“Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si
vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”.
Gálatas
5:22-25 (RV60)
Hasta
este momento hemos visto que los creyentes hemos sido llamado a reflejar a
través de nuestro carácter que somos hijos de luz. También ha quedado claro la
importancia de desarrollar nuestro carácter cultivando diferentes virtudes que
nos ayudan a no estar ociosos y sin provecho en la vida cristiana. Ahora vamos a profundizar un poco más acerca
de cómo llegar a producir el fruto agradable que Dios espera encontrar en cada
uno de sus hijos amados. Si hay un tipo de vida que los cristianos tenemos que
practicar es la vida en el Espíritu. En Gálatas el apóstol Pablo nos enseña que
hay dos formas de vivir, obedeciendo al Espíritu Santo, o a nuestros deseos de
la naturaleza pecaminosa: “Digo, pues: Andad en el
Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne
es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen
entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”, (Gálatas 5:16-17,
RV60). En su carta a los Romanos Pablo nos enseña que esta vida en el Espíritu
es una obra milagrosa que Dios realiza a través de la redención en Cristo
Jesús: “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación
para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del
Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte”,
(Romanos 5:1-2, NVI). De acuerdo a estos versículos se espera que por la obra
de Cristo los cristianos vivamos obedeciendo al Espíritu Santo, sometiendo nuestra naturaleza pecaminosa para
no pecar y produciendo los frutos agradables delante de su presencia los cuales
se manifiestan a través de nuestro carácter: “Porque
ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos
de luz (el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) y
comprueben lo que agrada al Señor”, (Efesios 5:8-10, NVI). En este
sentido uno puede entender que una parte muy importante de vivir en el Espíritu
consiste en producir el fruto del Espíritu el cual Pablo detalla muy bien en su
carta a los Gálatas: Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza. El fruto es el resultado final que la tierra
produce después que el agricultor trabaja en ella, y de igual forma, Dios
espera que cada uno de nosotros con la ayuda de su santo Espíritu produzcamos
una cosecha de virtudes espirituales las cuales caracterizan a sus hijos. Un
dato curioso que vemos en este versículo es que cuando Pablo habla del fruto
del Espíritu lo hace en singular, y no en plural, sin embargo, afirma que este
fruto se manifiesta en 9 características o virtudes: amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.
El Fruto del Espíritu |
La medida de nuestra espiritualidad.
Generalmente cuando
se piensa en una persona espiritual uno lo relaciona con un creyente donde se manifiestan
los dones del Espíritu los cuales Pablo menciona en 1 Corintios 12: “Pero a cada uno le es dada la manifestación
del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de
sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por
el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro,
el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a
otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero
todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en
particular como él quiere”, (1 Corintios 12:7-11, RV60). Los
dones del Espíritu son manifestaciones sobrenaturales que operan en medio de la
iglesia con el propósito de beneficiar a los creyentes en cuanto a su
edificación y avance en el desarrollo de su obra. En la Biblia se nos dice que
una señal externa que los incrédulos tendrán para identificar a la verdadera
iglesia del Señor es la manifestación de algunos de estos dones: “Y estas señales seguirán a los
que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;
tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará
daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”, (Marcos 16:17-18,
RV60). No obstante, a la par del desarrollo de estos dones el cristiano
tiene que esforzarse también por producir el fruto del Espíritu. Muchas veces
los cristianos le damos mayor importancia a desarrollar nuestros dones
espirituales, pero no le dan la relevancia necesaria al fruto del Espíritu,
ignorando en la mayoría de los casos su existencia. Al contrastar el fruto del
Espíritu con los dones del Espíritu uno puede encontrar algunas diferencias. La
primera diferencia que encontramos es que el fruto del Espíritu solo puede
desarrollarse en creyentes verdaderamente consagrados en obediencia y santidad
a Dios; mientras que los dones del Espíritu pueden verse manifestados en
creyentes carnales o incluso incrédulos. Por ejemplo, si uno lee 1
Corintios, uno encontrara que la iglesia en Corinto abundaba en dones
espirituales a tal punto que en 1 Corintios 12 Pablo nos habla de ellos, y en 1
Corintios 14 regula el uso de algunos de ellos debido a la abundante
manifestación de ellos en sus reuniones. Pero si leemos el capítulo 3 nos
daremos cuenta que estos que abundaban en dones eran creyentes carnales: “De manera que yo, hermanos, no
pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en
Cristo”, (1 Corintios 3:1, RV60). También hemos visto la
manifestación de algunos dones espirituales en otras personas que han estado en
plena rebelión de Dios, como por ejemplo, Balaam que vendió su don profético
por dinero: “Han dejado el camino recto, y se han
extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de
la maldad, y fue reprendido por su
iniquidad; pues una muda bestia de carga, hablando con voz de hombre, refrenó
la locura del profeta”, (2 Pedro 2:15-16, RV60), o Judas Iscariote
quien predico el evangelio y sano enfermos cuando fue enviado con los demás
discípulos de dos en dos, pero al final vendió a Jesús por 30 piezas de plata: “Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y
autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a
predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos”, (Lucas 9:1-2,
RV60), o Saúl quien fue ungido como rey de Israel y profetizo estando en plena
rebelión con Dios: “Y él también se despojó de sus
vestidos, y profetizó igualmente delante de Samuel, y estuvo desnudo todo aquel
día y toda aquella noche. De aquí se dijo: ¿También Saúl entre los profetas?”,
(1 Samuel 19:24, RV60). Por tanto, la
manifestación de los dones no son una evidencia contundente del nivel de
espiritualidad en los creyentes ya que aún los apostatas realizarán grandes
señales: “Y la bestia fue apresada, y con ella el
falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había
engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen”,
(Apocalipsis 19:20, RV60). En contraste, el fruto del Espíritu requiere una
persona sujeta a Dios y alejada del pecado para producir: amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.
