“Seis
días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó
aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus
vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y
Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para
nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para
ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz
los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado,
en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron
sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó,
y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a
Jesús solo. Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis
a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos”.
Mateo 17:1-9
Introducción
El capítulo 17 de evangelio según Mateo
comienza presentando otro de los grandes acontecimientos en la vida de Jesús
rumbo al calvario, la transfiguración. No olvidemos que el capítulo 16 inicio
la travesía de nuestro Señor Jesucristo rumbo a la cruz, y desde entonces se
comienza a anunciar su muerte. Hasta este momento ha estado a solas con sus
discípulos y antes de morir quiere repararlos ya que ellos serán los que
continuaran con su ministerio después de su muerte y resurrección. De alguna
manera la transfiguración anuncia el respaldo de Dios el Padre a su Hijo amado
ya que va rumbo al Calvario y con esto se confirma que una vez más está en su
voluntad. Veamos los detalles en cuanto a este precioso momento que Pedro,
Jacobo y Juan vivieron.
La transfiguración |
Los Tres Discípulos que Presenciaron la transfiguración
“Seis
días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó
aparte a un monte alto…”
Mateo
17:1
En este versículo vemos que Jesús tomó a
sus tres discípulos de más confianza, a Pedro, Jacobo y Juan, y los llevo a un
monte alto para orar: “Aconteció como ocho días después de estas
palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar”, (Lucas 9:28). Ya anteriormente hemos
visto como estos tres discípulos comparten momentos especiales junto a su
Maestro. Estos mismos tres le acompañaron en otros momentos especiales: la
resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5:37) y la agonía de Getsemaní (Mateo
26:37). Dos de ellos escribieron años después de este momento, por ejemplo Juan
inspirado en este momento dijo: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó
entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno
de gracia y de verdad”, (Juan
1:14) y Pedro dijo: “Y nosotros oímos esta voz enviada del
cielo, cuando estábamos con él en el monte santo”, (2 Pedro 1:18). Algunos han llegado a especular las
razones por las cuales el Señor siempre elegía a estos tres de entre los doce,
ya que según se ve era su grupo de mayor confianza, y entre las razones que dan
están: (1) Eran los más aptos para aprender; (2) eran los principales líderes;
y (3) eran los más necesitados. Sin embargo, solo son hipótesis, lo cierto es
que Pedro, Jacobo y Juan eran los más cercanos a Él y tuvieron la gran
oportunidad de presenciar grandes señales que fortalecieron su fe, y en esta
ocasión están en un monte a solas con Él. Fue
allí donde Jesús se transfiguró. Ahora bien, ¿a qué monte se refieren
los evangelios? Es muy difícil identificar “el
monte alto” al que Jesús llevó a los tres discípulos, algunos dicen que fue
el monte Tabor; sin embargo, en vista del hecho de que en aquel tiempo había
una ciudad o fortaleza en la cumbre de aquel monte no es fácil ver cómo podrían
el Señor y sus discípulos haber encontrado aquí el aislamiento o la intimidad
que estaban buscando. Según William Barclay parece mucho más probable que la
escena de la Transfiguración tuviera lugar en el monte Hermón. Hermón estaba a
unos 25 kilómetros de Cesarea de Filipo. Hermón tiene 2,800 metros de altitud
sobre el Mediterráneo, y 3,000 sobre el nivel del mar de Galilea, y 3,400 sobre
el del mar Muerto. Es tan alto que se puede ver perfectamente desde el mar
Muerto, al otro extremo de Palestina, a más de 150 kilómetros y sería en algún
lugar de las laderas del hermoso y majestuoso monte Hermón donde tuvo lugar la
Transfiguración. Sin embargo, esta teoría también tiene una dificultad ya que cuando
Jesús y los tres discípulos descendieron del monte les sale al encuentro una
gran multitud, incluyendo escribas (Marcos 9:14). Por este detalle parece
difícil creer que la transfiguración tuviera lugar en el monte Hermón, ya que
este está ubicado en la región norte de Palestina y por ese lugar no hay muchas
aldeas judías, sino gentiles en su mayoría y esto no concordaría con las
multitudes judías que salen a su encuentro. Por este detalle, otros como
William Hendriksem proponen que el monte de la transfiguración pudo haber sido Jebel
Jermak en la Alta Galilea, la cumbre más prominente de toda la región, que se
eleva unos 1.200 metros sobre el nivel del Mediterráneo, con una hermosa vista
en todas direcciones. Desde esta montaña había una distancia relativamente
corta a Capernaum donde Jesús parece haber llegado poco después. Al final,
todas estas son teorías en cuanto a cuál es el verdadero monte donde ocurrió la
transfiguración de nuestro Señor Jesucristo. Otra dificultad que tiene este
texto es la aparente contradicción en cuanto a los días que pasaron después que
Jesús tomo a sus tres discípulos para subir al monte. Mateo y Marcos nos dicen
que fueron 6 días después, mientras que Lucas nos dice que fueron 8 días.
