“el mismo Señor de
paz os dé siempre paz en toda manera. El Señor sea con todos vosotros”.
2 Tesalonicenses 3:16 (RV60)
La tercera característica del fruto del Espíritu que aparece en la lista de
Gálatas 5:22-23 es la paz. Pero ¿que entendemos nosotros por paz? De acuerdo
con los diccionarios, la paz es la situación o estado en que no hay guerra ni
luchas entre dos o más partes enfrentadas. En el Nuevo Testamento la palabra
griega de donde se traduce paz es eiréné (εἰρήνη) y
se usaba en dos sentidos. En primer lugar, se usaba para denotar
la serenidad que disfruta un país bajo el gobierno justo y benéfico de un buen
emperador; y por otro lado también se aplicaba a un pueblo que sabía estar en
gran armonía y serenidad. En el Antiguo Testamento la palabra
hebrea que se traduce en nuestro idioma como paz es shalóm
(שָׁלוֹם) y su
significado en nuestro idioma denota no solo serenidad o ausencia de conflicto,
sino que también encierra un verdadero deseo de completo
bienestar físico, emocional y espiritual. Por esta razón el decirle shalóm (שָׁלוֹם) a una
persona era más que un saludo de presentación o despedida, es más, cuando un
israelita decía Shalom a una persona estaba declarándole un auténtico deseo de salud,
armonía, paz interior, calma y tranquilidad para aquel o aquellos a quien estaba
dirigido este saludo. También vemos como los sacerdotes fueron instruidos por
Dios para declarar esta bendición especial en medio del pueblo: “El SEÑOR le ordenó a Moisés: «Diles a Aarón y a sus hijos
que impartan la bendición a los israelitas con estas palabras:»“El SEÑOR te
bendiga y te guarde; el SEÑOR te mire con agrado y te extienda su amor; el
SEÑOR te muestre su favor y te conceda la
paz.” » Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, para que yo los
bendiga.»”, (Números
6:22-27, NVI). Estos versículos son conocidos como la oración sacerdotal
la cual tenía como objeto bendecir al israelita y traer la paz de Dios a su
vida, a tal punto que cada vez que un israelita decía: shalóm (שָׁלוֹם), era más
que simples palabras o un fetiche religioso, era una verdadera suplica al Señor
porque les concediese el bienestar y la tranquilidad que caracterizan a la paz
de Dios. Por todo esto podemos ver que de acuerdo con la Biblia la paz es un
estado de completa serenidad que proviene no de factores externos, sino de la
comunión y confianza que se establece a través de nuestro Señor Jesucristo, por
ello dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo, (Juan
14:27, RV60). Si
esto es así, el mensaje del evangelio trae esta paz a través de ofrecernos el
perdón de pecados a través de Cristo y una vez la tenemos podemos transmitirla
a todo aquel que quiera recibir en su corazón este glorioso mensaje y por esto
mismo Jesús les dijo a sus discípulos: “En cualquier pueblo o aldea donde entren, busquen a alguien
que merezca recibirlos, y quédense en su casa hasta que se vayan de ese lugar.
Al entrar, digan: “Paz a esta casa.” Si el hogar se lo merece, que la paz de
ustedes reine en él; y si no, que la paz se vaya con ustedes”,
(Mateo 10:11-13, NVI). Este bendito estado de serenidad y confianza es
fruto del Espíritu Santo, y por tanto, una característica de todo creyente a
tal punto que la mayoría de autores de las cartas del Nuevo Testamento, con muy
pocas excepciones, acostumbraban saludar deseando gracia y paz a sus lectores. Por
tanto, esta es una virtud muy importante que tenemos que estudiar a la luz de
la palabra de Dios.
