Apocalipsis
1:9-20
Juan en Patmos |
LA SITUACIÓN DE JUAN
La forma de cómo
Juan se identifica nos hace creer que las iglesias a las cuales les está
escribiendo ya lo conocían ya que se identifica como el hermano y copartícipe. Con estos dos
sustantivos el autor expresa humildad e intimidad. Por un lado, Juan no se
presenta como un apóstol que reclama autoridad y respeto para sí mismo, sino que
al igual que ellos es un hermano y copartícipe en el sufrimiento, el reino y la
paciencia de nuestro Señor Jesucristo. Por el otro lado nos muestra el nivel de
hermandad que el apóstol expresaba hacia los creyentes. De hecho, las iglesias
de influencia juanina se caracterizaron por no promover la supremacía de un
creyente sobre otros: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta
tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere,
recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros;
y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren
recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia”, (3 Juan
9-10). Ahora, es estando en el exilio que Juan escribe esta revelación: Yo Juan, vuestro
hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia
de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de
Dios y el testimonio de Jesucristo. Si nos damos cuenta en este
saludo vemos al menos tres temas principales en los cuales el libro de Apocalipsis
se desarrolla:
1.
El
sufrimiento, esta palabra se traduce del
griego zlípsis (θλίψις), y el sufrimiento es un tema que la iglesia ha vivido desde los primeros
días de su fundación, por ello encontramos las palabras de ánimo que Pablo y
Bernabé dirigieron a las iglesias que fundaban: “Confirmando los ánimos de los discípulos,
exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a
través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”,
(Hechos 14:22).
2.
El reino
del Mesías, el cual es un tema de gran
importancia para los judíos que esperaban la restauración de este, por ellos
sus discípulos le preguntaron esto mismo al Señor antes de su ascensión a los
cielos, pero no recibieron una respuesta: “Entonces
los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el
reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los
tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad”,
(Hechos 1:6-7), y ahora la iglesia sabe que un día el Señor vendrá a hacerlo y
en el libro de Apocalipsis lo vemos consumado cuando Jesús instaura su reino
por mil años lo cual se conoce como el Milenio: “Y
vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y
vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con
Cristo mil años”, (Apocalipsis 20:4).
3.
La Paciencia, del griego, esta palabra viene del griego jupomoné (ὑπομονή), que puede traducirse también como resistencia o
perseverancia, una virtud preciosa en el cristianismo que se manifiesta en el
fruto del Espíritu.
Estos tres temas eran algo de lo que Juan podía
hablar con toda autoridad ya que los vivía en carne propia. Para este momento
el apóstol se encontraba exiliado en la isla de Patmos por orden del emperador
Domiciano, allá por el año 95 d.C. Patmos es un pequeño islote rocoso del mar
Egeo que mide 6.5 km de ancho por casi 13 km de largo y se halla a unos 80 km
al suroeste de Éfeso, frente a lo que hoy es Turquía. Es probable que esta
pequeña isla árida y rocosa fungiera como un centro penal que los romanos
tenían y a donde exiliaban a sus prisioneros y es allí donde se encontraba Juan.
La isla de Patmos |
Fue
en estas duras condiciones que Juan tuvo una íntima comunión con Dios y desde
allí escribió el libro con el que culmina la revelación de Dios. Realmente al
considerar esto uno puede ver como cada prueba difícil trae un propósito en la
vida del cristiano. Muchas grandes bendiciones vienen después de que
atravesamos por circunstancias duras, tal y como lo experimentaron los grandes
hombres en la Biblia. Por ejemplo, Job no recibió las respuestas de Dios y las
demás bendiciones sin antes atravesar por la amargura del sufrimiento. David no
se convirtió en un gran rey y estratega militar sin atravesar por los
sufrimientos que le provocaron las persecuciones del rey Saúl y los años de
exilio que vivió. Por ende, las pruebas tienen un propósito especial en nuestras
vidas: “En lo
cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,
tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba
vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba
con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo”, (1 Pedro 1:6-8). Este venerable anciano llamado Juan es
un verdadero ejemplo de perseverancia y paciencia en medio de grandes
dificultades. Juan recalca el hecho de que estaba padeciendo por causa
de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, lo
que nos indica que había sido exiliado por predicar la palabra de Dios y dar
testimonio de Jesucristo. El autor expresa que estaba en el Espíritu
en el día del Señor, y las
expresiones “el día
del Señor” se refieren técnicamente al primer
día de la semana, el domingo, ya que Jesús resucitó ese día. Cuando el texto
dice que Juan estaba en el Espíritu nos sugiere que Juan estaba en una especie
de éxtasis espiritual, muy parecido al que experimento Pedro cuando Dios vio en
visión un lienzo que descendió del cielo con toda clase de animales: “Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se
acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora
sexta. Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le
sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a
un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el
cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y
le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no;
porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la
segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”, (Hechos
10:9-15). A través de esta visión el Señor estaba preparando a Pedro para que
aceptara la inclusión de los gentiles en la iglesia, pero en estos versículos
podemos ver las palabras: le sobrevino un éxtasis,
muy parecido a lo que Juan esta experimentando cuando dice que estaba en el
Espíritu en el día del Señor.
