“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y
menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al
templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie,
oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los
otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de
todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los
ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí,
pecador. Os digo que éste descendió a su
casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será
humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Lucas 18:9-14
INTRODUCCIÓN
Muchas
personas creen que su religión o buenas obras los salvaran y que los que
necesitan a Dios son aquellas personas que viven abiertamente en sus pecados,
como los homicidas, borrachos o rameras. Sin embargo, todos necesitamos el
perdón de Dios y en esta parábola el Señor nos lo deja muy claro.
Parábola del fariseo y el publicano |
I.
EL ERROR
DE CONFIAR EN NUESTRA PROPIA JUSTICIA.
“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y
menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al
templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. …”
En
los tiempos de Jesús había muchas personas que creían que por el simple hecho
de ser descendientes de Abraham o practicar una religión les habría el reino de
los cielos. Tanta era su confianza que llegaron a despreciar a aquellos que
ellos consideraban pecadores sin posibilidad de heredar la vida eterna. Pero
nuestro Señor nos muestra a través de esta parábola quienes serán aquellos que
alcanzaran la vida eterna. Nos dice que dos hombres subieron al templo a orar,
uno era fariseo y el otro era un publicano.
II.
EL
FARISEO QUE FUE RECHAZADO.
“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de
esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres,
ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de
todo lo que gano”.
El
primer personaje que aparece es el fariseo. Los fariseos era una secta
religiosa muy popular en los tiempos de Jesús. Había sido creada para conservar
las costumbres religiosas de Israel y exigir al pueblo que se tenía que vivir
de acuerdo a la ley de Dios. Lamentablemente con el tiempo se perdió su
objetivo principal y se enfocó más en la apariencia externa que en la pureza de
corazón. Por eso Jesús los amonesto muchas veces llamándolos hipócritas: “¡Ay de vosotros,
escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros
blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro
están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”, (Mateo
23:27).
El
templo era el lugar donde los judíos acudían para dirigir sus oraciones a Dios,
y este fariseo puesto en pie oraba en voz alta haciendo alarde de su gran
piedad: no soy
como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano; ayuno dos veces a la semana,
doy diezmos de todo lo que gano. El fariseo le presentaba a Dios sus
credenciales: No era ladrón, ni injusto o adultero, mucho menos como el
publicano que estaba allí. A parte de eso ayunaba dos veces a la semana. En la
ley se exigía ayunar solo en el día de la Expiación, una vez al año (Levítico
16:1-34). Sin embargo, los fariseos ayunaban dos veces a la semana, lunes y jueves,
curiosamente cuando los mercados y plazas se llenaban de comerciantes y estos
veían a los fariseos con sus rostros denudados aparentando su gran piedad a la
vista del público. El ayuno era considerado junto con la oración una de las
principales prácticas religiosas. A parte de eso daba el diezmo de todo lo que
ganaba.
Cualquiera
que escuchara esto podría pensar que este hombre seguramente al morir entraría
en el cielo; pero Jesús dijo que este hombre oraba consigo mismo. Dios no acepto
su oración, ni sus muchas obras porque su corazón estaba lleno de orgullo y
pecado. El orgullo crea una falsa confianza y no nos permite ver que nuestras
buenas obras jamás nos ayudaran a heredar la vida eterna. Este orgullo
religioso era común en los tiempos de Jesús. Un reconocido rabino llamado
Simeón bar Yachai mencionado en el Mishnah dijo: “Si dijeran que en el mundo ya solo quedan
dos justo sobre toda la tierra, ese fuéramos mi hijo y yo; pero si después
dijeran que solo queda un justo en la tierra, ese fuera yo”. Muchas personas confían en su religión o
buenas obras, sin saber que ningún mérito será suficiente para salvar sus
almas.
III.
EL
PECADOR QUE FUE JUSTIFICADO.
“Más el publicano, estando lejos, no quería ni aun
alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé
propicio a mí, pecador”.
La
segunda persona de la cual Jesús habla en su parábola es el publicano, una
persona muy odiada en sus tiempos ya que fungían como recaudadores de impuestos
de los romanos, siendo explotadores de su propia nación. Siempre se les
asociaba con rameras y su vida era contraria a las enseñanzas de Dios. Sin
embargo, allí estaba este hombre que sabía que no tenía méritos personales pero
necesitaba de la misericordia de Dios para salvarse: Más el publicano, estando lejos, no quería ni
aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé
propicio a mí, pecador. En el original griego no dice solo la
palabra pecador, sino también tiene
el artículo el, por lo que la mejor
traducción seria: sé propicio a mí, el pecador. Aquel hombre se humillo tanto,
que no se identificaba como otro pecador, sino como el pecador. Su mirada
estaba en su propio pecado y sabía que merecía el infierno, pero allí reconoció
su maldad y pidió misericordia para su vida.
IV.
EL QUE RECIBIÓ LA JUSTIFICACIÓN.
“Os digo que éste descendió a su casa justificado
antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que
se humilla será enaltecido”.
Finalmente,
nuestro Señor Jesús alaba la actitud del publicano, el cual reconoció su
pecado, se humillo delante de Dios y pidió misericordia para su vida, mientras
que el fariseo, con todo su orgullo religioso fue rechazado. Si queremos
alcanzar la misericordia de Dios debemos imitar la actitud del publicano.
CONCLUSIÓN
Ni
nuestra religión o buenas obras son suficientes para escapar de la condenación
eterna, el confiar en nuestra religión o buenas obras nos conduce a un orgullo
que Dios desprecia. Si queremos alcanzar la misericordia de Dios debemos
reconocer nuestra maldad, humillarnos delante de Dios y pedirle perdón por
todos ellos para que Jesús haga su obra redentora en nosotros.
Excelente meditación tenemos que ser publicanos con las obras de un fariseo
ResponderBorrarMuy buena reflexión a la luz de la Palabra de Dios, para la gloria de Cristo.
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