“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Anda y clama a
los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la
fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de
mí en el desierto, en tierra no sembrada.
Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos. Todos los que
le devoraban eran culpables; mal venía sobre ellos, dice Jehová. Oíd la palabra de Jehová, casa de Jacob, y
todas las familias de la casa de Israel. Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron
en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se
hicieron vanos? Y no dijeron: ¿Dónde está Jehová, que nos hizo subir de la
tierra de Egipto, que nos condujo por el desierto, por una tierra desierta y
despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra por la cual
no pasó varón, ni allí habitó hombre? Y os introduje en tierra de abundancia,
para que comieseis su fruto y su bien; pero entrasteis y contaminasteis mi
tierra, e hicisteis abominable mi heredad.
Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y los que tenían la ley
no me conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas
profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha”.
Jeremías 2:1-8
INTRODUCCIÓN
En estos
versículos encontramos un triste lamento del Señor al recordar los días en los
cuales Israel caminaba de su mano. Para esta época la sentencia estaba dada.
Israel, al lado norte de la nación ya había sido destruida por los asirios, y
no dentro de muy poco la gran Jerusalén, la ciudad donde estaba el Templo de
Dios estaba a punto de caer, sus muros y el mismo Templo iban a ser quemados y
destruidos, sus tesoros iban a ser saqueados y muchos judíos caerían a espada y
la desolación iba a ser grande. La nación de grandes reyes, sacerdotes y
profetas, y que una vez fue la ciudad del gran Rey estaba a punto de
convertirse en un gran muladar. Esto provoca el lamento de Dios por ella y nos
hace un llamado a no olvidar.
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Lamento de Jeremías por Jerusalen |
I.
EL
LAMENTO POR LA ANTIGUA FIDELIDAD DE ISRAEL.
“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Anda y clama a
los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la
fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de
mí en el desierto, en tierra no sembrada”.
Con
mucho dolor el Señor recuerda la antigua fidelidad de Israel, cuando la nación
era dirigida por su ángel por el desierto y la protegía de todos los peligros,
la sustentaba con el mana del cielo:
“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha
traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para
probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus
mandamientos. Y te afligió, y te hizo
tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres
la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, más
de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre. Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el
pie se te ha hinchado en estos cuarenta años”.
Deuteronomio 8:2-4
Posteriormente,
al mando de Josué la introduce en la tierra de Canaán para dársela como
posesión perpetua y los respalda en la conquista, siendo Dios el que peleaba
por ellos. Muchas veces el temor del Señor caía sobre estas ciudades dándoles a
los israelitas la ventaja en la batalla. Así lo declaro Rahab: “Sé que Jehová os ha
dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos
los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros”,
(Josué 2:9). También los llenaba de gran consternación y mortandad haciendo que
descendieran del cielo rocas que los mataba y hasta hacia que se detuviera la
tierra de su rotación normal: “Y Jehová los llenó de consternación delante de Israel, y los
hirió con gran mortandad en Gabaón; y los siguió por el camino que sube a
Bet-horón, y los hirió hasta Azeca y Maceda. Y mientras iban huyendo de los israelitas, a
la bajada de Bet-horón, Jehová arrojó desde el cielo grandes piedras sobre
ellos hasta Azeca, y murieron; y fueron más los que murieron por las piedras
del granizo, que los que los hijos de Israel mataron a espada. Entonces Josué
habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de
Israel, y dijo en presencia de los israelitas: Sol, detente en Gabaón; y tú,
luna, en el valle de Ajalón. Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta que la
gente se hubo vengado de sus enemigos…”, (Josué 10:10-13). Fue así
como el Señor la introduce en tierra de Canaán y toman posesión de ella.
Lamentablemente, a la muerte de Josué Israel se desvió del camino de Dios: “Y el pueblo había
servido a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que
sobrevivieron a Josué, los cuales habían visto todas las grandes obras de
Jehová, que él había hecho por Israel… Y toda aquella generación también fue
reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no
conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos
de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales”,
(Jueces 2:7, 10-11). Por su apostasía
Dios los entrego a sus enemigos: “Y se encendió contra Israel el furor de Jehová, el cual los
entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus
enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos”,
(Jueces 2:14). Sin embargo, Dios en su infinita misericordia les levanto jueces
que los liberaban de la opresión de estas naciones, jueces como Otoniel, Aod,
Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Sansón, entre otros. Lamentablemente, el pueblo
era inconstante, ya que mientras el juez vivía, servían a Dios, pero al morir
se volvían a los ídolos. El libro de jueces describe bien su mal proceder: “En estos días no
había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”, (Jueces
21:25). Por esta conducta no pudieron doblegar a sus enemigos y fue la nación
de los filisteos que siempre estuvo en constante guerra contra ellos.
