“Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren. Pero si los guía el Espíritu, no están bajo la ley. Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu”.
Gálatas
5:16-25 (NVI)
El Fruto del Espíritu: El Verdadero Carácter de un Cristiano |
INTRODUCCIÓN
El fruto
del Espíritu, ¿había escuchado hablar acerca de este tema? ¿Ya ha leído la
lista de 9 características que el apóstol Pablo nos relata en su carta a los Gálatas?
¿Sabia Ud. que este constituye un tema que todos los cristianos debemos
conocer? Hoy iniciaremos una nueva serie de estudios bajo el titulo del Fruto
del Espíritu, el cual es un tema de gran importancia porque en resumen nos habla
acerca del verdadero carácter que un cristiano tiene que reflejar en este
mundo. Por ello Jesús dijo: “Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo
da fruto malo. Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede
dar fruto bueno. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego.
Así que por sus frutos los conoceréis”. (Mateo 7:17-20, BAD). Aunque en su contexto
original, este texto nos ayuda a identificar a los falsos profetas, también podemos
aplicarlo para identificar a los verdaderos cristianos. En términos usuales, un
verdadero cristiano se reconoce por sus frutos, así como se espera que un árbol
bueno de buenos frutos, así se espera que el verdadero cristiano de buenos
frutos y estos son todas sus buenas obras, nuestro buen testimonio, nuestro
servicio a Dios y a los santos, y en general, nuestra vida de santificación.
Ahora bien, allá en Gálatas 5 el apóstol Pablo nos habla
del fruto del Espíritu el cual a través de 9 características describen como
debe ser la conducta de un cristiano. De entre muchas cosas, el ser humano se
diferencia uno de otro por su carácter. El carácter se define como el conjunto
de rasgos, cualidades o circunstancias que indican la naturaleza propia de una persona.
También se nos dice que el carácter de una persona es la forma de cómo
generalmente reacciona frente a una situación. John Maxwell nos dice que la
crisis no desarrolla necesariamente el carácter, pero si lo revela. Como
cristianos debemos preocuparnos por nuestro carácter ya que los ojos de todo el
mundo están sobre nosotros y como hijos de Dios se espera que seamos luz en
medio de las tinieblas. Nuestro testimonio es importantísimo ya que el Señor
nos ha llamado a ser fieles testigos de su gracia, pero si nuestras acciones no
están en armonía con el evangelio, cualquier esfuerzo por compartir la palabra
de Dios tiene poco efecto. Las siguientes palabras se encuentran escritas en la
tumba de un obispo anglicano de la Abadía de Westminster y nos pueden ilustrar muy
bien lo que queremos decir:
“Cuando era joven y libre, y mi imaginación no tenía
límites, soñaba con cambiar el mundo. Cuando me volví más viejo y sabio
descubrí que el mundo no cambiaría, así que acorté mis anhelos un poco y decidí
cambiar sólo mi país. Pero este también parecía inmutable. Cuando entré en el
ocaso de mi vida, en un último y desesperado intento decidí sólo cambiar mi
familia, a los que estaban más cerca de mí, pero igualmente ellos no
cambiarían. Y ahora, mientras me encuentro en mi lecho de muerte,
repentinamente me doy cuenta: Si hubiera podido cambiarme a mí mismo, entonces
por mi ejemplo habría cambiado a mi familia. Luego, por su inspiración y valor
hubiera entonces podido cambiar mi país, y a lo mejor hubiera podido cambiar al
mundo”.
Este epitafio nos ejemplifica muy
bien lo que queremos decir. No cabe duda de que Dios nos llama a ser agentes de
cambio en este mundo lisiado por el pecado; sin embargo, antes de querer
cambiar cualquier cosa en la vida de las personas debemos cambiar nosotros
mismos. Nuestro carácter está regido por una serie de características
personales que nos define como seres únicos en esta vida, pero ¿Cómo es nuestro
carácter? ¿Nuestro carácter es el de un verdadero hijo de Dios? ¿Cómo debe ser
el carácter de un hijo de Dios? En Gálatas 5:16-25 el apóstol Pablo nos enseña
que hay dos formas de reflejar nuestro carácter, uno es a través del fruto del
Espíritu y otro es a través de las obras de la carne: Así
que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza
pecaminosa. Porque ésta desea lo que es
contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos
se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren. Pero si
los guía el Espíritu, no están bajo la ley, (Gálatas 5:16-18, NVI) Dos formas existen
para vivir, uno es manifestando las obras de los deseos de la naturaleza
pecaminosa, y la otra es produciendo el fruto del Espíritu. Como hijos de Dios
debemos evaluar la forma de cómo andamos, si nuestro carácter refleja a un
verdadero cristiano, o solamente somos un religioso más que oculta su pecado.
