“Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador: Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”.
Mateo 13:18-23
Introducción
Los versículos del 18 al 23 del capítulo 13 del evangelio según Mateo nos
presentan la explicación de la parábola del sembrador en labios de nuestro Señor
Jesucristo. Al igual que la parábola del trigo y la cizaña, la parábola del
sembrador presenta su explicación en este evangelio, y ya anteriormente
habíamos considerado el estudio de esta parábola enfocada en los cuatro tipos
de oyentes y sus diferentes corazones: el corazón duro, el corazón descuidado,
el corazón atiburrado y el corazón convertido. Sin embargo, en esta ocasión
enfocaremos el estudio de la parábola del sembrador no en los oyentes de la
palabra, sino en el predicador y la eficacia de la semilla que se siembra la
cual es la palabra de Dios.
La Semilla y el Sembrador
“Oíd, pues, vosotros la parábola del
sembrador…”
Mateo
13:18
La parábola del sembrador nos habla de uno de los oficios más importantes
del reino de Dios: la predicación de la palabra del Señor. En Marcos se nos
dice que el sembrador es el predicador del evangelio: “El
sembrador es el que siembra la palabra”, (Marcos 4:14); mientras que la
semilla representa a la palabra del Señor: “Esta es, pues, la parábola: La semilla es
la palabra de Dios”, (Lucas 8:11). La palabra de Dios es el medio que el
Señor ha utilizado desde el principio de la humanidad para comunicarle al
hombre su voluntad y mostrarle el camino correcto, y desde que el hombre pecó y
se apartó de Él, ha estado levantando siervos que se han encargado de enseñar
el mensaje de su palabra. Por medio del conocimiento de la palabra viene el
conocimiento de la salvación a través de la fe en Jesús y por eso se hace
necesario que existan heraldos de Dios que se encarguen de anunciar este
glorioso mensaje a todos los hombres: “Porque todo aquel que invocare el nombre
del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?
¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien
les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito:
¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian
buenas nuevas!”, (Romanos 10:13-15). Por esta causa Dios levanta a sus heraldos los
cuales esparcen la semilla de salvación en medio de los hombres a través de
predicar la palabra de Dios. Ahora bien, esta semilla que se esparce es eficaz
en el trabajo que se hace: “Porque como desciende de los cielos la
lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace
germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será
mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo
quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”, (Isaías 55:10-11).
La palabra de Dios jamás vuelve vacía, sino prospera en aquello para lo cual Él
la envía, ésta es capaz de discernir dentro de los más profundo de los
corazones de los hombres y discernir sus verdaderas intenciones y pensamientos:
“Porque
la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos
filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”, (Hebreos 4:12). Esta
palabra es capaz de salvar al hombre y enseñarle, redargüirle, corregirle e
instruirlo en justicia: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra”, (2 Timoteo 3:16-17). Por tanto, esta semilla que es la palabra de Dios
tiene el poder de salvar al hombre que crea en su mensaje.
La Eficacia de la Palabra de Dios
“Cuando alguno oye la palabra del reino y no
la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este
es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales,
éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene
raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la
persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre
espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño
de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue
sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto;
y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”.
Mateo
13:18-23
Hasta el momento hemos dicho que la palabra de Dios es eficaz, que no
vuelve vacía al Señor, sino persevera en aquello para lo cual la envió. Sin
embargo, si leemos la explicación de esta parábola podemos ver que la semilla
no logro producir en todos los corazones los frutos de arrepentimiento. Ya sea
porque se trataba de un corazón duro, o un corazón descuidado, o un corazón
atiburrado, la semilla de la palabra de Dios no logro transformar ese corazón y
la persona no se convirtió y por ende su alma se perdió en la condenación
eterna. Si esto es así, será acaso que la palabra de Dios fallo en su
propósito. La respuesta es ¡NO! El principal propósito de la palabra de Dios es
transformar al hombre para que a través de la fe en Jesús se salve, pero si
este cierra su corazón, esta misma palabra que le mostró el camino de salvación
le condenara en la eternidad: “El que me rechaza, y no recibe mis
palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en
el día postrero”, (Juan 12:48). El hombre que hoy rechace el mensaje del evangelio debe
estar consciente que esta palabra le condenara en la eternidad ya que no tendrá
excusa delante de Dios. Por esta causa el mensaje del evangelio tiene que ser
anunciada en todo el mundo, para que los que crean a ella se salven y tengan
vida eterna, pero lo que no crean sean condenados por la misma dureza de su
corazón: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el
que no creyere, será condenado”, (Marcos 16:15-16). Aquel día muchos que escucharon
el mensaje del evangelio no podrán excusarse delante de Dios alegando
ignorancia ya que a través del conocimiento de la ley conocemos lo que es
pecado: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna
manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera
la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión
por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado
está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el
pecado revivió y yo morí”, (Romanos 7:7-9). Nadie podrá excusarse delante del
Señor, porque aun a través de las mismas obras de la naturaleza Dios les ha
hablada a aquellos a quienes nunca se les ha predicado: “Porque
las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente
visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas
hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”, (Romanos 1:20-21).
Y mayor condenación tendrán aquellos que si escucharon el evangelio pero le
rechazaron para vivir en sus pecados: “Pero por tu dureza y por tu corazón no
arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la
revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus
obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra
e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la
verdad, sino que obedecen a la injusticia”, (Romanos 2:5-8). Quiera Dios
que todos nosotros seamos aquel grupo que cree en su palabra para vida eterna y
no aquellos quienes endurecieron sus corazones para no obedecer a la verdad y
que esta misma le juzgue en la eternidad. En cualquier caso la palabra de Dios
habrá perseverado en aquello para la cual fue enviada.
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