“Una
iglesia que devasta, que ampara a prostitutas, mozalbetes licenciosos y
ladrones, y en cambio persigue a los buenos y perturba la vida cristiana no
está impulsada por la religión sino por el diablo, al que no solo se le puede
sino que se le debe hacer frente”.
Girolamo Savonarola
Camino hacia la Reformada |
“Pero
a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa
doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás,
yo os digo: No os impondré otra carga; pero lo que tenéis, retenedlo hasta que
yo venga”.
Apocalipsis
2:24-25
La
Edad Media está por terminar y una densa capa de oscuridad se había extendido
por todo el mundo, reinaba la anarquía religiosa, reyes y príncipes gobernaban
bajo el dominio supersticioso de la Iglesia Católica y los pocos que se
atrevían a desafiarla eran condenados a persecución y muerte en manos de los
verdugos de la Santa Inquisición. Sin embargo, en este mundo de oscuridad la
luz del evangelio no se apagó, sino aun en los últimos años de este periodo
Dios levanto hombres que no toleraron estas doctrinas heréticas y retuvieron la
verdad hasta el fin de sus días siendo así los albores de un movimiento que
transformaría el mundo completamente. Denominamos con el nombre de Camino hacia la
Reforma al periodo de tiempo de la historia eclesiástica que abarca los últimos
200 años de la Edad Media que pusieron los primeros cimientos para la Reforma
protestante. Si bien este periodo aun pertenece a la Iglesia de la Edad
Media, vale la pena hacer un paréntesis dentro de este periodo, espacialmente
por aquellos hombres que pusieron los fundamentos y principios para iniciar el
periodo de la gran Reforma protestante que cambio completamente la historia de
la humanidad y dio un golpe fatal al reino de confusión que Satanás había
establecido. Veremos en este periodo de no más de 200 años las vidas destacadas
de tres hombres que desafiaron la tiranía religiosa de su tiempo y se
atrevieron a proclamar el verdadero mensaje del evangelio de Jesucristo.
JUAN WYCLIFFE: LA ESTRELLA MATUTINA DE LA REFORMA
“Se
me ha acusado de esconder, bajo una máscara de santidad, la hipocresía, el odio
y el rencor. Me temo, y con dolor confieso, que tal cosa me ha acaecido con
harta frecuencia”.
Juan
Wycliffe
Este
célebre reformador, llamado «La Estrella Matutina de la Reforma»,
nació alrededor del año 1324, durante el reinado de Eduardo II. De su familia
no tenemos información cierta. Sus padres lo designaron para la Iglesia, y lo
enviaron a Queen's College, en Oxford, que había sido fundado por entonces por
Robert Eaglesfield, confesor de la Reina Felipa. Pero al no ver las ventajas
para el estudio que esperaba en aquel establecimiento nuevo, pasó al Merton
College, que era entonces considerado como una de las instituciones más
eruditas de Europa. Lo primero que lo hizo destacar en público fue su defensa
de la universidad contra los frailes mendicantes, que para este tiempo, desde
su establecimiento en Oxford en 1230, habían sido unos vecinos enojosos para la
universidad. Se fomentaban de continuo las riñas; los frailes apelaban al Papa,
y los académicos a la autoridad civil; a veces prevalecía un partido, a veces
el otro. Los frailes llegaron a encariñarse mucho con el concepto de que Cristo
era un mendigo común; que sus discípulos también lo fueron; y que la mendicidad
era una institución evangélica. Esta doctrina la predicaban desde los púlpitos
y en los lugares donde tuvieran acceso. Wycliffe había menospreciado durante
mucho tiempo a estos frailes por la pereza con que se desenvolvían, y ahora
tenía una buena oportunidad para denunciarlos. Publicó un tratado en contra de
la mendicidad de personas capaces, y demostró que no sólo eran un insulto a la
religión, sino también a la sociedad humana. La universidad comenzó a
considerarlo como uno de sus principales campeones, y pronto fue ascendido a
maestro de Baliol College.