En Gálatas se nos define bien las obras de la naturaleza pecaminosa las cuales
deberíamos abandonar, estas son: Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad
sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos,
arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras,
orgías, y otras cosas parecidas, (Gálatas 5:19-21). Vemos que estas y otras cosas
parecidas son desagradables a los ojos de Dios y por tanto se espera que no
vivamos en ellas. No obstante, el pasaje continúa su relato y nos hace un contraste
al presentarnos el fruto del Espíritu: En cambio, el fruto del Espíritu
es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y
dominio propio, (Gálatas 5:22-23). Aquí se
nos dice que se espera que el cristiano produzca un fruto agradable a los ojos
de Dios, un fruto que es consecuencia de una vida sometida al Espíritu Santo y
que se manifiesta en 9 características que son: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Nuestro buen testimonio es decisivo ya que a través de
el le mostramos al mundo la obra redentora que Cristo ha hecho por nosotros. Nuestro
Señor Jesús lo dijo de esta forma: “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una
colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un
cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que
están en la casa. Así brille vuestra luz delante de todos, para que ellos
puedan ver vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en el cielo”,
(Mateo 5:14-16, BAD). Como
cristianos Jesús dice que nuestras vidas no pueden pasar desapercibidas. Así como
una “ciudad
en lo alto de una colina no puede esconderse”, nuestras vidas sirven de testimonio para este
mundo de tinieblas. Nuestras acciones pueden servir para glorificar a nuestro
Padre Celestial o pueden ser un mal testimonio para el evangelio. Por ello
Pablo nos exhorta una vez más a vivir guiados por el Espíritu Santo:
“Sin embargo, ustedes no
viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el
Espíritu de Dios vive en ustedes”.
Romanos
8:9 (NVI)
Ahora bien, sabiendo todo esto, el
mismo apóstol Pablo nos invita a despojarnos de nuestra vieja naturaleza y
vestirnos del nuevo hombre, el que ha sido regenerado por el Espíritu Santo:
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre,
que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de
vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y
santidad de la verdad”.
Efesios
4:22-24(RV60)
En estos versículos Pablo compara
la vida cristiana con el hecho de haberse despojado de la vestimenta sucia de
un pasado pecaminoso y vestirse con la vestimenta de justicia de Cristo. Las
palabras griegas que se traducen en este texto como hombre nuevo es kainós ánzropos
(καινός ἄνθρωπος), y estas no nos están sugiriendo algo nuevo en el tiempo,
sino más bien algo que tiene una cualidad o naturaleza distinta, y por tanto, la
clase de persona que Cristo produce en el creyente es alguien que posee una
nueva naturaleza, muy diferente a la que antes era, y es responsabilidad de
todo cristiano el cultivarla para producir el fruto del Espíritu. Una vez más
el apóstol Pablo como gran maestro nos enseña que el creyente en Cristo es
responsable de cultivar su nueva naturaleza:
“Así que, mis queridos hermanos, como han obedecido siempre —no sólo
en mi presencia sino mucho más ahora en mi ausencia—lleven a cabo su salvación con temor
y temblor, pues Dios es quien produce en
ustedes tanto el querer como el hacer para
que se cumpla su buena voluntad”.
Filipenses 2:12-13 (NVI)
Las palabras lleven
a cabo su salvación con temor y temblor, no se refieren a un intento por ganarse
la salvación mediante las buenas obras, sino a desarrollar la salvación en el
sentido de crecimiento espiritual. La Reina Valera 60 traduce las palabras de: “lleven a cabo su
salvación con temor y temblor” como: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”. Y en este sentido el cristiano debe
ocuparse con responsabilidad de producir un buen fruto para su Señor. La
palabra griega que el apóstol usa y se traduce como ocupaos es katergádsomai
(κατεργάζομαι), y esta contiene la idea de llevar algo a su culminación.
