“Entre tanto, los
discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. Él les dijo: Yo tengo una comida
que comer, que vosotros no sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros:
¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la
voluntad del que me envió, y que acabe su obra”.
Juan
4:31-34
INTRODUCCIÓN
Por
un momento el evangelista Juan suspende la historia
de la samaritana que ha desarrollado en 30 versículos e introduce una
conversación de nuestro Señor Jesucristo con sus discípulos. Nuestra vida gira
en función de nuestras prioridades, unas son más importantes que otras, pero si
hay algo que debe tener mayor peso en la vida es hacer la voluntad de Dios. Alguien dijo en cierta ocasión que el peor fracaso en la
vida es tener éxito en aquellos que no importan para la eternidad. Con esta
enseñanza quiere dejarnos claro cómo debemos poner a Dios como prioridad en
cualquier aspecto de la vida, incluyendo nuestras propias necesidades.
Buscando hacer la voluntad de Dios |
UN MÉTODO ÚNICO DEL MAESTRO
“Entre tanto, los discípulos
le rogaban, diciendo: Rabí, come. Él les dijo: Yo tengo una comida que comer,
que vosotros no sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá
traído alguien de comer?”.
Juan
4:31-33
Si
somos cuidadosos
en la lectura nos daremos cuenta de una de las formas que Jesús utilizaba para
enseñar sus verdades espirituales. Este método lo viene utilizando desde su
encuentro con Nicodemo, lo uso con la mujer Samaritana y ahora con sus
discípulos. Jesús siempre hacia un comentario de algo
cotidiano como nacer o beber agua con el objetivo que aquel que lo oye llegue a
comprender la parte espiritual. El texto dice que sus discípulos llegaron
de comprar algo para comer, y preocupados por su salud, ya que no había comido
nada le dijeron: Rabí,
come. El Maestro vuelve a utilizar el método al decirles algo que no
se tenían que tomar literalmente: Él les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no
sabéis. Obviamente los discípulos terminaron completamente
confundidos ya que sabían que su Maestro no había comido nada, o dudaban si
acaso la mujer le había ofrecido algo y ya no tenía necesidad, pero no era así:
Entonces los
discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer?
EL ALIMENTO DE JESÚS: HACER LA VOLUNTAD DE DIOS
“Jesús les dijo: Mi
comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”.
Juan
4:31-34
La
pregunta de
los discípulos provoca la explicación de Jesús a lo que realmente quiso decir: Mi comida es que
haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. Jesús se
encontraba exhausto físicamente ya que había recorrido una gran distancia, la
hora era de las más calurosas en Israel y aparte de todo eso no había comido.
Por eso sus discípulos corrieron a buscar algo que comer, pero en lugar de
pensar en satisfacer sus necesidades humanas, nuestro Señor se preocupó por cumplir
la voluntad de Dios: anunciar el mensaje del Evangelio y salvar almas. Jesús
siempre supo que la razón por la cual había venido a esta tierra era para
cumplir la voluntad de Dios y terminar su obra. Lo expreso desde niño a sus padres
cuando lo buscaban porque se había perdido: “Entonces él les
dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es
necesario estar?”, (Lucas 2:49). También expreso que las cosas
espirituales satisfacían más al hombre y no solo el alimento terrenal: “Jesús, respondiéndole, dijo: Escrito está: No sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios”, (Lucas 4:4).
Dedico toda su vida a cumplir la obra que su Padre le había encomendado: “Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras
que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan
testimonio de mí, que el Padre me ha enviado”, (Juan 5:36). Finalmente,
completo su obra cuando expirando dijo: “Consumado es”,
(Juan 19:30). Como Jesús tenemos que
comprender que nuestra única prioridad debe ser hacer la voluntad de Dios y
terminar la obra que nos ha encomendado. El apóstol Pablo comprendía esto
perfectamente. Él sabía que Dios le había entregado un ministerio y su vida
giraba alrededor de ella: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo
preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el
ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la
gracia de Dios”, (Hechos 20:24). Años más tarde, desde su
prisión expresaba el gozo que sentía por haber terminado esa obra que Dios le
había encomendado: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi
partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual
me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a
todos los que aman su venida”, (2 Timoteo 4:6-8). Como lo hizo
Pablo todos nosotros debemos buscar la forma de cómo entender y hacer la
voluntad de Dios ya que sería triste vernos inmersos en tantos afanes o incluso
éxitos que no están de acuerdo a su voluntad. Por ello el apóstol Pablo nos
dice que debemos permitir que nuestra mente sea moldeada por los principios
divinos y no por las cosas que este mundo enseña: “No os conforméis a
este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta”, (Romanos 12:2). Pero, ¿cómo lograr esta transformación
mental capaz de conocer la voluntad de Dios? Bueno, primeramente, esta transformación
mental se logra en la medida que aprendemos más y más de la palabra de Dios y
nos sometemos a ella: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra”, (2 Timoteo 3:16-17). Y, en segundo lugar,
lograremos conocer la voluntad de Dios en la medida que nos dejamos guiar por
el Espíritu Santo: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el
Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene
el Espíritu de Cristo, no es de él”, (Romanos 8:9). Por ende, todos
debemos comprender que Dios nos ha creado y salvado con un propósito especial,
hacer su voluntad y ser testigos de su gracia, esto debe estar por encima de
cualquier sueño personal o incluso necesidad. Como Jesús busquemos siempre
hacer la voluntad de nuestro Padre y terminar la obra que nos ha encomendado.
Amen
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