“Celebrábase
en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de
Salomón. Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el
alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he
dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan
testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como
os he dicho”.
Juan 10:22-26
INTRODUCCIÓN
Juan
continúa su relato y curiosamente el tema central del capítulo ha girado
alrededor del buen pastor y las ovejas, y en esta ocasión no será la excepción.
En esta ocasión este evangelio nos conecta con otra de las fiestas importantes
de la fe judía, la fiesta de la dedicación
o fiesta de las luces. Es aquí donde nuestro Señor Jesucristo vuelve a
tener otra confrontación con los judíos religiosos que le piden que declare
abierta y públicamente si es Él el Cristo; pero el Señor no tenía necesidad de
tal cosa porque ya anteriormente lo había dicho y no le habían creído, aparte
de los milagros que había realizado que confirmaban su persona.
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Solamente sus ovejas reconocen su voz |
LAS FIESTAS, UNA EXPRESIÓN DE LA FE JUDÍA
“Celebrábase
en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno”.
Juan 10:22
En
este versículo Juan nos habla de otra de las fiestas judías que se celebraban
con fidelidad. Los judíos tenían algunas fiestas que celebraban a lo largo del
año y que eran una expresión de su fe y un recordatorio de todo lo que Dios
había realizado en sus vidas. Ya anteriormente tocamos el tema de algunas
fiestas, especialmente aquellas que en el Pentateuco se mencionan como un
mandamiento (La fiesta de los tabernáculos, la pascua y el pentecostés); y todo
judío devoto realizaba largas peregrinaciones de diferentes partes del mundo a
Jerusalén para estar presentes en ellas. De acuerdo a la ley estas tres fiestas
se tenían que celebrar con fidelidad: “Tres veces en el año me celebraréis fiesta. La fiesta de los
panes sin levadura guardarás. Siete días comerás los panes sin levadura, como
yo te mandé, en el tiempo del mes de Abib, porque en él saliste de Egipto; y
ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías. También la fiesta de
la siega, los primeros frutos de tus labores, que hubieres sembrado en el
campo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año, cuando hayas recogido los
frutos de tus labores del campo. Tres veces en el año se presentará todo varón
delante de Jehová el Señor”, (Éxodo 23:14-17). La primera fiesta que
se celebrara en el primer mes judío, el mes de Nisán (marzo-abril) era la de la
pascua
(Pésaj) la cual se celebraba junto con la fiesta de los panes sin
levadura durante una semana y conmemora la noche cuando el ángel del Señor mató
a los primogénitos de los egipcios pero pasó de largo por las casas de los
hijos de Israel librándolos de la muerte. Se comen durante siete días panes sin
levadura para recordar aquella noche cuando el pueblo salió en forma tan rápida
que el pan no había tenido tiempo para leudarse. La segunda fiesta ordenada por
el Señor en la ley se celebraba 7 semanas después, es decir, 50 días después de
la de los panes sin levadura y era llamada la fiesta de pentecostés (Shabuot), o
fiesta de las semanas, en el mes judío de Siván (mayo-junio), donde se
agradecía las primicias de los frutos de las cosechas de la primavera y se celebra
para conmemorar que Dios los había librado de la esclavitud de Egipto y los
había traído a la tierra que podría suplir todas sus necesidades. Finalmente,
estaba la fiesta de los tabernáculos (Succot) que se realizaba en el
mes judío de Tishri (septiembre-octubre) en relación a dos eventos históricos:
cuando recogían las cosechas de otoño, siendo llamada también “la fiesta de la
cosecha” (Deuteronomio 16:16); y conmemorando la experiencia en el desierto
durante el éxodo, cuando vivían en cabañas de paja (Levítico 23:39–43). Por
esta razón se llamaba comúnmente la fiesta de los Tabernáculos.
Existían otras fiestas que no
eran de carácter obligatorio que los judíos realizaran la peregrinación a
Jerusalén, pero eran de mucha importancia por conmemorar eventos de gran
trascendencia en la historia de Israel. La fiesta de las Trompetas (Rosh Hashaná),
era celebrado en el mes judío de Tishri (septiembre-octubre), en el primer día,
y celebraba el pacto hecho entre Dios y su pueblo en el monte Sinaí. En el mimo
mes judío de Tishri (septiembre-octubre), se celebra el día de la Expiación (Yom
Kippur), el cual es un día de gran solemnidad que se pasa en ayuno y
donde el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo, una vez al año, y ofrecía
sacrificio en propiciación de los pecados de todo el pueblo. Después del
sacrificio de la víctima se dejaba a un macho cabrío suelto en el desierto como
símbolo de que éste llevaba todas las iniquidades del pueblo. Podemos ver como
en el mes de Tishri había varias festividades que se celebraban. En el mes
judío de Adar (febrero-marzo), en el decimotercer día, se celebraba la fiesta de Purim, la
cual conmemora los eventos relatados en el libro de Ester, cuando ella ayudó a
evitar la conspiración de Amán de exterminar a los judíos en Persia.
