“Entonces Felipe,
descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente,
unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las
señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían estos
dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había
gran gozo en aquella ciudad. Pero había un hombre llamado Simón, que antes
ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria,
haciéndose pasar por algún grande. A este oían atentamente todos, desde el más
pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le
estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo.
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y
el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón
mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales
y grandes milagros que se hacían, estaba atónito”.
Hechos 8:5-13
INTRODUCCIÓN
Entre los judíos creyentes que fueron esparcidos tenemos a
Felipe, uno de los primeros 7 diáconos, el cual descendió a Samaria y compartió
allí el mensaje del evangelio. En Felipe veremos el modelo de un evangelista,
el cual predica el mensaje del evangelio de manera sencilla, pero con una
autoridad y respaldo divino sorprendente. Aquí veremos como Samaria llega a
conocer las buenas nuevas de salvación, cumpliéndose así las palabras de Jesús
cuando afirmo que le serian testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo
último del mundo.
FELIPE, EL EVANGELISTA, EN SAMARIA
“Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba
a Cristo”.
Hechos 8:5
Si recordamos un poco, Jesús les dijo a sus discípulos que
llegaría el momento en el que ellos compartirían este mensaje a todas las
partes del mundo, iniciando en Jerusalén, luego en Judea, pasando por Samaria y
hasta lo último de la tierra: “… y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la
tierra”, (Hechos 1.8). Fue así como Felipe llego hasta Samaria para
cumplir con esta profecía: Entonces Felipe,
descendiendo a la ciudad de Samaria. La traducción de este versículo
ha causado dificultad entre los expertos ya para algunos el texto griego si
puede traducirse como: “Felipe descendió a la ciudad de Samaria”, sin embargo, otros
opinan que una traducción más certera seria que “Felipe descendió a una ciudad
de Samaria”, de allí que la Nueva Versión de la Biblia lo traduzca de la
siguiente manera: “Felipe bajó a una ciudad de
Samaria y les anunciaba al Cristo”, (Hechos 8:5, NVI). No sabemos a cuál
de todas de las ciudades de Samaria Felipe descendió, pudo haber ido a su
capital que en aquel entonces había sido rebautizada con el nombre de Sebaste por
Herodes el Grande, o a Sicar, la cuidad donde Jesús hablo con la mujer
samaritana (Juan 4:5), o a cualquier otra. En este caso este hombre que aquí es
llamado Felipe no se trata de Felipe el apóstol, sino de Felipe el diácono,
el cual aparece allá en Hechos 6: “Agradó la
propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del
Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a
Nicolás prosélito de Antioquía”, (Hechos 6:5). De acuerdo con el
texto, este Felipe era un judío griego, es decir, se había criado fuera de las
fronteras de Israel, como lo fue Esteban, y quedaron designados en aquel
momento para que atendiesen en las mesas a las viudas de los griegos. Además, a
este Felipe se le llama también, Felipe el evangelista: “Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos,
fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de
los siete, posamos con él”, (Hechos 21:8). Cuando en la Biblia se
estudia el ministerio de evangelista, suele considerarse la vida de Felipe como
un buen ejemplo de ello. Allá en Efesios el apóstol Pablo identifica a uno
de los 5 ministerios como el de evangelista: “Y él
mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros”, (Efesios 4:11). Para poder definir lo
que realmente es un evangelista consideremos los siguientes versículos que nos
enseñan las evidencias de este ministerio.
LAS EVIDENCIAS DE UN EVANGELISTA
“… les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba
atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque
de muchos que tenían espíritus inmundos, salían estos dando grandes voces; y muchos
paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad”.
Hechos 8:5-8
Si consideramos el ministerio de un evangelista, falta leer
estos versículos para entender cuales son las evidencias que los caracterizan.
