“Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al
mar. Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda
la gente estaba en la playa. Y les habló muchas cosas por parábolas,
diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte
de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte
cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no
tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía
raíz, se secó.
Mateo 13:1-9
Introducción
Llegamos al capítulo 13 del evangelio según Mateo donde se abre uno de
los capítulos más hermosos y llenos de enseñanzas espirituales. Nos referimos a
la fantástica narración de las parábolas. Una parábola es una narración en
lenguaje figurado que hace una semejanza de un principio espiritual con un
acontecimiento de la vida diaria. Su propósito es doble. Por un lado revela a
los hijos del reino grandes verdades espirituales escondidas en un lenguaje
figurado; pero por el otro, oculta las grandes riquezas de la sabiduría divina
de aquellos hombres soberbios. No olvidemos que en el capítulo 12 vimos como la
oposición hacia Jesús creció hasta el punto que blasfemaron en contra del
Espíritu Santo, por eso hoy comienza nuevamente a hablarles a la gente en forma
de parábola, para ocultar de estos incrédulos las bendiciones de su palabra.
Jesús inicia un nuevo discurso en parábolas
“Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó
junto al mar. Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y
toda la gente estaba en la playa. Y les habló muchas cosas por parábolas… ”
Mateo
13:1-3
El capítulo 13 del evangelio según Mateo contiene otro de los grandes
discursos que nuestro Señor Jesucristo dirigió. En el Sermón del Monte se
dirigió a la gente enseñándoles muchas cosas, algunas de ellas en forma de
símil, como cuando dijo que eran la sal y la luz del mundo, pero ahora llega sus
discursos llegan a su clímax vistiéndolos de gran creatividad y belleza
literaria a través de presentarlos en forma de parábolas. En este capítulo en
partículas hay registradas 7 parábolas. Todas ellas son una semejanza al reino
de los cielos, la primera es la parábola del sembrador, las otras 6 guardan
cierta relación en forma de pareja. Por ejemplo, se encuentra relación entre la
segunda y la séptima (la parábola del trigo y la cizaña con la de la red); la tercera
y la cuarta (la parábola de la semilla de mostaza y la de la levadura), y la
quinta con la sexta (la parábola del tesoro escondido y la de la perla de gran
valor). El evangelista conecta los acontecimientos de este capítulo con los
ocurridos en el capítulo anterior, donde si recordamos Jesús se encontraba en
un lugar cerrado, posiblemente en una casa, ya que su familia estaba afuera
buscándolo: Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al
mar. Anteriormente hemos
visto a Jesús enseñando en un monte, o enseñando en una sinagoga y ahora lo
veremos enseñando en la orilla del mar. Debido a que la multitud era mucha
nuestro Señor Jesús decidió subir a una barca y poniendo cierta distancia entre
Él y ellos, se sentó dispuesto a dirigir sus palabras a las multitudes: Y se
le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente
estaba en la playa. No olvidemos que el mar al cual hace referencia el
apóstol Mateo es el mar de Galilea, el cual no es realmente un mar, sino un
lago, ya que los judíos solían llamarle mar a grandes extensiones de agua. Su
ubicación desde la barca le dio una ventaja acústica para poder hacer llegar su
mensaje a toda su audiencia. Fue así como Jesús comenzó a hablarles muchas
cosas por parábolas.
La Parábola del Sembrador
“Y les habló muchas cosas por parábolas,
diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar…”
Mateo
13:3
Popularmente esta parábola es conocida como la del sembrador, aunque
generalmente el enfoque está más en el terreno donde la semilla se sembró que
en el mismo sembrador. Hasta este momento Jesús ha enseñado muchas cosas y
ahora se encuentra en medio de una gran multitud que esta lista para oír una
nueva enseñanza. Posiblemente al mirarlos, Jesús discernió las intenciones de
los corazones de cada una de las personas que allí estaban y después de
considerar sus intenciones debió ver que allí se encontraban personas que
deseaban recibir la palabra de Dios, pero otros habían llegado por diferentes
intereses. Por otro lado, aunque todos escuchaban sus palabras, no todos
respondían a esta de la misma manera a tal punto que en este momento decidió
enseñarles la importancia de tener un buen corazón para recibir la palabra de
Dios y esta a su vez haga su trabajo. A lo mejor a la distancia Jesús debió
haber visto a un sembrador que arrojaba sus semillas al campo donde había
diferentes terrenos y obviamente no todos eran aptos para producir la siembra
deseada y esto le sirvió de base para su próxima enseñanza.