Juan Wycliffe |
Alrededor de este tiempo, el Arzobispo Islip fundó Canterbury Hall, en Oxford, donde estableció a un rector y once académicos. Y fue Wycliffe el escogido por el arzobispo para el rectorado, pero al morir éste, su sucesor Stephen Langham, obispo de Ely, lo depuso. Como en esto hubo una flagrante injusticia, Wycliffe apeló al Papa, que posteriormente dio sentencia en su contra por la siguiente causa: Eduardo III, que era rey de Inglaterra, había retirado el tributo que desde el tiempo del Rey Juan se había pagado al Papa. El Papa amenazó; Eduardo entonces convocó un Parlamento. El Parlamento resolvió que el Rey Juan había cometido un acto ilegal, y entregado los derechos de la nación, y aconsejó al rey a que no se sometiera, fueran cuales fueran las consecuencias. El clero comenzó ahora a escribir en favor del Papa, y un erudito monje publicó un animoso y plausible tratado, que tenía muchos defensores. Wycliffe, irritado al ver una causa tan mala tan bien defendida, se opuso al monje, y ello de forma tan magistral, que ya no se consideraron sus argumentos como irrefutables. De inmediato perdió su causa en Roma, y nadie abrigaba ninguna duda de que era su oposición al Papa en un momento tan crítico la causa verdadera de que no se le hiciera justicia en Roma. Wycliffe fue después escogido a la cátedra de teología, y ahora quedó plenamente convencido de los errores de la Iglesia de Roma y de la vileza de sus agentes monásticos, y decidió denunciarlos. En conferencias públicas fustigaba sus vicios y se oponía a sus insensateces. Expuso una variedad de abusos cubiertos por las tinieblas de la superstición. Al principio comenzó a deshacer los prejuicios del vulgo, y siguió con lentos avances; junto a las disquisiciones metafísicas de la época mezcló opiniones teológicas aparentemente novedosas. Las usurpaciones de la corte de Roma eran un tema favorito suyo. Acerca de éstas se extendía con toda la agudeza de su argumento, unidas con su razonamiento lógico. Esto pronto hizo clamar al clero, que, por medio del arzobispo de Canterbury, le privaron de su cargo. Para este tiempo, la administración de interior estaba a cargo del duque de Lancaster, bien conocido por el nombre de Juan de Gaunt. Este príncipe tenía unos conceptos religiosos muy libres, y estaba enemistado con el clero. Habiendo llegado a ser muy gravosas las exacciones de la corte de Roma, decidió enviar al obispo de Bangor y a Wycliffe para que protestaran contra tales abusos, y se acordó que el Papa ya no podía disponer de ningunos beneficios pertenecientes a la Iglesia de Inglaterra. En esta embajada, la observadora mente de Wycliffe penetró en los entresijos de la constitución y política de Roma, y volvió más decidido que nunca a denunciar su avaricia y ambición.
Wycliffe sometido a interrogatorio en Lambeth |
Habiendo recuperado su anterior situación, comenzó a denunciar al Papa en sus conferencias sus usurpaciones, su pretendida infalibilidad, su soberbia, su avaricia y su tiranía. Fue el primero en llamar Anticristo al Papa. Del Papa pasaba a la pompa, el lujo y las tramas de los obispos, y los contrastaba con la sencillez de los primeros obispos. Sus supersticiones y engaños eran temas que presentaba con energía de mente y con precisión lógica. Gracias al patronazgo del duque de Lancaster, Wycliffe recibió un buen puesto, pero tan pronto estuvo instalado en su parroquia que sus enemigos y los obispos comenzaron a hostigarle con renovado vigor. El duque de Lancaster fue su amigo durante esta persecución, y por medio de su presencia y la de Lord Percy, conde mariscal de Inglaterra, predominó de tal manera en el juicio que todo acabó de manera desordenada. Después de la muerte de Eduardo III le sucedió su nieto Ricardo II, con sólo once años de edad. Al no conseguir el duque de Lancaster ser el único regente, como esperaba, comenzó su poder a declinar, y los enemigos de Wycliffe, aprovechándose de esta circunstancia, renovaron sus artículos de acusación en su contra. Consiguientemente, el Papa despachó cinco bulas al rey y a ciertos obispos, pero la regencia y el pueblo manifestaron un espíritu de menosprecio ante la altanera manera de proceder del pontífice, y necesitando éste dinero para entonces oponerse a una inminente invasión de los franceses, propusieron aplicar una gran suma de dinero, recogida para el Papa, para este propósito. Sin embargo, esta cuestión fue sometida a la decisión de Wycliffe. Sin embargo, los obispos, que apoyaban la autoridad del Papa, insistían en someter a Wycliffe a juicio, y estaba ya sufriendo interrogatorios en Lambeth cuando, por causa de la conducta amotinada del pueblo fuera, y atemorizados por la orden de Sir Lewis Clifford, un caballero de la corte, en el sentido de que no debían decidirse por ninguna sentencia definitiva, terminaron todo el asunto con una prohibición a Wycliffe de predicar aquellas doctrinas que fueran repugnantes para el Papa; pero el reformador la ignoró, pues yendo descalzo de lugar en lugar, y en una larga túnica de tejido basto, predicaba más vehemente que nunca. En el año 1378 surgió una contienda entre dos Papas, Urbano VI y Clemente VII, acerca de cuál era el Papa legítimo, el verdadero vicario de Cristo. Este fue un período favorable para el ejercicio de los talentos de Wycliffe: pronto produjo un tratado contra el papado, que fue leído de buena gana por toda clase de gente. Para el final de aquel año, Wycliffe cayó enfermo de una fuerte dolencia, que se temía pudiera resultar fatal. Los frailes mendicantes, acompañados por cuatro de los más eminentes ciudadanos de Oxford, consiguieron ser admitidos a su dormitorio, y le rogaron que se retractara, por amor de su alma, de las injusticias que había dicho acerca del orden de ellos. Wycliffe, sorprendido ante éste solemne mensaje, se recostó en su cama, y con un rostro severo dijo: “No moriré, sino que viviré para denunciar las maldades de los frailes”. Cuando Wycliffe se recuperó se dedicó a una tarea sumamente importante: la traducción de la Biblia al inglés. Antes de la aparición de esta obra, publicó un tratado, en el que exponía la necesidad de la misma. El celo de los obispos por suprimir las Escrituras impulsó enormemente su venta, y los que no podían procurarse una copia se hacían transcripciones de Evangelios o Epístolas determinadas. Posteriormente, cuando los lolardos (se cree que fue un grupo de enseñaba las doctrinas de Wycliffe, un término despectivo que sus enemigos les aplicaron, y que se deriva de una palabra holandesa que quiere decir “murmuradores” fueron aumentando en número, y se encendieren las hogueras, se hizo costumbre atar al cuello del hereje condenado aquellos fragmentos de las Escrituras que se encontraran en su posesión, y que generalmente seguían su suerte. Inmediatamente después de esto, Wycliffe se aventuró un paso más, y atacó la doctrina de la transubstanciación. Esta extraña opinión fue inventada por Paschade Radbert, y enunciada con un asombroso atrevimiento. Wycliffe, en su lectura ante la Universidad de Oxford en 1381 atacó esta doctrina, y publicó un tratado acerca de ella. El doctor Barton, que era en aquel tiempo vicecanciller de Oxford, convocó a las cabezas de la universidad, condenó las doctrinas de Wycliffe como heréticas, y amenazó a su autor con la excomunión. Wycliffe al no conseguir ningún apoyo del duque de Lancaster, y llamado a comparecer ante su anterior adversario, William Courteney, ahora arzobispo de Canterbury, se refugió bajo el alegato de que él, como miembro de la universidad, estaba fuera de la jurisdicción episcopal. Este alegato le fue admitido, por cuanto la universidad estaba decidida a defender a su miembro.