Otra de las fiestas importantes
que los judíos tenían era la fiesta de la dedicación (Janucá) o
fiesta de las luces, la cual se celebra durante 8 días comenzando desde el
vigésimo quinto día del mes judío de Quisleu (noviembre-diciembre). Esta es la
fiesta que Juan menciona aquí (Juan 10:22) y celebra la dedicación del templo
después de la profanación de Antíoco IV Epífanes, y que cuyo relato se
encuentra en los libros apócrifos de los Macabeos. Antíoco Epífanes fue rey de
Siria y reinó de 175 a 164 a C, fue un gran amante de la cultura griega e
impulso la helenización del pueblo judío, pero al ver que estos se oponían a
abandonar su religión, los llego a odiar tanto que desato una terrible masacre
en Jerusalén, matando cerca de 80, 000 judíos, y otros tantos fueron vendidos
como esclavos, profano los atrios del templo y los convirtió en prostíbulos,
llego a colocar una estatua del dios Zeus, y hasta sacrifico una puerca en el
alta en honor a este dios pagano. Durante este periodo tener un ejemplar de la
Torá o circuncidar a sus hijos era pagado con la muerte. En el año 164 a. C., y
después de una larga revuelta contra sus opresores, Judas Macabeo y sus
hermanos guiaron al pueblo a la victoria sobre ellos, purificando el templo y
estableciendo que cada año tendría que celebrarse por espacio de 8 días la
dedicación del templo: “Judas con sus hermanos y con todo el pueblo de Israel
reunido determinaron que la consagración del nuevo altar se debía celebrar cada
año con gozo y alegría durante ocho días, a partir del día veinticinco del mes
de Quisleu”, (1 Macabeos 4:59). De esta forma queda instituida esta
fiesta año tras año, la cual conmemoraba la victoria del pueblo sobre Antíoco
Epífanes y la dedicación del templo después de haber sido purificado. Esta
fiesta era llamada también la fiesta de las luces ya que se suelen encender luminarias
en el templo y en los hogares, estas luminarias están montadas en un Januquiá
(candelabro con 9 brazos, donde el brazo de en medio no se enciende y sirve
para encender a los otros 8), diferente al tradicional menorá (candelabro de 7
brazos). De acuerdo al rabino Hillel, el primer día se encendía una sola, y
cada día se añadía una más hasta tener ocho luces encendidas en el último día.
Esta tradición de encender las luces tiene un trasfondo religioso, el primero era
un recordatorio de que la luz de la libertad había vuelto a brillar en Israel,
tal y como lo menciona el historiador judío Flavio Josefo: “Y desde ese entonces y hasta ahora es que
celebramos esta festividad, y la llamamos Luces. Yo supongo que la razón fue
debido a que esta libertad que estaba más allá de nuestras esperanzas se nos
presentó, y por lo tanto este nombre fue dado a la festividad”,
(Antigüedades Judías, 12). El segundo se remontaba a una leyenda que decía que
cuando se purificó el templo y se volvió a encender el candelabro de los siete
brazos, sólo se pudo encontrar una vasijita de aceite sin contaminar. Esta
vasija se había mantenido intacta y con el sello del anillo del sumo sacerdote.
Por su capacidad no contenía aceite nada más que para mantener las lámparas
encendidas un día; pero, milagrosamente, hubo suficiente para los ocho, hasta
que se acabó de preparar otro aceite según la fórmula correcta y se consagró
para su uso santo. Por ello los judíos colocaban el candelabro de 9 brazos y encendía
cada día uno hasta completar las 8 lámparas.
Podemos ver como cada una de las
diferentes festividades que los judíos celebraban estaban íntimamente
relacionadas con su fe y recordaban el pacto y las cosas que Dios había hecho
por ellos, muy diferentes a las fiesta paganas de las otras naciones o incluso que las religiones actuales celebran. Fue a esta fiesta que Jesús llego, y
era invierno.
LOS CIEGOS QUE NO RECONOCÍAN AL MESÍAS
“Celebrábase
en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de
Salomón. Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el
alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”.
Juan 10:22-24
Juan
nos dice que fue para la fiesta de la dedicación, en invierno que Jesús andaba
en el templo por el pórtico de Salomón. El templo tenía el atrio de los
Gentiles y a sus dos lados había una columnata magnífica que se llamaban el
pórtico de Salomón y el pórtico Real. Eran hileras de columnas impresionantes,
de 12 metros de altura, con un techo encima, lo que hacía que para esta época
se mantuviera más lleno de lo normal ya que era invierno y la gente buscaba la
forma de como refugiarse bajo el techo. Además era un lugar predilecto para
reunirse a orar o enseñar la Torá, y fue por allí donde Jesús estaba caminando
cuando estos hombres lo vieron y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres
el Cristo, dínoslo abiertamente. Sus preguntas no eran sinceras ya
que no estaban realmente interesados en creer en Jesús como el Mesías, sino más
bien querían atraparlo en alguna palabra que les pudiese ayudar a difamarlo
delante del pueblo o acusarlo de sedicioso delante de los romanos. Aunque Jesús anteriormente ya lo había declarado y había realizado señales que lo
confirmaba, estos hombres estaban ciegos y endurecidos por el pecado.
SOLAMENTE SUS OVEJAS PODÍAN RECONOCERLO COMO EL VERDADERO MESÍAS
“Jesús
les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de
mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de
mis ovejas, como os he dicho”.
Juan 10:25-26
Jesús
le dijo que Él ya lo había declarado en otras ocasiones: Os lo he dicho, y no creéis. Sus
declaraciones tocantes a los “Yo Soy”, son un buen ejemplo de ello, pero estos
hombres no creían en sus palabras. A parte de esto, habían señales como la
sanidad del ciego, que respaldaban sus palabras: las obras que yo hago en nombre de mi Padre,
ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, pero ni aun así
estos hombres creyeron. La razón por la cual esto pasaba era porque no eran
ovejas de su rebaño. Como la metáfora anterior, las ovejas oyen la voz de su
pastor y reconocen su tono para seguirle, así nosotros debemos aprender a
escuchar y reconocer la voz de nuestro Señor, la cual a través de su palabra no
solo nos da vida eterna, sino nos guía a su presencia.
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