El Fruto del Espíritu: La Paz |
Paz entre Dios y el hombre
“Justificados, pues,
por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
Romanos 5:1 (RV60)
Una de
las razones principales por las cuales el ser humano no encuentra la paz de su
alma en las cosas de este mundo es por causa del pecado. John Bunyan quizás lo
supo plasmar en su gran obra “El Progreso del Peregrino”, una obra alegórica donde su
protagonista principal llamado Cristiano vivía angustiado por una enorme carga
que sostenía en sus hombros (lo cual simbolizan la carga del pecado), y no se
liberó de ella hasta que en una colina encontró a su Salvador, Cristo, que le
desato de sus cargas y estas cayeron al suelo. Solamente en Cristo podemos
encontrar el descanso de nuestras cargas, sean culpas, resentimientos,
frustraciones y cualquier sentimiento producido en este mundo de maldad, y por
ello Jesús un día declaro una de las promesas más maravillosas que podemos
encontrar en la Biblia: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi
yugo es fácil y ligera mi carga”. (Mateo 11:28-30, RV95). En
estos versículos Jesús hablaba a personas que estaban tratando desesperadamente
de encontrar a Dios y de ser buenas, pero no lo lograban, ya que se hallaban
sumidas en el agotamiento y la desesperación. Lamentablemente hoy en día muchos
buscan aliviar sus penas en los placeres que este mundo ofrece, pero su fin es
amargo. Por ejemplo, algunos trataran de encontrar el alivio en el alcohol y
drogas, para escapar de su realidad, pero esto no les ayuda en nada: “¿De quién son los
lamentos? ¿De quién los pesares? ¿De quién son los pleitos? ¿De quién las
quejas? ¿De quién son las heridas gratuitas? ¿De quién los ojos morados? ¡Del
que no suelta la botella de vino ni deja de probar licores!”,
(Proverbios 23:29-30, NVI). Otros podrían querer encontrar la paz en las
riquezas, pero la misma Biblia nos enseña que esto no será así: “Porque raíz de
todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se
extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”, (1 Timoteo 6:10, RV60). Otros a lo mejor busquen la
paz en las religiones, pero ni siquiera los judíos lograron alcanzarla, lejos
de eso la ley y tradiciones les imponían enormes cargas que los abatían más: “Atan cargas pesadas
y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos
ni con un dedo quieren moverlas”, (Mateo 23:4, RV95). En el judaísmo existe una historia que ejemplifica
perfectamente este último punto: “Había
una pobre mujer en la vecindad que tenía dos hijas y un campo. Cuando empezaba
a arar, Moisés (es decir, la Ley de Moisés) le decía: "No debes arar con
un buey y un asno juntos." Cuando empezaba a trillar, él le decía:
"Dame para la ofrenda y el diezmo". Ella se sometía a la ordenanza, y
se lo daba todo. ¿Qué hizo entonces la pobre mujer? Vendió el campo, y se
compró dos ovejas para vestirse con su lana y sacar algún provecho de los
corderos. Cuando tuvieron los corderos, Aarón (es decir, el sacerdocio) vino y
le dijo: "Dame los primogénitos." Ella cumplió la decisión, y se los
dio: Cuando llegó el tiempo de esquilar, y se puso a esquilar sus ovejas, vino
Aarón y le dijo: "Dame las primicias de la lana de las ovejas" (Deuteronomio 18:4). Entonces ella pensó:
"No puedo resistir a este hombre. Mataré mis ovejas y me las comeré."
Cuando hizo la matanza, llegó Aarón y le dijo: "Dame la pierna, las
quijadas y el cuajar (los intestinos)". (Deuteronomio 18:3). Entonces ella
le dijo: "Ni siquiera matándolas estoy a salvo de ti. Pues, venga: las
consagro por voto" Y entonces Aarón le dijo: "En ese caso me
pertenecen enteras." (Números
18:14). Y se marchó con ellas y la dejó llorando con sus dos hijas”.
Sin duda, las demandas de la ley o religiones, lejos de traer paz a
nuestro corazón, solo son una pesada carga acompañada por un terrible
sentimiento de insatisfacción. Martin Lutero es un buen ejemplo de esto. Siendo
un monje, busco hacer todo lo que el catolicismo romano y apostólico le enseño
para aplacar su culposa alma y escapar del juicio de Dios. Desde largas
oraciones a todos los santos, penitencias que terminaban en duras flagelaciones
y peregrinaciones a Roma, nada logro traerle la paz que tanto ansiaba, hasta
que leyó en las Escrituras: “Mas el justo por la fe
vivirá”, (Romanos 1:17, RV60).