El tribunal se reunió en el día
señalado, al menos para juzgar sus opiniones, y algunas fueron condenadas como
erróneas, y otras como heréticas. La publicación acerca de esta cuestión fue
inmediatamente contestada por Wycliffe, que había venido a ser el blanco de la
decidida inquina del arzobispo. El rey, a petición del obispo, concedió una
licencia para encarcelar al maestro de herejía, pero los comunes hicieron que
el rey revocara esta acción como ilegal. Sin embargo, el primado obtuvo cartas
del rey ordenando a la Universidad de Oxford que investigara todas las herejías
y los libros que Wycliffe había publicado; como consecuencia de esta orden hubo
un tumulto en la universidad. Se supone que Wycliffe se retiró de la tormenta a
un lugar oscuro del reino. Pero las semillas habían sido sembradas, y las
opiniones de Wycliffe estaban tan difundidas que se dice que si uno veía a dos
personas en un camino, podía estar seguro de que una era un lolardo. Durante
este período prosiguieron las disputas entre los dos papas. Urbano publicó una
bula en la que llamaba a todos los que tuvieran consideración alguna por la
religión a que se esforzaran en su causa, y a que tomaran armas contra Clemente
y sus partidarios en defensa de la santa sede. Una guerra en la que se
prostituía de manera tan vil el nombre de la religión despertó el interés de Wycliffe,
incluso en su ancianidad. Tomó otra vez la pluma, y escribió en contra de ella
con la mayor acritud. Reprendió al Papa con la mayor libertad, y le preguntó: "¿Cómo
osáis hacer del emblema de Cristo en la cruz que es la prenda de la paz, de la
misericordia y de la caridad una bandera que nos lleve a matar a hombres
cristianos por amor a dos falsos sacerdotes, y a oprimir a la cristiandad de
manera peor que Cristo y Sus apóstoles fueron oprimidos por los judíos? ¿Cuándo
el soberbio sacerdote de Roma concederá indulgencias a la humanidad para vivir
en paz y caridad, como lo hace ahora para que luchen y se maten entre sí?".
Este severo escrito le atrajo el resentimiento de Urbano, y hubiera podido
envolverlo en mayores inquietudes que las que había experimentado hasta
entonces. Pero fue providencialmente librado de sus manos. Cayó víctima de una
parálisis, y aunque vivió un cierto tiempo, estaba de tal manera que sus
enemigos consideraron como resultado de su resentimiento. Wycliffe volvió tras
un breve espacio de tiempo, bien de su destierro, bien de algún lugar en el que
hubiera estado guardado en secreto, y se reintegró a su parroquia de
Lutterworth, donde era párroco; allí, abandonando apaciblemente esta vida
mortal, durmió en paz en el Señor, al final del año 1384, en el día de
Silvestre.
Exhumación del cuerpo de Wycliffe |
Tan impactante fue la influencia de los
escritos y enseñanzas de Wycliffe que 41 años después de su muerte, el clérigo
católico decidió exhumar su cuerpo y convertirlo en polvo y cenizas, arrojarlas
al rio, con el objetivo de callar sus enseñanzas que aun después de muerto
seguían presentes entre las personas de su tiempo. Y así fue transformado en
tres elementos: tierra, fuego y agua, pensando que así extinguían y abolían el
nombre y la doctrina de Wycliffe para siempre. No muy diferente del ejemplo de
los antiguos fariseos y vigilantes del sepulcro, que tras haber llevado al
Señor a la tumba, pensaron que lograrían asegurar que no resucitara. Pero estos
y todos los demás han de saber que así como no hay consejo contra el Señor,
tampoco puede suprimirse la verdad, sino que rebrotará y renacerá del polvo y
de las cenizas, tal como sucedió en verdad con este hombre; porque aunque
exhumaron su cuerpo, quemaron sus huesos y ahogaron sus cenizas, sin embargo, no
pudieron quemar la palabra de Dios y la verdad de su doctrina, ni el fruto y
triunfo de la misma.
