“Si yo doy testimonio
acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Otro es el que da testimonio
acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero. Vosotros
enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no
recibo testimonio de hombre alguno; mas digo esto, para que vosotros seáis
salvos. Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis
regocijaros por un tiempo en su luz. Mas yo tengo mayor testimonio que el de
Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras
que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado. También el Padre que me envió ha dado
testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, ni
tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no
creéis. Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis
la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a
mí para que tengáis vida. Gloria de los hombres no recibo”.
Juan
5:31-41
INTRODUCCIÓN
Casi
finalizamos el capítulo 5 de este sorprendente evangelio y continuando con la
defensa que Jesús realiza en contra de los judíos que lo recriminaban y se
oponían a su ministerio sin saber que se oponían al verdadero Mesías divino,
nuestro Señor Jesús les presentara a tres testigos que dan testimonio acerca de
Él. No olvidemos que nuestro Señor acaba de presentar sus credenciales divinas
que lo autentican como el único y verdadero Mesías judío, ahora ira un poquito
más allá para concluir con esta discusión antes de declararles el verdadero
problema: su incredulidad. Para los judíos el testimonio de una sola persona
era inválido, tenía que existir al menos dos o tres testigos para que este se
recibiera como verdadero, de hecho en la ley mosaica se afirmaba esto: “No se tomará en
cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier
pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de
dos o tres testigos se mantendrá la acusación”, (Deuteronomio 19:15),
el mismo Señor Jesús confirmo que todo asunto debía constar en boca de dos o
tres testigos: “Mas
si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres
testigos conste toda palabra”, (Mateo 18.16), y hasta en la iglesia
primitiva se continuo practicando este principio: “Contra un anciano no admitas acusación sino
con dos o tres testigos”, (1 Timoteo 5:19). Por eso Jesús dice: Si yo doy testimonio
acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Recientemente
Jesús acaba de dar una afirmación contunde respecto a su persona y algún judío
podrían preguntarse ¿por qué confiar en tus palabras? Bueno, porque son al
menos tres los que testifican que esto es verdadero, veamos estos tres
testigos.
El Testimonio de Tres Testigos |
EL PRIMER TESTIGO: JUAN EL BAUTISTA
“Otro es el que da
testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero. Vosotros
enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no
recibo testimonio de hombre alguno; mas digo esto, para que vosotros seáis
salvos. Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis
regocijaros por un tiempo en su luz”.
Juan
5:31-35
Ya
anteriormente estudiamos el testimonio que Juan el Bautista daba acerca de
Jesús, aquella ocasión cuando lo líderes religiosos de los judíos fueron a
entrevistarlo y preguntarle acerca de lo que hacía y si era él el Mesías, pero su
misión consistía solo en anunciar a Aquel que venía después de él: “Y los que habían
sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué,
pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les
respondió diciendo: Yo bautizo con agua; más en medio de vosotros está uno a
quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes
de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. Estas cosas
sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando”, (Juan 1:24-28). Juan el Bautista es el primer
testigo que Jesús presenta, él se dedicó a anunciar su primera venida y preparo
su camino tal y como las Escrituras lo testificaban: “Como está escrito en Isaías el profeta: He
aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz,
el cual preparará tu camino delante de ti. Voz del que clama en el
desierto: preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas”,
(Marcos 1:2-3). Para Jesús este hombre fue una verdadera antorcha que alumbro
en su tiempo a muchos que buscaban el camino de Dios, así Juan no solo
testifico del primer advenimiento del Mesías, sino los condujo a Él: “Y tú, niño, profeta
del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para
preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para
perdón de sus pecados, por la entrañable
misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y
en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz”,
(Lucas 1:76-79).
EL SEGUNDO TESTIGO: DIOS EL PADRE
“Más yo tengo mayor
testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que
cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me
ha enviado. También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí…”
Juan
5:36-37
El
segundo testigo que afirma el carácter mesiánico de Jesús es Dios el Padre. El
testimonio del Padre es mayor que el de Juan o cualquier hombre o ángel de este
mundo y éste se manifestó a través de las poderosas obras que acompañaron el
ministerio nuestro Señor. Cuando Juan el Bautista estuvo encarcelado por
órdenes de Herodes Tetrarca la duda asalto su cabeza en cuanto a si Jesús era
verdaderamente el Mesías o tendrían que esperar a otro y por eso mando a sus
discípulos a preguntarle si realmente era Él o no, y Jesús les respondió: “Y respondiendo
Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos
ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos
son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”, (Lucas
7:22). Los milagros y señales que acompañaban a Jesús era una evidencia
contundente de su carácter como Mesías y nadie que no gozara del favor del
Padre era capaz de hacerlo, y por eso el mismo Dios Padre dio testimonio de
Jesucristo en esta tierra, tal y como Nicodemo lo dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como
maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios
con él”, (Juan 3:2).
EL TERCER TESTIGO: LAS SAGRADAS ESCRITURAS
“Nunca habéis oído su
voz, ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su palabra morando en vosotros;
porque a quien él envió, vosotros no creéis. Escudriñad las Escrituras; porque
a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que
dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida. Gloria de
los hombres no recibo”.
Juan
5:37-41
A parte de sus poderosas obras, las Sagradas
Escrituras son el tercer testigo que da testimonio de su carácter Mesiánico. Si
los judíos eran incapaces de ver el testimonio del Padre a través de sus obras,
ya que es un Dios invisible que nadie puede ver, entonces lo podían hacer a
través del testimonio de las Escrituras. Estos líderes judíos, la mayoría
fariseos y escribas, conocían perfectamente la ley y los profetas, pero se
negaban a creer en ella. Jesús no tenía ninguna credencial como ellos que lo
acreditara como un gran rabino, no había estudiado en sus escuelas; pero las Sagradas
Escrituras testificaban acerca de Él. Cuantas
personas pueden llegar a dominar las Escrituras con su mente carnal, pero si no
permiten que transforme su corazón, como estos terminaran negando a Jesús, y
por ello se les dijo: ni tenéis su palabra morando en vosotros. Por ello
el estudio de la Biblia es clave para el creyente ya que solo ahí encontraremos
a Aquel que nos puede dar la vida eterna: Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en
ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no
queréis venir a mí para que tengáis vida.
Por todo esto es testimonio de
Jesús es verdadero ya que Juan el Bautista, Dios el Padre y las Sagradas
Escrituras dieron testimonio acerca de su propia persona, y por ello no necesitaba
el testimonio de ningún otro nombre ni mucho menos la gloria de ellos porque
Dios se la había otorgado: Gloria de los hombres no recibo.
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