Esta palabra katergádsomai fue utilizada por el historiador griego del
primer siglo, Estrabón, y por medio de ella se refería a la acción que los
mineros realizaban de extraer la plata de las minas. Así, de esta misma manera,
los cristianos tienen que ocuparse en su vida espiritual, trabajando para
descubrir los hermosos tesoros que Dios tiene preparado para aquellos que ha
salvado por gracia. Obsérvese que Pablo exhorta a los cristianos a ocuparnos, a
llevar a cabo su salvación y no a trabajar para ganarla, “pues
Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se
cumpla su buena voluntad”. Las palabras griegas que usa Pablo para producir y
hacer son las y proviene del verbo energuéo (ἐνεργέω), de donde proviene
la palabra energía. Por tanto, es Dios el que produce la fuerza efectiva en
nosotros para salvación de nuestras vidas, pero al mismo tiempo nos da la fuerza
para acercarnos a su gracia. No puede haber salvación aparte de Dios; porque lo que
ofrece, el ser humano lo tiene que recibir por fe, la vida eterna y sus dones
son por gracia, pero las recompensas y victorias se ganan. El sentido de
ocuparnos de nuestra salvación implica no solo a morir a nuestras pasiones
pecaminosas sino también a vivir de manera diferente a la del resto del mundo, una
vida agradable a Dios.
“Queridos hermanos en Cristo, nosotros les hemos enseñado a vivir
como a Dios le agrada, y en verdad lo están haciendo. Ahora les rogamos y los
animamos de parte del Señor Jesús a que se esfuercen cada vez más por vivir
así”.
1Tesalonisenses 4:1 (BLS)
La vida de un cristiano debe dar
un fruto agradable delante del Señor, fruto que se refleja en su carácter y
acciones, tal y como lo presenta Pablo en Efesios:
“Ustedes antes vivían en la oscuridad, pero ahora, por estar unidos
al Señor, viven en la luz. Pórtense como quienes pertenecen a la luz, pues la
luz produce toda una cosecha de bondad, rectitud y verdad”.
Efesios 5:8-9(DHH)
Finalmente, podemos concluir que como cristianos tenemos la
responsabilidad de vivir de una manera diferente, como hijos de luz, y por ello
debemos comportarnos como tales. Pero ¿a qué clase de comportamiento se
refiere? ¿Existen características específicas que deben identificar a un cristiano?
Pablo utiliza la metáfora de la luz que produce una cosecha de bondad, rectitud
y verdad, para ilustrarlo mejor, de tal forma que los que viven en el Espíritu
producen un carácter moral y ético basado en los preceptos divinos establecidos
en la Biblia, mientras que los que viven en tinieblas no lo pueden producir.
Este carácter, consecuencia de una cosecha producida por el Espíritu Santo,
Pablo lo desarrolla mejor en su epístola a los Efesios donde menciona el fruto
del Espíritu Santo (Efesios 5:16-25).
EL FRUTO DEL ESPÍRITU: LA ESENCIA DEL CARÁCTER CRISTIANO
“En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que
condene estas cosas”.
Gálatas
5:22-23 (NVI)
Cuando
pensamos en cómo debería ser el carácter de un hijo de Dios fácilmente
podríamos relacionarlo con el fruto del
Espíritu (En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio) y podemos estar de acuerdo que es la esencia
del carácter de un cristiano. Ahora bien, una vida que refleje el fruto del
Espíritu debe ser una vida influenciado por el Espíritu Santo. Jesús es el
mayor ejemplo de una vida conducida por el Espíritu Santo la cual se reflejaba
a través de sus frutos. Como creyentes nuestras acciones deben estar
influenciadas por la presencia del Espíritu Santo, sin embargo, Pablo en su
carta a los Gálatas nos dice que podemos vivir de dos formas, o reflejando las
obras de la carne, o como hijos de Dios, manifestando el fruto del Espíritu, de
aquí que el Señor ordena a sus hijos a obedecer al Espíritu.
