El verdadero atavío de una mujer cristiana (1 Pedro 3:3-6)


 

“Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza”.

1 Pedro 3:3-6

 

INTRODUCCIÓN

 

            Continuando con el estudio del capítulo 3 de 1 Pedro llegamos a unos versículos que han sido usados para justificar que la mujer no debe usar adornos externos o incluso buscar arreglar su apariencia externa con ningún tipo de cosmético. ¿Será realmente esto lo que Pedro quería enseñar? Muchos incluso toman estos versículos para enseñar que tanto hombres como mujeres deben evitar el uso de cualquier joya, anillos, pulseras artículos parecidos, es más, cualquier hebilla, broche o pieza decorativo sobre ropas o zapatos pueden considerarse intolerables. Estudiemos estos interesantes versículos.

 

Atavío-mujer-cristiana
El verdadero atavío de una mujer cristiana


EL ATAVÍO DE UNA MUJER CRISTIANA

 

“Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”.

1 Pedro 3.3-4

 

La palabra atavío se traduce del griego kósmos (κόσμος), de la cual proviene la palabra “cosmético”, y hace referencia a un arreglo ordenado, ornato o decoración externa. En la lengua española, la palabra atavío es vista como una manera de vestir que refleja el estatus, gusto personal o cultura de la persona. En la Grecia antigua la mujer no tenía mayor privilegio que adornar su ser para así mostrar lo externo de su belleza, ya que al final, no tenía mayores derechos que ser el objeto de satisfacción de un hombre, así que lo único que le quedaba es mostrar su belleza que de alguna manera transmitía el único valor que la misma sociedad le daba. En el Medio Oriente antiguo la cosa no era diferente, la mujer se desenvolvía en una sociedad patriarcal donde su vida giraba alrededor de cuidar el hogar, procrear hijos y cuidarlos, y la satisfacción sexual del hombre. En este sentido, algunos filósofos y comentaristas de estos tiempos opinaban que a la mujer no le quedaba más que lucir ropas costosas y ornatos que reflejaran su belleza externa y sin darse cuenta terminaban convirtiéndose en objetos de admiración a la vista de los demás. Hoy en día las cosas han cambiado, ya vemos que en muchos países la mujer posee los mimos derechos y responsabilidades que el hombre, sin embargo, no podemos negar que en la mujer exista ese detalle de cuidar su ser externo, quizás mucho mejor que un hombre, lo cual no está mal. Esto lleva a la mujer a no solo vestir con delicadeza y gran detalle, sino, a utilizar diferentes cosméticos, joyas o prendas que pretenden resaltar su belleza, a veces, la misma sociedad pareciera impulsarnos a valorar a la mujer por su apariencia física. ¿Podríamos entonces concluir que es malo todo esto? ¿Realmente la Biblia prohíbe que la mujer se atavíe utilizando joyas, cosméticos o cualquier artículo que altere su apariencia o colores naturales de su cuerpo como su cabello o piel? Veamos qué es lo que dice Pedro en esta carta.

 

La mujer debe darle gran prioridad a su apariencia interna antes que el externo.

 