En el Antiguo Testamento se utiliza el término del
día del Señor para hacer referencia al periodo de la gran tribulación, pero
aquí se refiere al primer día de la semana, el domingo. La palabra domingo proviene
del latín dominicus (que
literalmente significa el día del Señor). Es la primera vez que se
menciona así en la literatura cristiana, ya que anteriormente la expresión el
día de Jehová se refiere al día del juicio de los impíos, pero ahora se usa en
referencia a la resurrección de Jesús. La historia cristiana registra desde sus
primeros comienzos que la iglesia no acostumbro a reunirse el sábado como lo
hacían los judíos, sino que acostumbro a reunirse el domingo. Sin embargo,
¿cómo dejó de observar el sábado la iglesia cristiana, y pasó a reunirse el
domingo? Posiblemente vieron que el sábado conmemoraba el descanso de Dios después
de completar la obra de la creación; mientras que el domingo conmemora la resurrección
de Jesucristo. Si uno revisa la Biblia hay una indicación de Pablo a los
corintios de apartar sus ofrendas el domingo, que era el día que se reunión,
tal y como lo había enseñado a las iglesias de Galacia: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced
vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada
primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya
prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces
ofrendas”, (1 Corintios 16:1-2). De igual forma, si revisamos la
literatura de la iglesia de los primeros tres siglos nos damos cuenta de que
hay evidencia de que los cristianos se reunían el domingo. Por ejemplo, una de
las obras del primer siglo muy famosa entre los cristianos de ese tiempo
llamada la Didajé, o la Doctrina de los Doce Apóstoles, que fue uno de
los primeros manuales de cultos y enseñanza cristiana dice: “El Día del
Señor nos reunimos y partimos el pan” (Didajé 14:1). De igual forma, Ignacio de Antioquía, un
padre de la iglesia primitiva escribió en su carta a los Magnesios de la
siguiente forma: “ya
no viven para el sábado, sino para el Día del Señor” (Epístola a los Magnesios, 9:1). Otro
escritor antiguo llamado Melitón de Sardes escribió un tratado Acerca del
Día del Señor. De esta forma
podemos ver como la iglesia primitiva acostumbro a reunirse el domingo. Fue así
como, en un domingo, estando Juan en este éxtasis oyó detrás de él una
voz que le decía: oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que
decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. No cabe duda de que esta voz como de trompeta que
le hablo a su espalda debió haberlo sorprendido y quizás a lo mejor asustarlo,
y es Jesucristo el que habla con él ya que se identifica como , y tiene un mensaje
divino dirigido a las 7 iglesias, tal y como lo dice en estos versículos que
leímos: Escribe
en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso,
Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Este mensaje estaba dirigido en primer
lugar, a estas siente iglesia, pero ahora se dirige a nosotros.EL CRISTO GLORIFICADO
“Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete
candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo
del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el
pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca
lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce
bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos
filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”.
Apocalipsis 1:12-16
Cuando muchos
cristianos piensan en Jesús lo imaginan como el Cristo sufriente colgado en una
cruz sangrienta. Sin embargo, en este libro esa ya no es su imagen y es así
como Juan lo ve en toda su gloria, completamente asombroso a tal punto que
cuando lo vio cayó como muerto a sus pies, tal y como lo dice mas
adelante en el versículo 17 de este mismo capítulo. Todos aquellos que puedan
vislumbrar en realidad la majestad, la santidad y el poder de Cristo deberían
caer como muertos a sus pies. En su visión el apóstol contemplo al Hijo del
Hombre entre siete candeleros de oro: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi
siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al
Hijo del Hombre…” Este semejante al Hijo del Hombre es Cristo mismo
y los siete candeleros de oro representan a las 7 iglesias de Asia a las cuales
el mensaje está dirigido, tal y como lo dirá este mismo libro allá en el
versículo numero 20: El misterio de las siete estrellas que has visto en mi
diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles
de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete
iglesias (Apocalipsis 1:20). Esta visión de Jesús en medio de los
siete candeleros de oro nos sugiere su presencia habitando siempre en medio de
sus iglesias. Como siempre el anhelo de Dios ha sido habitar en medio de su
pueblo y esto se deja ver desde el Antiguo Testamento, ya que desde el
principio de la creación el Señor creo al ser humano para que tuviera comunión
con Él y lo puso en el huerto del Edén: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra,
y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. Y Jehová
Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había
formado”, (Génesis 2:7-8). De igual forma el tabernáculo del
desierto era una expresión del anhelo de Dios de habitar en medio de Israel: “Esto será el
holocausto continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de
reunión, delante de Jehová, en el cual me reuniré con vosotros, para hablaros
allí. Allí me reuniré con los hijos de
Israel; y el lugar será santificado con mi gloria. Y santificaré el tabernáculo
de reunión y el altar; santificaré asimismo a Aarón y a sus hijos, para que
sean mis sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios. Y conocerán que yo soy Jehová su Dios, que
los saqué de la tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos. Yo Jehová su
Dios”, (Éxodo 29:42-46). Y cuando Jesús se encarnó aquel tabernáculo
se hizo hombre y habito en medio de nosotros: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un
hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”,
(Mateo 1:23). Y ahora en esta visión aparece completamente glorificado,
habitando siempre en medio de su pueblo.
