Las recompensas para los que reciban a los Mensajeros del Rey (Mateo 10:40-42)



“El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”.
Mateo 10:40-42

Introducción

                Llegamos los últimos versículos del capítulo número 10 de este bendito evangelio. Si retrocedemos y recordamos un poco la temática que el apóstol Mateo viene tratando, este capítulo ha girado alrededor de la elección de los doce apóstoles y las instrucciones personales dadas por el mismo Jesús a los mensajeros del Rey. Ya Jesús ha sido sincero al decirles a sus discípulos que la tarea que realizaran no será fácil, y a lo mejor muchos perderán la vida por esta encomienda, pero también les dice que su sacrificio no es en vano. En esta ocasión concluirá explicando las recompensas que les espera a aquellos que en su nombre anuncien el mensaje del evangelio, así como aquellos que los reciban.



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Las recompensas para los que reciban a los Mensajeros del Rey

¿A quién realmente se recibe?


“El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió”.
Mateo 10:40

                  Los antiguos rabinos enseñaban que cuando un discípulo iba en nombre de su sabio maestro, era equivalente a que fuera en persona el que lo enviara, de tal manera que aquellos que lo recibían, recibían al propio maestro, y toda la hospitalidad que realizaban con el discípulo, se lo hacían al mismo maestro. Esto mismo es lo que ocurre con los mensajeros del Rey: El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Todo aquel que recibe a un mensajero del evangelio está recibiendo al mismo Jesús, así como todo aquel que recibe a Jesús en su corazón recibe al mismo Padre celestial.  Por otro lado, así como Jesús fue enviado a este mundo por el Padre a realizar su obra expiatoria, así los mensajeros del evangelio han sido enviados por Jesús, no a hablar en su propio nombre, sino en el nombre de Jesús, de tal forma que todo lo que estos anuncian, anuncian las palabras del mismo Cristo. Por eso a estos doce los llamo apóstoles, del griego apóstolos (ἀπόστολος) que significa enviados, porque es Jesús quien los comisiono para tal obra, y no solo a ellos, sino a todos cuanto Él llame.

Las recompensas prometidas


“El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”.
Mateo 10:41-42

               Obviamente el profeta es aquel mensajero que habla en nombre de Dios, y todo aquel que lo recibe tendrá la recompensa de profeta. El hecho de decir que los que reciban a los profetas recompensa de profeta recibirá, significa que tanto los mensajeros del Rey como aquellos que los apoyen en su labor evangelizadora serán recompensados.  El recibir a un profeta se refiere a la hospitalidad que se les brindaba a estos. La hospitalidad era la virtud de albergar al viajero o forastero en su casa. En la época del Antiguo Testamente esta práctica era muy común, especialmente si recordamos que los antiguos patriarcas vivían en medio de desiertos. Entre las amonestaciones de Isaías al pueblo estaba la práctica de la hospitalidad: “¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?”, (Isaías 58:7), también vemos esta característica cuando Abrahán salió corriendo a recibir a los tres visitante celestiales: “Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra”, (Génesis 18:1-2). También los familiares de Rebeca hicieron uso de la hospitalidad cuando atendieron al siervo de Abrahán cuando este andaba buscando mujer para el hijo de su amo: “Y cuando vio el pendiente y los brazaletes en las manos de su hermana, que decía: Así me habló aquel hombre, vino a él; y he aquí que estaba con los camellos junto a la fuente. Y le dijo: Ven, bendito de Jehová; ¿por qué estás fuera? He preparado la casa, y el lugar para los camellos”, (Génesis 24:30-31). También Lot uso de su hospitalidad cuando albergo en su techo a los ángeles que habían llegado a Sodoma: “Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde; y Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. Y viéndolos Lot, se levantó a recibirlos, y se inclinó hacia el suelo,  y dijo: Ahora, mis señores, os ruego que vengáis a casa de vuestro siervo y os hospedéis, y lavaréis vuestros pies; y por la mañana os levantaréis, y seguiréis vuestro camino”, (Génesis 19:1-2).  Y así podemos encontrar muchos ejemplos más, y de hecho, vemos como Jesús gozo de la hospitalidad en su tiempo al ser invitado a los hogares de aquellos que disfrutaban de su presencia y también en el Nuevo Testamento se ve la hospitalidad como un virtud indispensable entre los cristianos y mayormente sus ministros (Tito 1:8).

                Podemos ver también en la Biblia como las personas que hospedaban a los servidores de Dios sabían que al hacerlo agradaban al mismo Dios, así lo hizo la sunamita con Eliseo: “Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por allí, venía a la casa de ella a comer. Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios. Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él”, (2 Reyes 4:8-10). Y así también estos recibieron una bendición por su noble obra: “Y él dijo: ¿Qué, pues, haremos por ella? Y Giezi respondió: He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo. Dijo entonces: Llámala. Y él la llamó, y ella se paró a la puerta. Y él le dijo: El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo”, (2 Reyes 4:14-16).

                Jesús promete recompensar no solo a sus mensajeros, sino a todos aquellos que son generosos con ellos y les ayudan. La bendición es grande y todo aquel que recibe a un profeta, es decir, a un mensajero de Dios, la recompensa de un profeta recibirá. Pero no solo eso, sino va mas allá, ya que el que recibe a un justo, es decir, un hijo de Dios, la recompensa de un hijo de Dios recibirá. En general aclara: Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa. Jesús llama a sus discípulos pequeñitos para hacer énfasis en el carácter humilde de sus servidores. Quizás en el mundo los servidores de Dios son vistos con poca importancia, pero Jesús quiere dejar claro que aunque sea al más humilde de sus servidores al que se le ayuda, y aunque se trate de la ayuda más pequeña como dar un vaso de agua, eso no quedará sin recompensa en la eternidad.

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