“... para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él”.
Efesios 1:17
INTRODUCCIÓN
En su
carta a los Efesios, el apóstol Pablo oraba para que los creyentes recibiesen
de parte del Padre la sabiduría y revelación para conocer mejor a nuestro Señor
Jesucristo. Como hijos de Dios debemos ser diligentes en la tarea de conocer
cada día mejor a nuestro Dios, de hecho, podemos encontrar otros versículos de la
Biblia donde se nos exhorta vehementemente a tal tarea, de allí surge la
necesidad que existe en el cristiano de conocer a Dios. Conocer a Dios es
posible, en parte, no totalmente, porque el conocimiento de su persona es
infinito, pero progresivamente podemos cada día conocer algo más de Él. Louis
Berkhof, un teólogo reformado dijo: “... aunque
es cierto que el hombre no puede jamás llegar a una comprensión absoluta del
divino ser, esto no implica el que no podamos tener ningún conocimiento de Él”.
Ciertamente el conocimiento de Dios es inagotable, pero al mismo tiempo
conocible, veamos un poco más acerca de este tema.
La necesidad de conocer a Dios
LA NECESIDAD DE QUE DIOS SE REVELE A NOSOTROS
Para
poder conocer a Dios es determinante de que Él se revela antes a nosotros y
esto es así primeramente porque, esta clase de conocimiento de Dios no se
halla mediante esfuerzo o sabiduría humana, sino es el resultado de la voluntad
divina que decide revelarse al ser humano. Dios es su infinita misericordia
ha decidido revelarse de manera general a todos los hombres, de esto Wine
Grudem en su libro, Teología Sistemática, nos dice: “Para
poder conocer a Dios de alguna manera, es necesario que él se revele a
nosotros. Incluso al hablar de la revelación de Dios que viene mediante la
naturaleza, Pablo dice que lo que se puede conocer de Dios es claro para el ser
humano «pues él mismo se lo ha revelado» (Ro 1:19). La creación natural revela
a Dios porque él escogió revelarse de esta manera”. También la
Biblia enseña que este conocimiento está reservado para aquellos a los
cuales el Señor desea revelárselos: “Todas las
cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre,
ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera
revelar”, (Mateo 11:27). Definitivamente la voluntad divina
determina a quién le será revelado este glorioso conocimiento de su ser, de allí
que nosotros debemos orar y desear adquirirlo. En todo esto, la fe es
determinante y necesaria, sin fe jamás lograremos acercarnos al Señor y mucho
menos conocerle, por la fe se conoce lo incomprendido por la mente humana: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la
palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”,
(Hebreos 11:3). Creer en el llamamiento de Dios para nuestras vidas es vital
para hallarnos en su voluntad y así poderlo conocer. Lo otro que hay que
comprender en que este conocimiento no se adquiere por medio de la sabiduría
humana: “Pues ya que, en la sabiduría de Dios,
el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los
creyentes por la locura de la predicación”, (1 Corintios 1:21). Para
algunos hombres o mujeres que fundamentan su vida en su sabiduría humana, el
mensaje del evangelio les parecerá locura, o anticuado, o solamente interesante
desde alguna perspectiva antropológica, arqueológica o histórica, o meramente
académica, pero esto es así porque la sabiduría de Dios el mundo no la puede
comprender, de allí que debemos abrir nuestro corazón para creer primeramente
en su mensaje y así con la ayuda del Espíritu Santo poder tener la iluminación suficiente
para comprender las verdades de su palabra. El hombre ha sido incapaz por
sus propios medios de interpretar o entender a Dios, muchos en lugar de entender
su poder y gloria como Creador, terminaron adorando a lo creado: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a
Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su
necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y
cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”, (Romanos
1:21-23). También la falta de conocimiento acertado acerca de Dios ha impulsado
al hombre a crear diferentes filosofías de vida, ideologías erradas, religiones
y sectas que adoran dioses falsos. Sin el verdadero conocimiento de Dios
seremos como niños fluctuantes llevados por cualquier corriente de pensamiento
humano: “para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres
que para engañar emplean con astucia las artimañas del erro”,
(Efesios 4:14). Por tanto, el hombre, por medio de su experiencia o sabiduría,
jamás lograra comprender a Dios de manera adecuada, la única manera de adquirir
un conocimiento acertado y creciente de su gloriosa persona es a través de las
Escrituras.
