“Otra
vez les dijo Jesús: Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis;
a donde yo voy, vosotros no podéis venir. Decían entonces los judíos: ¿Acaso se
matará a sí mismo, que dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir? Y les
dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo
no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque
si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú
quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho.
Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es
verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron
que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al
Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo,
sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo
está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.
Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él”.
Juan 8:21-30
INTRODUCCIÓN
Hoy
consideraremos otro pasaje un tanto complicado de comprender en este glorioso
evangelio donde se desprenden grandes enseñanzas espirituales para cada uno de
nosotros. Su riqueza tanto en contenido teológico como el entender el significado
etimológico de las palabras en griego nos enseña mucho acerca de la diferencia
que hay entre nosotros y Dios, y lo que necesitamos para ser parte de su
glorioso reino. Para este momento Jesús aún se encuentra en el Templo judío, en
la ciudad de Jerusalén, y sus palabras no solo son dirigidas a las personas que
allí se habían congregado para celebrar el último día de la fiesta de los
tabernáculos, sino también hacen eco en los dirigentes religiosos que los
acompañaban. En estas palabras podemos ver la diferencia abismal que había
entre Jesús y estos religiosos, ya que nuestro Señor era de una naturaleza
diferente y de un mundo diferente.
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Dos naturalezas y dos mundos diferentes |
DOS NATURALEZAS DIFERENTES
“Otra
vez les dijo Jesús: Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis;
a donde yo voy, vosotros no podéis venir. Decían entonces los judíos: ¿Acaso se
matará a sí mismo, que dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir?”.
Juan 8:21-22
En
primer lugar vemos la diferencia que había entre estos religiosos y nuestro
Señor Jesucristo y esta diferencia radica en el pecado: Otra vez les dijo Jesús: Yo me voy, y me
buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis
venir. Jesús les decía a estos hombres que se iría y lo buscarían
pero al lugar que iba no lo podía seguir por causa de su pecado.
Definitivamente estaba hablando de su partida al Padre, después de su
resurrección, pero estos hombres no podrían entrar al cielo por causa de sus
pecados. La palabra pecado viene del griego jamartía
(ἁμαρτία),
y literalmente significa errar el blanco, y esto es el pecado, es errar el
blanco correcto en nuestra vida y este error se paga en el infierno. El pecado
hace la gran diferencia entre nosotros y Dios ya que nos aleja de su presencia.
Cuando Adán peco se escondió de la presencia de Dios debido a su condición de
pecador: “Y
oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el
hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los
árboles del huerto. Más Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás
tú?”, (Génesis 3:8-9). Hoy en día Jesús nos ofrece la salvación de
nuestros propios pecados porque si morimos en ellos iremos al infierno: “Por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”, (Romanos
3:23-24). Esta bendita salvación también nos proporciona una nueva naturaleza,
una espiritual que nos convierte en hijos de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”,
(Juan 1:12). Aquellos religiosos no comprendieron las palabras de Jesús, no
entendían que la naturaleza de Él era santa y espiritual, mientras que ellos
eran dominados por su naturaleza pecaminosa y por ello creyeron que Jesús se
estaba refiriendo a su suicidio cuando lo cierto es que hablaba del momento de
su partida al Padre: Decían entonces los judíos: ¿Acaso se matará a sí mismo, que
dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir?
DOS MUNDOS DIFERENTES
“Y les
dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo
no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque
si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”.
