El mundo pasara, pero no los que hacen la voluntad de Dios (1 Juan 2:15-17)


 

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

1 Juan 2:15-17 

INTRODUCCIÓN

              En esta oportunidad el apóstol Juan nos habla del peligro que encontramos en el mundo, el cual seduce a los humanos al pecado para desviarlos del verdadero camino de la salvación y los conduce a la destrucción y ruina eterna. Sin embargo, Juan tiene una posición muy clara en cuanto a este tema y exhorta a los creyentes a no ser seducidos por esta mentira de aparente hermosura porque solamente aquellos que hacen la voluntad de Dios permanecerán para siempre.

 

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El mundo pasara, pero no los que hacen la voluntad de Dios

NO AMAR EL MUNDO

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”.

1 Juan 2:15

                En este versículo Juan nos dice que como cristianos no debemos amar las cosas de este mundo: No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. El ser humano tiende a comprometer su corazón con aquellas cosas que le llaman la atención y es allí donde nacen las preferencias que luego terminan dictando el comportamiento y conductas de las personas, pero es importante que el cristiano no se enamore de las cosas que este mundo ofrece, pero ¿a qué se refiere Juan con las cosas del mundo? La palabra mundo se traduce del griego kósmos (κόσμος), y es una palabra que Juan utiliza mucho en sus escritos. Por un lado, a veces la palabra kósmos (κόσμος) que se traduce como mundo hace referencia a la raza humana, tal y como lo vemos en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”, (Juan 3:16). Sin embargo, en otras ocasiones, de acuerdo con su contexto, hace referencia a un sistema de costumbres, practicas y pensamientos totalmente alejados de los principios bíblicos y que alejan al hombre de Dios. El apóstol Juan a través de su literatura inspirada por Dios desarrolla toda una teología en cuanto al concepto de mundo, por ejemplo, dice que este mundo no conoce a Jesús: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”, (Juan 1:10). Tampoco este mundo no puede recibir al Espíritu Santo: “El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”, (Juan 14:17). Y este mundo realmente odia a Cristo y a sus seguidores: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece”, (Juan 15:18-19). El mismo Jesús afirmo no ser de este mundo, sino de uno espiritual: “Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”, (Juan 18:36). Por eso Jesús dejo claro que aquellos que lo odiaban eran de este mundo y no del mundo de arriba, es decir, del espiritual y estos perecerían en sus pecados: “Y les dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”, (Juan 8:23-24). Ahora bien, debemos pedir discernimiento a Dios para no vernos inmersos en los principios, costumbres y practicas de este mundo que aborrece a Dios, la verdad que en medio de este mundo hay cosas buenas, tales como la tecnología, la medicina, el arte, la ciencia y otras cosas que forman parte del sistema y Dios las ha permitido para mejorar la vida del hombre, pero hay otras que son a las que Juan se refiere, es decir, sistemas de pensamiento y filosofías contrarias a la Biblia, como la identidad de género, la teoría de la evolución, el racismo, la prostitución, religiones paganas, el ateísmo y todas las practicas que impulsan al ser humano a satisfacer los deseos de su carne y violar los mandamientos del Señor. Por ello Santiago también les advertía a los creyentes a no cometer el error de volverse amigo del mundo, porque el hombre no puede vivir en el mundo y servir a Dios: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?”, (Santiago 4:4-5).

 

¿CÓMO EL MUNDO SEDUCE AL HOMBRE?

“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.

1 Juan 2:16

                En el versículo 16 el apóstol Juan nos muestra cómo el mundo seduce al hombre al pecado, y básicamente lo hace de tres formas: Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. En primer lugar, nos habla de los deseos de la carne y esto se refiere a satisfacer los deseos pecaminosos de la naturaleza pecaminosa. Cuando nacemos heredamos la naturaleza pecaminosa de Adán, luego, esta naturaleza pecaminosa nos impulsa a pecar y es allí donde el hombre que es vencido por la tentación decide pecar y esto a su vez da paso a la condenación eterna, tal y como Santiago lo dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”, (Santiago 1:13-15). Por tanto, es esta naturaleza pecaminosa que Juan llama los deseos de la carne que impulsan al hombre a pecar y a estas, el apóstol Pablo llama las obras de la carne: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”, (Gálatas 5:19-21). Cuando el hombre es seducido por los deseos de su carne es arrastrado a practicar estas obras y otras semejantes a estas las cuales desagradan al Señor. En segundo lugar, tenemos los deseos de los ojos los cuales hacen referencia a aquella seducción que entra por la vista, haciendo atractivo el pecado para el hombre y arrastrándolo a practicarlo. En la Biblia tenemos el clásico ejemplo de Acán, el cual fue seducido por un botín en Jericó que el Señor les había prohíbo tocar: “Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras. Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello”, (Josué 7:19-22). Al leer entendemos que Acán vio y luego codició el manto babilónico, los doscientos siclos de plata, y el lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual lo llevo a tomarlo y esconderlo en su tienda para luego perecer por su pecado ya que al descubrirlo Josué lo condenó a muerte: “Y le dijo Josué: ¿Por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos”, (Josué 7:25). Por tanto, Juan nos advierte de los deseos de los ojos y por lo que debemos vigilar nuestra mente y permitir que nuestros únicos pensamientos que se aniden en nuestra cabeza sean los de Cristo y su palabra. Finalmente, tenemos la vanagloria de la vida la cual es el orgullo, jactancia y altivez de espíritu que lleva al hombre a olvidarse de Dios y perseguir las riquezas y poder de este mundo considerándose a sí mismo como superior a los demás. Muchas personas que han sido seducidos por la vanagloria de la vida se olvidan de Dios, se vuelve arrogantes y autosuficientes viendo a los demás como ha inferiores a ellos y confían enormemente en sus riquezas y poder. Un buen ejemplo de esto podría ser Nabucodonosor quien fue humillado por Dios para hacerle entender su error: “Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti”, (Daniel 4;28-30). No debemos olvidar que toda altivez y confianzas fuera de Dios serán quebrantadas, porque Dios sabe exaltar a los humildes: “Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, más al altivo mira de lejos”, (Salmo 138:6).

Todas estas son las formas en cómo el mundo seduce al hombre a pecar.

 

LO QUE HAY EN EL MUNDO ES UN ENGAÑO QUE NO PREVALECERÁ 

“Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

1 Juan 2:17

                  Al final hay que comprender que por muy encantador o impresionante que este mundo parezca ser, todo esto pasara. Los deseos pasaran, los grandes gobiernos van y vienen, muchos de ellos fueron grandes imperios de la antigüedad que se creyeron eternos e invencibles, pero todos ellos fueron y ya no son, tal y como le paso a Egipto, Babilonia, Roma entre otros. De ellos aun quedan vestigios de su pasada gloria que son grandes centros arqueológicos que hoy por hoy el hombre trata de preservar, pero al final, aun estos pasaran junto con el mundo actual. El apóstol Pedro dice que este mundo esta destinado a la destrucción para dar paso a uno nuevo: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos… Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”, (2 Pedro 3:7,11-13). Ahora, el Señor nos promete aquí en la epístola de Juan que todo lo que proviene del mundo pasara, pero aquellos que hacen su voluntad permanecerán para siempre: Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Así que, como cristianos debemos perseverar en la luz, vivir para Dios, no cediendo a los deseos de la carne, los deseos de los ojos o la vanagloria de la vida, porque Dios nos ha hecho parte de su reino y viviremos eternamente con Él.

 

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