El privilegio de ser hijos de Dios (1 Juan 3:1-2)


 

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

1 Juan 3:1-2

 

INTRODUCCIÓN

                El apóstol Juan continua con el desarrollo de su carta y después de hablarles a sus remitente en el capítulo anterior acerca de la importancia de vivir una vida pura, donde tenemos a Cristo como nuestro Abogado, el nuevo mandamiento, advertirles de los anticristos y la unción que hemos recibido de parte de Dios, considera el gran privilegio de ser llamados hijos de Dios lo cual es algo que representa un privilegio extraordinariamente grande y esto a su mismo tiempo nos da la esperanza de llegar a ser semejantes a Cristo y poder así verle tal y como Él es.

 

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El privilegio de ser hijos de Dios

 

MIRAD CUÁL AMOR NOS HA DADO EL PADRE

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios…”

1 Juan 3:1

                 Con estas primeras palabras Juan quiere llamar la atención para que sus lectores comprendan cuál ha sido la magnitud e intensidad de amor de Dios hacia nosotros: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios. Es interesante considerar la palabra griega que Juan utilizó aquí y que se traduce como mirad, esta palabra es eido (εἴδω), la cual literalmente significa observar algo con gran detenimiento para entender y estar bien seguro de lo que estamos percibiendo. Juan no solo quería que viesen de manera superficial el amor de Dios, sino que consideraran y comprendieran la magnitud de este y su efecto en nuestras vidas, por ello la Nueva Versión Internacional de la Biblia traduce este versículo con signos de admiración y utilizando un verbo más específico que llama a observar con gran detalle: “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ...”, (1 Juan 3:1, NVI). Juan siempre se esforzó utilizando sus palabras para que los creyentes comprendiesen la magnitud del amor de Dios, por ejemplo, en su evangelio nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”, (Juan 3:16). Las palabras, “porque de tal manera”, nos hacen un llamado a considerar la grandeza y profundad con la cual Dios nos ha amado, un amor que se demuestra a través de su mayor entrega, el dar a su Hijo unigénito para que todo aquel que crea en Él tenga vida eterna. Ahora aquí, en el primer versículo del capítulo 3 nos hace considerar una vez más la magnitud del amor de Dios y cuál ha sido el resultado de este, el ser llamados hijos de Dios. Para poder llegar a ser verdaderos hijos de Dios es necesario nacer de nuevo a través de la fe y un verdadero arrepentimiento, esto provoca una autentica conversión que mueve a Dios a realizar el milagro más extraordinario, el hacernos nacer a una nueva vida como auténticos hijos de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, (Juan 1:12-13). No todos los seres humanos son hijos de Dios, para poder serlo se tiene que efectuar en nosotros el nuevo nacimiento, pero cual grande es el amor de Dios que gracias a la fe en Cristo podemos llegar a ser constituidos como sus hijos legítimos y de esto el mismo Espíritu da testimonio a nuestro corazón de ello: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”, (Romanos 8:16-17).

 

EL MUNDO NO NOS CONOCE

“Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él…”

1 Juan 3:1

                   Como siempre, este mundo se opone a lo espiritual y no lo entiende a no ser por la obra de Dios. Juan decía que tenemos el gran privilegio de ser llamados hijos de Dios, pero el mundo no nos conocerá porque nunca conocieron a Jesús: Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Nuestro Señor Jesús les advirtió a sus discípulos que en este mundo recibirían persecución porque, así como no lo conocieron a Él, harían con ellos: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Más todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado”, (Juan 15:18-21). Definitivamente no somos de este mundo, aunque vivimos en él, desde el momento que nacemos de nuevo somos herederos del reino de Dios y nos convertimos en peregrinos que deben vivir como verdaderos hijos de Dios, santos y fieles a su palabra antes de partir a la patria celestial: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”, (1 Pedro 2:11).

 

AUN NO SE HA MANIFESTADO LO QUE LLEGAREMOS A SER

Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

1 Juan 3:2

                 Juan ve el presente, pero también mira hacia el fututo sabiendo que aunque ahora somos hijos de Dios, lo cual es un verdadero privilegio que ningún otro ser creado tiene, pero esto no es todo, porque aún no se ha manifestado lo que llegaremos a ser: Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Por hoy, aquellos que hemos creído en nuestro Señor Jesucristo, tenemos el privilegio de ser hechos hijos de Dios y esto es bastante bueno y un gran privilegio que ningún otro ser creado tiene, pero esto apenas es la punta del iceberg, ya que en la eternidad se nos está reservada una gloria mayor, el ser semejantes al Hijo de Dios. Juan es claro al decirnos cuándo ocurrirá esto, cuando Jesús se manifieste. Aunque probablemente Juan se refiere a la segunda venida de Cristo, sin embargo, Pablo nos enseña que esto se cumplirá cuando ocurra el rapto de la iglesia, allí nuestro cuerpo mortal y corrupto se vestirá de inmortalidad e incorrupción: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”, (1 Corintios 15:51-53). He aquí que cuando ocurra el rapto de la iglesia esta promesa que Juan ofrece aquí a los creyentes se cumplirá y llegaremos a ser semejantes a Él y le veremos tal y como Él es. Es importante hacer notar que Juan utiliza la palabra jomoios (ὁμοίως) para decirnos que el creyente en Cristo llegara a ser semejante, no igual a Dios. Definitivamente nadie puede llegar a ser igual a Dios, porque Dios posee atributos y características que lo hacen inigualable, pero el adjetivo semejante nos habla de que de alguna manera seremos parecidos a Él en algunas de sus características, como su santidad, un cuerpo inmortal y capacitado para estar delante de su gloria.

 

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