Verdaderamente solo esto necesita el hombre para librarse de las pesadas cargas
y correr a los pies de Cristo por el descanso eterno: ¡la fe! Cuando es así
podemos oír a nuestro Señor decir: “Venid a mí todos los
que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Aparte de esto Jesús nos invita a tomar su yugo sobre nuestros hombros.
Los judíos usaban la palabra yugo con el sentido figurado de someterse a
algo. Por mucho tiempo trataron someterse al yugo de la ley, pero fracasaron ya
que el peso era demasiado grande para que un humano imperfecto lo llevara. No
obstante, Jesús dijo: “Mi yugo es fácil”. La palabra fácil es jrestós
(χρηστός) en griego, que realmente quiere decir que
encaja bien. Los yugos de los bueyes se hacían en Israel de madera; se
llevaba el buey al carpintero para que le tomara las medidas; luego se desbastaba
la madera, y se llevaba otra vez al buey para probarlos de tal forma que
encajaran bien en la bestia y no ocasionarle daño al momento de ponérselos.
Podemos ahora imaginarnos a Jesús usando esta metáfora con la cual posiblemente
estaba familiarizado ya que como carpintero debió haber hechos cientos de yugos
antes de iniciar su ministerio y debió haber sido un verdadero profesional en
esto. Ahora Jesús nos dice: “mi yugo
encaja perfectamente en tu vida, yo tengo el plan perfecto que no te lastimará
y te llevará a la felicidad”. Lo que quiera que sea que Dios nos destine
encajará exactamente con nuestras necesidades y habilidades. Por tanto,
solamente Cristo puede traer la paz a nuestras vidas, librándonos de la culpa
del pecado y restaurando la comunión con Dios, tal y como Pablo lo dijo:
“Porque Cristo es
nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su
sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, pues anuló la ley con sus
mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos
pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos
en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad. Él
vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca”.
Efesios 2:14-17 (NVI)
Paz entre el hombre y sus semejantes
“Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que
conduzca a la paz y a la mutua edificación”.
Romanos 14:19 (NVI)
La paz
que Cristo nos da no solo implica paz entre Dios y el hombre, sino también paz entre él y sus semejantes. Esta paz está orientada a mantener la
unidad del cuerpo de Cristo, es decir la iglesia. Esta paz entre
hermanos descansa en que tenemos una fe común y debemos buscar vivir en armonía
y no promover las divisiones entre la iglesia: “Fiel es Dios, quien os ha llamado a tener comunión
con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Os suplico,
hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos viváis en armonía
y que no haya divisiones entre vosotros, sino que os mantengáis unidos en un
mismo pensar y en un mismo propósito”, (1 Corintios 1:9-10, BAD). Todos debemos buscar la forma de evitar que se produzcan rupturas en la
comunión entre los miembros de la familia de la fe y esto definitivamente
requiere un esfuerzo que todos debemos realizar: “Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les
ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre
humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense
por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz”,
(Efesios 4:1-3, NVI). De allí que el apóstol Pablo exhorte a los creyentes a producir todas aquellas condiciones que
contribuyan a este fin: “Por tanto, si sienten algún estímulo en su
unión con Cristo, algún consuelo en su amor, algún compañerismo en el Espíritu,
algún afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un
mismo amor, unidos en alma y pensamiento. No hagan nada por egoísmo o vanidad;
más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.
Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los
intereses de los demás”, (Filipenses 2:1.4, NVI). Sin embargo, es importan aclarar que esto no significa que se debe
tolerar la indisciplina y a las personas que quieran causar daño dentro
de la iglesia. El apóstol Pablo nos dice que debemos estar alerta para
corregir con la sabiduría de Dios estas actitudes: “También os rogamos, hermanos,
que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis
a los débiles, que seáis pacientes para con todos”, (1 Tesalonicenses 5:14, RV60).