La parábola del
sembrador nos habla de cuatro tipos de oyentes de la palabra de Dios. Tal y
como Jesús lo explico más adelante, el sembrador es aquel que predica el
mensaje del evangelio: “El sembrador es el que siembra la palabra”, (Marcos 4:14);
mientras que la semilla es la misma palabra de Dios: “Esta
es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios”, (Lucas 8:11). La
parábola describe 4 tipos de terrenos, donde cada uno de ellos representa el
corazón del oyente donde la palabra de Dios es plantada durante la predicación.
El propósito principal de la palabra de Dios es la salvación del oyente, sin
embargo, no todos la reciben eficazmente de tal forma que pueda producir los
frutos de arrepentimiento que el Señor anda buscando. Veamos los cuatro tipos
de oyentes que Jesús presenta en esta parábola.
El Oyente con el Corazón Duro
“Y mientras sembraba, parte de la semilla
cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron”.
Mateo
13:4
Mientras el sembrador esparcía su semilla dice que parte de ella cayo
junto al camino. Durante la preparación del terreno se solía dejar un camino
entre surco y surco de tal forma que este era bastante duro porque por él
caminaba el agricultor, de tal forma que cualquier semilla que allí cayese se
le hacía completamente imposible penetrar en la tierra y producir su planta, de
tal forma que al final vienen las aves del cielo y se la comen. Nuestro Señor
Jesucristo nos explica el significado de esta parte: “Cuando
alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo
que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino”, (Mateo 13:19). La
razón por la cual este tipo de oyente no entiende y cree en la palabra de Dios
es porque tiene el corazón duro. Así como el camino entre los surcos en un
sembradío es duro, así el corazón de algunas personas esta endurecido de tal
forma que se le hace imposible creer en Dios, aun cuando escuchen las mismas
palabras de Dios o incluso vean su gloria. Si de corazones duros hablamos uno
solo puede recordar al faraón que endureció tanto su corazón que trajo sobre si
su misma ruina: “Y he aquí, yo endureceré el corazón de los egipcios
para que los sigan; y yo me glorificaré en Faraón y en todo su ejército, en sus
carros y en su caballería; y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando me
glorifique en Faraón, en sus carros y en su gente de a caballo”, (Éxodo 14:17-18).
El peligro de un corazón duro es que este lo conduce a su destrucción: “El
hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no
habrá para él medicina”, (Proverbios 29:1). Lo único que puede cambiar al
hombre es Jesucristo y este es anunciado a través de la predicación de la
palabra de Dios y por eso Pablo dice que la fe viene por el oír la palabra de
Dios: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra
de Dios”, (Romanos 10:17).
Por eso Satanás hace todo lo posible por endurecer el corazón de los seres
humanos cegando su entendimiento para que no crean al evangelio y se salven: “En
los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para
que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es
la imagen de Dios”, (2 Corintios 4:4). A través del pecado, sus filosofías
y necias creencias el diablo ha logrado que el hombre desprecie el mensaje de
salvación de tal forma que cuando lo escucha todos sus prejuicios y creencias
se oponen como un muro a que la palabra de Dios transforme su duro corazón y entonces
viene el diablo y arrebata esa semilla que fue sembrada y la persona no se
salva. Por esto Santiago nos dice que es necesario recibir con humildad la
palabra de Dios creyendo en ella porque solo así su efecto será efectivo en
nuestra vida: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia
de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar
vuestras almas”, (Santiago 1:21).
El Oyente con el Corazón Descuidado
“Parte cayó en pedregales, donde no había
mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero
salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó”.
Mateo
13:5-6
El segundo oyente que nuestro Señor Jesucristo describe en esta parábola
es aquel que tiene el corazón descuidado. Este es aquel que cayo junto a
pedregales, donde no había mucha tierra, donde broto pronto la planta pero como
sus raíces no lograron profundizar en la tierra, cuando salió el sol se secó.
Nuestro Señor Jesús explica mejor esta sección de la parábola: “Y el
que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la
recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues
al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”, (Mateo 13:20-21).
Este es aquel que se entusiasma en gran manera cuando escucha la palabra de
Dios de tal forma que realiza sus compromisos con Cristo a la ligera, impulsado
por sus emociones pero cuando sale el sol, es decir, vienen las persecuciones y
las aflicciones por causa de la justicia, estos retroceden y tropiezan. Al
final la semilla del evangelio no hace su efecto porque estos no tienen raíces.
