Pneumatología: La Doctrina del Espíritu Santo (Parte II)


 

“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?”.

Salmo 139:7

 

INTRODUCCIÓN

             La última vez que iniciamos el estudio de la Doctrina del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad divina, y como tal hemos visto que es Dios y como tal posee los atributos divinos y hoy en día su presencia está constantemente acompañando la vida de los creyentes a tal punto que no existe lugar donde el hombre pudiese esconderse de Él: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Hoy en día, los cristianos hemos recibido la morada del Espíritu Santo, sin embargo, su persona y divinidad han sido atacadas con herejías que pretenden ocultar esta preciosa verdad que nosotros atesoramos en nuestro corazón. En la última ocasión estudiamos en una primera parte la Pneumatología, que es la doctrina del Espíritu Santo, considerando temas como: ¿Quién es el Espíritu Santo? Su personalidad y deidad, así como los diferentes nombres que recibe en las Escrituras, ahora seguiremos con este estudio considerando su advenimiento antes y después de la resurrección de Cristo, así como la obra que este realiza en la vida del creyente.


Espíritu-Santo
El derramamiento del Espíritu Santo  


EL ADVENIMIENTO DEL ESPÍRITU SANTO ANTES DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

                 La presencia y acción del Espíritu Santo en la vida del ser humano se deja ver desde el mismo libro de Génesis. Ya anteriormente hemos estudiado como Dios ha venido tratando con el hombre a lo largo de la historia, también hemos visto las manifestaciones de Cristo antes de su reencarnación en el Antiguo Testamento y ahora estudiaremos la participación del Espíritu Santo en todo esto, ya que su advenimiento no es exclusivo del pentecostés, sino, a lo largo del Antiguo Testamento podemos ver que ha estado presente influyendo en la vida de su pueblo.


El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento.

La acción del Espíritu Santo se deja ver desde el mismo Antiguo Testamento y en este lo podemos ver su participación al menos en dos aspectos importantes: En la creación del universo y en proveer la unción y poder a sus siervos. Al respecto de esto, Myer Pearlman lo ve interviniendo incluso en 3 áreas importantes en el Antiguo Testamento: “El Espíritu Santo se revela en el Antiguo Testamento de tres formas, a saber, primero, en el Espíritu creador o cósmico, por cuyo poder el universo y todas las criaturas vivientes fueron creadas; segundo, como Espíritu dinámico o dador de poder, y tercero, como Espíritu regenerador, por el cual la naturaleza humana es cambiada”. Él es el Espíritu Creador. El Espíritu Santo estuvo presente durante la creación del mundo, tal y como lo vemos en el libro de los comienzos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”, (Génesis 1:1-2), además es el creador del hombre y dador de la vida: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida”, (Job 33:4). Así como el creador de los animales y toda la tierra, tal y como lo declara el salmista al alabar a Dios quien sostiene a sus criaturas: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra”, (Salmo 104:30). En algunos pasajes el Espíritu Santo es asociado con el aliento de Jehová quien creo las estrellas: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca”, (Salmo 33:6). De esta forma, el Espíritu Santo es el creador de los cielos y la tierra y de todo lo que en ella habita.