Otro aspecto importante que debemos
considerar es que la paz cristiana no puede ser
obtenida a expensas de sacrificar la verdad y la justicia de Dios. El mismo Jesús lo dijo de esta forma: “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada. Porque he
venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre,
a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia
familia. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí;
el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no
toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá,
y el que la pierda por mi causa, la encontrará”, (Mateo 10:34-39, NVI). Desafortunadamente
el mundo no encaja con los principios de la palabra de Dios y esto muchas veces
acarrea persecuciones, crítica y problemas que provienen de los enemigos del
evangelio, aparte de que la iglesia está obligada a
contender ardientemente por la fe a tal punto que no puede tolerar las herejías
dentro de ella: “Amados,
por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común
salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”, (Judas
3, RV60). Ahora, la contención es en contra de falsas doctrinas y no en
cuestiones de opiniones. Por ejemplo, las doctrinas que niegan la divinidad de
alguna persona de la trinidad, la salvación por fe, o cualquier doctrina
fundamental para la salvación es digna de ser defendida. Lamentablemente a
veces se pierde tiempo discutiendo acerca de cuestiones como si se pierde o no
la salvación, o cómo adorar a Dios, si debemos usar anillos de oro o no,
algunas cuestiones triviales en cuanto al vestuario, etc. Los
cristianos deben mostrarse siempre comprensivos y generosos unos con otros en
asuntos de opinión y conciencia para no entrar en contiendas por cuestiones
pequeñas. De esto Pablo nos dice:
“Reciban al que es débil en la fe, pero no para entrar en
discusiones. A algunos su fe les permite comer de todo, pero hay quienes
son débiles en la fe, y sólo comen verduras. El que come de todo no debe
menospreciar al que no come ciertas cosas, y el que no come de todo no debe
condenar al que lo hace, pues Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para
juzgar al siervo de otro? Que se
mantenga en pie, o que caiga, es asunto de su propio señor. Y se mantendrá en pie, porque el Señor tiene
poder para sostenerlo. Hay quien considera que un día tiene más importancia que
otro, pero hay quien considera iguales todos los días. Cada uno debe estar firme en sus propias
opiniones. El que le da importancia especial a cierto día, lo hace para el
Señor. El que come de todo, come para el
Señor, y lo demuestra dándole gracias a Dios; y el que no come, para el Señor
se abstiene, y también da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para
sí mismo, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,
para el Señor morimos. Así pues, sea que
vivamos o que muramos, del Señor somos. Para esto mismo murió Cristo, y volvió
a vivir, para ser Señor tanto de los que han muerto como de los que aún viven. Tú,
entonces, ¿por qué juzgas a tu hermano?
O tú, ¿por qué lo menosprecias?
¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios!”
Romanos 14: 1-10(NVI)
Este pasaje tiene que ver con asuntos de práctica
personal y privada tal como el comer ciertos alimentos, guardar días
especiales, etc. No se pueden aplicar estos versículos a prácticas que vayan en
contra de las doctrinas fundamentales relacionadas con el señorío de Cristo y
la salvación. Aquellos que eran débiles en la fe habían confiado en Cristo.