            Pedro les dice a las mujeres cristianas: Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón. Las mujeres de la época de Pedro se preocupaban nada más en embellecer su apariencia externa, para ello se ataviaban de tal manera que pretendían llamar la atención sobre los demás y esto las convertía en objetos de simple codicia y admiración, es decir, eran valoradas por su apariencia externa, por lo costoso de sus vestidos, por los adornos de oro o piedras preciosas que pudiesen portar, o por sus grandes peinados ostentosos. Todo esto hacía que lo más importante, su ser interno, se descuidara, por ello, Pedro les dice que más importante que todo esto es el atavío interno, la condición de su corazón delante de Dios. Así como una mujer se preocupa por cuidar su cuerpo y apariencia física, más debe cuidar su ser interior, su condición espiritual delante de Dios y su relación con el Espíritu Santo, su principal preocupación no debe ser resaltar su belleza externa o lo costoso de su atuendo ya que todo esto es pasajero. En la Biblia podemos recordar a la malvada Jezabel, la cual, teniendo un carácter impío, procuraba ocultar lo horrible de su ser interior con el atavió externo: “Vino después Jehú a Jezreel; y cuando Jezabel lo oyó, se pintó los ojos con antimonio, y atavió su cabeza, y se asomó a una ventana”, (2 Reyes 9:30). En el profeta Isaías leemos cómo Dios traería el juicio sobre las mujeres que descuidando la justicia se habían entregado a la impiedad y vanidad de su cuerpo: “Asimismo dice Jehová: Por cuanto las hijas de Sion se ensoberbecen, y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan van danzando, y haciendo son con los pies; por tanto, el Señor raerá la cabeza de las hijas de Sion, y Jehová descubrirá sus vergüenzas. Aquel día quitará el Señor el atavío del calzado, las redecillas, las lunetas, los collares, los pendientes y los brazaletes, las cofias, los atavíos de las piernas, los partidores del pelo, los pomitos de olor y los zarcillos, los anillos, y los joyeles de las narices, las ropas de gala, los mantoncillos, los velos, las bolsas, los espejos, el lino fino, las gasas y los tocados. Y en lugar de los perfumes aromáticos vendrá hediondez; y cuerda en lugar de cinturón, y cabeza rapada en lugar de la compostura del cabello; en lugar de ropa de gala ceñimiento de cilicio, y quemadura en vez de hermosura”, (Isaías 3:16-22). Por tanto, podemos entender que el pecado no está tanto en usar joyas, cosméticos o prendas de vestir específicas, sino, en ser ostentosa, es decir, caer en el pecado de la vanidad, queriendo sobresalir en los externo por mero orgullo y descuidando lo interno de nuestro ser.


       ¿Cómo debe ser entonces el atavió de una mujer cristiana?


Pedro nos dice cómo debe ser el atavío interno de una mujer cristiana: Vuestro atavío no sea el externo… sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. El cuidado que toda mujer cristiana debe tener es el interno, el de tener un corazón limpio delante de Dios, caracterizado por un espíritu afable y apacible, o sea, un carácter carismático, benigno, amable y pacífico que resalta la gracia que Dios le ha otorgado como hija heredera de su reino. En ningún momento la Biblia enseña que la mujer debe descuidar su apariencia externa o que se debe abstener de usar joyas o ciertos artículos de belleza, sino, debe preocuparse por ornamentar más su interior y en este sentido, el Espíritu Santo la guiará a vestir como una hija de Dios, como una mujer piadosa y de fe: “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”, (1 Timoteo 2:9-10). Si nos damos cuenta, el apóstol Pablo también enseñaba que el énfasis principal de una mujer no debe estar en desear resaltar más su aspecto externo usando ropas inapropiadas que inciten a la lujuria o arreglarse con peinados o artículos ostentosos o caros, antes, debe vestir con pudor y modestia, siendo sus adornos externos sus buenas obras, tal y como corresponden a una mujer santa.

 

IMITANDO A LAS GRANDES MUJERES DE FE

 

“Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza”.

1 Pedro 3:3-6

 

Para finalizar sus consejos hacia las esposas, el apóstol Pedro les exhorta a imitar la conducta casta y apacible de las mujeres que aparecen en los relatos de las Sagradas Escrituras, así les presenta el ejemplo de Sara: Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. Sara se caracterizó por ser una esposa que respetaba la autoridad de su esposo, no era una mujer áspera o insolente, sino de espíritu apacible y que siguió a su esposo en el peregrinar de fe que este emprendió por órdenes de Dios. De igual manera, las esposas cristianas deben apoyar a sus esposos y construir juntos una vida espiritual que agrade al Señor, sabiendo estar sujetas en todo respeto y ataviadas de buenas obras, con un espíritu apacible, benigno y lleno de la gracias que Dios les concede, viviendo, no como esclavas, sino como hijas y coherederas del reino de Dios.

 


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