Algunos opinan que realmente fueron 6 días ya que Marcos baso su relato en el
testimonio de Pedro el cual estuvo presente ese día y Mateo tomo de referencia
una buena parte de Marcos al momento de hacer su evangelio, por el respaldo que
este tenía de Pedro ante la comunidad cristiana. Por otro lado no olvidemos que
Lucas investigo diligentemente todos los hechos que había acontecido, que tomo de referencia a Marcos y
el documento “Q”, y en este proceso de investigación de los diferentes
testimonio pudo haber determinado que estos eventos tuvieron lugar en el
transcurso de 8 días después que anuncio su muerte. Como sea, esto realmente no
le resta valor al relato glorioso de la transfiguración de nuestro Señor Jesús.
Jesús es Trasfigurado
“… y
se transfiguró delante de ellos, y
resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la
luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro
dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres,
hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías”.
Mateo
17:2-4
Es muy probable que cuando ocurrió esto
fuera de noche ya que Marcos nos dice que los discípulos estaban rendidos de
sueño: “Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de
sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos
varones que estaban con él”,
(Marcos 9:32). La palabra griega que es estos textos se traduce como
transfiguración es metamorfóo (μεταμορφόω), con la cual se describe el cambio de forma
que algunas especies tienen al cambiar de gusano a mariposa. Esto nos indica
que al momento de la transfiguración Jesús se transformó completamente: y se
transfiguró delante de ellos, y
resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la
luz. Marcos nos dice que sus vestidos eran
muy resplandecientes y blancos: “Y sus vestidos se volvieron
resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la
tierra los puede hacer tan blancos”, (Marcos 9:3). Y Lucas afirma que la apariencia de su
rostro cambio totalmente: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de
su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente”, (Lucas 9:29). No cabe duda que Jesús se
convirtió totalmente a tal punto que su forma se volvió totalmente
resplandeciente y llena de gloria. Ya en otras ocasiones algunos siervos han
tenido la oportunidad de ver la gloria de Dios con sus propios ojos. Por ejemplo,
Isaías vio al Señor sentado en su trono lleno de gloria y por ello se quebrantó
ya que se consideraba indigno de ver al Señor en toda su gloria: “En el
año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y
sublime, y sus faldas llenaban el templo… Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy
muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo
que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”, (Isaías 5:1, 6). El profeta Ezequiel
tuvo la oportunidad de presenciar el trono de Dios y como una gloria
indescriptible lo cubría: “Y sobre la expansión que había sobre sus
cabezas se veía la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre
la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él.
Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de
ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos
para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como
parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer
del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de
Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que
hablaba”, (Ezequiel 1:26-28). El profeta Daniel
también experimento esta gloriosa experiencia: “Y el día veinticuatro del mes primero
estaba yo a la orilla del gran río Hidekel. Y alcé mis ojos y miré, y he aquí
un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era
como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de
fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de
sus palabras como el estruendo de una multitud. Y sólo yo, Daniel, vi aquella
visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de
ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron. Quedé, pues, yo solo, y vi
esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en
desfallecimiento, y no tuve vigor alguno”, (Daniel 10:4-8). De igual forma, Juan, el apóstol,
tuvo la oportunidad de ver a Jesús completamente glorificado: “Y me
volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de
oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre,
vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un
cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como
nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente
como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra
siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro
era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto
a sus pies…”, (Apocalipsis
1:12-17). Podemos ver en estos relatos como los escritores bíblicos luchan por
describir la gloria de Dios comparándola con toda clase de metales preciosos,
fuego, relámpagos y nieve, esto es así porque la gloria de Dios es tan sublime
que no hay nada en esta tierra que pueda describir su grandeza y sublime
majestad. También podemos ver cómo estos hombres que presenciaron la gloria del
Señor fueron quebrantados. Isaías se quebrantó tanto que confeso sus pecados,
Ezequiel se postro sobre su rostro en la tierra, Daniel quedo sin fuerzas y se
desplomó y Juan cayó como muerto a los pies del Señor al presenciar su gloria.