Algunos creyentes no aceptaban la enseñanza de Pablo acerca de ciertas
prácticas, tales como aceptar que toda comida era limpia si se recibía con
acción de gracias: “Esta gente prohíbe casarse y comer ciertos alimentos que
Dios ha creado para que los creyentes y los que conocen la verdad los coman,
dándole gracias. Pues todo lo que Dios ha creado es bueno; y nada debe ser
rechazado si lo aceptamos dando gracias a Dios, porque la palabra de Dios y la
oración lo hacen puro”, (1 Timoteo 4:3-5, DHH), sin embargo, los
fuertes en la fe pasaban por alto algunas prohibiciones que no fueron
específicamente declaradas en las Escrituras. Su fe era suficientemente fuerte
para no sentir una conciencia culpable por ello. Pablo exhorta a que el fuerte
en la fe no menosprecie al débil, y que el débil en la fe no juzgue al fuerte. Pero sí insiste en una cosa: sea cual
sea el camino que escoja, que cada cual esté convencido de lo que hace. Sus
acciones deben estar inspiradas, no en la conveniencia, sino en
la convicción. Uno no debe hacer nada simplemente porque los otros lo
hacen, ni porque está dominado por un sistema de tabúes más o menos
supersticiosos; sino porque con la ayuda del Espíritu Santo ha llegado a la
conclusión (basado en una sana interpretación de las Sagradas Escrituras) de
que eso es lo que tiene que hacer. La siguiente historia puede ilustrar el
hecho de no contender por cuestiones de opinión o triviales:
Hace muchos años escuché que alguien contaba
en tono de broma acerca de una Iglesia que estaba muy unida y esforzándose en
su trabajo para el Señor. Hasta que a algún hermano con sueños de “licenciado
en divinidades” se le ocurrió preguntar: “Oigan, ¿y Adán tenía ombligo?”. Ya
sabes, el ombligo es la marca de que algún día estuviste unido a tu madre en su
vientre. Adán no estuvo en el vientre de nadie. Fue creado directamente por el
Señor. De pronto en la Iglesia hubo un gran silencio y caras de preocupación.
Hasta que un hermano se acomodó su corbata, subió con mucha seguridad al
púlpito y aseguró: “Hermanos, les ruego que no pongan en duda la Palabra de
Dios. Tenemos la total certeza de que Adán tenía ombligo”. Para esto alguien
que había leído cuanto libro encontró sobre la época de la Reforma y deseoso de
constituir una nueva revolución espiritual, gritó: “¡Hey, alto! ¡Eso es
blasfemia! Ya lo dijo Lutero, ‘a menos que se me convenza por las Escrituras y
por la razón misma, no puedo ni quiero retractarme’. Adán no tenía ombligo”.
Vivieron así por dos años sumamente duros hasta que finalmente se produjo lo
ineludible: la gran división de los ‘ombliguistas’ y los ‘no ombliguistas’. Al
poco tiempo los ‘ombliguistas’ disfrutaron de lo que ellos llamaban la
bendición de Dios por haber estado dispuestos de luchar por la verdad y haberse
librado de los aborrecibles ‘herejes’. Pero mientras estaban muy gustosos en
una de sus reuniones agradeciendo el no ser como los otros ‘rebeldes’, a un
hermano, que recientemente había terminado un estudio extenso sobre si es
bíblico el uso de zapatillas, se le ocurrió una gran pregunta: “escúchenme en
el nombre de la santísima verdad por favor: ¿el ombligo de Adán era hacia
afuera o hacia adentro?”. Aquel día inolvidable se produjo una gran batalla que
desembocó en una nueva división: los ‘ombliguistas adentristas’ de los
‘ombliguistas afueristas’.
Esta graciosa ilustración nos
muestra lo tonto que es contender por tales cuestiones que resultan triviales
al fundamento de la fe del cristiano y que lo único que producen son divisiones
innecesarias. Ahora bien, esto no significa que el creyente maduro debe hacer
todo lo que quiera ya que en los asuntos de la libertad personal no debe
considerar sus propios deseos si su conducta puede hacer caer a su hermano: “Por tanto, dejemos
de juzgarnos unos a otros. Más bien,
propónganse no poner tropiezos ni obstáculos al hermano. Yo, de mi parte, estoy
plenamente convencido en el Señor Jesús de que no hay nada impuro en sí
mismo. Si algo es impuro, lo es
solamente para quien así lo considera. Ahora bien, si tu hermano se angustia
por causa de lo que comes, ya no te comportas con amor. No destruyas, por causa de la comida, al
hermano por quien Cristo murió. En una palabra, no den lugar a que se hable mal
del bien que ustedes practican, porque el reino de Dios no es cuestión de
comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. El que
de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por sus semejantes.
Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la
mutua edificación”, (Romanos 14:13-19, NVI). Pablo dice que si mi
conducta hará caer al débil en la fe debo abstenerme.
