1 Timoteo 2:7 (RV60)
El ministerio de maestro
es crucial en el plan de salvación del hombre debido a la importancia que tiene
la enseñanza de la palabra de Dios. Desde tiempos antiguos el Señor exhorto a
Israel a estudiar y poner por obra su palabra: “Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y
niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y
aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras
de esta ley”, (Deuteronomio 31:12, RV60). Si nos damos cuenta para
Dios la enseñanza de su ley era crucial en la vida de su pueblo ya que de la
calidad de esta dependía la comprensión de la misma y la aplicación en su
diario vivir. Esta tenía que ser enseñada a todos sus habitantes, desde los
hombres y mujeres adultos, los niños incluyendo los extranjeros que viviesen
con ellos. El Señor les exigía a su pueblo la importancia de conocer su palabra
y atesorarla en su corazón, que desde la niñez fuese enseñada e incluso fuese
inscrita en paredes y postes para memorizarla: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán
sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en
tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las
atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y
las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”,
(Deuteronomio 6:6-9, RV60). Por tanto, podemos ver la importancia que Dios le
daba a la enseñanza de su palabra en tiempos del Antiguo Testamento. Para Jesús
la enseñanza de la palabra era igualmente importante, tanto que esta era parte
de las funciones cotidianas de su ministerio: “Y recorrió Jesús toda
Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del
reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”, (Mateo
4:23, RV60), y en tiempos de la iglesia apostólica la misma no perdió su
importancia a tal punto que el ministerio de los apóstoles giraba alrededor de
la predicación y la oración: “Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de
la palabra”, (Hechos 6:4, RV60).
Podemos aseverar que la enseñanza
de la palabra de Dios es importante no solo porque salva sino también porque es
a través de ella que su pueblo madura y se perfecciona en justicia: “Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra”, (2 Timoteo 3:16-17, RV60), por lo
que el ministerio de maestro juega un papel muy importante en esto a tal punto
que forma parte de los 5 ministerios: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas;
a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”, (Efesios 4:11,
RV60). La palabra maestro proviene del griego didáskalos (διδάσκαλος),
la cual viene de la raíz del verbo didásko (διδάσκω) que
significa enseñar y de allí deriva nuestra palabra española didáctica. Por
tanto el maestro es aquel que es capaz de enseñar de manera sistemática las
doctrinas bíblicas de forma que las personas comprendan aun las más difíciles.
1.
El estudio de su palabra: estudiar la ley del Señor.
2.
Vivir de acuerdo a la palabra de Dios: ponerla en práctica.
3.
Enseñar la palabra de Dios: enseñar sus preceptos y normas.
Si consideramos las
características que presenta una persona en este ministerio podemos examinar la
vida de uno de ellos en el Antiguo Testamento que dedico su vida a este
importante ministerio y su nombre es Esdras. Veamos que nos dice la Biblia
acerca de su ministerio:
“Esdras
se había dedicado por completo a estudiar
la ley del Señor, a ponerla en
práctica y a enseñar sus preceptos y
normas a los israelitas”.
Esdras 7:10 (NVI)
Si examinamos este
versículo podemos encontrar tres áreas en las cuales el maestro debe
especializarse. Esta especialización requiere trabajo duro, no es solo un don
que se adquiere por arte de magia, sino que el Señor espera que se perfecciones
con esfuerzo y dedicación para que la práctica de este ministerio sea
verdaderamente efectiva, de hecho el versículo dice que Esdras se había
dedicado por completo a este ministerio, y la RV60 dice que había preparado su
corazón para ello. El ministerio de la palabra requiere mucho esfuerzo, no es
cuestión de hablar cualquier cosa para entretener a la gente, sino requiere una
autentica investigación y preparación auxiliada del Espíritu Santo. Esdras
había dedicado toda su vida a este ministerio y lo enfoco en tres áreas
específicas:
1.
El estudio de su palabra: estudiar la ley del Señor.
En primer lugar la
vida del maestro debe está enteramente dedicada a la lectura y estudio de las
Sagradas Escrituras. Esdras era un hombre que se conocía como un “escriba diligente
en la ley de Moisés”, (Esdras 7:6, RV60), o como un “escriba versado en
los mandamientos de Jehová y en sus estatutos a Israel”, (Esdras
7:11, RV60) o como un “sacerdote y escriba erudito en la ley del Dios del cielo”,
(Esdras 7:12, RV60). Ahora bien, todos estos calificativos no se los gano tan
fácilmente, sino fue el resultado de toda una vida de dedicación al estudio de
su palabra. El mismo apóstol Pablo antes de iniciar su ministerio se apartó 3
años donde espero y posiblemente se preparó para la obra que Dios le había otorgado:
“Sin embargo,
Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia.
