Jesús es interrogado por Anás (Juan 18:19-24)


 

“Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote”.

Juan 18:19-24

 

INTRODUCCIÓN

                Después de narrar los acontecimientos relacionados con la negación de Pedro, Juan deja en pausa esta historia para continuar con la otra que ya venía relatando y que consideramos en los versículos que van del 12 al 14, esta es el interrogatorio de Jesús ante Anás. Como ya lo dijimos anteriormente, Anás había sido en el pasado el sumo sacerdote, pero ahora se encontraba depuesto de su posición como tal, sin embargo, aún seguía ejerciendo su influencia en Sanedrín y para este tiempo su yerno, Caifás, era el sumo sacerdote. Por su influencia, decidieron llevar a Jesús primero ante la presencia de Anás el cual lo interroga violando así todos sus derechos legales ya que nadie podía ser interrogado previo a presentarse en una audiencia formal y ser acusado con a al menos dos testigos. A partir de aquí veremos cómo Jesús es llevado de un lugar a otro con el propósito de juzgarlo.

 

Jesús-ante-Anás
Jesús es interrogado por Anás


ANÁS INTERROGA A JESÚS

“Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho”.

Juan 18:19-21

                 Cuando Jesús estuvo en frente de Anás lo primero que este hizo fue interrogarlo en cuanto a sus discípulos y su doctrina: Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Es curioso ver el titulo con el cual Juan llama a Anás, sumo sacerdote, cuando realmente el sumo sacerdote era Caifás, sin embargo, ya dijimos que si bien es cierto Caifás era el sumo sacerdote oficial, pero Anás ejercía su influencia detrás de él y por eso a veces los autores bíblicos lo llamaban sumo sacerdote: “Y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”, (Lucas 3:2). Ahora bien, este le pregunta a Jesús acerca de sus discípulos y su doctrina. ¿A qué se refería? En cuanto a la pregunta respecto a sus discípulos, estos hombres se preocupaban porque la fama que Jesús había adquirido pudiera encender los ánimos de los judíos radicales que esperan una excusa para iniciar la liberación de la nación y así organizar en su nombre una revuelta en contra de los romanos: “Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación”, (Juan 11:47-48). La nación judía siempre se caracterizó por sus constantes rebeliones en contra de sus opresores y al estudiar el libro de los Hechos de los Apóstoles podemos encontrar que se levantaron algunos hombres afirmando ser el Mesías que condujeron a los judíos a pequeñas rebeliones sin éxito: “Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles, y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres. Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados. Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; más si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios”, (Hechos 5:34-39). Sin embargo, el Señor no tenía ningún interés en organizar una resistencia armada en contra de los romanos. También le pregunto en cuanto a su doctrina, quizás para encontrar en Él alguna palabra que pudiese usar en su contra. Durante todo su ministerio siempre buscaron tentarle y hacerle caer a través de una pregunta difícil. Así lo hicieron cuando le llevaron la mujer sorprendida en adulterio: “Le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”, (Juan 8:4-5). O cuando le preguntaron en cuanto al tributo que se le daba al César: “Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?”, (Mateo 22:17-18). O cuando le preguntaron acerca de la resurrección de los muertos: “diciendo: Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano. Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo. Y después de todos murió también la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?”, (Mateo 22:24-28). O cuando le preguntaron acerca de cuál era el mayor de los mandamientos: “Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?”, (Mateo 22:25-36). De esta forma y otra buscaban cómo atraparlo en alguna pregunta maliciosa, pero en ninguna tuvieron éxito, de hecho, su doctrina era acertada y en armonía con las Sagradas Escrituras, muy diferente a las enseñanzas de los fariseos, por ello la gente se maravillaba de su doctrina: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”, (Mateo 7:28-29).