Pablo
hubiera añadido algo más: Que nadie pretenda hacer de su conducta la
regla universal para todos los demás. Los seres humanos tenemos la
tendencia a considerar que nuestra manera de hacer las cosas es la única
perfecta, incluido el culto a Dios, o diciéndolo de otra forma: “Sea lo que sea
lo que tienes entre manos, hazlo conforme a tu leal saber y entender; pero
recuerda que otro lo haría de otra manera”. Haríamos bien en no
olvidar que, en muchos casos, es nuestro deber tener convicciones; pero también
dejar que los demás tengan las suyas sin tomarlos por publicanos o pecadores.
Pablo exhorta de la misma manera a
los corintios acerca del mismo tema: “Pues aunque haya los así llamados dioses, ya sea en el cielo o en la tierra (y por cierto que hay muchos "dioses" y muchos
"señores"), para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre,
de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir,
Jesucristo, por quien todo existe
y por medio del cual vivimos. Pero no todos tienen conocimiento de esto. Algunos siguen tan acostumbrados a los ídolos,
que todavía comen carne estando conscientes de que ha sido sacrificada a un ídolo,
y su conciencia se contamina por ser débil. Pero lo que comemos no nos acerca a
Dios, ni somos mejores o peores por comer o no comer. Sin embargo, tengan
cuidado de que su libertad no se convierta en motivo de tropiezo para los
débiles. Porque si alguien de conciencia débil te ve a ti, que tienes este conocimiento,
comer en el templo de un ídolo, ¿no se sentirá animado a comer lo que ha sido
sacrificado a los ídolos? Entonces ese hermano débil, por quien Cristo murió,
se perderá a causa de tu conocimiento. Al pecar así contra los hermanos,
hiriendo su débil conciencia, pecan ustedes contra Cristo. Por lo tanto, si mi
comida ocasiona la caída de mi hermano, no comeré carne jamás, para no hacerlo
caer en pecado”, (1 Corintios 8:4-13, NVI). Verdaderamente el
mantener la paz entre los creyentes es un reto. Mantener la unidad es sumamente
clave y a veces parecería imposible, muchas veces ésta es deshecha por
cuestiones de diferencias de opinión. Sin embargo, la Biblia nos exhorta a
madurar a través del estudio de las Escrituras y hacer uso de la verdadera
libertad que tenemos en Cristo Jesús.
Paz consigo mismo
Al igual
que el gozo, la paz del cristiano no depende de factores externos sino de la
comunión y confianza depositada en Cristo Jesús. Esto no significa que una vez
salvos no atravesaremos por problemas; sino más bien que hallaremos el pronto
refugio en Cristo Jesús: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo
la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”, (Juan 14:27,
RV60). Cuando creemos que Dios es el que pelea por nosotros y no ponemos
nuestra confianza en nuestras habilidades o factores externos, sino solamente
en Él; entonces Dios nos otorga su paz en todo momento o circunstancia. En la
actualidad la ansiedad entre las personas ha crecido considerablemente y es la
causante de las enfermedades cardiovasculares y de allí que los cristianos
necesitamos en nuestro corazón esa paz que Dios nos otorga. En su carta a los
Filipenses Pablo nos enseña la manera de cómo mantener esa paz en nuestros
corazones independientemente cual sea nuestra situación y esta es la oración: “Por nada estéis
afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús”, (Filipenses 4:6-7, RV60). El ser humano es vulnerable a todos los azares y
circunstancias de esta vida y esto es ya en sí una situación preocupante; y en
la Iglesia, a las preocupaciones normales se le añade la preocupación de querer
llevar una vida piadosa en oposición al mundo. Por eso la solución de Pablo
para este problema que roba la paz de los creyentes es la oración. Para
mantener nuestra paz debemos orar y ser agradecidos por todo lo que se nos ha
dado, presentar nuestras preocupaciones, metas, sueños o problemas a Dios en
oración en todo momento y ante cualquier circunstancia para que la paz de Dios guarde
nuestros corazones y pensamientos.
Excelente enseñanza bendiciones
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