El Origen del Hombre


 

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.

Génesis 1:26-28

 

INTRODUCCIÓN

                Para poder conocer nuestro propósito en esta tierra es importante entender nuestro origen. En cuanto al origen del hombre se han planteado muchas teorías que han pretendido ofrecer al hombre una explicación del por qué están aquí, sin embargo, lo cierto es que el hombre es creación de Dios y en el primer libro de la Biblia, el Génesis, podemos encontrar su relato. Consideremos en este estudio de la doctrina del hombre su origen según las Sagradas Escrituras.


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El Origen del Hombre

TEORÍAS EN CUANTO A LA EXISTENCIA DEL SER HUMANO

                  A lo largo de la historia se han definido diferentes explicaciones en cuanto a la existencia del ser humano, en este sentido, las antiguas religiones politeístas plantearon sus mitologías referentes a cómo los dioses habían creado al ser humano, esto les daba a las personas una explicación del por qué estaban en esta tierra y de las cosas que les ocurrían. Además, algunos filósofos griegos llegaron a hablar de la creación espontanea del hombre, donde según ellos, la tierra produjo de si misma la vida humana. Esta teoría afirmaba que la vida podía producirse por si misma de materia descompuesta o de otras sustancias, por ejemplo, veían como del cuerpo de un animal muerto brotaban gusanos, y esto era una forma de reforzar sus afirmaciones, no obstante, siglos más tarde, conforme la ciencia avanzo, la teoría de la creación espontanea fue refutada. Otro intento de explicar la vida humana en este planeta es la famosa Teoría de la Selección de Especies de Charles Darwin, mejor conocida como la teoría de la evolución. En su libro, El Origen de las Especies, Darwin dice que la selección natural es un proceso evolutivo donde las especies tienen pequeños cambios genéticos a lo largo del tiempo que desencadenan en los cambios favorables en las especies más fuertes y en las débiles, la extinción. En este sentido, el hombre es producto de miles de años de evolución, no obstante, hasta la fecha, esta teoría no ha dejado de ser eso, una teoría, ya que no ha podido demostrar científicamente sus aseveraciones. Creer en la teoría de la evolución requiere de más fe, porque, aunque los evolucionistas darwinianos la defienden, no tiene ningún fundamento científico. Charles Ryrie nos dice en su libro de Teología Básica: “Con relación al origen del hombre, la evolución enseña que éste evolucionó a través de largos períodos de tiempo por la acción de mutaciones y selección natural de formas más simples y brutas que a su vez habían evolucionado de otras formas que a fin de cuentas provinieron de una criatura original compuesta de una célula. Obviamente, las bases de la evolución naturalista son la ciencia y la fe”. Bueno, nosotros diríamos que la teoría de la evolución está fundamentada más en una “fe” que en la misma ciencia. Un problema serio de la teoría de la evolución es que no se evidencian aquellos pequeños cambios graduales en las especies, de hecho, el mismo Darwin no estaba seguro cuando hizo estas afirmaciones, es más, en su obra confirma sus dudas en cuento a dicha teoría. De esto, Charles Hodge, en su libro, Teología Sistemática, Volumen 1, nos dice: “Una de las excelentes cualidades del Sr. Darwin es su sinceridad. Él reconoce que existen graves objeciones contra la doctrina que está tratando de establecer. Admite que, si una especie se deriva de otra por lentas sucesiones, sería natural esperar que se vieran por todas partes los pasos intermedios, o eslabones de conexión. Pero reconoce que los tales no se encuentran; que a lo largo de todo el período histórico las especies han permanecido sin cambios”. En un intento de querer armonizar la teoría de la evolución con la existencia de Dios, algunos han llegado a establecer lo que se conoce como evolución teísta. A la primera que hemos considerado se le conoce como evolución naturista, pero a esta otra como evolución teísta la cual afirma de Dios creo el universo y dio paso a la existencia de los seres vivos a través de la evolución. Charles Ryrie nos dice en su libro de Teología Básica: “La evolución teísta sostiene que Dios dirigió, usó, y controló los procesos de la evolución natural para “crear” al mundo y todo lo que está en él. Generalmente este punto de vista incluye la idea de que los días de Génesis 1 eran edades, que procesos evolucionarios estuvieron involucrados en la “creación” de Adán, y que la tierra y formas prehumanas son de gran antigüedad”. Por tanto, vemos que los evolucionistas teístas han sugerido que el método de Dios para dar paso a la existencia del ser humano fue la evolución, pero esto es totalmente descabellado, primero porque la Biblia enseña en Génesis 1-2 que Dios creo todo lo que existe por el poder de su palabra y luego creo al ser humano, el texto es literal y no hay razones para creer que dichos versículos deberían interpretarse alegóricamente pensando que los días son símbolos de las eras geológicas. Segundo, la teoría de las eras geológicas que afirma que la tierra tiene millones y millones de años y en una era en específico se sitúa la aparición del hombre es una teoría, no es un acontecimiento científicamente demostrable. De esto, Lewis Sperry Chafer, en su libro, Teología Sistemática, Volumen 1, nos dice lo siguiente: “Algunos miran los seis días como períodos de tiempo, más cortos o largos que veinticuatro horas, porque la palabra «día» a veces es usada para períodos más largos, así como en la expresión «el día del Señor». Otros insisten, sin embargo, que, dado que se usan los números con la palabra «día», debe aplicarse a un día de veinticuatro horas”. En tercer lugar, la interpretación teísta del relato bíblico de la creación presenta muchas dificultades difíciles de armonizar. Últimamente, los ufólogos han llegado a declarar la posibilidad de que la vida en el planeta tierra es consecuencia de la intervención de seres extraterrestres que plantaron información genética que dio paso la vida. La verdad, parece un intento desesperado de encontrar una explicación para la existencia del ser humano. Nosotros los cristianos creemos en la teología de la creación y conocemos la respuesta que muchos han tratado de encontrar por otros medios y han fracasado.

