Juan 1:14
INTRODUCCIÓN
En los versículos anteriores el apóstol Juan nos presentó a Jesús como el Verbo, y
nos dijo que éste era preexistente y Dios mismo. En el mundo antiguo existía
una idea acerca de lo que era el Verbo o lógos
(λόγος).
Para los judíos era la palabra creadora de todo el universo, especialmente
porque vemos en Génesis 1 como el mundo fue creado por el poder de su palabra
ya que solo dijo “sea hecho” y fue
hecho y por ello la Biblia dice: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por
la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”,
(Hebreos 11:3). No obstante, para los griegos era un término filosófico que
declaraba un poder divino que sustentaba todo el universo. Posiblemente este
pensamiento origino la existencia de la palabra universo, que en si significa “una sola palabra”. Ahora Juan el
apóstol viene más lejos y nos introduce a una verdad que por nadie era
concebida en este tiempo: El Verbo divino se hizo carne. Este concepto
teológico era ampliamente discutido en los tiempo del apóstol especialmente
porque algunas doctrinas heréticas
negaban la parte humana de Jesús, el cual aunque siendo hombre de carne
y hueso, también es Dios, y esto no significa que el Verbo divino se divide en
dos personas diferentes, o tenga doble personalidad, sino que en una misma
sustancia, es Hombre y Dios perfecto. Hoy en día, al igual que la doctrina de
la Trinidad divina, la encarnación de Cristo constituye una de las doctrinas
más controversiales de todos los tiempos y esta verdad doctrinal se encuentra
plasmada en este versículo.
Encarnación de Jesús |
¿EL DIOS PERFECTO SE HIZO SEMEJANTE A UN HOMBRE IMPERFECTO?
“Y
aquel Verbo fue hecho carne…”
Juan 1:14
Este
concepto parecería una locura para muchos ya que el texto dice: Y aquel Verbo fue
hecho carne. La palabra carne proviene del griego sarx (σάρξ), misma
palabra que aparece en otras partes del Nuevo Testamento para hacer referencia
a la naturaleza imperfecta y pecadora del hombre, y no el cuerpo en sí. Por
tanto, lo que quiere decir es que Jesús, el Verbo de Dios se hizo hombre siendo
igual no solo en el cuerpo de carne y hueso, sino también sometido a la
debilidad de un cuerpo limitado por muchas necesidades físicas y expuesto a las
tentaciones, pero que nunca peco: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado”, (Hebreos 4:15). Para los
tiempos de Juan el cuerpo era visto casi universalmente como malo, mientras que
el espíritu era bueno. Para ellos hubiese sido inconcebible que Dios hubiera
tomado la forma de un ser imperfecto a tal punto que muchos negaban que Jesús
llego a tener un cuerpo humano y con el tiempo surgió una secta conocida como
el docetismos que afirmaba que Jesús no había venido realmente en cuerpo, y que
solo era un espíritu que aparentaba ser humano ya que el cuerpo es de
naturaleza mala y por tanto Jesús solo fue un espíritu que anduvo entre
nosotros. Pero Juan los desmiente al decir que Jesús realmente fue hecho un
hombre no solo de carne y hueso, sino también sujeto a las necesidades físicas
y debilidades de todo humano.
La Biblia nos enseña este
principio bíblico de la encarnación del Verbo divino: “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto?
pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también
el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”, (Lucas 1:34-35). Si nos fijamos bien fue la obra del
Espíritu Santo que vino sobre María para que esta quedase embarazada, y las
palabras del ángel al referirse a Jesús como el Santo Ser que nacerá e Hijo de Dios
nos habla de ambas naturalezas, la divina y la humana, y ambas santas. Ahora
bien, en ambas naturalezas Jesús es perfecto. Es Dios perfecto porque en el
habita la plenitud de la deidad: “Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en
El” (Colosenses 2:9). Por otro lado
encontramos a un Jesús completamente humano ya que en las Escrituras podemos
ver que tuvo sed (Juan 4:7), comió (Mateo 9:11), tuvo necesidad de dormir
(Mateo 8:24) y hasta lloró (Juan 11:35). Y aun resucitado les mostro que tenía
un cuerpo glorificado de carne y hueso, y que no era solo espíritu: “Mirad mis manos y
mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni
huesos, como veis que yo tengo”, (Lucas 24:39), y hasta le pidió a
Tomas que lo tocara para que no fuera un incrédulo: “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira
mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino
creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le
dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y
creyeron”, (Juan 20:27-29). Ahora bien, Jesús es un hombre perfecto,
pero sin pecado alguno porque aunque fue tentado en todo el venció la tentación
(Hebreos 4:15) y hoy tenemos a un Dios que nos comprende por haber vivido en
carne propia las mismas luchas y tentaciones que hoy experimentamos. Por tanto,
todos los cristianos debemos creer en la doctrina de la encarnación de Cristo,
la cual es 100% bíblica y enseña que Cristo siendo una solo persona posee dos
naturalezas en una solo sustancia, es Hombre y Dios.
LA TABERNACULIZACIÓN DEL VERBO
“… y
habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre),
lleno de gracia y de verdad”.
Juan
1:14
El
apóstol Juan nos dice que el Verbo divino habitó entre nosotros. Esta aseveración
nos enseña el propósito que la segunda persona de la Trinidad tuvo al
encarnarse: el habitar entre nosotros. La palabra que se traduce como “habito” es skenóo (σκηνόω)
que literalmente significa extender su
tabernáculo, es decir la tienda donde se acampa. Este concepto nos recuerda a
los relatos del Antiguo Testamento en tiempos de su peregrinación en el
desierto donde Dios le ordeno a Moisés construir el Tabernáculo de reunión
donde Dios se manifestaba en poder y gloria delante de todo el pueblo israelita.
Éxodo 29:42-46
El Tabernáculo en el desierto |
El Tabernáculo en el desierto nos habla del anhelo de Dios de habitar en
medio de su pueblo, posteriormente en tiempos de Salomón se edificó el Templo
que vino a sustituir al Tabernáculo y como siempre fue un lugar donde el
israelita podía encontrarse con su Dios. Sin embargo, Dios decidió habitar nuevamente en
medio de su pueblo Israel encarnándose en la persona de Cristo Jesús, de tal
forma que ahora el tabernáculo ya no era una tienda o un templo de piedras,
sino el cuerpo de Jesús mismo, y por ello las Escrituras lo llaman Emanuel que
significa Dios con nosotros: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y
llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”,
(Mateo 1:23). Ahora, en estos postreros días los cristianos no estamos solos
porque Dios continua habitando entre nosotros a través del Espíritu Santo y
esto gracias a la obra redentora de Cristo en la cruz del Calvario: “¿No sabéis que sois
templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1
Corintios 3:16).
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