LA COGNOSCIBILIDAD DE DIOS
Podemos
decir que la cognoscibilidad de Dios es el conocimiento de su eterna, gloriosa
y poderosa persona, revelada de manera general a través de sus obras creadas,
su providencia y la conciencia humana, pero, de manera especial se ha revelado
de forma progresiva al hombre, hablando al hombre en diferentes épocas, de
diferentes formas, encarnándose en la persona de Jesucristo, quien es Dios
mismo y hoy en día sus atributos, características y propósitos pueden ser
conocidos por medio de las Sagradas Escrituras, para lo cual, el Espíritu Santo
juega un papel determinante en este fin, ya que es quien ilumina y da el
entendimiento y sabiduría para conocer a Dios. Charles Ryrie, en su libro,
Teología Básica, nos dice: “El conocimiento de
Dios difiere de todo otro conocimiento en que el hombre sólo puede tener este
conocimiento hasta el punto en que Dios lo revele. Si Dios no hubiera iniciado
la revelación de Sí mismo, no habría forma de que el hombre lo conociera a Él.
Por lo tanto, el ser humano tiene que ponerse bajo Dios, que es el objeto de su
conocimiento. En otros empeños eruditos, el ser humano a menudo se coloca a sí
mismo sobre el objeto de su investigación, pero no es así en el estudio de
Dios”. Definitivamente, Dios mismo ha decidido revelarse al hombre,
sin el deseo de Dios esto no fuese posible, de allí que el hombre debe ser
humilde y subordinar todos sus pensamientos, experiencias o conocimientos a lo
que Dios le quiera revelar. Para esto es importante al menos dos cosas.
Primero, reconocer la autoridad de la Biblia, que es el medio a través del
cual conoceremos a Dios, debemos ser humildes al hacer a un lado cualquier prejuicio
o concepto errado de la persona de Dios que pudiésemos tener y no cuestionar la
verdad de la palabra del Señor “Por lo cual,
desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la
palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”, (Santiago
1:21). Lo segundo es que sin la ayuda del Espíritu Santo no podemos llegar a
un buen entendimiento de la persona de Dios: “Pero
cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no
hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará
saber las cosas que habrán de venir”, (Juan 16:13). Nuestro Maestro
en todo esto es el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad divina,
sin su ayuda, todo esfuerzo es en vano, porque el verdadero conocimiento de
Dios no se logra por medio de la sabiduría humana, sino, es Dios quien lo
revela, por ello, en oración, debemos pedir la asistencia del Espíritu Santo
para que nuestro estudio del Señor por medio de la Biblia sea fructífero.
¿Habiendo considerado todo lo anterior, es posible conocer a Dios? Ciertamente si, si podemos llegar a conocerlo, aunque no totalmente. Por un lado, tenemos otra realidad: El conocimiento de Dios inagotable y exhaustivo. Esto significa dos cosas. La primera, los seres humanos nunca podremos entender completamente a Dios, Dios es infinito y nosotros somos finitos y limitados, jamás podremos comprender al 100% la profundidad de su gloria y poder: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender”, (Salmos 139:6). Lo segundo, si bien es cierto, el conocimiento de Dios es inagotable e imposible de conocer a un 100%, pero, por otro lado, podemos comprenderlo en alguna medida. En este sentido, nunca podremos conocer “demasiado” de Dios, porque nunca se agotarán las cosas que hay que aprender de Él. Así que, aunque su conocimiento es ilimitado, pero al mismo tiempo es conocible y progresivo: “para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”, (Colosenses 1:10). Por ello, la misma Biblia nos exhorta a conocer a Dios, a entender sus propósitos y obras: “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”, (Jeremías 9:23-24). Por medio de las Escrituras podemos llegar a conocer más a Dios, ellas son las que nos dan testimonio de su glorioso y poderoso ser, en ellas encontramos sus atributos y características, sus nombres nos revelan su carácter santo y majestad, su relación de amor y misericordia con la humanidad nos muestran sus verdaderos propósitos.
Gracias a HASHEM PADRE por estás enseñanzas y su MESÍAS Yehoshua dándonos su RUAJ HAKODESH. AMÉN 🙏
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