El Cristo Glorificado |
Volviendo
al texto en estudio vemos que aquí aparece la palabra candelero, la cual se
traduce a su vez de la palabra griega lujnía
(λυχνία)
que literalmente significa “lámpara”. Posiblemente esta sea una
mejor traducción ya que en la forma de cómo lo traduce la RV60, la idea de los
7 candeleros que se nos viene a la cabeza es la imagen de candelero hebreo
llamado menorá (מְנוֹרָה), es
decir, el tradicional candelero de 7 brazos que se mantenía en el Templo judío y
que estaba específicamente en el Lugar Santo.
“Harás además un candelero de oro puro;
labrado a martillo se hará el candelero; su pie, su caña, sus copas, sus
manzanas y sus flores, serán de lo mismo.
Y saldrán seis brazos de sus lados; tres brazos del candelero a un lado,
y tres brazos al otro lado. Tres copas en forma de flor de almendro en un
brazo, una manzana y una flor; y tres copas en forma de flor de almendro en
otro brazo, una manzana y una flor; así en los seis brazos que salen del
candelero; y en la caña central del candelero cuatro copas en forma de flor de
almendro, sus manzanas y sus flores.
Habrá una manzana debajo de dos brazos del mismo, otra manzana debajo de
otros dos brazos del mismo, y otra manzana debajo de los otros dos brazos del mismo,
así para los seis brazos que salen del candelero. Sus manzanas y sus brazos
serán de una pieza, todo ello una pieza labrada a martillo, de oro puro. Y le
harás siete lamparillas, las cuales encenderás para que alumbren hacia adelante”.
Éxodo
25:31-37
Candelero Hebreo
La
diferencia en cada caso es significativa. Una vela de un candelero arde y se
consume; la lámpara contiene aceite y puede continuar ardiendo y dando luz. Es
interesante que los candeleros no se describan físicamente unidos, como la
memoria judía de 7 brazos. En todo este escenario podemos ver un gran
simbolismo, ya que, así como el aceite hace arder la llama de cada candelero,
el Espíritu Santo proporciona la unción a la iglesia para alumbrar y
resplandecer en este mundo de tinieblas. Igualmente, Cristo habita en medio de
su pueblo y en su diestra están las 7 estrellas: “Tenía en su diestra siete estrellas”. Estas
7 estrellas más adelante las describe como los ángeles de las iglesias. La
palabra griega que se traduce como ángel es ángelos
(ἄγγελος)
que literalmente significa mensajero. El
hecho de que estén en su diestra nos dice que Cristo ejerce autoridad absoluta
y constante protección sobre ellas. No cabe duda de que estas 7 estrellas se
refieren a los pastores o individuos sobre los cuales el Señor ha delegado
autoridad para estar al frente de cada una de las iglesias. Ahora, continuación,
Juan describe la visión que tuvo de Cristo y esto es algo totalmente
excepcional:
UNA EXHORTACIÓN PARA CONFIAR
“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra
sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y
estuve muerto; más he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo
las llaves de la muerte y del Hades. Escribe las cosas que has visto, y las que
son, y las que han de ser después de estas. El misterio de las siete estrellas
que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete
estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has
visto, son las siete iglesias”.
Apocalipsis
1:17-20
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Es una gran bendicion estos estudios para mi vida pastoral que Dios lo bendiga
ResponderBorrarMuchas gracias por tomarse el tiempo para publicar estos estudios son de mucha ayuda a personas que no tienen recursos para estudiar en una buena escuela Teológica.
ResponderBorrarMuchas bendiciones