“Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.
Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres,
puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé
limpio. Y al instante su lepra desapareció.
Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate
al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a
ellos”.
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Mateo 8:1-4
Introducción
Tan pronto como
llegamos al capítulo 8 del Evangelio según Mateo iniciamos una nueva sección.
Las palabras: Cuando descendió Jesús del monte, nos ubica rápidamente en el fin del Sermón del Monte
que comenzó en el capítulo 5 con las palabras: subió al monte y duro 3 capítulos. Podemos
observar que después de su sermón, muchas fueron las personas que lo siguieron,
tal y como el texto lo sugiere: le seguía mucha gente. Con el capítulo 8 iniciamos una nueva sección en
este evangelio el cual termina en el capítulo 9:38 y su temática principal
consiste en mostrar 10 milagros presentados en un orden rápido que están
separados en tres grupos por tres discursos concernientes al discipulado. Esta
sección de milagros tiene una conexión obvia con el Sermón del Monte ya que
Jesús está a punto de demostrar que su ministerio no solo consiste en palabras,
sino en poder de Dios para cambiar la vida de aquellos que crean en Él. Muchos
políticos y gobernante pueden prometer muchas cosas, pero la mayoría terminan mintiendo
y engañando a la gente; Jesús por el contrario está dispuesto a mostrarle a la
gente que verdaderamente Él es el Mesías, y sus obras darán testimonio de sus
palabras. Los primeros cuatro versículos del capítulo 8 nos narran una historia
que se presenta en los tres evangelios sinópticos. Este milagro de la sanidad
de un leproso nos muestra una preciosa lección de lo que realmente significa el
evangelio de Dios el cual se expresa en un amor y compasión que va más allá del
cumplimiento de ciertas leyes religiosas.
Un leproso es sanado |
Una Vida Condenada
“Y he aquí vino un leproso…”
Mateo
8:2
Para el mundo antiguo
la lepra era considerada una de las enfermedades más terribles que condenaba a
muerte a todos aquellos que la adquirían. La palabra griega lepra viene de lépra (λέπρα) que literalmente
significa escama. La lepra era una
enfermedad dolorosa, repugnante e inmunda. La enfermedad atacaba la piel y la carne de la
víctima, dejando ulceras las cuales desarrollaban una supuración repugnante. Los
parparos se les caían lo cual provocaba que su ojos quedaran viendo fijamente, las
cuerdas vocales se les ulceraban, y la voz se les ponía áspera, y la
respiración silbante. La lepra podía empezar con la pérdida de la sensibilidad
en alguna parte del cuerpo; afectaba los troncos nerviosos; los músculos se
descomponían; los tendones se contraían hasta hacer que las manos parecieran
garras. Seguía la ulceración de las manos y los pies. Luego llegaba la pérdida
progresiva de los dedos de las manos y de los pies, hasta acabar por caérseles
toda la mano o todo el pie. La lepra se conocía como la “enfermedad blanca”, pues el cabello y la piel se volvían blancos
en la zona afectada. Para este tipo de enfermedad no había cura, la lepra
tardaba de 20 a 30 años en desarrollarse y terminar con la vida de su víctima.
El aspecto deformado de la persona, el mal olor que despedía y lo áspero de su
voz los convertía en seres verdaderamente repugnantes, por lo que, aparte de
sufrir con lo doloroso de la enfermedad, sufrían el aislamiento y rechazo de la
sociedad. Para los judíos los leprosos eran considerados seres impuros ya que
el contacto con uno de ellos lo volvían inmundos ceremonialmente, por lo que se
les obligaba a vivir lejos de las ciudades y a pregonar su inmundicia cuando
caminaran.
“Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos
rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo!
¡Inmundo! Todo el tiempo que la llaga
estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del
campamento será su morada”.
Levítico
13:45-46
Para los religiosos ortodoxos,
los leprosos eran personas despreciadas a los cuales mantenían a gran distancia
de ellos a tal punto que autorizaban a arrojarles piedras con tal de que se
apartasen de ellos. En el
Antiguo Testamento solo encontramos tres referencias de sanidad por medios
divinos de la lepra. La primera se encuentra en el libro de Éxodo cuando Dios
llamó a Moisés y le dio una señal que haría en medio de su pueblo:
“Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno.
Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba
leprosa como la nieve. Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a
meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había
vuelto como la otra carne”.