Cuando él tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo predicara entre los
gentiles, no consulté con nadie. Tampoco subí a Jerusalén para ver a los que eran
apóstoles antes que yo, sino que fui de inmediato a Arabia, de donde luego
regresé a Damasco. Después de tres años, subí a Jerusalén para visitar a Pedro,
y me quedé con él quince días”, (Gálatas 1:15-18, NVI), apolos es
descrito como un hombre poderoso en el conocimiento de las Sagradas Escrituras:
“Llegó entonces a
Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso
en las Escrituras”, (Hechos 18:24, RV60), y nuestro Señor Jesucristo
fue conocido como un gran Maestro por la excelencia de sus enseñanzas: “Y cuando terminó
Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba
como quien tiene autoridad, y no como los escribas”, (Mateo 7:28-29,
RV60).
Obviamente el
estudio de la palabra de Dios que un maestro tiene está a un nivel más exigente
y detallado que el de un cristiano común, ya que se extiende más allá que la
simple lectura, se apoya en comentarios especializados de la Biblia,
diccionarios bíblicos y de los idiomas originales en que fueron escritos, se
apoya en las reglas de la hermenéutica para comprender cada versículo en su
contexto histórico, cultural y bíblico, hace uso de concordancias y otras
herramientas exegéticas que le ayudan a comprender mejor lo que está
estudiando. Todo esto es así sin dejar a un lado la iluminación que el mismo Espíritu
Santo le proporciona para no desviarse de la sana doctrina.
2.
Vivir de acuerdo a la palabra de Dios: ponerla en práctica.
El siguiente desafío
que un maestro tiene, y no solo el sino todos nosotros, es poner en practica
todo lo que aprende. El convertirse en un erudito bíblico es en vano si no se
vive lo que se aprende y el apóstol Santiago lo dice de esta forma: “No se contenten
sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la
práctica. El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que
se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en
seguida de cómo es. Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da
libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído sino haciéndolo,
recibirá bendición al practicarla”, (Santiago 1:22-25, NVI). La vida
del maestro tiene que ser un reflejo de lo que estudia y enseña, sus acciones
no pueden estar divorciadas de los mandamientos y principios bíblicos, todas
sus acciones tienen que ser una verdadera inspiración para los demás creyentes
y con ellas debe adornar el evangelio de Cristo.
3.
Enseñar la palabra de Dios: enseñar sus preceptos y normas.
Finalmente, debe
consagrar su vida a la enseñanza de la palabra de Dios. Como vimos
anteriormente la enseñanza bíblica juega un papel muy importante en la formación
espiritual y en el carácter del creyente, y el maestro es responsable de
transmitir con la ayuda del Espíritu Santo las doctrinas gloriosas del santo
evangelio. Nuestro Señor Jesucristo es el mejor ejemplo de un verdadero Maestro
que sabía transmitir de manera magistral y sencilla las verdades más
complicadas del evangelio, ya sea a través de parábolas, metáforas, hipérboles,
símil, historias, ironías o a través de sus sorprendentes ponencias. Pablo también
se destacó como sorprendente maestro al saber exponer de diferentes formas el
mensaje del evangelio, todo de acuerdo al tipo de auditórium que tenía. Por
ejemplo cuando llego a Atenas expuso el mensaje del evangelio de forma
sorprendente ante los filósofos de ese siglo obteniendo algunas conversiones: “Mas algunos
creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita,
una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos”, (Hechos 17:34, RV60).
Como conocedor no solo de la ley judía sino de las corrientes filosóficas y
poetas de su tiempo cito en ocasiones a algunos de ellos para reforzar sus enseñanzas,
como por ejemplo el ciliciano Arato: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos
de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos”,
(Hechos 17:28, RV60), o Epiménides: “Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses,
siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos”, (Tito 1:12, RV60), o a Menandro: “No erréis; las
malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”, (1Corintios
15:33, RV60). También sabía hablar de manera muy sencilla cuando su audiencia
no era muy instruida sin dejar de resaltar las verdades gloriosas del
evangelio: “Así
que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no
fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre
vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”, (1
Corintios 2:1, RV60).
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