JUAN HUSS EL GANSO DE DIOS
“Prefiero
herirlos con la verdad que matarlos con la mentira”.
Juan
Huss
Los
pontífices romanos, que habían usurpado el poder sobre varias iglesias, fueron
particularmente severos con los bohemios, hasta el punto de que les enviaron
dos ministros y cuatro laicos a Roma, en el año 997, para obtener peticiones
del Papa. Después de algún retardo, les fue concedida su petición, y solucionada
la situación. Se les permitieron dos cosas en particular: tener el servicio
divino en su propia lengua, y que el pueblo pudiera participar de la copa en el
Sacramento. Sin embargo, las disputas volvieron a renacer, intentando los
siguientes Papas por todos sus medios imponerse sobre las mentes de los
bohemios, y estos, animosamente, tratando de preservar sus libertades
religiosas. En el año 1375, algunos celosos amigos del Evangelio apelaron a
Carlos, rey de Bohemia, para que convocara un Concilio Ecuménico para hacer una
indagación en los abusos que se habían introducido en la Iglesia, y para llevar
a cabo una reforma plena y exhaustiva. El rey, que no sabía cómo proceder,
envió al Papa una comunicación pidiéndole consejo acerca de cómo proceder; pero
el pontífice se sintió tan indignado ante este asunto que su única contestación
fue: "Castigad severamente a estos desconsiderados y profanos
herejes". El monarca, por ello,
desterró a todos los que estaban implicados en esta solicitud, y, para halagar
al Papa, impuso un gran número de restricciones adicionales sobre las
libertades religiosas del pueblo. Las víctimas de la persecución, sin embargo,
no fueron tan numerosas en Bohemia sino hasta después de la quema de Juan Huss
y de Jerónimo de Praga. Estos dos eminentes reformadores fueron condenados y
ejecutados a instigación del Papa y de sus emisarios, como el lector verá por
la lectura de los siguientes breves bosquejos de sus vidas.
Juan Huss |
Juan Huss nació en Hussenitz, un pueblo
de Bohemia, alrededor del año 1380. Sus padres le dieron la mejor educación que
le permitían sus circunstancias; y habiendo adquirido un buen conocimiento de
los clásicos en una escuela privada, pasó a la universidad de Praga, donde
pronto dio pruebas de su capacidad intelectual, y donde se destacó por su
diligencia y aplicación al estudio. En 1398, Huss alcanzó el grado de bachiller
en divinidad, y después fue sucesivamente elegido pastor de la Iglesia de
Belén, en Praga, y decano y rector de la universidad. En estas posiciones
cumplió sus deberes con gran fidelidad, y al final se destacó de tal manera por
su predicación, que se conformaba a las doctrinas de Wycliffe, que no era
probable que pudiera escapar a la atención del Papa y de sus partidarios,
contra los que predicaba con no poca aspereza. El reformista inglés Wycliffe
había encendido de tal manera la luz de la reforma, que comenzó a iluminar los
rincones más tenebrosos del papado y de la ignorancia. Sus doctrinas se
esparcieron por Bohemia, y fueron bien recibidas por muchas personas, pero por
nadie tan en particular como por Juan Huss y su celoso amigo y compañero de
martirio, Jerónimo de Praga. El arzobispo de Praga, al ver que los reformistas
aumentaban a diario, emitió un decreto para suprimir el esparcimiento continuo
de los escritos de Wycliffe; pero esto tuvo un efecto totalmente contrario al
esperado, porque sirvió de estímulo para el celo de los amigos de estas
doctrinas, y casi toda la universidad se unió para propagarlas. Estrecho
adherente de las doctrinas de Wycliffe, Huss se opuso al decreto del arzobispo,
que sin embargo consiguió una bula del Papa, que le encargaba impedir la
dispersión de las doctrinas de Wycliffe en su provincia. En virtud de esta
bula, el arzobispo condenó los escritos de Wycliffe; también procedió contra
cuatro doctores que no habían entregado las copias de aquel teólogo, y les
prohibieron, a pesar de sus privilegios, predicar a congregación alguna. El
doctor Huss, junto con algunos otros miembros de la universidad, protestó
contra estos procedimientos, y apelaron contra la sentencia del arzobispo. Al
saber el Papa la situación, concedió una comisión al Cardenal Colonna, para que
citara a Juan Huss para que compareciera personalmente en la corte de Roma,
para que respondiera de la acusación que había sido presentada en contra suya
de predicar errores y herejías. El doctor Huss pidió que se le excusara de
comparecer personalmente, y era tan favorecido en Bohemia que el Rey Wenceslao,
la reina, la nobleza y la universidad le pidieron al Papa que dispensaran su
comparecencia; también que no dejara que el reino de Bohemia estuviera bajo
acusación de herejía, sino que se les permitiera predicar el Evangelio con
libertad en sus lugares de culto.