 

LA CREACIÓN DEL SER HUMANO

                  La Biblia enseña que el hombre es resultado de la creación de Dios: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, (Génesis 1:26). Aquí aparecen dos palabras importantes que nos sugieren que el ser humano fue una creación de Dios diferente a la de otros seres, Dios creo al hombre conforme su imagen y semejanza. ¿Qué significa esto? La palabra imagen se traduce del hebreo tsélem (צֶלֶם), la cual es una palabra muy intuitiva que en ocasiones se usa para referirse a las estatuas de ídolos que hacían en el pasado, también sugiere la idea de una figura que es una copia de algo. En este sentido entendemos el trasfondo de la palabra hebrea que se traduce como imagen de Dios en este versículo, así no hay otro ser creado en la tierra que posea la imagen de Dios lo cual nos habla del valor de la vida humana y el gran respeto de debemos tener por su existencia. Por otro lado, la palabra semejanza se traduce del hebreo demút (דְּמוּת), que hace referencia a algo que es parecido, pero no igual. Esto nos enseña que el hombre jamás será igual a Dios, sin embargo, hay semejanza de Dios en él, ¿pero semejanza de qué?  J. Oliver Buswell Jr, en su libro, Teología Sistemática, Tomo II, nos dice: “Las palabras hebreas «imagen» tselem y «semejanza» demuth no significan ni más ni menos en este contexto que sus equivalentes en castellano. La LXX (Septuaginta) traduce tselem con la palabra griega correspondiente eikon, y demuth con la palabra homoiosis… El significado del pasaje evidentemente es que el hombre fue creado parecido a Dios en algunos aspectos importantes”. Las palabras imagen y semejanza sugieren que el hombre es parecido a Dios en algunos aspectos que distinguen a su Creador. No es que el hombre sea una copia física de Dios, más bien se dice que el hombre fue creado por Dios y se le otorgara algunas cualidades como la inteligencia, la capacidad de comunicarse, libre albedrio, sentimientos, emociones, entre otras, así como la capacidad de gobernar y de ser inmortal. Todo esto hace de que el hombre sea un ser personal, totalmente diferente a cualquier otro ser que Dios creo.