Ahora bien, cuando Jesús se transfiguró y los tres discípulos que vieron su
gloria se impactaron tanto que Pedro le dijo a Jesús que haría tres enramadas,
una para Él, y las otras dos para Elías y Moisés: Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es
para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una
para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Esto lo dijo porque estaban espantados al ver
semejante gloria: “Entonces Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno
es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra
para Moisés, y otra para Elías. Porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados”, (Marcos 9:5-6). Es curioso ver que
Pedro, Jacobo y Juan reconocieron a Moisés y Elías, aun cuando nunca los habían
visto en toda su vida, posiblemente al estar dentro de aquella gloriosa
presencia sus ojos y entendimiento espiritual fueron abiertos de manera
sobrenatural. Muchos toman este pasaje como una base para afirmar que en el
cielo todos nos conoceremos.
También
vemos que al momento de su transfiguración se le aparecieron Moisés y Elías
para hablar con Él: Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías,
hablando con él. Lucas nos
aclara que Moisés y Elías hablaron con Jesús acerca de su partida: “Y he
aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes
aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de
su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén”, (Lucas 9:30-31). La palabra griega que
se usa aquí en Lucas y se traduce como “partida” es éxodos (ἔξοδος), y nos sugiere el hecho de iniciar una
travesía a un destino específico, tal y como Israel lo hizo a través del desierto
hasta llegar a la tierra prometida. Jesús estaba comenzando su éxodo, su
travesía hacia la muerte en Jerusalén tal y como la versión King James lo
sugiere en inglés, a su deceso: “Who appeared in glory, and spake of his decease which he should
accomplish at Jerusalem”,
(Luke 9:31, KJV). La versión Dios Habla Hoy lo traduce de esta forma: “Y
aparecieron dos hombres conversando con él: eran Moisés y Elías, que estaban
rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo, que iba a tener lugar en
Jerusalén”, (Lucas 9:30-31, DHH). De acuerdo a todas
esta versiones entendemos que el tema de conversación de Jesús con Moisés y
Elías era acerca de la misión que tenía que cumplir en Jerusalén, la de morir
en la cruz del Calvario. Como ya vimos en el capítulo 16 de este evangelio
Jesús ha iniciado su éxodo a Jerusalén, y como parte de la fortaleza que
necesita para cumplir su misión allí estaban dos de las más grandes figuras de Israel
para fortalecerlo y hacerle ver que se encontraba en la voluntad de Dios. Allí
estaba Moisés, considerado como el más grande de los legisladores de Israel,
aquel que hablo cara a cara con Dios y en quien se manifestaron las más grandes
señales y maravillas del Señor. Tan grande fue este hombre que Dios no permitió
que Israel supiese donde fue sepultado su cuerpo ya que antes de morir subió al
monte Nebo y allí fue al encuentro de su Señor: “Subió Moisés de los campos de Moab al monte
Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová
toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo
Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el
mar occidental; el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las
palmeras, hasta Zoar. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a
Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he
permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Y murió allí Moisés siervo
de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en
el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar
de su sepultura hasta hoy. Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando
murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor. Y lloraron los hijos
de Israel a Moisés en los campos de Moab treinta días; y así se cumplieron los
días del lloro y del luto de Moisés”, (Deuteronomio 34:1-8). Podemos ver como el texto nos
sugiere que fue Dios quien enterró a Moisés: Y lo enterró en el valle, en la tierra de
Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy. Hay un libro apócrifo llamado al
Asunción de Moisés donde se nos explica cómo Dios envió al arcángel Miguel a
recoger el cuerpo de Moisés para ser enterrado a lo cual Satanás se le opuso,
por ello Judas en su carta añade parte de este relato: “Pero
cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el
cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino
que dijo: El Señor te reprenda”, (Judas 9). Otro de los hombres que impacto al pueblo de Israel fue
Elías, uno de los más grandes profetas que Dios ha levantado el cual realizo
tremendas obras como orar para que no lloviese sobre Israel durante 3 años y
medio, fue alimentado en un arroyo por cuervos que le traían pan y carne para
comer en este tiempo de sequía (1 Reyes 17:1-7), también por su palabra el
aceite y la harina no escasearon el tiempo que estuvo en la casa de la viuda de
Sarepta (1 Reyes 17:8-16), resucito al hijo de esta viuda (1 Reyes 17:17-24),
desafío a los 850 falsos profetas de Baal y Asera (1 Reyes 18:2029), hizo
descender fuego del cielo (1 Reyes 18:30-40), y entre muchas cosas más fue
arrebatado al cielo en un carruaje de fuego: “Y aconteció que yendo ellos y hablando, he
aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al
cielo en un torbellino”, (2
Reyes 2:11). Estos dos hombres que representaban a la ley y los profetas
estaban allí confirmándole a Jesús que estaba en el camino correcto, que se
encontraba en la voluntad del Padre y que por tanto tenía todo su respaldo.
