varón”, (1 Corintios 11:7). En esta época el apóstol Pedro se ajustaba a los códigos de convivencia que la sociedad aprobaba, recordemos que se trata de una sociedad patriarcal donde la mujer no tenia muchos privilegios y algunas veces se veía como inferior al hombre, pero con el tiempo el evangelio introduce conceptos que hacer resaltar el valor que la mujer tiene, a tal punto que la pone como coheredera de las promesas de Dios: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”, (1 Pedro 3:7). Hoy en día entendemos que tanto los hombres como las mujeres tenemos los mismo derechos ante Dios y las naciones en las que vivimos, aunque no somos iguales genéticamente, pero si debe existir una igualdad de respeto y valor, por ello, para el hombre representa un verdadero reto ser la cabaza del hogar, porque debe gobernar con la sabiduría de Cristo, y cuando hablamos de gobernar no debemos imaginarnos una dictadura donde solo el hombre tiene voz, sino, un verdadero gobierno involucra una serie de condiciones que permiten la consideración de diferentes opiniones, la sabiduría para tomar las mejores decisiones, el apoyo mutuo y el beneficio de todos los miembros del hogar.

 

Aunque el tema de la sujeción de la mujer no es un tema que agrade a muchos, con todo, lo encontramos en la Biblia, pero como hemos visto no se trata de estar sujeto a una dictadura injusta, sino, sujeta a un gobierno regido por los principios del reino de Dios, por tanto, es importante que el hombre, quien ha sido designado como cabeza del hogar, gobierne sabiamente a su familia para que el nombre de Dios sea glorificado.

 

Las mujeres deben tener una conducta casta y respetuosa.

 

“… para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa”.

1 Pedro 3:1-2

 

A parte de la sujeción, el apóstol Pedro le dice a la mujer cómo es que debe testificarle a su esposo la obra que Cristo ha hecho en ella: para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Es por medio de su conducta que la esposa le testifica a su esposo la obra redentora que Cristo ha hecho, sin necesidad de palabras, su conducta lo convencerá, pero ¿cómo debe ser esta conducta? Pues, Pedro dice que debe ser una conducta casta y respetuosa. La palabra casta se traduce del griego jagnós (ἁγνός), que implica la idea de pureza, integridad o limpio, por tanto, en este contexto que la palabra se usa, la mujer debe tener un comportamiento que refleje su pureza sexual, su integridad delante de Dios y una conducta libre de todo escandalo o señalamiento vergonzoso. De allí que la mujer debe saber cuidar su testimonio y darse a respetar delante de los hombres. La segunda palabra, respetuosa, se traduce del griego fóbos (φόβος), la cual en su sentido original significa, miedo o temor, pero en el contexto gramatical en el que Pedro usa esta palabra significa tener una consideración al momento de tratar con alguien a tal punto que no le faltemos el respeto, de allí, debe haber cierta reverencia o cuidado de no ofender a la persona por considerarla como si fuera nuestro superior y por lo cual le debemos respeto. En palabras sencillas, Pedro dice que la mujer debe ser respetuosa con su esposo. Esto no significa que la mujer debe estar bajo un domino de temor que le prohíba y limite a dar sus opiniones, antes, lo que la Escritura pide es que todo lo que haga o diga respecto a su esposo debe ser con respeto.

 



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