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la
carne”.
Gálatas 5:16 (RV95)
La clave para manifestar el
fruto del Espíritu en nuestra vida es obedecer al Espíritu Santo y negar
satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa, no obstante, esto no es tarea
fácil. Por un lado Todos debemos saber que aunque somos nacidos de nuevo, no
somos 100% perfectos, ya que aún existe en nosotros una naturaleza pecaminosa
la cual se conoce como el viejo hombre y con la cual tenemos que luchar día a
día por vencerla. Hasta el apóstol Pablo tuvo problemas para mantenerla bajo
control: “Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me
acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios;
pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la
ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene
cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién
me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo
nuestro Señor! En conclusión, con la mente yo mismo me someto a la ley de Dios,
pero mi naturaleza pecaminosa está sujeta a la ley del pecado”. (Romanos 7:21-25, NVI). Esta vieja naturaleza
se manifiesta a través de muchas conductas y acciones malas que Pablo, en su
carta a los Gálatas, llama las obras de la carne:
“Todo el mundo conoce la conducta de los que obedecen a sus malos
deseos: No son fieles en el matrimonio, tienen relaciones sexuales prohibidas,
muchos vicios y malos pensamientos. Adoran a dioses falsos, practican la
brujería y odian a los demás. Se pelean unos con otros, son celosos y se enojan
por todo. Son egoístas, discuten y causan divisiones. Son envidiosos, y hasta
matan; se emborrachan, y en sus fiestas hacen locuras y muchas cosas malas. Les advierto, como ya lo
había hecho antes, que los que hacen esto no formarán parte del reino de Dios”.
Gálatas 5:19-21(BLS)
Condición espiritual |
Una prueba contundente de que la
persona no vive en el poder del Espíritu Santo es la existencia de tal
comportamiento. Fíjese que las palabras y muchas cosas malas… (Gálatas 5:21) nos indican que hay más obras
de la carne, y por ello podemos encontrar otros listados de cosas semejantes a
éstas en otra parte de la Escritura, por ejemplo en 1 Corintios:
“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os
engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los
borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de
Dios”.
1 Corintios 6:9-10 (RV95)
En el libro de Apocalipsis
también encontramos más:
“Pero los perros estarán afuera, y los hechiceros, los fornicarios,
los homicidas, los idólatras y todo aquel que ama y practica la mentira”.
Apocalipsis 22:15 (RV95)
Ahora bien, si bien es cierto
que aun siendo cristianos tenemos una naturaleza pecaminosa dentro de nosotros,
también es cierto que el día que nacimos de nuevo Dios nos otorgó una
naturaleza espiritual la cual nos capacita para buscar agradarle, y de allí que
el mismo apóstol nos recomiende en Gálatas obedecer al Espíritu Santo:
“Por eso les digo: Obedezcan al Espíritu de Dios y así no desearán
hacer lo malo. Porque los malos deseos están en contra de lo que quiere el
Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de los malos deseos. Por lo
tanto, ustedes no pueden hacer lo que se les antoje. Pero si obedecen al
Espíritu de Dios, ya no están obligados a obedecer la ley”.
Gálatas 5:16-18 (BLS)
Si obedecemos al Espíritu,
nuestro espíritu interior se fortalecerá y nos ayudará a mantener nuestra
comunión con Dios lo cual nos permitirá hacerle frente a los ataques del
enemigo y las tentaciones de este mundo. Se cuenta la historia de un hombre que
tenía dos perros, uno negro y otro blanco, y los dos estaban en constante
pelea, y alguien le pregunto -¿cuál de los dos perros gana la pelea?- a lo que
respondió –al que alimento más-. De igual forma será en nuestras vidas. Si
alimentamos más a la nueva naturaleza obedeciendo al Espíritu seremos capaces
de vencer las pruebas y tentaciones y dar un buen testimonio; caso contrario,
viviremos según los deseos de nuestra carne. Pero la pregunta ahora sería:
¿cómo vivir en el Espíritu?
