“Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana
me presentaré delante de ti, y esperaré”.
Salmo 5:3
Uno de
los primeros hábitos que todo líder cristiano tiene que desarrollar es el de ser una
persona de oración, es decir, mantener una comunión constante con Dios
a través de la oración. La oración es un arma poderosa que trae gran bendición
a la vida del que la práctica ya que a través de ella podemos acercarnos a
Dios, pedir por nuestras necesidad y problemas, encomendar al Señor nuestros
proyectos y sobre todo ganar el respaldo de su presencia en nuestra vida en
todo lo que hacemos. El salmista conocía muy bien la importancia de este hábito
a tal punto que no iniciaba el día sin antes buscar en oración la presencia de
Dios: Oh Jehová, de
mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. Como
el salmista nosotros deberíamos iniciar nuestros días buscando a Dios en
oración ya que este hábito es determinante en el éxito de un líder cristiano. Si
uno estudia la vida de los grandes hombres de Dios nos daremos cuenta de que
todos ellos dependieron de la oración. Por ejemplo, nuestro mayor ejemplo, nuestro
Señor Jesús, fue un hombre de oración a tal punto que si leemos los evangelios
lo podemos ver orando desde las primeras horas del día: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy
oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”, (Marcos
1:35), orando por los niños (Mateo 19:13-15), orando por los enfermos y
endemoniados (Marcos 1:29-34), orando por los alimentos y repartiendo a sus
discípulos (Juan 6:5), orando en sus momentos de angustia (Lucas 22:39-44), y
en general, Jesús mantenía una comunión constante con su Padre a través de la
oración. Tan evidente era este hábito en la vida de nuestro Señor que sus
mismos discípulos quedaron impactados por ello que le pidieron que les enseñara
a orar: “Aconteció
que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le
dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”,
(Lucas 11:1). Si uno estudia la vida de los grandes hombres de Dios nos daremos
cuenta que todos tenían el hábito de la oración. Por ejemplo, el profeta Daniel
tenía la costumbre de orar tres veces al día: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido
firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia
Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de
su Dios, como lo solía hacer antes”, (Daniel 6:10), el rey David
también acostumbraba buscar en oración a Dios tres veces al día: “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi
voz”, (Salmo 55:17). Nehemías, aunque no tuvo un ministerio de
sacerdote, profeta o rey tuvo éxito en dirigir la reconstrucción de los muros
apoyándose constantemente de la oración (Nehemías 1:4-11), Los profetas Elías y
Eliseo realizaron sus grandes proezas después de orar, Martín Lutero solía orar
dos horas diarias en la mañana antes de comenzar su día, y cuando tenía
problemas oraba cuatro horas, George Müller logró mantener sus orfanatorios
gracias a sus constantes oraciones, D. L. Moody logro ser un gran evangelista
gracias a sus constantes oraciones que se veían en sus bosquejos manchados por
sus lágrimas, David Brainerd logro impactar a los pieles rojas de Norte América
gracias a sus intercesiones en oración, y en sí, hombres como William Carey,
David Livingston, Hudson Taylor, John Wesley, Charles, Spurgeon, entre otros se
caracterizaron por ser hombres de oración.
El hábito de la oración |
RAZONES POR LAS CUALES DEBEMOS ORAR
“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”.
Colosenses 4:2
Está claro
que el hábito de la oración es clave en nuestra vida y en el liderazgo
cristiano se vuelve vital ya que a través de ella garantizamos el respaldo de
Dios en todo lo que se hace. Por ello Pablo exhortaba a los colosenses a
perseverar en la oración: Perseverad en la oración, velando en ella con acción de
gracias. La palabra perseverar indica practicar con toda diligencia
de manera continua en la oración, ahora bien, esto no es fácil ya que por ser
una práctica que contribuye a nuestra edificación personal, nuestra carne se
opondrá a ella, de allí que el mismo Pablo nos exhorta a no permitir que
nuestra naturaleza pecaminosa reine en nosotros: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la
carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la
carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis”, (Romanos 8:12-13). Veamos algunas razones por las cuales
debemos orar.
