Restaurando nuestro corazón (Jueces 11:30-39)




“Y Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: Si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto. Y fue Jefté hacia los hijos de Amón para pelear contra ellos; y Jehová los entregó en su mano. Y desde Aroer hasta llegar a Minit, veinte ciudades, y hasta la vega de las viñas, los derrotó con muy grande estrago. Así fueron sometidos los amonitas por los hijos de Israel. Entonces volvió Jefté a Mizpa, a su casa; y he aquí su hija que salía a recibirle con panderos y danzas, y ella era sola, su hija única; no tenía fuera de ella hijo ni hija. Y cuando él la vio, rompió sus vestidos, diciendo: ¡Ay, hija mía! en verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme. Ella entonces le respondió: Padre mío, si le has dado palabra a Jehová, haz de mí conforme a lo que prometiste, ya que Jehová ha hecho venganza en tus enemigos los hijos de Amón. Y volvió a decir a su padre: Concédeme esto: déjame por dos meses que vaya y descienda por los montes, y llore mi virginidad, yo y mis compañeras. El entonces dijo: Vé. Y la dejó por dos meses. Y ella fue con sus compañeras, y lloró su virginidad por los montes. Pasados los dos meses volvió a su padre, quien hizo de ella conforme al voto que había hecho. Y ella nunca conoció varón”.
Jueces 11:30-39

INTRODUCCIÓN


            La santificación es un proceso que contribuye a nuestro estado como santos y este se refleja a través de nuestro carácter. Sin embargo, hay muchas cosas debemos considerar para tener un carácter santo y entre estos está asegurarnos de no tener raíces de amargura en nuestro corazón. La restauración de nuestra alma no solo se da cuando Cristo nos limpia de nuestros pecados, sino también, se ve reflejado en nuestro interior: nuestro corazón. Lamentablemente hay muchos creyentes que viven con resentimiento en su corazón. Resentimiento es sentir, una y otra vez, el enojo y el dolor que vivimos en el pasado y que fue provocado por una persona o situación. Increíblemente el mundo está lleno de personas que viven con grandes resentimientos en su corazón, incluso entre el pueblo de Dios, tal y como le paso a Jefté.

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La turbación de Jefté

                   I.            LA HISTORIA DE JEFTÉ.


“Jefté galaadita era esforzado y valeroso; era hijo de una mujer ramera, y el padre de Jefté era Galaad. Pero la mujer de Galaad le dio hijos, los cuales, cuando crecieron, echaron fuera a Jefté, diciéndole: No heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer”.
Jueces 11:1-2

La Biblia nos habla acerca de un hombre llamado Galaad el cual se unió a un ramera y engendro un hijo llamado Jefté. Aparte de Jefté, Galaad tuvo hijos de la mujer legitima los cuales crecieron junto con Jefté el hijo ilegitimo. La Biblia describe a Jefté como un hombre valeroso y esforzado, pero por el hecho de ser el hijo de una ramera le provoco que sus medios hermanos lo vieran con desprecio a tal punto que cuando crecieron lo echaron de la casa diciéndole que no heredaría nada de la casa de su padre.

                II.            SUS HERIDAS INTERNAS NO SANADAS.


“Huyó, pues, Jefté de sus hermanos, y habitó en tierra de Tob; y se juntaron con él hombres ociosos, los cuales salían con él”.
Jueces 11:3

Este hecho debió haber provocado heridas internas en el corazón de Jefté. Posiblemente desde pequeño sufrió el desprecio de sus medios hermanos por ser el hijo ilegitimo de su padre y al crecer lo echaron de su hogar. Esto lo llevo a huir de su hogar y habitar en Tob, una región lejos de las fronteras de Israel, allí se unión a un grupo de hombres ociosos dedicados posiblemente al vandalismo y Jefté se convirtió en su líder. Estos sufrimientos debieron provocar en él grandes raíces de amargura en su corazón las cuales nunca buscó sanar. Dentro de la iglesia también existen personas que tienen pasados dolorosos como el de Jefté, posiblemente su familia les provocaron grandes daños, sus amigos lo traicionaron o se crio en las calles donde experimento toda clase de sufrimientos y esto ha dejado grandes heridas internas que hasta la fecha les siguen lastimando. Sus resentimientos se dejan ver cuando después de muchos años los ancianos de Galaad buscaron a Jefté para que les ayudara a pelear contra la nación de  Amón que los oprimía y este les reprendió por ello:

“Y cuando los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron a traer a Jefté de la tierra de Tob; y dijeron a Jefté: Ven, y serás nuestro jefe, para que peleemos contra los hijos de Amón. Jefté respondió a los ancianos de Galaad: ¿No me aborrecisteis vosotros, y me echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué, pues, venís ahora a mí cuando estáis en aflicción? Y los ancianos de Galaad respondieron a Jefté: Por esta misma causa volvemos ahora a ti, para que vengas con nosotros y pelees contra los hijos de Amón, y seas caudillo de todos los que moramos en Galaad”.
Jueces 11:5-8
            Aunque Jefté acepto ser su jefe y ayudarlos a luchar en contra de Amón, su corazón guardaba fuertes resentimientos por lo que sus hermanos le habían hecho. De igual forma, muchos cristianos pueden estar sirviéndole al Señor, pero guardar en su corazón algún resentimiento o dolor que no ha dejado ir. Sin embargo, el deseo de Dios es el de restaurarnos completamente, y esto incluye sanar todas nuestras heridas, porque de lo contrario éstas nos seguirán lastimando aun cuando las personas que las provocaron ya no estén.

             III.            LAS CONSECUENCIAS DE SU RESENTIMIENTO.


Las heridas de nuestro corazón que no se sanan traen consecuencia dolorosa a nuestras vidas. Generalmente las personas que viven alimentando su odio y resentimiento en su corazón por lo que les hicieron en el pasado aumentan aún más su dolor. Muchas veces este dolor provoca un cambio negativo en el temperamento y carácter de las personas volviéndose insoportables e inconstantes en sus estados de ánimo, dañándose no solo ellos mismos, sino a las personas que los rodean.

El resentimiento de Jefté se ve reflejado al jurar delante de Dios que al obtener la victoria le sacrificaría la primera persona de su familia que viera a su regreso:  , cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto. Obviamente su resentimiento era hacia sus hermanos, y lo que el espera verlo a uno de ellos en su regreso para sacrificarlo como venganza por lo que le habían hecho. Lamentablemente no ocurrió como él lo planeo, ya que la que salió para recibirlo fue su amada hija: Entonces volvió Jefté a Mizpa, a su casa; y he aquí su hija que salía a recibirle con panderos y danzas, y ella era sola, su hija única; no tenía fuera de ella hijo ni hija. Esto turbo a Jefté mostrándonos que si no buscamos sanar nuestras heridas nosotros mismos seremos los que terminaremos dañando aún más y posiblemente a otros: Y cuando él la vio, rompió sus vestidos, diciendo: ¡Ay, hija mía! en verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme.

              IV.            EL DESEO DE DIOS ES SANAR LAS HERIDAS DE NUESTRO CORAZÓN.


El sacrificio de Cristo no solo tiene por objetivo perdonarnos de todos nuestros pecados, sino también crear en nosotros una nueva naturaleza libre de todas las ataduras del mundo. A través de su poder restaura nuestra vida ya sea en lo familiar, económico o cualquier problema que arrastremos del mundo; pero también quiere restaurar nuestro corazón de toda impureza y resentimientos.

Para esto debemos:

1.      Perdonar todo lo que nos han hecho: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, (Mateo 6:12).
2.      Si la persona que nos ha ofendido se arrepiente sinceramente debemos aceptar sus disculpas: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”, (Mateo 18:21-22).
3.      Soportar con paciencia los padecimientos presentes: “Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios”, (1 Pedro 2:19-20).
4.      Encomendar a Dios nuestra causa para que se encargue de pagar a cada quien según sus obras: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”, (1 Pedro 2:21-23).

Todo esto nos ayudara a que Dios creé en nosotros un ser libre de pecado y de limpio corazón.

            CONCLUSIÓN.



            Por tanto, todos debemos evaluar nuestra vida a la luz de su palabra y asegurarnos que no solo hemos abandonado el pecado, sino que hemos desechado toda raíz de amargura que podamos arrastrar del pasado y hemos permitido que Dios sane todas nuestra heridas internas.

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