Juan 1:29-34
INTRODUCCIÓN
Continuamos con
el segundo día en esa semana en la cual Jesús iniciaba su ministerio público, y
en esta ocasión encontramos otro testimonio dado por Juan el Bautista acerca de
la persona de nuestro Señor Jesucristo. En esta sección se presenta a Jesús
como el Cordero de Dios, título otorgado por Juan el Bautista y que alude a su
carácter de redentor de la raza humana. Este título es usado en el Nuevo
Testamento, específicamente en el libro de Apocalipsis 10 veces para referirse
al Señor Jesucristo.
Sacrificios ofrecidos en el Templo |
EL SACRIFICIO PERFECTO
“El siguiente día vio
Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo”.
Juan 1:29
Cuando
Juan el Bautista vio a Jesús exclamo diciendo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo. Esta
declaración sublime tan espontanea nacida desde el mismo corazón del Bautista
dio lugar a uno de los títulos más extraordinarios de la devoción cristiana: El
Cordero de Dios. Como hijo de un
sacerdote Juan el Bautista conocía perfectamente los rituales referentes a los
sacrificios que se realizaban en el Templo. Para esta época estaba cercana la
Pascua (Juan 2:13), y la imagen del cordero inmolado por Israel la noche antes
de salir de Egipto que se describe en Éxodo 12 estaba posiblemente en la mente
del Bautista. A parte de eso, para ese tiempo solían pasar grandes manadas de
ovejas y corderos por el Jordán rumbo al Templo los cuales seria ofrecidos en
sacrificio el día de la fiesta. Ante semejante cuadro, cuando Juan el Bautista vio
a Jesús, Dios le revelo en su Hijo el verdadero Cordero perfecto, el cual cesaría
con todos los sacrificios del Templo a favor de los pecados de los judíos, y de
todo aquel que en Él creyera.
“Porque la ley,
teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas,
nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año,
hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse,
pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más
conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los
pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar
los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no
quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no
te agradaron. Entonces dije: He aquí que
vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito
de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por
el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la
ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad;
quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos
santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para
siempre”
Hebreos 10:1-10
Aquí se presenta una nueva
faceta de Jesús: el Sacrificio Perfecto que quita el pecado de todo el mundo,
no solo judíos, sino todo el que decida creer. Los antiguos sacrificios de
corderos y machos cabríos no podían quitar el pecado del hombre, solo lo
cubrían, pero ahora Dios se proveyó de un Cordero perfecto y fue a través de su
sacrificio en la cruz que hizo expiación por nuestros pecados.
JUAN EL BAUTISTA CONOCE REALMENTE A JESÚS
“Este es aquel de quien
yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era
primero que yo. Y yo no le conocía; más para que fuese manifestado a Israel,
por esto vine yo bautizando con agua”.
Juan 1:30-31
En
estos versículos encontramos el hecho de que Juan el Bautista conoce realmente
a Jesús. Antes de todo él reafirma que este Jesús es antes de él, tanto en
autoridad, importancia y eternidad; sin embargo sus palabras: Y yo no le conocía
nos dan la impresión que nunca se habían visto hasta ese momento en el que lo
bautiza. De acuerdo al relato del Evangelio según Lucas sabemos que en la carne
Juan el Bautista y Jesús eran parientes (tradicionalmente se afirma que eran
primos): “Y he
aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este
es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril”, (Lucas 1:36),
entonces, por qué afirmaba que no lo conocía. Podemos sugerir dos explicaciones, la primera es que
aunque eran parientes nunca antes se habían conocido personalmente, ya que
Jesús creció en Nazaret y Juan en los desiertos de Judea. La otra es que como
parientes se conocían pero Juan nunca imagino que Jesús era el Mesías al cual
él debía anunciar. Lo cierto es que independientemente Juan conociera o
no al Jesús terrenal, no conocía al Jesús divino.
EL QUE BAUTIZA CON EL ESPÍRITU SANTO
“También dio Juan
testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y
permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con
agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece
sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado
testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.
Juan 1:32-34
En
estos versículos encontramos cómo Juan el Bautista sabía cómo identificar a
Aquel que bautizaría con el Espíritu Santo. De acuerdo a Juan, se le había
revelado de alguna manera que Aquel sobre el cual viera descender el Espíritu y
que permaneciera sobre Él, ese era el que bautizaría con el Espíritu Santo. Obviamente ya habían pasado los eventos del
bautismo de Jesús y las tentaciones en el desierto.Dios
le había dicho al Bautista: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre
él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo, y efectivamente así
paso, ya que Juan nos dice que él vio como del cielo descendida el Espíritu
Santo como paloma. Para los judíos el Espíritu de Dios estaba relacionado con
el poder y autoridad divina, de tal manera que antes de que Jesús iniciara su
ministerio, el necesito la unción del Espíritu de Dios para hacer la tarea para
la cual había sido enviado:
“Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo
entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio
el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde
estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido
para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados
de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner
en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”.
Lucas 4:16-19
Juan
el Bautista hace la diferencia entre su bautismo y el de Jesús; mientras que él
bautizaba con agua para perdón de pecados, Jesús era el que habría de bautizar
con el Espíritu Santo. Hasta este momento la doctrina del Espíritu Santo y su
bautismo aún no se había dado a conocer, sino más adelante, ya casi al final de
su ministerio donde Jesús les prometió a sus discípulo la venida del otro
Consolador.
“Más el Consolador, el
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las
cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
Juan 14:26
Desde entonces la promesa del bautismo
del Espíritu Santo es para todos los creyentes ya que este le provee a cada uno
una capacitación sobrenatural para ser fiel testigo de su gracia: “pero recibiréis
poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la
tierra”, (Hechos 1:8). Antes de Cristo, en el Antiguo Testamento este
privilegio estaba reservado únicamente para ciertas personas que Dios ungía con
su poder como lo vemos en la vida de los profetas de Dios: “Entonces el Espíritu de Dios vino sobre
Zacarías hijo del sacerdote Joiada; y puesto en pie, donde estaba más alto que
el pueblo, les dijo: Así ha dicho Dios: ¿Por qué quebrantáis los mandamientos
de Jehová? No os vendrá bien por ello; porque por haber dejado a Jehová, él también
os abandonará”, (2 Crónicas 24:20), o en la vida de algunos reyes: “Y he aquí Saúl que
venía del campo, tras los bueyes; y dijo Saúl: ¿Qué tiene el pueblo, que llora?
Y le contaron las palabras de los hombres de Jabes. Al oír Saúl estas palabras,
el Espíritu de Dios vino sobre él con poder; y él se encendió en ira en gran
manera”, (1 Samuel 11:5-6), o en algunas personas: “Habló Jehová a
Moisés, diciendo: Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de
Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y
en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para
trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para
engastarlas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor”,
(Éxodo 31:1-5), o en la vida de los jueces de Israel: “el Espíritu de Jehová vino sobre Sansón, quien
despedazó al león como quien despedaza un cabrito, sin tener nada en su mano; y
no declaró ni a su padre ni a su madre lo que había hecho”, (Jueces 14:6).
Si nos damos cuenta el bautismo del Espíritu Santo siempre vino sobre estos
hombres con el propósito de brindarles poder en la tarea que Dios les había delegado
y de igual forma puede ayudarnos a testificar de manera eficaz en este mundo de
tinieblas por lo que todos deberíamos buscar con ansia el bautismo del Espíritu
Santo sobre nuestra vida.
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