Monumento de Juan Huss en Praga |
Tres procuradores comparecieron ante el
Cardenal Colonna en representación del doctor Huss. Trataron de excusar su
ausencia, y dijeron que estaban dispuestos a responder en su lugar. Pero el
cardenal declaró contumaz a Huss, y por ello lo excomulgó. Los procuradores
apelaron al Papa, y designaron a cuatro cardenales para que examinaran el
proceso. Estos comisionados confirmaron la sentencia, y extendieron la
excomunión no sólo a Huss sino también a todos sus amigos y seguidores. Huss
apeló contra esta sentencia a un futuro Concilio, pero sin éxito; y a pesar de
la severidad del decreto y de la consiguiente expulsión de su iglesia en Praga,
se retiró a Hussenitz, su pueblo natal, donde siguió propagando su nueva
doctrina, tanto desde el púlpito como con su pluma. Las cartas que escribió en
este tiempo fueron muy numerosas; y recopiló un tratado en el que mantenía que
no se podía prohibir de manera absoluta la lectura de los libros de los
reformistas. Escribió en defensa del libro de Wycliffe acerca de la Trinidad, y
se manifestó abiertamente en contra de los vicios del Papa, de los cardenales y
del clero de aquellos tiempos corrompidos. Escribió asimismo muchos otros
libros, todos los cuales redactó con una fuerza argumental que facilitaba
enormemente la difusión de sus doctrinas. En el mes de noviembre de 1414 se
convocó un Concilio general en Constanza, Alemania, con el único propósito,
como se pretendía, de decidir entre una disputa que estaba entonces pendiente
entre tres personas que contendían por el papado; pero su verdadero motivo era
aplastar el avance de la Reforma. Juan Huss fue llamado a comparecer delante de
este Concilio; para alentarle, el emperador le envió un salvoconducto. Las
cortesías e incluso la reverencia con que Huss se encontró por el camino eran
inimaginables. Por las calles que pasaba, e incluso por las carreteras, se
apiñaba la gente a las que el respeto, más que la curiosidad, llevaba allí. Fue
llevado a la ciudad en medio de grandes aclamaciones, y se puede decir que pasó
por Alemania en triunfo. No podía dejar de expresar su sorpresa ante el trato
que se le dispensaba. “Pensaba yo (dijo)
que era un
proscrito. Ahora veo que mis peores enemigos están en Bohemia”. Tan
pronto como Huss llegó a Constanza, tomó un alojamiento en una parte alejada de
la ciudad. Poco después de su llegada, vino un tal Stephen Paletz, que había
sido contratado por el clero de Praga para presentar las acusaciones en su
contra. A Paletz se unió posteriormente Miguel de Cassis, de parte de la corte
de Roma. Estos dos se declararon sus acusadores, y redactaron un conjunto de
artículos contra él, que presentaron al Papa y a los prelados del Concilio. Cuando
se supo que estaba en la ciudad, fue arrestado inmediatamente, y constituido
prisionero en una cámara en el palacio. Esta violación de la ley común y de la
justicia fue observada en panicular por uno de los amigos de Huss, que adujó el
salvoconducto imperial; pero el Papa replicó que él nunca había concedido
ningún salvoconducto, y que no estaba atado por el del emperador. Mientras Huss
estuvo encerrado, el Concilio actuó como Inquisición. Condenaron las doctrinas
de Wycliffe, e incluso ordenaron que sus restos fueran exhumados y quemados,
órdenes que fueron estrictamente cumplidas. Mientras tanto, la nobleza de
Bohemia y Polonia intercedió intensamente por Huss, y prevalecieron hasta el
punto de que se impidió que fuera condenado sin ser oído, cosa que había sido
la intención de los comisionados designados para juzgarle.
Juan Hus ante el Concilio |
Cuando le hicieron comparecer delante
del Concilio, se le leyeron los artículos redactados contra él; eran alrededor
de unos cuarenta, mayormente extraídos de sus escritos. La respuesta de Juan
Huss fue: “Apelé
al Papa, y muerto él, y no habiendo quedado decidida mi causa, apelé asimismo a
su sucesor Juan XXIII, y no pudiendo lograr mis abogados que me admitiera en su
presencia para defender mi causa, apelé al sumo juez, Cristo”. Habiendo
dicho Huss estas cosas, se le preguntó si había recibido la absolución del Papa
o no. El respondió: "No". Luego, cuando se le preguntó si era legítimo
que apelara a Cristo, Juan Huss respondió: “En verdad que afirmo aquí delante de todos vosotros que
no hay apelación más justa ni más eficaz que la que se hace a Cristo, por
cuanto la ley determina que apelar no es otra cosa que cuando ha habido la
comisión de un mal por parte de un juez inferior, se implora y pide ayuda de
manos de un Juez superior. ¿Y quién es mayor Juez que Cristo? ¿Quién, digo yo,
puede conocer o juzgar la cuestión con mayor justicia o equidad? Pues en Él no
hay engaño, ni Él puede ser engañado por nadie; ¿y acaso puede alguien dar
mejor ayuda que Él a los pobres y a los oprimidos?”. Mientras Juan
Huss, con rostro devoto y sobrio, hablaba y pronunciaba estas palabras, estaba
siendo ridiculizado y escarnecido por todo el Concilio. Estas excelentes
expresiones fueron consideradas como manifestaciones de traición, y tendieron a
inflamar a sus adversarios. Por ello, los obispos designados por el concilio le
privaron de sus hábitos sacerdotales, lo degradaron, le pusieron una mitra de
papel en la cabeza con demonios pintados en ella, con esta expresión: "Cabecilla de herejes". Al ver
esto, él dijo:
“Mi Señor Jesucristo, por mi causa, llevó una corona de espinas. ¿Por qué no
debería yo, entonces, llevar esta ligera corona, por ignominiosa que sea? En
verdad que la llevaré, y de buena gana”. Cuando se la pusieron en su
cabeza, el obispo le dijo: “Ahora encomendamos tu alma al demonio”. “¡Pero yo, -dijo Juan Huss, levantando
sus ojos al cielo-, la encomiendo en tus manos, oh Señor Jesucristo! Mi
espíritu que Tú has redimido”. Cuando lo ataron a la estaca con la
cadena, dijo, con rostro sonriente: “Mi Señor Jesús fue atado con una cadena más dura que
ésta por mi causa; ¿por qué debería avergonzarme de ésta tan oxidada?”.