Éxodo
4:6-7
El siguiente relato lo
encontramos en el libro de Números, cuando Aarón y María murmuraron en contra
de Moisés y Dios castigo a María haciéndola leprosa.
“Y la nube se apartó del tabernáculo, y he aquí que
María estaba leprosa como la nieve; y miró Aarón a María, y he aquí que estaba
leprosa… Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh Dios, que la
sanes ahora. Respondió Jehová a Moisés: Pues si su padre hubiera escupido en su
rostro, ¿no se avergonzaría por siete días? Sea echada fuera del campamento por
siete días, y después volverá a la congregación. Así María fue echada del
campamento siete días; y el pueblo no pasó adelante hasta que se reunió María
con ellos”.
Números
12:10, 13-15
Finalmente la última sanidad
divina de lepra la encontramos en 2 Reyes, cuando Naamán es sanado.
“Naamán, general del ejército del rey de Siria, era
varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio
de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo,
pero leproso… El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán,
conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de
un niño, y quedó limpio”.
2
Reyes 5:1, 14
Por tanto, podemos ver que
alguien leproso en los tiempos antiguos era expuesto a una miserable vida de
aislamiento y sufrimiento extremo sin la posibilidad de una vida normal. ¡Eran
condenados a muerte!
Tres requisitos básicos que provocan un milagro
“Cuando
descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y
se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
Mateo 8:2
Aquí vemos un fabuloso
cuadro de compasión. El texto nos muestra como aquel hombre leproso, repudiado
y repugnante por cualquier judío, se acerca a Jesús y se postra delante de
Jesús. Podemos imaginarnos la impresión de la gente que lo acompañaba al ver
aquel cuadro. Seguramente muchos se escandalizaron y buscaron la forma de
alejarse de aquel hombre que generalmente era apedreado cuando intentaban
acercarse a una persona; pero Jesús permitió que lo hiciera. Definitivamente el
leproso tenía una gran necesidad: ser librado de su azote de muerte. En este
relato el leproso nos ofrece las siguientes lecciones de fe:
1. En primer lugar la confianza de
que Jesús podía liberarlo de su enfermedad incurable. Los judíos conocían que
solo Dios podía currar una enfermedad como esta y ya lo había hecho en el
pasado con María la hermana de Moisés. El leproso posiblemente había escuchado
las alentadoras palabras de Jesús en el Sermón del Monte y conocía los milagros
anteriores que había realizado en la región de Galilea tal y como lo registra
el capítulo 4 de este evangelio: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las
sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda
enfermedad y toda dolencia en el pueblo”, (Mateo 4:23). Si queremos alcanzar la misericordia
de Dios y ver un milagro en nuestras vidas debemos acudir primeramente a aquel
que puede ayudarnos, Jesús. Lamentablemente los seres humanos tendemos a
confiar primero en otras cosas antes que en Dios, pero este leproso sabía que
solo Jesús podía librarlo y por eso la escritura dice que: he aquí vino un leproso.
2. En segundo lugar, el leproso se
rindió ante el señorío de Jesús. La Biblia declara que se postró ante él. La palabra que la Reina Valera
60 traduce como postrar es proscunéo (προσκυνέω) y literalmente
significa rendir adoración y sometimiento a alguien. Si queremos recibir un
favor de Dios antes debemos rendirnos ante Él.
3. En tercer lugar, debemos
suplicarle lo que deseamos confesando que Él tiene el poder para hacerlo. El
leproso le dijo: Señor,
si quieres, puedes limpiarme. Esta confesión nos muestra también tres cosas
importantes. Con su boca lo confiesa como su Señor, kúrios (κύριος), un título de autoridad dado en
griego solamente a Dios. En Ingles se le da el título de Lord, y se le
considera como el amo de todo. También expresa el anhelo de su petición al
decirle que si
quieres, puedes limpiarme, así como reconoce su poderío al introducir en medio de su petición la
palabra puedes.
Esta maravillosa historia del leproso nos deja tres
importante lecciones que pueden ayudarnos a recibir las respuestas que
necesitamos de parte de Dios para cada una de nuestras peticiones y necesidades.
La confianza, rendición a Dios y confesión de nuestra necesidad nos ayudan a
mover la poderosa mano de Dios a favor nuestro para recibir un milagro.
La respuesta de Jesús
“Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció”.