En primer lugar, un evangelista se enfoca a predicar a Cristo y solamente a
Cristo: … les predicaba a Cristo. Esto
quiere decir que el mensaje de un evangelista es 100% evangelístico, es
decir, no toca temas doctrinales, ni usa palabras técnicas muy complejas que
solo él entiende, sino que se limita a compartir su mensaje de manera sencilla
y con una temática cristocéntrica. Pablo entendía perfectamente que el enfoque
al momento de compartir el mensaje del evangelio a un grupo de personas que no
conocen a Cristo es presentarles a Jesús, a nadie más, y aunque era un maestro
versado de la palabra de Dios, no se preocupaba de nada más que evangelizar sin
usar palabras demasiado profundas que sus oyentes a lo mejor no entenderían: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el
testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me
propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este
crucificado”, (1 Corintios 2:1-2). En aquel día cuando Felipe descendió
a Samaria su predicación acerca de Cristo fue sencilla, pero poderosa ya que
estaba respaldada por el poder del Espíritu Santo: Y
la gente, unánime… Otra evidencia del ministerio de evangelista es
el respaldo del Espíritu Santo para predicar, ya que como vemos el Señor respaldaba
el mensaje que predicaba Felipe, tocando los corazones de los oyentes a tal
punto que las personas se quedaban quietas y atentas a sus palabras. Como
predicadores de la palabra de Dios no debemos olvidar lo indispensable que es
el respaldo del Espíritu Santo al momento de compartir el mensaje del
evangelio, si bien es cierto la preparación humana es importante, un
bosquejo de gran ayuda y la investigación del texto nos da un mejor dominio del
tema; pero sin el respaldo del Espíritu Santo nuestra exposición será solo un ensayo
académico. Ambos elementos deben estar presentes en nuestra exposición del
evangelio y aún más, nuestra preparación humana debe ser revestida por
oraciones y ruegos para que sea el Espíritu Santo quien nos respalde al momento
de hablar, porque cuando es así el mensaje llega a los corazones de los oyentes
para quebrantar voluntades, convencer de pecado y mostrar el camino de salvación.
Pablo entendía esto, por eso nunca quiso presentar mensajes con influencias psicológicas
o mensajes subliminales ocultos o jugar con las emociones de las personas que
lo escuchaban, antes, dependía del Espíritu Santo para hacer esta loable labor:
“Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho
temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas
de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que
vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”,
(1 Corintios 2:3-5). Finalmente, podemos ver que otra evidencia del ministerio
de evangelista son las señales que lo acompañan: … y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus
inmundos, salían estos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran
sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad. La predicación del
mensaje del evangelio que Felipe anunciaba iba acompañada de señales que confirmaban
sus palabras, así, muchos que tenían espíritus inmundos eran liberados, otros
tantos recibían sanidad y la ciudad entera se llenaba de gran gozo, porque el
evangelio había llegado a sus vidas. Definitivamente la proclamación del
mensaje del evangelio es acompañada del poder de Dios para restaurar y cambiar
vidas, aquellos que creen alcanzar su misericordia y las promesas de liberación
y sanidad se hacen evidentes en sus vidas, hoy en día nosotros no debemos
olvidarnos de esto, debemos alentarnos a seguir creyendo en el poder de Dios y
continuar viendo los milagros a favor de nuestra fe.
LA VENDA DE LA IGNORANCIA SE HABÍA CAÍDO
“Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en
aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por
algún grande. A este oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más
grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque
con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo. Pero cuando creyeron a
Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo,
se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose
bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros
que se hacían, estaba atónito”.
Hechos 8:9-13
Algo que nos enseña este pasaje es que cuando el
evangelio llega a una ciudad la venda de la ignorancia se cae y las personas
ven la luz de la verdad. Antes de que Felipe llegase a esta ciudad de
Samaria y les predicase el evangelio de Jesucristo, los samaritanos vivían hundidos
en mentiras y supersticiones religiosas, de hecho, sus creencias religiosas
variaban mucho de los judíos, creían únicamente en la ley de Moisés, negando el
resto de libros del Antiguo Testamento, según sus creencias la adoración al
verdadero Dios no estaba en Jerusalén, sino en el monte Gerizím y a parte de
todo esto, había un hombre llamado Simón, el mago, que tenia engañada a las
personas por medio de sus artes mágicas haciéndoles creer que ese era el poder
de Dios. Pero al final, la venda del engaño se les cayó, cuando el evangelio
llegó a sus vidas y se convirtieron de las tinieblas a su luz admirable, y aún
se nos dice que el mago Simón terminó convirtiéndose. Aquel día el gozo de la salvación
llego a aquella ciudad de Samaria, muchos se bautizaron como testimonio de su
nueva fe y así el evangelio comenzaba a avanzar a través del mundo.
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