El tener profundas raíces en el evangelio, es decir, firmes convicciones es
importante ya que de ellas depende la firmeza del cristiano en medio de todas
sus pruebas y dificultades. El evangelio no es una cuestión de emociones, sino
de convicciones. Dios no nos promete que no habrán problemas, al contrario,
Satanás buscara la forma de sacarnos del camino de Dios, pero nuestro fuerte
compromiso y convicción nos mantendrá en el camino correcto, por lo que jamás
debemos ver hacia atrás, sino simplemente avanzar porque tarde o temprano
seremos recompensados por nuestra fidelidad: “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su
mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”, (Lucas 9:62).
El Oyente con el Corazón Atiburrado
“Y parte cayó entre espinos; y los espinos
crecieron, y la ahogaron”.
Mateo
13:7
El tercer tipo de oyente que se describe en esta parábola es aquel cuya
semilla cayó entre espinos. Este representa al que tiene el corazón atiburrado
de todos los deseos de este mundo. En este caso la semilla que cayó en la
tierra no pudo producir la planta porque los espinos que había allí la
ahogaron. Nuestro Señor explico esta parte de la parábola: “La
que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por
los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto”, (Lucas 18:14). Este
tipo de oyente es aquel a quien no le hace efecto a palabra de salvación porque
su corazón se encuentra lleno de los afanes de este mundo, prisioneros de los
placeres de la vida y engañado por el deseo de poseer riquezas. Estas cosas hacen
imposible que este se salve ya que provocan que la palabra implantada en su
corazón se ahogue. La Biblia nos manda a no buscar satisfacer el deseo de la
carne, sino a vivir para Dios: “La noche está avanzada, y se acerca el día.
Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz.
Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en
lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor
Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”, (Romanos 13:12-14).
Por tanto, debemos abandonar todo deseo pecaminoso, todo afán por enriquecernos
o hundirnos en la vanagloria de este mundo, antes debemos buscar a Dios y su
reino y todas las demás cosas nos será añadidas: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y
su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, (Mateo 6:33).
El Oyente con el Corazón Convertido
“Pero parte cayó en buena tierra, y dio
fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene
oídos para oír, oiga”.
Mateo
13:8-9
Finalmente se nos presenta al oyente que tiene el corazón convertido. En
este caso se trata del terreno fértil, aquel que se encuentra limpio de toda
contaminación que pudiera evitar que las raíces de la planta se arraigaran bien
en la tierra, o cualquier cosa que la ahogara. Para que la palabra de Dios sea
efectiva es importante permitir que esta limpie nuestro corazón de toda
amargura, odio, pecado, prejuicio o cualquier cosa que vaya en contra de la
voluntad de divina. Solo así podremos dar un fruto agradable delante del Señor:
“Mas
el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra,
y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”, (Mateo 13:23). Lo
que el hombre necesita es limpiar su corazón de toda inmundicia y solo cuando
obedece la palabra de Dios ocurre esto: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con
guardar tu palabra”, (Salmo 119:9). Esta misma palabra tiene el poder
para hacernos nacer a una nueva vida en Cristo Jesús: “El,
de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos
primicias de sus criaturas”, (Santiago 1:18). Y cuando esto pasa, el mismo Señor
es el que hace producir a cada creyente al ciento, a sesenta, y a treinta por uno según sea su
voluntad. Nuestro Señor termina esta parábola con las palabras: El que
tiene oídos para oír, oiga. Esta advertencia tiene que tomarse muy en cuenta
porque solo dos efectos se tendrán al escuchar la palabra de Dios, o es para salvación,
o para condenación, porque si no se obedece en vida, aquel día la palabra que
se les predico los juzgara: “Al que oye mis palabras, y no las guarda,
yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.
El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra
que he hablado, ella le juzgará en el día postrero”, (Juan 12:47-48). No obstante,
debemos creer en el poder de su palabra la cual tiene el poder para transformar
nuestro corazón y por medio de la fe en Cristo Jesús convertirnos en herederos
de la vida eterna: “Porque como desciende de los cielos la
lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace
germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será
mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo
quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”, (Isaías 55:10-11).
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Preciosa enseñanza. Dios les Bendiga.
ResponderBorrarBuen estudio Dios los bendiga!!
ResponderBorrarHermosa enseñanza, muchas gracias por compartir
ResponderBorrarExcelente explicación.. muchas bendiciones sigan adelante.. son de mucha bendición para el cuerpo de Cristo ☺️☺️
ResponderBorrarAgradecido hermano. Muy bien sintetizádo y me ha sido muy util. Muchas gracias
ResponderBorrarUn lenguaje sencillo que deja una poderosa enseñanza ❤️
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