“En esto vinieron sus
discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo,
ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? Entonces la mujer dejó
su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que
me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de
la ciudad, y vinieron a él”.
Juan
4:27-30
INTRODUCCIÓN
Bob
Caperton fue un misionero en una de las aldeas indígenas de Colombia donde
vivía una tribu llamada los guajiros. Por su ubicación geográfica, estos
carecían de muchos recursos básicos para sobrevivir, entre ellos el agua, por
lo que Caparton tomo ventaja de esto para ganar su confianza proveyéndoles del
preciado líquido. Aparte de esto, junto con su esposa, velaban por su bienestar
físico proporcionándoles medicinas y lograron cavar pozos para proporcionarles su
propia agua. Solían reunirlos y compartir con ellos el mensaje del evangelio y
un día, mientras realizaban una dinámica con niños, un niño guajiro participo y
a todos les preguntaron cuándo fue el día más feliz de sus vidas. Los otros
niños decían que fue cuando sus padres le compraron una bicicleta, o fueron de
viaje, etc.; pero el niño guájara dijo: “¡El día que Caperton trajo agua a nuestra aldea!”.
Así, el día más especial de nuestras vidas es cuando Jesús trae el agua de vida
a nosotros y lo mismo pasó con la mujer samaritana. Llegamos a los últimos
versículos donde la mujer samaritana tiene intervención y en estos se presentan
la admiración de los discípulos y la acción evangelizadora de la mujer
samaritana que provoco que las muchos de su pueblo buscaren al Señor.
Compartiendo el agua viva |
LA ADMIRACIÓN DE LOS DISCÍPULOS
“En esto vinieron sus
discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo,
ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella?”
Juan
4:27
El
apóstol Juan pasa inmediatamente de la escena privada de la conversación entre
Jesús y la samaritana a la intervención de los discípulos. Cuando los discípulos
llegaron se maravillaron de verlo conversando con una mujer. La admiración no
solo tuvo que ser porque se trataba de una samaritana, sino porque también se
trataba de una mujer. Ya hemos mencionado que en los tiempos de Jesús era inconcebible
que un hombre le hablara a una mujer fuera de su casa. Los rabinos prohibían diciendo:
“Un hombre no
estará a solas con una mujer en una posada, ni aun con su hermana o su hija,
debido a lo que otros puedan pensar. Un hombre no hablará con una mujer en la calle,
ni aun con su propia esposa, y sobre todo si es otra mujer, a causa de lo que
los hombres puedan pensar”. También los rabinos enseñaban lo inútil que
era enseñarle a una mujer, llegándola a considerar inferior a los hombres. Unos
de sus dichos revelaba este menosprecio: “Mejor quemar las palabras de la ley que enseñarlas a una
mujer”. Sin embargo, Cristo vino a este mundo a derribar todas estas
barreras que nos alejaban de Dios y los discípulos poco a poco fueron
comprendiendo que tenían que desechar todos sus prejuicios e ideales
religiosos. Ellos querían preguntarle a Jesús ¿Qué hablas con ella?, o a la mujer ¿Qué preguntas?,
no obstante, nadie se atrevió a hacerlo.
LA ACCIÓN EVANGELIZADORA DE LA MUJER
“Entonces la mujer dejó
su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que
me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de
la ciudad, y vinieron a él”.
Juan 4:28-30
Aquella
mujer poco a poco fue teniendo una revelación más clara en cuanto a la persona
de Jesús. Primero, solo era un judío más para ella (Juan 4:9), luego, después de
hablar con Él y revelarle su vida de pecado lo llego a considerar un profeta (Juan
4:19), finalmente, llego a entender que se trataba del Mesías, el Cristo, el
Ungido de Dios. Lo mismo paso con nosotros, al principio su persona no
representaba mucho para nosotros, para los judíos que no han creído solo fue un
judío más, para otros como los Testigos de Jehová, solo fue un gran profeta;
pero muchos hemos tenido la gran bendición de conocer su persona y ver en Él al
verdadero y único Dios y Salvador de este mundo. Después que termino su plática
con el Señor, el texto dice que dejó su cántaro, y fue a la ciudad, mostrándonos la
urgencia que tenia que no le importó dejar su cántaro en aquel lugar. Aquella
mujer había llegado buscado agua del pozo de Jacob para saciar su sed física,
pero allí encontró a alguien que le ofreció agua de vida que refresco su
sedienta alma. A ella ya no le importaba evitar a las personas por causa de su
vida pasada, sino al contrario, lo que deseaba era testificarles su gran
experiencia al haber sido confrontada por sus pecados y las maravillosas
palabras que había sostenido con Jesús: y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un
hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?
cuando Cristo viene a nuestras vidas, ya nuestra vida de pecado queda atrás,
pero nuestra nueva vida va acompañada por un fiel trabajo de testificación de
las buenas cosas que Él ha hecho sobre nosotros. Nuestra responsabilidad es
testificar como Jesús nos rescató de nuestra vida de pecado, anunciar las
buenas nuevas del evangelio, proclamar la esperanza a este mundo. La mujer
samaritana se convirtió en un poderoso instrumento de justicia y provoco que la
gente de su pueblo viniera a Jesús: Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él. Si
hemos recibido el precioso don de la salvación, no debemos quedarnos callados,
sino compartirle a este mundo cuán grandes cosas el Señor ha hecho con
nosotros.
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