Cuando le apilaron la leña hasta el cuello, el duque de Baviera estuvo muy
solícito con él deseándole que se retractara. “No,- le dijo Huss- nunca he
predicado ninguna doctrina con malas tendencias, y lo que he enseñado con mis
labios lo sellaré ahora con mi sangre”. Luego le dijo al verdugo: “Vas a asar un
ganso (siendo que Huss significa ganso en lengua bohemia), pero dentro de
un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás ni asar ni hervir”. Si dijo una profecía, debía referirse a Martín
Lutero, que apareció al cabo de unos cien años, y en cuyo escudo de armas
figuraba un cisne. Finalmente aplicaron el fuego a la leña, y entonces nuestro
mártir cantó un himno con voz tan fuerte y alegre que fue oído a través del
crepitar de la leña y del fragor de la multitud. Finalmente, su voz fue
acallada por la fuerza de las llamas, que pronto pusieron fin a su existencia. Entonces,
con gran diligencia, reuniendo las cenizas las echaron al río Rhin, para que no
quedara el más mínimo resto de aquel hombre sobre la tierra, cuya memoria, sin
embargo, no podrá quedar abolida de las mentes de los piadosos, ni por fuego,
ni por agua, ni por tormento alguno.
Martirio de Juan Huss |
GIROLAMO SAVONAROLA
“Dejad
que el abismo de mis pecados se disuelvan ante el abismo del perdón”.
Girolamo
Savonarola
Girolamo
Savonarola, conocido también como Jerónimo Savonarola, nació en Ferrera, Italia
el 21 de septiembre de 1452 y murió en Florencia, 23 de mayo de 1498. Ha
llegado a ser considerado como uno de los grandes precursores de la Reforma
protestante. De su vida Orlando Boyer nos comenta: “Jerónimo era el tercero de la familia
Savonarola. Sus padres eran personas cultas y mundanas, y gozaban de mucha
influencia. Su abuelo paterno era un famoso médico de la corte del duque de
Ferrara, y los padres de Jerónimo deseaban que su hijo llegase a ocupar el
lugar del abuelo. En el colegio fue un alumno que se distinguió por su
aplicación. Sin embargo, los estudios de la Filosofía de Platón, así como de
Aristóteles, solo consiguieron envanecerlo. Sin duda alguna, fueron los
escritos del célebre hombre de Dios, Tomás de Aquino, lo que más influencia
ejerció en él, además de las propias escrituras, para que entregase enteramente
su corazón y su vida a Dios. Cuando aún era niño, tenía la costumbre de orar, y
a medida que fue creciendo, su fervor en la oración y el ayuno fue en aumento.
Pasaba muchas horas seguidas orando. La decadencia de la Iglesia, llena de toda
clase de vicios y pecados, el lujo y la ostentación de los ricos en contraste
con la profunda pobreza de los pobres, le afligían el corazón. Pasaba mucho
tiempo solo en los campos y a orillas del río Po, meditando y en contemplación
en la presencia de Dios, ya cantando, ya llorando, conforme a los sentimientos
que le ardían en el pecho. Siendo aún muy joven, Dios comenzó a hablarle en
visiones. La oración era su mayor consuelo; las gradas del altar, donde
permanecía postrado horas enteras, quedaban a menudo mojadas con sus lágrimas”.
Durante su juventud se llegó a enamorar de una joven de apellido Strozzi la
cual provenía de una familia noble de Florencia, sin embargo, por algún motivo
fue rechazados por los padres por razones que se ignoran y esto destrozo
profundamente su corazón, por lo que decidió incrementar más su búsqueda de
Dios y con el tiempo su pasión se encendió aún más al escuchar la predicación
de un monje agustino lo cual lo impulso a unirse a un convento, y así a sus 22
años de edad y sin el consentimiento de sus padres se une a la orden de los
dominicos en Bolonia donde su vida de oración y ayuno se incrementan.