            Myre Pearlman, en su libro de Teología Bíblica y Sistemática, nos agrega al tema que estamos desarrollando: “El hombre fue creado a la imagen de Dios; se lo hizo a semejanza de Dios en carácter y personalidad”. De forma similar, J. Oliver Buswell Jr, en su libro, Teología Sistemática, Tomo II, nos dice: “Se ha mostrado que la imagen de Dios en el hombre es su naturaleza intelectual, moral, y espiritual, junto con sus funciones potenciales como vicerregente de Dios en Cristo sobre el resto de la creación”.  Ciertamente hay una semejanza en el carácter y la personalidad que el hombre refleja con respecto a su Creador, el reconocimiento del bien y el mal, es una evidencia de la moral de Dios otorgada únicamente al hombre, el uso de la razón lo diferencia del resto de otros animales y es otra característica propia del Señor, así como la inmortalidad de su alma, la cual es otorgada desde el momento de su creación o nacimiento: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”, (Eclesiastés 3:11). Aunque el cuerpo muera, el alma es inmortal, ahora, esto no significa que el hombre es un ser preexistente, definitivamente no, el hombre inicia su existencia desde el momento que fue creado o nace, pero a partir de allí, su alma existe y esta es eterna.  Además, el Señor le otorga al hombre la potestad de gobernar este mundo, otra característica más de su semejanza. De acuerdo con el libro de Génesis, Dios creo al hombre para que fuera fructífero en la tierra, es decir, se multiplicara y que la sojuzgara: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”, (Génesis 1:27-28). Dios le ordena al hombre que tenia que sojuzgad y señoread sobre toda la creación, es decir, gobernar como Dios lo haría. Estas palabras que aparecen en la Reina Valera, versión 1960, sojuzgad y señoread, se traducen de una sola palabra hebrea que es radá (רָדָה), la cual significa gobernar, dirigir o estar a cargo de algo.

 

            La dignidad del Hombre como Imagen de Dios.

            Como ya vimos el hombre es imagen de Dios y ningún otro ser lo es. Aunque sabemos que toda la creación de Dios es especial y que Dios la ama, la verdad es que el hecho de que el ser humano haya sido creado a imagen y semejanza de Dios le da una dignidad especial. De allí que se valore en gran manera la vida humana, en ningún momento se debe explotar, o esclavizar, o torturar, o quitarle la vida o menoscabarla de cualquier manera. De esto, J. Oliver Buswell Jr, en su libro, Teología Sistemática, Tomo II, nos dice: “Una derivación adicional a la doctrina de la imagen de Dios en el hombre tiene que ver con la actitud del cristiano hacia cada otro ser humano en particular y hacia cada grupo de seres humanos. Cuando Santiago se refiere a nuestra inconstancia, que con la misma lengua pretendemos bendecir a nuestro Señor y Padre, y maldecimos a los hombres, que son «hechos a la semejanza de Dios» (Stg 3.9), esto implica que debe haber en nuestra actitud el debido respeto a la humanidad como tal… Tenemos que trabajar constantemente para que los hombres creados a la imagen de Dios puedan ser restaurados a esa imagen por la redención que es en Cristo Jesús”. El mismo salmista reconocía que el hombre, siendo inferior a los ángeles, había sido dotado de una dignidad mayor y ganado su favor divino: “Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra”, (Salmos 8:4-5). Debemos agradecerle a Dios las grandes muestras de su amor hacia nosotros los seres humanos, porque infinitas son hacia nosotros sus misericordias y, por otro lado, valorar la vida humana.


UNA CREACIÓN PERFECTA

“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto”.