Mateo 8:3
La misericordia y la
gracia de Dios se ven reflejada en la persona de Jesucristo. La misericordia es
la compasión que se muestra hacia una persona que está en desgracia y a lo
mejor no merece ser ayudada. La gracia es el don maravilloso que Dios ofrece en
favor de la vida de los seres humanos, no porque alguien se lo gane, sino por
amor, de manera gratuita. Cualquier rabino o líder religioso hubiese repudiado
a este pobre leproso, y posiblemente le hubiere arrojado piedras para que se
alejase ya que el solo tocarlo lo podía volver impuro religiosamente. Pero
nuestro Señor muestra una compasión que iba más allá de la ley. Jesús no solo expreso
su deseo de limpiarlo, sino también lo toco: Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al
instante su lepra desapareció. Como pecadores, somos hombres espiritualmente
sentenciados a muerte, que morimos día a día y que como este leproso
necesitamos humillarnos delante de Jesús y pedirle que nos limpiara de nuestros
pecados ya que solamente Él tiene poder para hacerlo.
“Y a vosotros también, que erais en otro tiempo
extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha
reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros
santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis
fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que
habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo;
del cual yo Pablo fui hecho ministro”.
Colosenses
1:21-23
Fue por su sangre que somos
limpios de nuestros pecados, tal y como Pablo lo afirma en los versículos
anteriores, sin embargo, establece una condición para permanecer en esta
santidad: si
en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza
del evangelio, lo cual se puede
comprender en el siguiente versículo narra esta historia.
La condición de Jesús
“Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos”.
Mateo
8:4
Después del milagro
nuestro Señor Jesucristo le estableció una solo condición: Mira, no lo digas
a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó
Moisés, para testimonio a ellos. Por un lado, con esto Jesús esperaba que después de
ser limpiado de su lepra, el hombre cumpliese con la ley de Dios y se
presentara delante de los sacerdotes tal y como lo establece Levítico 14. Por
el otro esperaba que este milagro sirviera como un testimonio de su poder.
Posiblemente los sacerdotes y otras personas conocían a este leproso y al verlo
limpio se sorprenderían y se lo atribuirían a un milagro de Dios, y al
interrogar al hombre, este les contaría de como Jesús lo había sanado de su
lepra. Después que Dios nos limpia de nuestros pecados, se espera que vivamos
de acuerdo a sus preceptos divinos y no sigamos nuestra antigua vida. Asimismo
espera que nuestra vida restaurada sirva de testimonio a todo este mundo de lo
que Él puede hacer. Jesús no quería que se lo dijera a nadie en ese momento.
Posiblemente no quería llamar demasiado la atención ya que para ese momento
mucha gente lo seguía, pero en el evangelio según Marcos se nos dice que este
hombre no hizo como el Señor le dijo, sino lo divulgo a tal punto que su fama creció
rápidamente y mucha gente lo buscaba impidiéndole que se moviera con libertad
en aquel lugar.
“Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar
el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad,
sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas
partes”.
Marcos 1:45
HOLA BUENA NOCHE CUALES SON LAS TRES CONDICIONES Q YO DEBO TENER PARA RECIBIR UN MIAGRO DE DIOS MIL GRACIAS...
ResponderBorrarGracias x la información de los 3 requisitos para recibir el milagro q necesito de Jesús
ResponderBorrarDecidí leer éste artículo porque, entendiendo que el poder de Dios es ilimitado y que no hay nada imposible para él, excepto obligarnos a creer en él, me preguntaba si con su poder moviéndose en un lugar era suficiente o la persona que desea recibir el milagro también tiene que actuar en Fé para que suceda, entonces entiendo que sí, se necesita la voluntad de la persona para que el milagro suceda
ResponderBorrarOjalá me de a entender, yo creo tener fe, pero como lo puedo constatar o como medirlo ?? Porque en algunos si y en otros no se produce el milagro ??
ResponderBorrartodo radica en pedir de acuerdo a su voluntad y para ello hay que acercarse cada día a él compartir con él,çonocer su voluntad por medio de él Espiritu Santo que viene a nosotros cuando le resivimos con fé.
BorrarGloria al REY de Rey.. Cristo vive 🙌
ResponderBorrarTen fe según sea tu fe serán los milagros que te ocurran solo ten fe y nunca dudes
ResponderBorrarExcelente! Muy didáctivo. Gloria a Dios y bendito el que viene en nombre de Dios: bendito es Yeshua, nuestro señor y salvador.
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