Girolamo Savonarola |
Durante este tiempo la corrupción de las
autoridades eclesiásticas creció, sus papas eran hombros ambiciosos de poder y
riquezas, además de la idolatría que reinaba en aquel entonces. No obstante,
Savonarola se apartó de esta corrupción y se dedicó al estudio la lógica, la
filosofía de Platón y Aristóteles, pero lo que realmente le apasiono fueron los
escritos de Tomas de Aquino y en especial el estudio de las Sagradas Escrituras
en las cuales profundizo con mucha diligencia logrando así ver la extrema
decadencia y corrupción en la cual se encontraba inmersa la sociedad y
autoridades eclesiásticas. Pronto Savonarola comenzó a conocerse en su convento
por su gran entusiasmo y fuego al predicar, sintiendo que Dios lo había
transformado no para vivir aislado en un convento, sino para predicarle a una
sociedad necesita de una reforma religiosa. Después
de haber pasado siete años en el monasterio de Boloña, Savonarola se movió al convento
de San Marcos, en Florencia, donde vio la corrupción que se vivía en aquella
ciudad, luego un año después fue nombrado instructor de los novicios los cuales
quedaban sorprendidos de sus notables clases a tal punto que también atraía a
todos los frailes y personas que se impactaban de su manera de ensañar. Pronto
el aula donde impartía sus clases no fue capaz de albergar a tantas personas,
por lo que paso al jardín, luego el jardín se abarató y decidió hacerlo en la
iglesia de San Marcos, pero después esta no fue suficiente y decidieron darle
la catedral de Florencia. A pesar de tener a su disposición una excelente
biblioteca, Savonarola usaba cada vez más la Biblia como su libro de instrucción.
Durante este periodo su alma se inquietaba cada vez más por las advertencias de
Dios del día del juicio anunciado en apocalipsis, sus predicaciones denunciaban
el pecado de la sociedad y rápidamente fue conocido por su fuego y celo al
predicar. Se cuenta que con el tiempo recibió una visión donde los cielos se
abrieron, y delante de sus ojos pasaron todas las calamidades que sobrevendrán
a la Iglesia. Entonces le pareció oír una voz que desde el cielo le ordenaba
que anunciara todas esas cosas a la gente. Al respecto de esto Orlando Boyer nos
dice “Convencido
de que la visión era del Señor, comenzó nuevamente a predicar con voz de
trueno. Bajo una nueva unción del Espíritu Santo, sus sermones condenando el
pecado eran tan impetuosos, que muchos de los oyentes se quedaban aturdidos por
algún tiempo y sin deseos de hablar en las calles. Era común durante sus
sermones, oír resonar los sollozos y el llanto de la gente en la iglesia. En
otras ocasiones, tanto hombres como mujeres, de todas las edades y de todas las
clases sociales, rompían en vehemente llanto. El fervor de Savonarola en la
oración aumentaba día por día y su fe crecía en la misma proporción.
Frecuentemente, mientras oraba, caía en éxtasis. Cierta vez, estando sentado en
el púlpito, le sobrevino una visión que lo dejó inmóvil durante cinco horas;
mientras tanto su rostro brillaba, y los oyentes que estaban en la iglesia lo
contemplaban. En todas partes donde Savonarola predicaba, sus sermones contra
el pecado producían profundo terror. Los hombres más cultos comenzaron entonces
a asistir a sus predicaciones en Florencia; fue necesario realizarlas reuniones
en el Duomo, famosa catedral, donde continuó predicando durante ocho años. La
gente se levantaba a medianoche y esperaba en la calle hasta la hora en que
abrían la catedral”.
Savonarola predicando en Florencia |
En 1494 es nombrado prior de San Marcos
a sus 40 años de edad y decide intensificar sus esfuerzos por influir a través
del mensaje del evangelio en la sociedad para contrarrestar la decadencia moral
que reinaba en los conventos, sin embargo, no logro el apoyo de las autoridades
eclesiásticas de su tiempo, pero eso no lo desanimo ya que soñaba con impulsar
un movimiento reformador de carácter espiritual que comenzara en Italia y se
regara por todo el mundo. Durante este tiempo no dejo de predicar en contra de
la injusticia y corrupción papal y de los magistrados y gobernadores que no
tomaban en cuenta la situación de los pobres sino se beneficiaban a sí mismos,
amonestaba a los orgullosos y viciosos que no se sometían a Dios, aparte que
jamás rindió pleitesía a los gobernadores como lo hacían otros líderes
religiosos que vendían su voluntad por prestigio y dinero. El regente de
Florencia, Lorenzo de Médicis, quien realizaba generosas ofrendas al convento
de San Marcos se vio en muchas ocasiones amonestado por los sermones de
Savonarola, sin embargo, nunca cambio su predicación, ni con soborno ni con
amenazas. En cierta ocasión contrató al famoso predicador Fray Mariano para que
predicase contra Savonarola. Fray Mariano predicó un sermón, pero el pueblo no
le prestó atención a su elocuencia y astucia, por lo que no se atrevió a
predicar más. Durante este tiempo Savonarola profetizó que Lorenzo, el papa y
el rey de Nápoles iban a morir dentro de un año, lo que efectivamente sucedió. Se
cuenta que en su lecho de muerte Lorenzo manda a llamar a Savonarola para que
le ayudara a ganar la vida eterna, y este accedió después que fue suplicado a
tener misericordia del moribundo déspota. Cuando llego a la lujosa mansión rodeada
de ostento y artes que en nada consolaban el alma vacía de Lorenzo, Savonarola
le pidió de tuviese fe en la misericordia de Dios que podía salvarlo y que debía
restituir todo el daño que había hecho, a lo cual el moribundo acepto, pero
cuando Savonarola le agrego que tenía que dejar libre a Florencia de su tirano
legado este no acepto y dándole la espalda no contesto palabra alguna, y así murió
en plena condenación aquel tirano. A su muerte su hijo Pedro gobernó en
Florencia en su lugar el cual resulto ser peor que su padre. Con el tiempo
llegaron a acusar a Savonarola de un extremista fanático por condenar desde el
pulpito la corrupción política y religiosa, por predicar en contra de la vida
inmoral y libertina, no obstante, eso no lo detuvo, sino que focalizo su vida
en la oración, el ayuno y estudio de la palabra, algunos lo acusaron de querer
establecer una teocracia, pero lo único que promovía era la igualdad y justica
en el gobierno. Poco a poco sus predicaciones impactaban en la sociedad, muchos
después de oír sus sermones se apartaban a ciertos lugares de la ciudad o campo
a cantar himnos o meditar en pasajes bíblicos, muchos abandonaron sus pecados,
la usura también se vio reducida y en cierta ocasión la gente en completo arrepentimiento
llevo sus cosas de vanidad a la plaza para ser quemados. Así quemaron pelucas,
cuadros artísticos indecentes, libros anticristianos, cosméticos, máscaras de carnaval
y todo objeto considerado como vanidad. Debido a esta acción Savonarola fue
duramente criticado por las autoridades de promover la quema de libros y artes
del renacimiento que cuyo precio era incalculable, ignorando al mismo tiempo
que algunos autores como Miguel Ángel, Rafael, Paolino del Signoraccio y Bartolomeo della Porta le admiraban y algunos
eran sus discípulos. El ver representaciones artísticas que el mismo papa promovía
en sus catedrales, ya sea en esculturas o pinturas, de ángeles, apóstoles,
cupidos, dioses olímpicos, magia, astrología, y aun el mismo Cristo, todos
mezclados en una misma escena le parecía una abominación.