Génesis 1:31

               Cada uno de los 6 días donde el Señor creo una parte de todo lo que hoy existe en el mundo se caracteriza por terminar con las palabras: Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Esto incluye a la creación del hombre. El ser humano contemporáneo está muy lejos de ser lo que fue al principio de todo, hoy el hombre esta dañado por el pecado, sus maldades provocan injusticias y sufrimientos, sus días son cortos y difíciles en esta tierra, sufre de enfermedades y enfrenta la muerte. Pero cuando Dios lo creo, lo creo perfecto, libre de la influencia del pecado, sin enfermedad y lo puso en el huerto del Edén para que lo cuidase: “Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal… Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”, (Génesis 2:8-9, 15). Esta fue la condición original del hombre, perfecta, libre de las consecuencias del pecado, solo tenia que obedecer un solo mandamiento: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”, (Génesis 2:16-17). Curiosamente, las palabras, “ciertamente morirás”, se traduce de la misma palabra hebrea que tiene a repetirse dos veces en el texto con pequeñas variantes: mut mut (מות תָּמֽוּת), que literalmente significa, muriendo morirás. Por las Escritura sabemos lo que paso, Adán y Eva desobedecieron y así el pecado entro al mundo, por medio del pecado vino la muerte y la imagen original del hombre se dañó: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”, (Romanos 5:12). Aunque el hombre no murió de inmediato, hablando físicamente, si murió espiritualmente, y la comunión que existía con Dios se rompió por causa del pecado. Ahora, aquel hombre comenzó a envejecer, algo que no era parte del plan original, cumpliéndose así las palabras del Señor que le advirtió al hombre las consecuencias de desobedecerlo, ya que, muriendo, moriría, mut mut (מות תָּמֽוּת). La imagen original del hombre es dañada por el pecado, su inocencia se pierde y conoce el bien y el mal: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”, (Génesis 3:6-7). De estas consecuencias, el Diccionario Bíblico Certeza nos dice: “El hombre es distinto a los animales debido a su conciencia moral, su conocimiento propio y la capacidad de comunión espiritual con su Creador. Esta capacidad ha sido seriamente limitada, mal encaminada y abusada por culpa del pecado. Adán y Eva, la primera pareja de seres humanos, eligieron por voluntad propia desobedecer el mandamiento divino, lo cual resultó en la pérdida de la comunión con Dios. Esta desobediencia también afectó sus vidas y relaciones, como también a sus hijos y a los hijos de sus hijos”. De esta forma, el hombre se encuentra depravado en sus maldades, totalmente alejado de Dios y en camino de la condenación eterna, todo por causa de su pecado: “¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”, (Isaías 1:5-6). Al respecto de esto, Lewis Sperry Chafer, en su libro, Teología Sistemática, Tomo 1, dice: “El efecto inmediato del pecado sobre Adán y Eva fue que éstos murieron espiritualmente y llegaron a estar sujetos a la muerte espiritual. Su naturaleza se depravó y, por tanto, la raza humana experimentaría la esclavitud del pecado”. Hoy en día esta es la triste realidad de los seres humanos, sin embargo, Dios ha provisto un plan de salvación de las consecuencias del pecado y restaurar la imagen original del hombre.

 

EL HOMBRE REDIMIDO

               En su condición actual el hombre esta dañado por el pecado, perdido en sus delitos y maldades, totalmente alejado de Dios, incapaz de salvarse a sí mismo, pero Dios en su infinita misericordia, a través de su Hijo Jesucristo, nos ofrece la redención de nuestros pecados y la vida eterna: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados”, (Efesios 2:1). Cristo Jesús murió por nuestros pecados, por un lado, nuestros pecados le fueron imputados a Él, para que sobre Él recayese el castigo por nuestros pecados, pero, por otro lado, su justicia nos es imputada hoy. De esto, Lewis Sperry Chafer, en su libro, Teología Sistemática, Tomo 1, nos dice: “Las Escrituras mencionan tres grandes imputaciones: 1) El pecado de Adán es imputado a su posteridad (Ro. 5: 12-14); 2) el pecado del hombre es imputado a Cristo (2 Co. 5: 21); y 3) la justicia de Dios imputada a los que creen en Cristo (Gn. 15:6; Sal. 32:2; Ro. 3:22; 4:3,8,21-25; 2 Co. 5:21; Flm. 17-18)”. De esta manera, por medio de la fe, el hombre llega a ser salvos de sus pecados. En Cristo Jesús, no solo somos perdonados de nuestros pecados, sino, se nos otorga una nueva naturaleza que nos capacita para responder al amor divino. Aun así, no debemos olvidar que nuestra vieja naturaleza no ha sido eliminada, por ello las Escrituras nos exhortan a cultivar nuestra nueva naturaleza buscando todo aquello que la edifique: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría… Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”, (Colosenses 3:5, 8-10). Y esta obra de redención continua toda nuestra vida, donde cada uno de nosotros es responsable, con la ayuda del Espíritu Santo, de ir perfeccionando nuestra santidad día a día: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”, (2 Corintios 7:1). Y esto será así, hasta que seamos llamados a la gloria de Dios u ocurra el arrebatamiento de la iglesia, entonces, la imagen original del hombre será totalmente restaurada gracias al sacrificio de nuestro Señor: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”, (1 Juan 3:2). De la nueva naturaleza hay mucho que decir, pero esperamos seguir considerando este hermoso tema más adelante, por hoy damos gracias a Dios que ha obrado en misericordia a favor de nuestras vidas para que, a través de la fe en nuestro Señor Jesucristo, podemos ser restaurados a la imagen original y heredar la vida eterna.

 


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