En Romanos el Apóstol Pablo amplia un poco
más la forma de cómo vivir en el Espíritu y no ser conducido por los deseos de
la carne: “Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo
Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era
imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su
Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en
la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. …”, (Romanos
8:1-4, RV60).
La muerte y resurrección de Cristo nos da la
victoria sobre el pecado y es por medio del Espíritu Santo que nos da el poder para
someternos a la voluntad de Dios negándonos a los deseos pecaminosos. Por tanto vivir en el Espíritu significa
producir una vida de buenas virtudes, seguir la santidad y justicia con el
objetivo de agradar en todo a Dios; porque de lo contrario produciremos solo
las obras de la carne las cuales conducen a la muerte: “…Los
que viven según las inclinaciones de la naturaleza débil, solo se preocupan por
seguirlas; pero los que viven conforme al Espíritu, se preocupan por las cosas
del Espíritu. Y preocuparse por seguir las inclinaciones de la naturaleza débil
lleva a la muerte; pero preocuparse por las cosas del Espíritu lleva a la vida
y a la paz. Los que se preocupan por seguir las inclinaciones de la naturaleza
débil son enemigos de Dios, porque ni quieren ni pueden someterse a su ley. Por
eso, los que viven según las inclinaciones de la naturaleza débil no pueden
agradar a Dios. Pero ustedes ya no viven según esas inclinaciones, sino según
el Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios vive en ustedes. El que no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de Cristo”.
Romanos 8:5-9 (DHH)
Es el poder del Espíritu Santo
que nos ayuda realmente a vencer la naturaleza pecaminosa. En la versión
Reina Valera hay dos palabras que aparecen una y otra vez en este pasaje: carne
(sarx, σάρξ)
y espíritu (pneuma, πνεῦμα).
Pablo
no usa la palabra carne refiriéndose al cuerpo, como cuando nosotros
hablamos de carne y hueso. Lo que quiere decir realmente es la
naturaleza humana con todas sus debilidades y su vulnerabilidad al pecado.
Se refiere a la parte de nuestra persona que le sirve de puente al pecado; es
decir, nuestra naturaleza pecadora, todo lo que nos ata al mundo en lugar de a
Dios. Vivir conforme a la carne es llevar una vida dominada por los
dictados y deseos de la naturaleza pecadora en lugar de una vida gobernada por
el amor de Dios. La carne representa lo más bajo de la naturaleza humana. La
ley podía pronunciar juicio sobre el pecado, pero era imposible para la ley
hacer alguna cosa acerca del pecado. Los que viven conforme a la carne no
pueden agradar a Dios, sin embargo, gracias a la obra de Cristo, se nos ofrece
a los cristianos una vida que no está dominada por la carne, sino por el
Espíritu de Dios, que llena al hombre de un poder que antes no tenía ni
conocía. Jesús otorga a través de su sacrificio una nueva naturaleza capaz de
vivir de acuerdo al Espíritu a todos aquellos que se arrepienten de sus
pecados: “Pero a los que lo aceptaron y creyeron en él, les dio el derecho de
ser hijos de Dios. Estos hijos no nacieron como nace un bebé, ni por deseo o
plan de sus padres, sino que nacieron de Dios”,
(Juan 1:12-13, PDT). Esta nueva naturaleza también permite que el Espíritu
Santo more en nosotros y nos capacita para perseverar en nuestra vida
espiritual y vencer la naturaleza pecaminosa, ya que somos nacidos de Dios y no
por voluntad humana y su cimiente mora en nosotros: “Ninguno que haya nacido de Dios practica el
pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el
pecado, porque ha
nacido de Dios”, (1 Juan 3:9, NVI).
Debemos luchar día a día por mantenernos viviendo por el espíritu, ya que todo lo que nos rodea, tiene un firme propósito de apartarnos de vivir como a Dios le agrada, la única manera de lograrlo es practicando las escritura (sometiéndonos a ella).
ResponderBorrarPodemos vencer porque nuestro mayor ejemplo lo hizo, Dios diseño ese plan de enviar a Jesus a Morir por nosotros, para que el sea ese puente, no estamos solos, es nuestro consolador, defensor y estará con nosotros hasta el fin del mundo.
Amén
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