También, el Espíritu Santo es el que interviene en los asuntos humanos y da poder a sus ungidos. Al respecto, el teólogo Lewis S. Chafer nos dice: “A través del extenso período antes de la primera venida de Cristo, el Espíritu estaba presente en el mundo en el mismo sentido en el cual está presente en cualquier parte, y Él obraba en y a través del pueblo de Dios de acuerdo a su divina voluntad”. En las Escrituras podemos encontrar muchos ejemplos que confirman estas aseveraciones. Podemos ver cómo fue el poder del Espíritu Santo quien le reveló a José los sueños de faraón y le dio sabiduría para enfrentar el futuro que se avecinaba: “Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?”, (Génesis 41:38). También dio sabiduría a Bezaleel para terminar los utensilios del Tabernáculo de reunión: “Y dijo Moisés a los hijos de Israel: Mirad, Jehová ha nombrado a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para proyectar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en la talla de piedras de engaste, y en obra de madera, para trabajar en toda labor ingeniosa”, (Éxodo 35:30-33). Fue el Espíritu Santo quien esforzó a Zorobabel para que en medio de los ataques de sus enemigos reconstruyera el templo: “Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad; porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis”, (Hageo 2:4-5). Fue el Espíritu Santo quien ungió a los jueces de Israel para que hicieran grandes proezas a favor de su pueblo, así lo vemos en Otoniel: “Entonces clamaron los hijos de Israel a Jehová; y Jehová levantó un libertador a los hijos de Israel y los libró; esto es, a Otoniel hijo de Cenaz, hermano menor de Caleb. Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y juzgó a Israel, y salió a batalla, y Jehová entregó en su mano a Cusan-risataim rey de Siria, y prevaleció su mano contra Cusan-risataim”, (Jueces 3:9-10). En Jefté: “Y el Espíritu de Jehová vino sobre Jefté…”, (Jueces 11:29). En Gedeón: “Entonces el Espíritu de Jehová vino sobre Gedeón…”, (Jueces 6:34). En Sansón: “Y el Espíritu de Jehová vino sobre Sansón...”, (Jueces 14:6). Además, vemos que David fue ungido por el Espíritu de Dios antes de ser rey: “Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David, (1 Samuel 16:13). También el Espíritu Santo vino sobre los profetas para hablar conforme la voluntad de Dios, así lo vemos en Ezequiel: Y vino sobre mí el Espíritu de Jehová, y me dijo: Di: Así ha dicho Jehová…”, (Ezequiel 11:5, RV60). En Miqueas: “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado”, (Miqueas 3:8, RV60). Y por deducción todos sus profetas fueron respaldados por el Espíritu Santo: “Y pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas primeros; vino, por tanto, gran enojo de parte de Jehová de los ejércitos”, (Zacarías 7:12, RV60). De esta forma, vemos como el Espíritu Santo ha actuado en la historia de la humanidad y en la vida de sus ungidos.  

 

La profecía de la obra regeneradora del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento.

Desde el mismo Antiguo Testamento encontramos la promesa la obra regeneradora del Espíritu Santo el cual vendría a la vida de los seres humanos para transformar sus vidas. Quizás el texto que mejor hable de esto es el de Ezequiel: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.  Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”, (Ezequiel 36:25-27). En este texto podemos encontrar de alguna manera la obra regeneradora que Dios operaria en la vida del ser humano descrita en tres procesos:


1.       La limpieza de todos sus pecados.

En primer lugar, la obra redentora comienza con limpiarnos de todos nuestros pecados: Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Increíblemente desde el Antiguo Testamento Dios anunciaba lo que haría con su pueblo al limpiarlo de todos sus pecados y hoy en día eso es posible gracias a la sangre de nuestro Señor Jesucristo: “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”, (1 Juan 1:7). Cuando una persona se arrepiente de sus pecados Cristo lo limpia de toda maldad.


2.       El milagro de cambiar el corazón duro del hombre.

En segundo lugar, tenemos el anuncio de la obra milagrosa de cambiar nuestro duro corazón: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. La Biblia nos enseña que el lugar donde se generan todos nuestros sentimientos e intenciones las cuales se traducen en acción es el corazón, así como lo engañoso que este es: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?  Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras”, (Jeremías 17:9-10). Es por causa de su corazón necio que el hombre no obedece a Dios: “Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante”, (Jeremías 7:24). En cierta ocasión Jesús enseñó que es del corazón de donde nacen todas las intenciones que se convierten en acciones, y si este es malo, sus obras serán malas: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias”, (Mateo 15:19). Sin embargo, aquí Dios profetizaba que llegaría el día que el transformaría su duro corazón y le daría un corazón sensible a su presencia capaz de responder a su amor divino, tal y como hoy ocurre con los redimidos.

 