Oramos para
vencer nuestra naturaleza pecaminosa.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
Romanos 12:1
La
primera razón por la cual debemos orar a Dios es porque a través de la oración
podemos vencer nuestra naturaleza pecaminosa. Pablo nos dice que todos aquellos
que hemos nacido de nuevo hemos de vivir conforme al Espíritu y no seguir los
deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, y para lograr tal fin debemos buscar
todo aquello que contribuye a nuestra edificación personal. Definitivamente la
oración y la lectura de la palabra de Dios encabezan las prácticas de debemos
desarrollar tal y como los apóstoles lo dijeron cuando vieron que era más
importante perseverar en ambas prácticas que desatenderlas para realizar otras
prácticas: “Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de
la palabra”, (Hechos 6:4). De igual manera, el pastor David Yonggi
Cho nos habla de la importancia de combinar la oración con la lectura de la
Biblia: “Con mucha
frecuencia, los que somos pastores vamos
a las Escrituras únicamente para buscar mensajes que predicar. Sin embargo, debemos
leer la Biblia a fin de recibir alimento espiritual para nuestro propio corazón:
"En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti", (Salmo
119:11)”[1].
Por tanto, combinar la oración con la lectura de la Biblia nos ayuda a vencer
nuestra carne y vivir en el Espíritu.
Oramos porque Jesús lo enseño.
“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó,
uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan
enseñó a sus discípulos. Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que
estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada
día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, más líbranos
del mal”.
Lucas 11:1-4
La
segunda razón por la cual debemos orar es porque es el método que Dios tiene
para que presentemos nuestras necesidades y recibamos de Él respuesta. En la
oración del Padre nuestro Jesús nos ofrece un modelo que podemos seguir al
momento de orar. Esta oración no tiene como objetivo enseñarnos a repetirla
como una especie de rezo ya que el mismo Jesús lo condena: “Más tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora
a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará
en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que
piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a
ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que
vosotros le pidáis”, (Mateo
6:6-8). Esto quiere decir que la oración del Padre
nuestro nos ofrece un modelo del tipo de peticiones y plegarias de las cuales
pueden estar formadas nuestras oraciones: “Era costumbre que los rabinos enseñaran a sus discípulos
una oración sencilla para uso frecuente. Juan el Bautista lo había hecho con
sus discípulos, y ahora le pedían a Jesús los suyos que Él también les enseñara
una oración. Aquí tenemos la versión de la Oración que nos da Lucas. Es más
corta que la de Mateo, pero nos enseña todo lo que necesitamos saber acerca de
cómo y qué pedir en oración”[2].
De la oración del Padre nuestro podemos aprender lo siguiente:
1. Iniciar
orando a Dios reconociendo que es nuestro Padre y santificando su nombre: Padre nuestro que
estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
2. Orar
pidiendo por el avance de su reino en esta tierra: Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra.
3. Orar por
nuestro sustento y necesidades diarias: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
4. Confesar
nuestros pecados asegurándonos de no guardar ningún rencor en nuestro corazón: Y perdónanos
nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben.
5. Pedir
fortaleza espiritual para no ceder a los ataques de Satanás: Y no nos metas en
tentación, más líbranos del mal.
Ahora bien, la oración del Padre nuestro no es
la única sugerencia que la Biblia enseña en cuanto a la forma de como orar, ya
que encontramos otros pasajes donde se nos da más información acerca de cómo
hacerlo, por ejemplo, Juan 14:13; 16:26 nos enseñan que
debemos orar en el nombre de Jesús; 1 Timoteo 2:1-2 enseña a incluir a todo
hombre y gobernantes en nuestras oraciones; también 1 Tesalonicenses 5:17 nos
enseña a orar sin cesar, Santiago 1:5; 5:16, nos enseña a pedir sabiduría,
confesar nuestras ofensas y orar unos por otros. Por tanto, debemos orar
porque así presentamos nuestras peticiones y necesidades delante de Dios.
Oramos porque es el método para recibir nuestras peticiones.
“Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a
medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido
a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde
adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están
conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos Os digo, que aunque no se
levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se
levantará y le dará todo lo que necesite. Y yo os digo: Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que
llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una
piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le
pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar
buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el
Espíritu Santo a los que se lo pidan?”.
Lucas 11:5-12
En tercer lugar, oramos porque es la forma que
Jesús enseño para que recibamos respuestas a nuestras peticiones. La fórmula
que Jesús es sencilla: pedir para recibir. Para ilustrar este principio lo hace
de tres formas diferentes. Lo primero que hace es contarnos una parábola: ¿Quién de vosotros
que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes,
porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y
aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está
cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos Os
digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su
importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. Aquí
se nos ilustra el caso de una persona a quien le vino a medianoche un amigo y
no tenía que darle de comer. Era una costumbre en el Medio Oriente el ser
hospedador de tal forma que si no tenía que darle de comer esto era muy
vergonzoso por lo que tomó la decisión de ir a la casa de su vecino y tocar la
puerta para que le prestase tres panes. Obviamente, esto incomodo al vecino ya que
las casas solían ser pequeñas y de una sola habitación donde todos dormían, la
puerta se cerraba y solo había una pequeña ventana. Podemos imaginarnos la
incomodidad que esto provoco; peor si no se hubiera precedido de esta forma no
hubiera obtenido lo que necesitaba y William Barclay lo
describe muy bien: “¿Todavía nos sorprende que el hombre de la casa no
quisiera levantarse? Pero el amigo necesitado seguía llamando sin vergüenza
(eso es lo que quiere decir la palabra en el original), hasta que el de dentro,
con toda la comunidad inquieta para entonces, acababa por levantarse a darle lo
que necesitaba”[3]. Esta parábola nos enseña que la
insistencia en pedir y llamar es la clave para recibir.