El ministerio de Savonarola ha sido
comparado por muchos con el de los profetas del Antiguo Testamento, no solo por
las ocasiones que profetizo ciertas situaciones que se cumplieron, sino por su
estilo de predicación que era un verdadero azote contra los líderes religiosos
y políticos corruptos, exhortaba a los tibios a acercarse más a Dios y
anunciaba el arrepentimiento de pecado. A la muerte del papa Inocencio VIII,
Alejandro VI lo sucede en el papado. Al principio intento sobornar a Savonarola
ofreciéndole el obispado de Florencia y otros méritos, pero lo rechazo, también
le ofreció el capelo cardenal, (un sombrero rojo), pero también lo rechazo
diciendo: “Yo
no quiero otro capelo que el del martirio, enrojecido con mi propia sangre”.
No quedaba duda que este fraile no tenía puesta la mirada en las riquezas y
vanidades de este mundo. Finalmente, al ver que Savonarola era insobornable y
que no se sujetaría a su papado decide excomulgarlo, y el 8 de Abril de 1498
una turba se dirige al convento de San Marcos para sacarlo a la fuerza matando
a todos aquellos que trataron a ayudar a Savonarola, pero él les pide que no
intervenga y dejen sus armas porque su hora había llegado. Estando en esta situación
el fraile dirige estas palabras: “Hijos míos; en presencia de Dios, hallándome delante de
la sagrada hostia, y ya con mis enemigos en el convento, confirmo ahora mi
doctrina. Lo que he dicho me ha venido de Dios, y Él me es testigo en el cielo
de que es verdad lo que digo. No me podía imaginar que toda la ciudad pudiera
haberse vuelto contra mi tan pronto; pero cúmplase la voluntad de Dios. Mi último
consejo para vosotros es este: Que vuestras armas sean la fe, la paciencia y la
oración. Os dejo angustiado y con dolor, para pasar a manos de mis enemigos. No
sé si me quitaran la vida; pero de esto estoy cierto, y es que muerto, podre
hacer por vosotros mucho más en el cielo de lo que jamás haya podido hace vivo
en la tierra”. Así cae Savonarola preso de sus enemigos y es llevado
por la plaza con las manos atadas por la espalda bajo la acusación de herejía, es
abofeteado, escupido e insultado por todos sus enemigos, y por orden papal es
torturado durante 42 días de una forma muy cruel y diabólica. Finalmente, el 22
de Mayo es condenado a muerte, tanto el cómo dos de sus amigos, y el 23 de Mayo
es conducido a su ejecución pronunciando las siguientes palabras: “Dejad que el
abismo de mis pecados se disuelvan ante el abismo del perdón”. Antes
de su ejecución fueron despojados de sus hábitos y los dejaron con una camisa
de lana y el obispo de Vaison tomo la mano de Savonarola y le dijo: “Yo te separo de
la Iglesia militante y de la Iglesia triunfante”, a lo que le respondió:
“Solo de la
militante, el otro está por encima de tus posibilidades”. Primero sus
dos amigos frailes son ahorcados en su presencia con el fin de agravar su dolor,
pero Savonarola sabía que su alma había pasado a mejor vida, después el verdugo
se acerca a él y así es ahorcado en presencia de toda la gente. Luego de estrangulados,
sus cuerpos son quemados y reducidos a cenizas las cuales son arrojadas al rio
Arno para impedir que sus seguidores las venerasen. Así partió de este mundo Girolamo
Savonarola, el 23 de Mayo 1494, a sus 45 años de edad, pero la hoguera de los
corruptos no pudo acallar el mensaje de arrepentimiento y fe en Jesucristo que
predicaba, la llama de la reforma estaba encendida y pronto estallaría la
Reforma protestante.
Martirio de Savonarola |
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