Juan 8:23-24
Otra
diferencia contundente entre estos religiosos y Jesús era el mundo al cual
pertenecían. Jesús estaba en el mundo, pero no era de él, sino venia de arriba,
del cielo: Y les
dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo
no soy de este mundo. La palabra griega que Juan utiliza aquí para
mundo es kósmos (κόσμος)
y dependiendo del contexto se usa para refiere a las personas como en Juan
3:16, o al sistema donde vivimos. En este caso se refiere no tanto al lugar
geográfico y natural donde vivimos, sino a este sistema de pensamientos,
creencias y practicas pecaminosas que ofenden a Dios. El apóstol Juan
desarrolla toda una teología en cuanto al concepto de mundo, por ejemplo, este
mundo no le conoce: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el
mundo no le conoció”, (Juan 1:10). Tampoco este mundo no puede
recibir al Espíritu Santo: “El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir,
porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con
vosotros, y estará en vosotros”, (Juan 14:17). Y este mundo
realmente odia a Cristo y a sus seguidores: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido
antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero
porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os
aborrece”, (Juan 15:18-19). El mismo Jesús afirmo no ser de este
mundo, sino de uno espiritual: “Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino
fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a
los judíos; pero mi reino no es de aquí”, (Juan 18:36). Hoy en día
debemos estar claros que los cristianos no somos de este mundo, aunque vivimos
en él no debemos compartir sus prácticas pecaminosas, sino nuestros principios
deben ser los bíblicos: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si
alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en
el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos;
pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”, (1
Juan 2:15-17). El mismo Jesús que nos salvó oro en el huerto de Getsemaní para
que fuésemos uno con Él y no de este mundo: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque
no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del
mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al
mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo,
para que también ellos sean santificados en la verdad”, (Juan
17:14-19). Jesús vino a este mundo a salvarnos de nuestros pecados porque hay
un lugar celestial que espera por nosotros, pero aquellos hombres no creyeron y
por eso fueron condenados: Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si
no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.
LA CEGUERA ESPIRITUAL DE LOS HOMBRES DE ESTE MUNDO
“Entonces
le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio
os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me
envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no
entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis
levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago
por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me
envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo
que le agrada. Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él”.
Juan 8:25-30
El
versículo 25 de este evangelio constituye un desafío para la mayoría de traductores
bíblicos, de hecho para muchos traductores del griego este versículo es uno de
los más difíciles de traducir en todo el Nuevo Testamento. Por ejemplo, algunas
versiones lo traducen como la Reina Valera: Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo:
Lo que desde el principio os he dicho; mientras que otras versiones
como la NVI lo traducen de la siguiente forma: “¿Quién eres tú? —le preguntaron. —En primer
lugar, ¿qué tengo que explicarles? —Contestó Jesús—”. Ante la
declaración de Jesús estos hombres se atrevieron a preguntarle quién era, lo
cual era irónico porque desde el principio de su ministerio viene repitiéndolo:
Lo que desde el
principio os he dicho, o como lo dice la NVI Jesús se lo respondería
en forma de otra pregunta, porque la primera era necia: En primer lugar, ¿qué tengo que explicarles? Desde
antes ya les había explicado que Él era el Mesías, el pan de Dios, el Hijo de
Dios y había realizado muchas señales de las cuales ya vimos cuatro en este
evangelio, pero no habían creído por lo que tendría que juzgarlos en el día del
juicio porque sus palabras eran verdaderas y lo había enviado el Padre: Muchas cosas tengo
que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que
he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron que les hablaba del
Padre. Sin embargo, Jesús les deja una pequeña esperanza a estos
hombres incrédulos, y es la oportunidad de creer en todas sus palabras después
de su muerte. Después de la muerte de Cristo, se dieron la señal de su
resurrección la cual es la confirmación más contundente que los cristianos
tenemos en cuanto a la veracidad de las palabras de Jesús: Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado
al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí
mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió,
conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le
agrada. A pesar que aquellos religiosos no creyeron en Jesús y se
quedaron condenados en sus pecados, hubo otros que si creyeron y alcanzaron por
la fe el perdón de pecado, así como hoy nosotros creemos en sus palabras y por
medio de su sacrificio hemos llegado a ser salvos y somos constituidos hijos de
Dios y provistos de una nueva naturaleza y herederos de un reino celestial.
Muy buena ensenanza .gloria a DIOS.
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