La segunda forma de cómo Jesús
ilustra este principio de pedir para recibir es a través de esta fórmula: Y yo os digo:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Esto
es sencillo, pidamos para recibir, busquemos para hallar, llamemos con
insistencia a la puerta de Dios para que se nos abran nuevas puertas de
oportunidades. Todos estos verbos: Pedir, buscar y llamar están en infinitivo y
nos exhortan a la acción continua lo cual nos enseña a perseverar en la oración
presentando constantemente nuestras peticiones.
Finalmente, Jesús acude a la
naturaleza bondadosa de Dios versus el carácter egoísta y malo del hombre: ¿Qué padre de
vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar
de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se
lo pidan? Si nuestros padres fueron generosos con nosotros
sabiéndonos dar buenas dádivas a pesar que eran humanos con una naturaleza
dañada por el pecado, cuanto más no nos dará Dios es un Padre misericordioso. Por
tanto, la actitud de pedir constantemente debe motivarnos para conseguir la
respuesta a todas nuestras peticiones, tal y como lo afirma el pastor David
Yonggi Cho: “¡El pedir es
algo fundamental en la oración! Dios es nuestro Padre; y como Padre le gusta
dar cosas a sus hijos. En una familia los hijos tienen derechos. El Hijo de
Dios, Jesucristo, nos ordenó de un modo enfático: "De cierto, de cierto os
digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará. Hasta ahora
nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea
cumplido" (Juan 16:23,24)”[4]. El apóstol Juan también nos habla de la
confianza que podemos tener de presentar nuestras peticiones delante de Dios y
recibir una respuesta: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos
alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en
cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos
hecho”, (1 Juan 5:14-15). Sin embargo, no debemos olvidar que la
clave de todo esto está en la insistencia.
Oramos para que se manifieste el poder de Dios.
“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró
fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años
y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su
fruto”.
Santiago 5:17-18
Otra
razón por la cual debemos orar es porque solo así se manifestará el verdadero
poder de Dios en nuestras vidas. Santiago nos enseña que realmente no hay nada
imposible para el cristiano que orar y pone el ejemplo del profeta Elías. Si
uno estudia la vida de Elías se puede dar cuenta que fue un hombre lleno del
poder de Dios el cual en sus tiempos desafío a toda una nación y a su rey a
volverse a su Señor, realizo grandes proezas y milagros, y hasta cerro los
cielos para que no lloviese por tres años y medio. Pero cómo lo logro. El
secreto de su éxito estaba en la oración. Elías era un hombre sencillo, sujeto
a las mismas pasiones y debilidades de nosotros, pero por medio de la oración
logro que la mano de Dios se moviera en toda clase de portento y señales. Si
nosotros nos convertimos en hombres de oración podemos lograr lo mismo, de
hecho nuestro Señor Jesús nos exhorta a buscar la manifestación del poder de
Dios a través de la oración: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí
cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo
voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que
el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo
haré”, (Juan 14:12-14). Podemos esperar ver el respaldo de Dios
en nuestras vidas y aun hacer las más grandes proezas, todo por medio de la
oración. Cuantas cosas están ocultas a nuestros ojos y escapan de nuestra
percepción, pero la oración es capaz de abrir nuestros ojos espirituales: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes
y ocultas que tú no conoces”, (Jeremías 33:3).
Cuantos
hombres lograron realizar grandes proezas a través de la oración. Por ejemplo,
Nehemías no logro el respaldo del rey para reconstruir los muros de Jerusalén
sino después que se humillo en oración y ayuno cuando se enteró la ruina en la
cual se encontraba la ciudad: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por
algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos”,
(Nehemías 1:4). El sacerdote Esdras logro traer despertar un verdadero
arrepentimiento en toda la nación judía después que se humillo y oro al Señor: “Cuando oí esto,
rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me
senté angustiado en extremo… Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté
de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de
rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios”, (Esdras 9:3,5).