3.       La morada del Espíritu Santo y su obra regeneradora.

Finalmente, en estos versículos se nos habla de la morada del Espíritu Santo en el corazón del creyente y su obra regeneradora: Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Cuando una persona nace de nuevo, el Espíritu Santo vienen a morar en su corazón: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”, (1 Corintios 6:19). A partir de este momento es el Espíritu Santo quien dirige y le da poder al creyente para llevar una vida que agrade a Dios, fortaleciendo su nueva naturaleza y ayudándole a crecer en la gracia y conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para que ande en sus estatutos y mandamientos. Este proceso milagroso es conocido también con el nombre de regeneración y es obrado por el Espíritu Santo en nuestras vidas: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”, (Tito 3:5). En este versículo la palabra regeneración se traduce del griego palingenesía (παλινγενεσία), la cual es una palabra compuesta: palin (volver), y genesía (comienzo), que literalmente unidas significan “volver a comenzar” o “volver a nacer” y figurativamente hace referencia a una renovación espiritual que el hombre experimenta y el Espíritu Santo tiene una participación importante en esto. El teólogo Myer Pearlman nos dice: “La regeneración es un acto divino que imparte al creyente penitente una vida nueva y más elevada en unión a Cristo”. En este sentido, cuando el Espíritu Santo viene a la vida de aquel hombre que se arrepiente y se convierte a Cristo, este transforma su corazón, le otorga una nueva naturaleza que lo capacita para buscar de Dios, vivifica su espíritu y lo vuelve una nueva criatura.


LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO DESPUÉS DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.

                  Después de la resurrección de Cristo y el surgimiento de la iglesia, el Espíritu Santo vino a este mundo manifestándose e interviniendo en la vida de los seres humanos de tres formas diferentes, en primer lugar, actuando como Dios Omnipresencia en todo el mundo, en segundo lugar, morando en el corazón del creyente y, en tercer lugar, viniendo sobre la vida de los creyentes para ungirlos con su poder. Veamos en que consiste esto que afirmamos.           

 

                El Espíritu Santo y su omnipresencia en el mundo.


               Como Dios, el Espíritu Santo es omnipresente, de tal forma que su presencia se encuentra en cualquier parte de este mundo y como consecuencia observa todos los actos de los seres humanos: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”, (Salmo 139:7-10). De esta forma, el Espíritu Santo está alrededor de los hombres y nadie puede esconderse de su presencia.

 

El Espíritu Santo como morada.


                Además de su omnipresencia del Espíritu Santo en esta tierra, también habita en el corazón de cada creyente: “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”, (Juan 20:22). Antes de ir a la cruz, nuestro Señor soplo en ellos el Espíritu Santo y a partir de este momento comenzó a habitar en el corazón de cada creyente y al respecto de esto, Lewis Sperry Chafer dice: “Aunque los cristianos pueden variar grandemente en poder espiritual y en manifestaciones de frutos del Espíritu, la Escritura enseña plenamente que cada cristiano tiene al Espíritu de Dios morando en él desde el día de pentecostés”. Así ahora Dios no habita en templos o edificios humanos, sino que el creyente se ha convertido en el templo y morada del Espíritu Santo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”, (1 Corintios 6:19).

 

                El Derramamiento del Espíritu Santo.


Finalmente, el Espíritu Santo no solo habita como Dios omnipotente alrededor de los hombres y como morada en cada creyente, sino también se derrama sobre la vida de sus ungidos. Esto del derramamiento del Espíritu Santo es un tema algo polémico dentro de la iglesia ya que al respecto de esto existen una discusión en cuanto al momento que este se recibe. Por ejemplo, hay quienes afirman que el derramamiento del Espíritu Santo es un poder sobrenatural que viene sobre la vida de los cristianos al cual llaman el bautismo del Espíritu Santo. Este poder que el cristiano recibe fue prometido por Jesús y recibido en el día de pentecostés: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”, (Hechos 1:8). En contraste a este pensamiento, hay otros que opinan que este poder que se recibe es la misma morada del Espíritu Santo que se recibe el día que la persona se convierte. Al respecto de esta segunda opinión, Myer Pearlman difiere en su forma de considerarlo al mostrar como los discípulos recibieron la morada del Espíritu Santo y días después fueron revestidos del poder en pentecostés: “Habían experimentado el soplo del Cristo resucitado y le habían oído decir: “recibid el Espíritu Santo”, (Juan 20:22). Los hechos mencionados anteriormente demuestran que una persona puede estar en contacto con Cristo, y ser su discípulo y, sin embargo, carecer de esa investidura especial de poder mencionada en Hechos 1:8”. No obstante, podemos encontrar posiciones contrarias a estas, por ejemplo, Lewis Sperry Chafer dice que el bautismo con el Espíritu Santo se recibe al mismo tiempo que la morada con el Espíritu Santo: “Se declara repetidamente que el Espíritu Santo es un don de Dios, y un don, por su naturaleza, es algo sin mérito de parte del que lo recibe (Juan 7:37-39 Hechos 11:17; Romanos 5:5; 1 Corintios 2:12; 2 Corintios 5:5). De igual manera, el alto nivel de vida que se requiere de los cristianos que quieren caminar con el Señor presupone la presencia interna del Espíritu Santo para proveer la capacitación divina necesaria. Así como los reyes y sacerdotes eran ungidos y puestos aparte para sus tareas sagradas, de igual forma el cristiano es ungido por el Espíritu Santo en el momento de la salvación, y por la presencia interna del Espíritu Santo es puesto aparte para su nueva vida en Cristo (2 Corintios 1:21; 1 Juan 2:20, 27). El ungimiento es universal, ocurre en el momento de la salvación, y doctrinalmente es lo mismo que el morar del Espíritu”.