                Ahora, esto que estaba haciendo Anás de interrogar a Jesús era ilegal desde toda perspectiva. Por un lado, la ley romana establecía que antes de hacerle cualquier pregunta a un acusado, tenía que estar en presencia de juez y un jurado, tenía derecho a defenderse ya sea a través de un abogado o por sus propias palabras. Sin embargo, Anás estaba fallando en este punto. Lo otro es que la ley de Moisés establecía que nadie podía acusarlo de nada si no era por boca de al menos dos testigos: “No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación”, (Deuteronomio 19:15). Así que de esta forma Anás violaba los derechos de Jesús al interrogarlo y querer acusarlo de un delito. Sin embargo, Jesús se niega a afirmar o negar algo, simplemente les dice que todo lo que había dicho lo dijo de manera pública y no tenía nada de qué avergonzarse: Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. El Señor había sido claro y conciso en su mensaje, nunca dijo nada en oculto, siempre hablo la verdad, en total armonía con las Escrituras, su conducta fue intachable, pero si estos hombres querían corroborar esto, Jesús les dice que no le pregunten a Él sino a la gente que lo escuchó y conoció. En estas palabras encontramos una verdad fundamental y clave en el liderazgo cristiano y es el testimonio de las personas que lo conocen. De muy poco sirve un liderazgo que no es sincero e íntegro, un liderazgo que no está del lado de la verdad y tiene un mal testimonio delante de las personas. Jesús no tenia de que avergonzase y no se preocupaba si les preguntaban a las personas que lo conocieron porque su conciencia estaba limpia. En la Biblia podemos encontrar personas que fueron intachables y que no tenían de que avergonzarse delante de las personas, así tenemos a Samuel que al despedirse del pueblo de su cargo de juez les pidió que atestiguaran en su contra si su proceder había sido malo: “Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré. Entonces dijeron: Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre”, (1 Samuel 12:3-4). También tenemos el caso de Daniel, quien fue investigado por sus enemigos que buscaba de que acusarlo delante del rey de Persia: “Entonces los gobernadores y sátrapas buscaban ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado al reino; mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él”, (Daniel 6:4). El mismo apóstol Pablo atestiguo delante de los ancianos de Éfeso que no tenia de que avergonzarse en el tiempo que estuvo al lado de ellos sirviendo: “Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”, (Hechos 20:18-21). De esta forma el liderazgo de Cristo fue trasparente y totalmente agradable a los ojos de Dios, lo único que les quedaba a sus enemigos era acusarlo basado en mentiras y testigos falsos.

 

EL ABUSO DE LOS ACUSADORES

“Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote”.

Juan 18:22-24

                Ante la respuesta de Jesús y el hecho de que no existía evidencia que lo culpara de haber cometido un crimen ante Dios y el gobierno, sus captores no tienen más que recurrir a la violencia para expresar su ira e impotencia: Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Sin embargo, Jesús se mantiene firme en su posición sabiendo que no tenia de que avergonzarse: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Con estas palabras sus captores no tienen más de que acusarlo y por ello Anás decide que lo mejor es que se lo lleven a Caifás para que este decida qué hacer con Jesús: Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote. De aquí en adelante Jesús estará yendo de un lugar a otro para ser juzgado. De aquí lo llevaran ante Caifás y el consejo de los principales sacerdotes, saduceos y fariseos, donde se le acusara con testigos falsos y se le escarnecerá y golpeara (Mateo 26:57-68). Luego será enviado a Pilatos, el gobernador de Judea (Lucas 23:1-7), luego este al saber que venía de la región de Galilea se lo envió a Herodes para que él lo juzgara (Lucas 23:8-11), sin embargo, esto solo se burló del Señor y se lo envió de regreso a Pilato, el cual al final después de azotarlo lo condenó a la crucifixión. De esta forma nuestro Señor sufrió el abuso de sus acusadores y el desprecio de los jueces los cuales, en lugar de hacerle justicia, lo menospreciaron y lo condenaron a muerte como si fuese un criminal cualquiera, sin embargo, todo esto era necesario que ocurriera para que se cumpliesen las Escrituras.

 

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