Posteriormente, ante un Israel idolatra y un sacerdocio descuidado al mando de
Elí, Dios decide levantar a un hombre que llegaría a ser juez, sacerdote y
profeta, y dirigiría con sabiduría al pueblo por el camino de la santidad: “He aquí, vienen
días en que cortaré tu brazo y el brazo de la casa de tu padre, de modo que no
haya anciano en tu casa… Y te será por señal esto que acontecerá a tus dos
hijos, Ofni y Finees: ambos morirán en un día. Y yo me suscitaré un sacerdote
fiel…” (1 Samuel 2:31, 34-35). Y así ocurrió, Dios levanto a Samuel.
Cuando
Samuel era viejo, el pueblo se preocupó porque los hijos de Samuel no eran
hombres justos como él por lo que se atrevieron a despreciar el gobierno
Teocrático y pedir rey como las demás naciones, a lo cual Dios accedió, pero su
petición les trajo gran daño, ya que Saúl, el primer rey de Israel, cometió
muchos errores que la nación sufrió, pero a su muerte, ya Dios había preparado
el corazón de David para que reinase en su lugar, en 40 años David logro
establecer con firmeza el reino del Señor: “…Y Jehová dio la victoria a David por dondequiera que fue”,
(2 Samuel 8:14). A su muerte su hijo Salomón reino con gran sabiduría y su fama
creció enormemente y la nación se enriqueció en gran manera: “Y todos los vasos
de beber del rey Salomón eran de oro, y asimismo toda la vajilla de la casa del
bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de Salomón
no era apreciada”, (1 Reyes 10:21). Fue en tiempos de Salomón que se
construyó el Templo el cual la misma gloria de Dios lo llenaba: “Y cuando los
sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová. Y los
sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque
la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová”, (1 Reyes
8:10-11). Tristemente, las muchas mujeres que Salomón tuvo lo desviaron de Dios
y apostato adorando a sus dioses, esto molesto al Señor que dividió su reino y
a su muerte, la parte sur, Judá cuya capital era Jerusalén quedo en manos de su
hijo Roboam, y Jeroboam llego a ser rey en la parte norte, Israel, cuya capital
llego a ser Samaria. A partir de aquí hay una triste historia de reyes malos en
la parte norte que se volvieron a dioses falsos y su pecado provoco la ira de
Dios y como consecuencia fueron conquistados por los Asirios y llevados
cautivos a otras tierras y Samaria fue poblada por otras naciones pagana
llegando a contaminarse la raza israelita. En la parta sur hubo algunos reyes
buenos, pero finalmente la nación se corrompió y por ello el Señor levanto a la
nación de Babilonia que la conquisto, destruyo y deporto.
Así
llegamos a tiempos de Jeremías, el último profeta antes de la destrucción de
Jerusalén, y antes de él hubo otros que Dios envió para amonestarlos por sus
pecados pero no oyeron, y como consecuencia su pecado los alcanzo.
II.
LA
CALAMIDAD DE ISRAEL EN TIEMPOS DE JEREMÍAS.
“Oíd la palabra de Jehová, casa de Jacob, y todas las
familias de la casa de Israel. Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí
vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se
hicieron vanos?...”
Para
esta época Jeremías llora la actual situación de Jerusalén. Aquella hermosa
ciudad donde se había erigido el Templo de Dios con sus grandes muros que la
rodeaban ahora se encontraba destruida. Sus muros habían sido destruidos, el Templo saqueado y quemado, la mayor parte
de sus ciudadanos deportados a Babilonia, su rey y príncipes capturados y
humillados, y el ejército completamente aniquilado. Todo esto fue por causa de
su apostasía. Apostasía es
cuando alguien después de haber conocido a Dios, retrocede y se va en pos de
otros dioses. Poco a poco la nación retrocedió en su fe hacia el Señor, y
aunque Dios levanto profetas que les exhortaron a volverse de su error, persistieron
en su pecado obedeciendo a falsos profetas y adorando dioses falsos.
Cada
uno de nosotros debemos aprender de la historia de Israel, como a ellos Dios
nos puede bendecir y conducir por medio de Jesucristo a la vida eterna, pero
necesitamos permanecer en la fe, no apostatar siguiendo doctrinas falsas,
mantenernos en la sana doctrina, en santidad y obediencia a su palabra.
CONCLUSIÓN
La
apostasía es cuando alguien que conoció al Señor se aleja de la verdadera fe
siguiendo doctrinas erradas, esto desagrada a Dios y como le paso a Israel
puede ocasionar nuestra ruina, por lo que debemos examinarnos y asegurarnos de
encontrarnos cimentados en la verdadera fe.
Amén!Excelente exposición de estos primeros versículos de Jeremías 2 que me encuentro estudiando, porque edifica y fortalece en el conocimiento de mi Dios maravilloso que es paciente y fiel con su pueblo, pero también justo porque dará el pago a los rebeldes que caen en la apostasía por no permanecer firmes en su palabra!!
ResponderBorrarMuchas gracias mi Señor!!
Muy buen comentario , es de gran provecho ya que muchos se están desviando de la verdadera fe, y la apostasía está acabando con el pueblo de Dios ,ahora a lo malo lo llaman bueno es lamentable la situación Dios les bendiga y gracias
ResponderBorrarGracias me ayuda mucho mil bendiciones.
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