Independientemente la posición doctrinal que una persona pueda tomar, lo cierto es que el Espíritu Santo que mora en el creyente desde el día de su salvación le otorga poder para vencer el pecado y ser un mejor testigo de su gracia, aparte que abre la puerta para que este reciba sus dones. En el libro de Joel el Señor prometió que derramaría su Espíritu Santo sobre toda carne: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días”, (Joel 2:28-29). Como vimos anteriormente, durante el tiempo del Antiguo Testamento, el Espíritu Santo solo venia sobre la vida de algunas personas a quienes ungía como sus siervos, sin embargo, no solía venir sobre todo el pueblo, pero ahora aquí en Joel, promete que lo derramaría sobre su pueblo, sin hacer distinción alguna sobre las personas, sean jóvenes o viejos, libres o esclavos: y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Si consideramos el advenimiento del Espíritu Santo sobre la iglesia vemos que estas palabras se cumplieron en el día de Pentecostés: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”, (Hechos 2:1-4). Este acontecimiento fue confirmado por el apóstol Pedro delante de todos los judíos que lo escucharon: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán”, (Hechos 14:18). A partir de este día la promesa del derramamiento del Espíritu Santo se cumplió en la vida de la iglesia y su finalidad es otorgar al creyente la autoridad y fortaleza espiritual para ser mejores testigos de su gracias.


La acción del Espíritu Santo se puede ver en la vida de los creyentes los cuales son capacitados de poder para desarrollar las mejores virtudes y ejercer los dones que Dios les ha otorgado para edificación de la iglesia y el cumplimiento de los propósitos de Dios, así encontramos que la Biblia habla de:


              1.       La llenura del Espíritu Santo: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”, (Hechos 2:4). La llenura hace referencia a un cristiano lleno del poder de Dios para hacer su voluntad.


              2.       Los dones del Espíritu, los cuales son capacidades extraordinarias que el Espíritu de Dios otorga al creyente por gracia para edificación de la iglesia, estos son se dividen a su vez en:


a.        Los dones de revelación, los cuales son palabra de ciencia, palabra de sabiduría y don de discernimiento de espíritus: “Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu… a otro, discernimiento de espíritus...”, (1 Corintios 12:8,10). A este grupo se le han llamado los ojos de Dios en la iglesia ya que su operación sobrenatural le permite a la iglesia conocer eventos futuros o situaciones que están ocultas a los ojos del ser humano, así como discernir la clase de espíritu que puede operar en algunos eventos sobrenaturales.

b.       Los dones de palabra, los cuales son don de profecía, diversidad de géneros de lenguas e interpretación de lenguas: “… a otro, profecía… a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas…”, (1 Corintios 12:10). A estos se le han llamado la boca de Dios en la iglesia, porque a través de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo el Señor emite un mensaje directo hacia sus santos con el fin de exhortar, consolar o edificar.

c.        Los dones de poder, los cuales son dones de sanidades, operaciones de milagros y don de fe: “… a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros”, (1 Corintios 12:9-10). A estos se le han llamado las manos de Dios en la iglesia, ya que a través de la acción sobrenatural del Espíritu Santo el Señor se realiza señales y portentos dentro de su iglesia.                         

                       3.       El fruto del Espíritu: “Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”, (Gálatas 5:22-23). Es por la obra del Espíritu Santo que los creyentes podemos producir toda una cosecha de grandes virtudes dignas del cristianismo.


                        4.       En general, andar en el Espíritu: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”, (Romanos 8:1). Es el Espíritu Santo el que ayuda a los cristianos a vivir de acuerdo a los principios de Dios, abandonando las obras de la carne y buscando todo aquello que contribuye al crecimiento espiritual.



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