Ester logro el favor del rey Asuero después que se humillo en ayunos delante de
Dios, salvando así a toda su nación del exterminio: “Vé y reúne a todos los judíos que se hallan en
Susa, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo
también con mis doncellas ayunaré igualmente, y entonces entraré a ver al rey,
aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca”, (Ester
4:16). Daniel fue protegido en el pozo de los leones debido a que gozaba del
respaldo de Dios gracias a sus constantes oraciones: “Cuando Daniel supo
que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de
su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba
y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”,
(Daniel 6:10). La iglesia primitiva mantenía una actitud de oración lo que
provocaba el mover del Espíritu Santo: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la
comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y
sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por
los apóstoles”, (Hechos 2:42-43). Y el mismo Pablo recibió la
confirmación de su ministerio mientras oraba y ayunaba: “Había entonces en la iglesia que estaba en
Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio
de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y
Saulo. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo:
Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces,
habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”,
(Hechos 13:1-3). Por tanto, si queremos ver la poderosa mano de Dios moviéndose
en nuestra vida debemos convertirnos en hombres de oración.
¿POR QUÉ NO RECIBIMOS LO QUE PEDIMOS?
Si nos
damos cuenta el deseo de Dios es que le pidamos en oración, no obstante, esto
no significa que todo lo que pidamos lo responderá. Conocer las razones por las
cuales Dios no responde a nuestras peticiones es importante ya que esto hará
que seamos más efectivos en la oración y recibamos de Dios lo que pedimos.
Veamos algunas razones bíblicas por las cuales no recibimos respuesta de
nuestras oraciones.
Porque no tenemos fe.
“Pero pida con fe,
no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es
arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien
tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor”.
Santiago 1:6-7
Santiago nos dice que la fe es determinante
para obtener lo que queremos. Muchas oraciones no reciben respuesta de parte de
Dios porque no se tiene fe, es decir, esa convicción interna de plena seguridad
de que el Señor responderá sin importar las circunstancias. El autor a los
Hebreos nos dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que
no se ve”, (Hebreos 11:1). En primer lugar, dice que la fe la certeza de
lo que se espera. La palabra que se traduce como certeza es jupóstasis (ὑπόστασις) y puede traducirse también
como sustancia, tal y como la versión
en Inglés lo traduce: “Now faith is the substance of things hoped for..”,
(Hebreos 11:1, KJV) En este sentido,
la fe es como la materia prima de la cual nuestra confianza se construye, esta
mira hacia el futuro, a las cosas que están adelante y es la garantía que
tenemos que recibiremos lo que tanto esperamos, tal y como lo traduce la NVI: “Ahora bien, la fe
es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve”,
(Hebreos 11:1, NVI). A parte de esto, la fe es la convicción de lo que no se ve. La
palabra convicción proviene del griego elegjos
(ἔλεγχος) la cual
nos habla de una convicción basada en pruebas. Curiosamente la versión King
James en Ingles traduce esta palabra como evidencia: “… the evidence of things not seen”,
(Hebreos 11:1, KJV). Por tanto, la fe es la convicción de algo que no se
visualiza materialmente, pero se cree como algo que ya existe. Basado en todo
esto podemos ver que es en función de esta virtud que el creyente vive, mirando
hacia el futuro con plena certeza y colocando su esperanza en las cosas que no
se ven. Por ello, sin fe es imposible obtener la respuesta de Dios a nuestras
oraciones. Jesús lo dijo de esta forma: “Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de
cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el
mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que
diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed
que lo recibiréis, y os vendrá”, (Marcos 11:22-24). De acuerdo a las
palabras de Jesús la fe es creer incluso en las cosas imposibles, sin abrigar
en el corazón la más mínima de las dudas. Por ello, oremos a Dios con plena
certidumbre de fe y recibiremos una respuesta de Él.
Porque hay raíces de amargura en nuestro corazón.
“Cuando estéis
orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre
que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si
vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os
perdonará vuestras ofensas”.
Marcos 11:25-26
Nuestro Señor Jesús nos habla de la importancia
de perdonar en oración a los que nos hacen daño. El perdonar es importante
porque así nos aseguramos de no guardar rencor contra nuestros prójimos ya que
ello puede ser una causa por la cual Dios no contesta nuestras oraciones. En el
sermón del monte Jesús puso a la ira como un pecado tan grave como el
homicidio: “Oísteis
que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable
de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será
culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable
ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno
de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu
hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda,
reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.
Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el
camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y
seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que
pagues el último cuadrante”, (Mateo 5:21-26). El paralelismo
climático que Jesús ilustra nos muestra la gravedad del asunto. Primero el
enojo conlleva a un crimen que debe juzgarse ante los tribunales locales de la
aldea, pero el enojo da paso a insultos llamándolo necio lo cual equivale a un
crimen que debe juzgarse en un tribunal más serio como el Sanedrín, y
finalmente despierta el odio que se expresa en palabras más hirientes como
fatuo o tondo lo cual es un pecado digno del infierno. Jesús nos recomienda que
lo mejor es ponernos de acuerdo con nuestro adversario y lo ilustra con alguien
que tiene que poner en orden sus cosas antes de ser echado a la cárcel y pagar
allí todo lo que debe. Por esta razón no debemos guardar ningún tipo de
resentimiento ni permitir que el odio se apodere de nuestro corazón porque de
lo contrario no recibiremos las respuestas a nuestras oraciones.
Porque estamos en pecado.
“Si permanecéis en
mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será
hecho”.
Juan 15:7
Muchas
oraciones no son eficaces porque estamos en pecado. Jesús no dijo que, si
permanecemos fieles a Él y vivimos por sus palabras, podíamos pedir todo lo que
quisiéramos. Hoy en día el pecado se ha introducido sutilmente en la iglesia y
lamentablemente muchos creyentes han sido contaminados, sin embargo, es
importante mantenernos limpios para que no hallan estorbos en nuestras
oraciones: “Si en
mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”,
(Salmo 66:18).
Porque pedimos fuera de su voluntad.
“Pedís, y no recibís, porque pedís
mal, para gastar en vuestros deleites”.
Santiago 4:3
Otra razón por la cual no
recibimos respuesta a nuestras oraciones es porque pedimos mal. En Santiago se
nos dice que debemos tener cuidado de no estar pidiendo para nuestros deleites
personales, sino estar dentro de su voluntad. Conocer la voluntad de Dios es
importante para no pedir cosas que no convienen y para ello es importante que
conozcamos la palabra de Dios porque ella nos ayudará a saber discernir entre
el bien y el mal: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”,
(Salmo 119:105). Si estamos dentro de la voluntad de Dios podemos tener plena
certeza que Dios responderá: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos
alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en
cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos
hecho”, (1 Juan 5:14-15).
Porque no perseveramos en la oración.
“También les refirió Jesús una
parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en
una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también
en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi
adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de
sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta
viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me
agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso
Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará
en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el
Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”.
Lucas 18:1-8
Otra de
las razones por las cuales nuestras oraciones no reciben una respuesta de parte
de Dios es por nuestra falta de perseverancia en la oración. En esta parábola
vemos como la insistencia de la viuda persuadió al juez injusto de concederle
su petición con tal de que no le colmara la paciencia. Jesús hace la reflexión:
Oíd lo que dijo
el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a
él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará
justicia. Por tanto, si sabemos que estamos en su voluntad,
perseveremos cada día pidiendo hasta que Dios nos responda.
Porque recibimos una respuesta diferente a la que esperábamos.
“Y para que la grandeza de las
revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne,
un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera;
respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha
dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por
tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose
sobre mí el poder de Cristo”.
2 Corintios 12:7-9
Aquí
tenemos el caso del apóstol Pablo al cual se le dio una especie de azote con el
propósito de que no se enalteciera en sobremanera por las revelaciones que Dios
le había dado. Por este azote oro tres veces, pero Dios no quiso quitárselo y
le dio una respuesta diferente a la que buscaba: Bástate mi gracia; porque mi poder se
perfecciona en la debilidad. Algunas veces recibiremos de parte de
Dios una respuesta diferente, o un simple “no”, sin embargo, esto no tiene que
desanimarnos ya que Dios sabe lo que más nos conviene: “Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos
los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y
mis pensamientos más que vuestros pensamientos”, (Isaías 55:8-9).
[1] David Yonggi Cho.” La oración, la clave del
avivamiento”. Editorial Betania, Buenos Aires, EEUU, 1987. Pág. 68.
[2] William
Barclay. “Comentario al Nuevo Testamento”. Comentario a versículos, Lucas
11:1-4. Biblioteca electrónica: e-Sword.
[3] William
Barclay. “Comentario al Nuevo Testamento”. Comentario a versículos, Lucas
11:5-13. Biblioteca electrónica: e-Sword.
[4] David Yonggi
Cho.” La oración, la clave del avivamiento”. Editorial Betania, Buenos Aires,
EEUU, 1987. Pág. 47.
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