La segunda diferencia es que generalmente
no se puede llegar a tener todos los dones del Espíritu, pero si podemos llegar
a producir el fruto del Espíritu en su totalidad. La Biblia nos exhorta a buscar los mejores
dones: “Procurad, pues, los dones mejores”, (1
Corintios 12:31, RV60), pero sin descuidar el progreso de nuestro carácter el
cual se refleja el fruto del Espíritu, especialmente porque a través de este
nos identificaran como verdaderos hijos de Dios. Al respecto de este tema Juan
Carlos Ortiz nos comenta en su libro el titulado discípulo: “Algunos se esfuerzan al buscar los dones del Espíritu en
vez de concentrarse en desarrollar el fruto del Espíritu. Aun cuando apreciamos
los dones, debemos tener cuidado respecto de dónde depositamos nuestro énfasis.
El Señor Jesús nunca dijo que nos conocerían por los dones, sino por nuestros
frutos”. No olvidemos que la gente nos identificaran más como
cristianos por medio de nuestros frutos que por nuestros dones: “Así que, por sus
frutos los conoceréis”, (Mateo 7:20, RV60).
Tres áreas personales que el fruto del Espíritu mejora.
Si
consideramos Gálatas 5:22-23 podemos observar que las características del fruto
del Espíritu Santo son nueve: Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza. Estas a su vez pueden ser clasificadas en tres
grupos de tres virtudes y en función de ellas podemos llegar a identificar tres
áreas personales en las cuales nos ayudan a mejorar nuestro carácter y crecer
como cristianos. Veamos cuales son estas áreas.
1.
Nuestra relación con Dios: amor, gozo y paz. Aquí
tenemos tres virtudes que son el amor, gozo y la paz. El amor que encabeza
todas las virtudes nos ayuda a establecer una perfecta comunión con nuestro
Dios ya que aleja de nosotros todo sentimiento de culpa y temor que nos pudiera
alejar de Él, por ello Juan dijo: “En el amor no hay
temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en
sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”, (1 Juan 4:18, RV60). Como consecuencia de esta
relación de amor con Dios, vienen a la vida de los cristianos el gozo y paz
dándole al creyente un sentimiento de verdadera satisfacción y seguridad, tal y
como Pablo lo dice en Romanos: “En consecuencia, ya
que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo. También por medio de él, y mediante la fe, tenemos
acceso a esta gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos
en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios”, (Romanos 5:1-3,
NVI). Una persona que experimente en su vida el verdadero amor, gozo y paz, es
alguien quien ha llegado a construir una verdadera relación personal con el
Espíritu Santo y por eso decimos que el fruto del Espíritu nos ayuda en nuestra
relación con Dios.
2.
Nuestra relación con el prójimo: paciencia, benignidad y bondad. El
segundo grupo de tres virtudes que el fruto del Espíritu produce en el creyente
están orientadas a mejorar nuestra relación con nuestro prójimo aquí tenemos la
paciencia, benignidad, bondad. Como hijos de Dios la Biblia nos exhorta a vivir
en completa armonía con los hermanos, Juan nos dice: “Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también
a su hermano”, (1 Juan 4:21, RV60); y Pablo nos pide vivir en
armonía con todos los hombres: “Si es posible, y en
cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos”, (Romanos 12:18,
NVI). Para lograr este fin ser debemos ser pacientes, tolerándonos los uno con
los otros, debemos ser benignos, es decir, amables con los demás y ser personas
bondadosas, buenas en todas nuestras acciones, así nuestras relaciones con el prójimo.
3.
Nuestra relación con nosotros mismos: fe, mansedumbre y templanza. Finalmente, el Señor desea nuestro bienestar tanto físico como espiritual, no
podemos ser personas salvas con baja autoestima, o personas altivas, sino verdaderos
hijos del reino de Dios. Ahora, Nuestra fe, nos ayuda a tener una firme
convicción de nuestra salvación y de la obra redentora que Cristo ha hecho en
nosotros, luego la humildad nos ayuda a tener una clara imagen de lo que somos,
de tal forma que ya no nos consideramos ni superiores a los demás, ni mucho
menos inferiores, sino imagen y semejanza de Dios, pecadores redimidos que
viven agradecidos a su Redentor. La Biblia nos habla del enorme privilegio que
tenemos aquellos que llegamos a ser hijos de Dios: “Amados, ahora somos hijos
de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que
cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él
es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así
como él es puro”, (1 Juan 3:2-3, RV60). También la templanza nos ayuda a tener
dominio propio, ya no somos personas dominadas por sus emisiones o
sentimientos, que seden a las tentaciones, sino que viven alejados del
desenfreno de este mundo. Así vemos como el fruto del Espíritu nos ayuda en
nuestra relación con nosotros mismos.
En conclusión, el fruto del Espíritu nos ayuda a producir todas aquellas virtudes que caracterizan al verdadero cristianismo, ofreciendo así una vida agradable delante de Dios.
Bendiciones muy bueno Gacias
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