La voz que sale de la nube
“Mientras
él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube,
que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír
esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor”.
Mateo
17:5-6
Mientras Pedro aun hablaba se nos dice que
una nube de luz los cubrió y oyeron una voz que salía dentro de ella: Mientras
él aún hablaba, una nube de luz los cubrió y he aquí una voz desde la nube, que
decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Este relato de la nube que se aparece
nos recuerda a aquella nube que acompaño a Israel de día durante su éxodo a través
del desierto: “Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna
de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles,
a fin de que anduviesen de día y de noche”, (Éxodo 13:21). Era a través de esta nube que Dios se
manifestaba a Israel en el monte Sinaí: “Aconteció que al tercer día, cuando vino la
mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido
de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el
campamento. Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se
detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido
sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se
estremecía en gran manera”, (Éxodo
19:16-18). Fue en esta gloriosa nube que Moisés estuvo 40 días: “Y
entró Moisés en medio de la nube, y subió al monte; y estuvo Moisés en el monte
cuarenta días y cuarenta noches”, (Éxodo 24:18). Esta misma nube descendió sobre el tabernáculo de reunión:
“Entonces
una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el
tabernáculo”, (Éxodo 24:18).
Esta misma nube de Dios descendió sobre el templo el día que Salomón lo
inauguro: “Cuando sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos
a una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que alzaban la voz con
trompetas y címbalos y otros instrumentos de música, y alababan a Jehová, diciendo:
Porque él es bueno, porque su misericordia es para siempre; entonces la casa se
llenó de una nube, la casa de Jehová. Y no podían los sacerdotes estar allí
para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado
la casa de Dios”, (2 Crónicas
5:13-14). La palabra hebrea de donde se traduce nube en estos versículos es anán (עָנָן),
y describe a una nube densa a manera de neblina
y lo más seguro es que esta misma nube estaba allí y su densa niebla cubrió todo
aquel lugar: “Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde
la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd”, (Marcos 9:7). Esta voz que se escucho
fue la voz del mismo Dios Padre la cual le confirmaba a Jesús que estaba en el
camino correcto: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a
él oíd. Al
escuchar esta voz los discípulos tuvieron miedo y se postraron con sus rostros viendo
a tierra: Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus
rostros, y tuvieron gran temor.
El camino de Jesús había sido confirmado
“Entonces
Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los
ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. Cuando descendieron del monte, Jesús
les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre
resucite de los muertos”.
Mateo
17:1-9
Después de todo esto Jesús se acercó a sus
discípulos y le animo a levantarse ya que a lo mejor no se habían dado cuenta
que toda aquella experiencia de gloria había pasado: Entonces
Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los
ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. Aquel día Jesús había sido fortalecido para
continuar su camino a Jerusalén ya que la muerte le esperaba, pero esto era
necesario para cumplir con los propósitos por los cuales había venido a esta
tierra, por ello, Moisés y Elías, como representantes de la ley y los profetas estuvieron
con Él para hablar acerca de su misión, y no solo eso, sino la voz del mismo
Padre le confirmo que lo que hacía era su voluntad. Cuando bajaban de aquel
monte el Señor les pidió que no dijesen a nadie lo que había pasado sino hasta
que resucitara de entre los muertos: Cuando descendieron del monte, Jesús les
mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre
resucite de los muertos. Y esto
así fue, ya que después de su resurrección esta hermosa y gloriosa experiencia
se contó a tal punto que hoy podemos edificarnos leyéndola en los evangelios de
Mateo, Marcos y Lucas, y aun Juan y Pedro compartieron parte de este testimonio
en sus escritos (Juan 1:14, 2 Pedro 1:18).
Wow hermano, que bonito estudio bíblico, aprendo mucho, Dios le siga bendiciendo ✨🙏
ResponderBorrarMuchas gracias me te ayuda para mí lección de célula ... Gran predica sacaríamos de aquí muchas gracias que el SEÑOR siga usando sus vidas
ResponderBorrar